Capitulo 8

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―Entonces cuando el cemento se seque... ¿Tardará mucho en secarse?... Bueno, da igual, cuando se seque...

―Anne ―traté de interrumpirla.

―Espera a escuchar mi plan y luego discutimos sobre él, aunque mis planes siempre...

―Anne...―lo intenté nuevamente.

―¿Qué quieres, Sasha? ¡Estoy intentando salvarnos el cuello y tú no haces otra cosa que interrumpirme!

―Anne, mi padre no está muerto, sólo inconsciente―le indiqué cuando me di cuenta de que comenzaba a moverse.

―¡Qué! ¿Ese hombre horrendo es tu padre?―preguntó confusa.

―Por desgracia, sí―contesté avergonzada.

Entonces fue cuando ella hizo algo que me hizo reír a pesar de la paliza, del agotamiento y del día tan desastroso que llevaba. Ella golpeó nuevamente a mi padre dejándolo otra vez inconsciente y me comentó mirándolo con furia:

―Mi propuesta de deshacernos de él sigue en pie.

Nunca pensé que me sentaría en el porche de casa de mi abuela junto a Anne y que hablaríamos tranquilamente como dos amigas mientras bebíamos una cerveza.

Cuando éramos niñas siempre nos hacíamos rabiar, y en la adolescencia seguíamos igual. Tal vez dentro de unos años maduraríamos y todo cambiaría. Por mi parte había comenzado a ver a Anne desde otra perspectiva después de ese maldito baile: aquel beso me había mantenido en vela más de una noche.

¿Qué tendría que hacer para conquistarla? Conociéndola como la conocía, lo principal era tener paciencia y esperar a que se olvidara de esa estúpida lista.

―¿Sabes? He pensado acerca de cómo podemos deshacernos de tu padre para que no te moleste nunca más―dijo Anne interrumpiendo mis meditaciones mientras señalaba con la botella de cerveza a mi padre, quien permanecía inconsciente y atado con un gran lazo rojo ante la entrada de casa.

―Ya lo hemos hablado, Anne, y no puedes matarlo ―repuse harta de escuchar historias de películas malas de terror en las que los tontos universitarios se deshacían de un cuerpo que luego volvía para atormentarlos.

―No, creo que podemos quitárnoslo de encima sin matarlo―afirmó pensativa mientras daba vueltas alrededor de mi padre con ese brillo malévolo en los ojos que solamente yo conocía.

―Lo dudo, mi padre es como una sanguijuela cuando huele dinero y hasta que no exprima el último céntimo de mi beca universitaria no se despegará de mí―comenté dándole un nuevo trago a mi cerveza― Por cierto, ¿qué es lo que querías hacer conmigo? ―pregunté divertida, señalando el gran lazo rojo que envolvía a mi padre.

―Nada demasiado terrible: sólo dejarte inconsciente, atarte y obligarte a ver todos y cada uno de los videos de Meme Oponte ».

―¡Joder! ¡Eso sí que es tortura, Anne!―exclamé aterrorizada ante la perspectiva de ver una serie donde solamente salían mujeres hablando de zapatos y hombres.

―Lo sé―contestó con una sonrisa llena de satisfacción en los labios― Con respecto a tu padre...―añadió Anne volviendo al ataque― ¿Y si le hacemos creer que tu madre está saliendo con alguien al que él pueda llegar a temer?

―Mi padre siempre escapa de la ley y no la respeta en absoluto.

―Yo no pensaba en la policía. ¿Y si le hacemos creer que tu madre sale con alguien peligroso?

―Anne, en este aburrido pueblo no hay nadie que se pueda tildar de peligroso.

―Pero sí hay muy buenos actores, ¿O es que acaso no recuerdas la obra de Navidad que yo dirigí en el acto de encendido del árbol?

―Sí―contesté sonriendo al imaginar lo que Doña Perfecta se traía entre manos― Nunca vi una representación mejor de El padrino que la que tú hiciste.

―¡Pues entonces vamos!―me dijo tendiéndome la mano― Aún hay mucho que hacer antes de actuar.

―¡Qué empiece la función!―solté antes de coger la mano de Anne y unirme a su locura.

En cuanto Anne Boonchuy cogió el teléfono y comenzó a llamar a los vecinos del pueblo que habían participado en la obra de Navidad, todos acudieron intrigados. Pero cuando se corrió la voz de que Sasha también estaba implicada en la fechoría que planeaba Anne, el pueblo entero se confabuló, pues ni uno solo de los habitantes de aquel lugar quería perderse lo que esa noche estaba ocurriendo en el granero.

Todos recibieron un papel por parte de la perfecta directora de escena, ya fuera hacer de mafioso, de víctima o de cadáver.

Y así fue como el papá de Sasha se encontró colgado de un largo gancho del techo del granero, mientras era zarandeado por un hombre con medio rostro quemado y mirada amenazante que le gritaba:

―¡Eh, tú! ¡Sabandija! ¡Despierta! El jefe quiere hablar contigo, no le ha gustado nada que maltrates a una de los suyos.

Cuando el papá de Sasha se despertó, miró confuso lo que le rodeaba.

Se hallaba en un granero, posiblemente abandonado. No muy lejos de él un hombre robusto vestido con un elegante traje de Armani permanecía sentado en un sillón mirándolo fijamente. A su lado había dos jóvenes que vestían demasiado bien para ser simples muchachos del lugar. El viejo con la cara abrasada le hizo dar vueltas para que observara todo lo demás que le rodeaba.

El papá de Sasha se mareó, pero pudo ver como una fila de hombres bien armados custodiaba la única vía de escape.

Se dispuso a preguntar bruscamente qué narices hacía él allí si minutos antes estaba hablando con su hija. En ese momento Sasha entró por la puerta con una joven de su edad, más o menos amordazada y atada, con lágrimas en los ojos.

Por lo visto Sasha se había cambiado de ropa después de la pelea y ahora lucía una cara y elegante chaqueta de cuero de color negro, sobre pantalones y camiseta de marca y unas gafas de sol que la hacían parecer mayor y más peligrosa. Después de todo, su hija sí tenía dinero.

―¡Serás cabróna! ¡Yo quedándome con tus migajas y tú despilfarrando el dinero!―le gritó a su hija.

Sasha lo miró despectivamente, como si fuera basura, e ignorándolo habló con el que parecía ser el jefe.

―Stan, ¿Cuándo nos desharemos de él? Ya sabes que tiene que ser antes de que regrese mi madre.

―¿Cómo que deshacerse de mí?―preguntó confuso sin que su mente registrara aún donde se había metido.

―No te preocupes hija, todo a su debido tiempo, resolvamos primero otros asuntos de mayor importancia―contestó el hombre con un leve tono italiano, apenas perceptible, en su voz.

El padre de Sasha, tras escuchar al mafioso, comenzó a pensar que su hija no se traía nada bueno entre manos. Pero aún no suplicó, él no era de los que imploraban y su hija era de las buenas, seguro que todo era un malentendido, pensó mientras miraba cómo la angelical chica de ojos ámbar lloraba con desesperación y gritaba histérica tras su mordaza.

De repente, para su consternación, otros hombres entraron cargando a un individuo de mediana edad que había sido terriblemente golpeado. Lo pusieron de rodillas delante de Stan y lo hicieron besarle los pies.

Cuando alzó el rostro, suplicó al mafioso mientras miraba a la morena que cada vez gritaba más histérica.

―¡Por favor, le pagaré, señor Stan! ¡Le pagaré! No era mi intención retrasarme en el pago, pero, por lo que más quiera, ¡Suelte a mi hija!

―Me he quedado con tu casa, ahora me quedaré con tu hija hasta que saldes tu deuda ―concluyó el mafioso sin inmutarse ante la desesperación del hombre―. Llevadlo fuera y, si intenta volver a entrar, matadlo―sentenció el señor Stan mientras sus hombres se llevaban al otro a rastras.

Poco después de que la puerta se cerrase nuevamente, se oyeron gritos y forcejeos y finalmente unos fuertes disparos.

―Id a ayudarlos―ordenó Stan a los jóvenes que estaban junto a él, con rasgos similares a los suyos.

―Pero, padre ¿Y la chica?―protestó uno de ellos.

―La chica no es para ti, es para mí nueva hija―contestó alegremente señalando a Sasha― Chica, disfruta de tu regalo por tan magnífico partido.

El padre de Sasha observó asombrado como su buena hija, que siempre parecía asustada cuando él venía a verla, se convertía en una cabróna despiadada delante de sus ojos.

Sasha cargó con la chica al hombro hacia un lugar oscuro donde se escucharon gritos espantosos, insultos, forcejeos y desgarros de ropa.

Él era el único horrorizado en aquel lugar, todos los demás permanecían inmutables; entonces fue cuando comenzó a temer por su vida y a temblar como un animalillo asustado.

―¿Qué quiere de mí?―preguntó al mafioso.

―¿Yo?―preguntó Stan con inocencia― Poca cosa, tan sólo que firmes los papeles del divorcio y dejes en paz a mi nueva esposa. Mi nueva hija, por el contrario, quiere tu sangre y a mí siempre me gusta tener contentos a mis chicos.

―¿Tú te vas a casar con Emma?―preguntó confuso y asustado.

―Sí, ella me proporciona una buena posición en el pueblo, es muy dulce y nunca se entera de nada. Así que, ¿Por qué no?

―¡Eres un mafioso!―aclaró aterrado.

―¿Tú crees?―contestó el hombre del rostro quemado entre carcajadas.

―¡Haré lo que tú quieras, pero, por favor, suéltame!―empezó a suplicar.

―Me das pena, así que firma los papeles y márchate―concedió Stan― pero, como te vuelva a ver por este pueblo, mis hombres se encargarán de ti.

Los hombres del mafioso soltaron al padre de Sasha, que tembloroso firmó los documentos. Cuando ya se dirigía a la salida vio cómo la chica que había sido secuestrada, corría hacia la puerta, pero sin llegar a obtener la libertad, porque su hija sacó una pistola y delante de él la mató a sangre fría, luego lo apuntó con el arma y, mientras su padre temblaba de miedo ante la perspectiva de una muerte segura, el mafioso cumplió su palabra ante sus asombrados ojos:

―Déjalo chica, no volverá a molestarte―ordenó firmemente Stan.

Los ojos fríos y furiosos de Sasha miraron a su padre desde detrás de un arma, pero al final la bajó no sin antes advertirle:

―No vuelvas por aquí. ¡Jamás!

Su padre salió corriendo del lugar sin volver la vista atrás y, cuando lo perdieron de vista por todos, la chica cadáver se levantó y felicitó a todo el mundo por una gran actuación.

Horas más tarde los habitantes de Amphibia montaron una fiesta en el granero con cerveza y música, y, por supuesto, apuestas.

Wally apostó a que la tregua entre esas dos no duraría mucho; ninguno estuvo de acuerdo con él hasta que oyeron como la perfecta Anne gritaba furiosa.

―¡Me tocaste una teta!

―Te juro que fue sin querer―dijo Sasha levantando sus manos en señal de rendición― Además, yo no sabía que tuvieras de ésas.

―¡Idiota!―gritó Doña Perfecta antes de tirarle un zapato y salir cojeando de la reunión.

El bote, finalmente, fue para Wally.    

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