nineteen

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Changbin llamó al día siguiente. Olvidé que Christopher había predicho lo mismo. O quizá simplemente eché por tierra la sugerencia. Cuando su nombre apareció en mi teléfono, prácticamente me caí de la silla. De pie, tomé una profunda respiración y respondí, arreglándomelas para sonar calmado.

Sí. Fue bueno verte ayer.

Sí, estoy bien.

Sí. Tampoco puedo esperar por ir a casa. No hay problema. Podemos irnos el miércoles a las ocho. Mi profesor también canceló mi clase de la tarde. Eso suena bien.

Fue una conversación normal y sin embargo hubo un tono diferente en ella. Changbin se rio con demasiada facilidad. Sonaba... nervioso, preguntando más de una vez si no me importaba irme tan temprano en la mañana. No es que no fuera siempre cortés, pero hubo algo diferente en el intercambio.

Odiaba admitirlo, pero ese beso quizá hizo algo bueno, después de todo. Él no lo mencionó, por supuesto. Sus modales nunca le permitirían eso. Ni siquiera mencionó tampoco a Christopher, pero Christopher y ese beso estaban allí, colgando entre nosotros, llenando esos momentos de silencio de interferencias. Christopher tenía razón. Todo caía en su lugar. Si tenía una oportunidad con Changbin, era ahora. No vendría otra oportunidad. Esto era todo.

El lunes me encontré a mí mismo pasando por mi ruta a casa después del trabajo y dirigiéndome a Mulvaney's. Me dije que sólo era porque quería hacerle saber a Christopher que tenía razón. Su actuación del beso había resuelto el problema, después de todo. Un simple "gracias". Eso era todo. No porque quisiera verlo. No porque no me hubiera enviado mensajes de texto desde nuestra cita.

A las tres de la tarde, el lugar se encontraba vacío. Mis zapatos deportivos caían silenciosamente en la tabla del suelo de madera. Lo encontré haciendo el inventario detrás de la barra. No me notó acercarme.

—Hola. —Apoyé los codos en la barra.

Levantó la mirada y sonrió ampliamente, inmediatamente haciéndome sentir feliz de haber venido. —Hola. ¿Dónde has estado? —Dejó su tabla sujetapapeles y me dio su atención. Esa sensación de felicidad solo aumentó al saber que notó mi ausencia durante el fin de semana.

—Trabajé las últimas dos noches. Con los Shin y otra familia. —Necesitaba el dinero, especialmente después de los problemas con mi auto.

—Eso me pregunté. Vi a Jisung.

—Ya lo conoces. Nunca se pierde un buen momento.

Se produjo un incómodo silencio. Me aclaré la garganta para llenarlo. —Te debo un agradecimiento.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Changbin. Me llamó al día siguiente. Y me ha estado mandando mensajes de vez en cuando.

—Bueno. Ahí lo tienes. —Sonrió de nuevo, pero pareció menos que antes. O quizá era sólo mi imaginación. Mi ego quería que sintiera algo más que felicidad porque estuviera avanzando con Changbin—. Te dije que te llamaría.

—Así es. —Asentí—. Así que, gracias, de nuevo.

Miró a la izquierda y a la derecha, como si buscara algo de qué hablar. —¿Tienes hambre? ¿Quieres una hamburguesa o algo?

—Podría comer.

—Vamos. —Me llevó a la habitación de atrás y gritó por encima del mostrador—: ¡Dame un Monstruo Ciclón y una cesta de papas fritas!

Alguien le gritó en respuesta desde la cocina, entendiendo su orden.

Mis ojos se agrandaron. Cuando regresó, le dije—: Por favor, dime que todo eso no es para mí.

Sonrió y mi estómago dio una pequeña voltereta loca. —Lo compartiré contigo.

Nos sentamos en una de las mesas de atrás. En el mismo banco, nuestros hombros se rozaban. Era incómodo estar tan cerca de él, sin saber si estaba bien. Tocarnos, besarnos, lo cual habíamos hecho muchas veces antes, bueno, parecía como algo que no podíamos hacer ahora. En parte porque estábamos en público. En parte porque nada de eso era real. Que yo finalmente —quizá— estuviera llegando a alguna parte con Changbin sólo recalcaba eso.

—Entonces, ¿te vas el miércoles con Changbin?

Asentí. —Sí. Es un viaje de cuatro horas.

—Bueno, eso te dará un poco de tiempo de calidad con él. —Miró hacia delante, en dirección a la cocina. Me quedé mirando su perfil. Un músculo se marcaba en su mandíbula.

Asentí. —Sí, y estaré de visita en su casa un montón para ver a Hyunjin. Normalmente voy allí y paso el rato. Veo películas. Changbin generalmente está allí, a menos que haga planes con algunos de sus viejos amigos...

—Estará allí. —Me interrumpió.

—¿Sí? ¿Por qué...?

—Estará allí porque tú lo estarás. —Girándose, me enfrentó, su brazo izquierdo apoyado a lo largo de la cima de la mesa. Con la pared a mi derecha, y la extensión de su brazo y su antebrazo a mi izquierda, me sentía enjaulado, como si estuviera acercándose a mí—. Y si su primo quiere que los dos estén juntos...

Asentí. —Sí quiere.

—Entonces, será un buen primo y un buen amigo e inventará alguna razón para desaparecer.

Negué con la cabeza. —No creo que vaya a suceder de esa manera.

—Sucederá.

Incliné la cabeza y lo estudié. —Él no ve a sus viejos amigos a menudo. Podrían hacerlo salir...

—Te lo estoy diciendo. Los mandará a volar para estar contigo.

Mi pecho se apretó ante la intensidad de la manera en que me miraba y me escuché preguntarle—: ¿Es eso lo que tú harías?

Me miró y esperé, preguntándome por qué su respuesta importaba tanto.

—Yo no habría esperado tanto tiempo por ti. Ya me habría presentado en tu habitación en el momento en que hubiera decidido que te quería. No me iría hasta convencerte de que eres mío.

—Oh. —Mi piel se estremeció, imaginando ese escenario. Christopher en mi puerta. Determinado. Diciendo cosas, haciendo cosas, para convencerme que soy suyo—. Tal vez no ha decidido que me quiere, entonces.

—Lo ha hecho. Vi su rostro en Gino's. Él ya ha ido por ti.

De repente me di cuenta de que nos habíamos acercado mutuamente, sin tocarnos pero tan cerca que nuestras respiraciones se mezclaban.

—Mierda —dijo con voz áspera y cerró esa pequeña distancia, besándome como si hubiese pasado una eternidad y no solo una semana. Pero esta semana se sintió como una eternidad. Extrañé esto. Lo extrañé a él. Hundió una mano en mi cabello y me arrastró más cerca, nuestros pechos aplastados juntos. Su boca devoraba la mía y le devolví el beso con la misma avidez.

—Aquí tienen.

Salté y me alejé. Dos cestas de infarto cayeron sobre la mesa ante nosotros. El cocinero ya se alejaba, aparentemente imperturbable por nuestro besuqueo en público.

Mi pecho se elevaba y caía como si acabara de correr una maratón. Los ojos de Christopher eran tan brillantes, que empezaba a reconocer como una señal de que se sentía excitado por mí. Miré de la comida hacia él, parte de mí esperando que dijera que olvidara la comida y me acarreara escaleras arriba con él.

Ni siquiera sentía que mi cuerpo me perteneciera más. Era una palpitante bola de nervios, latiendo, ansiando y anhelando desesperadamente que todo este juego previo simplemente llegara a su conclusión más natural.

Era como si mi cuerpo viviera y respirara por esto. Por él. Quería satisfacer las ansias. Pero no sería el que dijera las palabras. No podía hacer eso. No podía ir tan lejos. Y siempre existía el temor, la desesperada necesidad de elegir el camino seguro.

Todo lo cual significaba que nada sucedería. Nada más que besos y caricias que me hacían querer tirarme del cabello por la frustración.

Christopher juntó sus manos y las frotó. —Empecemos a comer.

Ah, sí. Comida.

Agarré una patata frita cubierta de queso.

Él agarró un grupo de tres. Echando su cabeza hacia atrás, las dejó caer en su boca abierta. Lo observé con asombro mientras su fuerte mandíbula masticaba. —Mmmm.

—¿Cómo puedes verte de la forma en que te ves y comer así?

Sonrió con picardía y se inclinó más cerca, lo cálido de su cuerpo extendiéndose para envolverse a mí alrededor. —¿Y cómo me veo?

Agarré una servilleta y se la tiré. —Oh, cállate. Sabes que eres sexy.

Sonriendo con satisfacción, agarró otro grupo de patatas. —Simplemente me gusta escucharte decir eso. No eres fácil de impresionar.

Fruncí el ceño. —¿Qué significa eso? ¿Soy así de difícil?

—No. Sólo que fijaste la mirada en un chico que conociste años atrás cuando eras un niño. Ni siquiera miras a los chicos que se fijan en ti. Es como si no te importa lo que los demás piensen.

Se equivocaba. Me importaba lo que él pensaba. Una vez que lo conocí, fue el único que consideré siquiera cuando decidí que necesitaba perfeccionar mis habilidades de juego previo. Era todo lo que me pareció ver.

Decidiendo no debatir ese punto, cuidadosamente evalué la hamburguesa. —¿Cómo, siquiera, me como esto?

—Vas a tener que atacarla. Es la única forma.

Asintiendo con determinación, agarré la enorme hamburguesa y la abordé con mis dientes.

Christopher se rio mientras masticaba el bocado y agarraba una servilleta, limpiando el jugo de mis labios y mi mentón.

—Bonito —dijo con aprobación, se inclinó y plantó un beso en mis labios antes de que siquiera lo viera venir. Fue rápido y descuidado, y mi corazón se aceleró.

Tragando mi bocado, sacudí la cabeza. —Dime que no comes así todos los días. Vas a tener un ataque al corazón antes de los treinta.

—No todos los días, no. Y hago ejercicio. Hasta que dejé la universidad, jugaba al fútbol.

—¿En la universidad?

Asintió, evitando mi mirada mientras recogía la hamburguesa en sus manos. Volví a pensar lo que me dijo sobre su papá. Como llegó a casa después del accidente. Había renunciado a la universidad —al fútbol— para cuidar de él. Por lealtad y culpa.

—Todavía juego. Entreno a un grupo de chicos dos veces a la semana y juego en una liga recreativa los domingos. También corro todas las mañanas. —Me miró con apreciación—. ¿Qué hay de ti? Te ves en forma.

Solté un bufido. —Camino por el campus y persigo a niños en la guardería. Nada más riguroso que eso.

—Deberías correr conmigo alguna vez.

Normalmente la sugerencia me habría hecho reír, pero mirando sus ojos pensé que en realidad me gustaría intentarlo.

Agarrando otra patata frita, asentí. —Tal vez lo intentaré.

—Lo amarás. Tu cuerpo lo extrañará cuando te saltes un día.

La puerta de atrás se abrió de golpe en ese momento. Levanté la mirada, sobresaltado. Hubo conmoción que sonaba como algo golpeando la pared. Un hombre en una silla de ruedas entró a la vista. Christopher se tensó a mi lado.

El cabello del hombre era largo y sin duda se veía sucio. Llevaba una camiseta negra de Pink Floyd. Incluso en pantalones vaqueros, sus piernas se veían delgadas por la falta de uso. Sus brazos tatuados eran musculosos mientras empujaban las ruedas de su silla, impulsándola hacia delante.

Christopher se puso de pie a mi lado y se dirigió al otro lado de la habitación. —Papá.

Su mirada se enfocó en él inmediatamente y la fiereza de su expresión se transformó en rabia pura y simple. —Ahí estás, pedazo de mierda.

Salté como si sintiera el golpe en esas palabras, a pesar de que habían sido dirigidas a Christopher.

Los hombros de Christopher se tensaron, revelando que tampoco se encontraba totalmente inafectado.

—Encantado de verte, también, papá. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Pensaste que podías mantenerme encerrado en esa casa, ¿ah? No pensaste que podía encontrar una manera de llegar aquí. Tu hermano me trajo. Está estacionando el auto.

Christopher me envió una mirada indescifrable. Parte de mí sabía que debería irme, que probablemente se avergonzaba por mí, de presenciar este drama, pero no podía moverme de mi lugar en la mesa.

—Si querías venir aquí, yo podía haberte traído.

—Sí. Cierto. —Su padre levantó un folleto arrugado, blandiéndolo en el aire—. ¿Qué es esto, pedazo de mierda?

¿Había un momento en el que no llamara a su hijo por una obscenidad? Cada palabra me hacía estremecer y encogerme por dentro. Al igual que cuando era un niño. No podía huir en ese entonces. Todo lo que podía hacer era abrazar fuerte al Oso Púrpura, cerrar los ojos y fingir que me encontraba en algún otro lugar.

—Parece como un folleto para nuestra promoción de los martes.

—Estás regalando la comida. Vas a hacer que nos quedemos sin el negocio.

El suspiro de Christopher llegó a mis oídos. —Es buena publicidad, papá. Triplicamos nuestros clientes los martes por la noche. El alcohol se vende más que...

El señor arrugó el folleto y se lo lanzó a su hijo. Rebotó en el pecho de Christopher. —¡Me consultas antes de tomar una decisión como esta, pedazo de mierda!

Las manos de Christopher se apretaron en puños a sus lados, pero por el contrario no hizo ningún movimiento. Su hermano entró en la habitación, desacelerando sus pasos mientras observaba la escena.

—Tu hermano mencionó que estás buscando expandir. —Los ojos de su hermano se agrandaron y miró hacia Christopher como disculpándose—. ¿Cómo vas a hacer eso, ah, universitario? No te voy a dar el dinero.

—No te estoy pidiendo dinero. —El color sonrojó la piel de Christopher—. He triplicado las ganancias en este bar en los últimos dos años. Si eso no te convence de que puedo...

—¡Crees que eres mejor que yo, bastardo! Crees que lo puedes hacer mejor con este lugar de lo que yo lo hice...

—No, papá. —La voz de Christopher sonó repentinamente cansada. Quería levantarme e ir hacia él, pero me quedé donde me encontraba, sabiendo que solo atraería la atención hacia mí y Christopher no querría eso mientras tenía una discusión con su padre. Era todo tan desagradable... tan feo. Me recordaba a todo de lo que huía. Todo lo que me comprometí dejar atrás.

—Así es. Sólo recuerda eso. No sabes una mierda. Aún no estoy muerto. Todavía estoy aquí. —El señor Bang golpeó su pecho con una mano empuñada—. Este es mi lugar. —Su pecho de barril cayó y se elevó con respiraciones forzosas. Aparentemente satisfecho por haber dicho la última palabra—. Ya terminé. Vamos. —Rodó pasando por la rampa.

Lucas se acercó a su hermano, frotando su nuca. —Mira, lo siento...

—Está bien. Adelante. Estará gritando por ti.

Asintiendo, Lucas siguió a su papá.

Lentamente, Christopher se volteó. Se movió hacia mí, pero en lugar de reclamar su asiento, se quedó parado, rozando ligeramente la mesa con los dedos, su mirada evitándome. —Tengo que regresar a trabajar. —Su voz era cuidadosamente neutral.

—Christopher, yo...

Sus ojos se dispararon hacia mi rostro. —¿Qué? ¿Tú qué? ¿Lo sientes?

Sí. Lo sentía por él. Y entendía. Sabía lo que se sentía cuando alguien que amabas te traicionaba y pisoteaba tu corazón.

Sacudí la cabeza. —¿Por qué te culpas a ti mismo? —Señalé hacia donde su papá había estado hace unos momentos.

—Porque si hubiera estado en casa nunca habría sucedido.

—Fue un accidente. No deberías pasar tu vida pagando por ello.

Soltó un bufido. —No hay tal cosa como un accidente, ¿lo hay? ¿De verdad? Todos tomamos decisiones. Todo lo que pasa es un resultado de esas decisiones. —Su mirada se dirigió hacia mí con frialdad—. Al igual que tú tomas tus decisiones. Vas a estar con este chico, Changbin. Yo simplemente soy una distracción hasta que lo verdadero llegue a ti.

Sus palabras me hicieron trizas. Lo hizo sonar feo. Como si lo estuviera usando. Supongo que técnicamente lo usaba, pero siempre fui claro y él también había querido hacer esto. Pensé que estábamos disfrutando mutuamente. Al menos eso es lo que me dije. Además, fue él el que inició las cosas esa noche, me llevó a las escaleras con él.

—No —susurré, pero no me sentía seguro de qué negaba exactamente. ¿Changbin era el objetivo final para mí? Todavía lo era. Lo tenía que ser. Había pasado los últimos siete años creyendo eso.

Se sentía mal etiquetar a Christopher como una distracción. Era más que eso para mí. Qué, precisamente, no lo sabía. Pero definitivamente más.

El cansancio se apoderó de él. Hizo un gesto con la mano hacia la salida. —¿Por qué simplemente no te vas? Realmente no sabes nada de esto. No me conoces.

Lo absorbí en una respiración y resistí señalar que pensé que empezaba a conocerlo. Desde el primer momento en que lo conocí cuando se estacionó y anunció que no se sentía bien dejándome solo a un lado de la carretera, había tenido una buena compresión de él. Pero no le señalé eso. Porque obviamente no quería que lo conociera. Estaba en cada línea tensa de su delgado cuerpo y el conjunto duro de su mandíbula.

—Está bien —murmuré—. Adiós. —Me levanté de la mesa, dejando la comida a medio comer detrás. Bordeándolo, hui del bar, convencido de que esta vez no regresaría. Esta vez me pidió que me fuera. Quería que me fuera. No importaba lo que yo quería. 

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