Lo que éramos - Capítulo 15

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La fiesta en la casa del Guarén fue bastante más desordenada y estereotípica de una película adolescente que la de Fabricio había sido.

Todas las habitaciones ya habían sido invadidas por los presentes cuando los estudiantes del Liceo Alba llegaron, ríos de alcohol consumidos, y la música de los parlantes, aumentada a último volumen. Un embudo de pipa para cerveza había aparecido de manera misteriosa en la sala, drogas extrañas y pesadas hicieron lo mismo en los pisos superiores, y el baño de la planta baja se había convertido en un antro de lujuria.

El grupo intentó seguirles la corriente a los presentes, pero la atmósfera era opuesta a la que ellos estaban acostumbrados. Les gustaba la fiesta, sí... pero esto era demasiado. El ambiente se veía peligroso y las vibras se sentían bastante raras. Además, la privacidad previamente prometida no fue conservada. Había mucha gente por ahí. Y peor, gente desconocida, de actitud cuestionable. Bastante peor a Álvaro.

Al final, todos solo pasaron cerca de una hora en el lugar antes de decidir que se debían marchar. La única excepción fue la amiga del anfitrión, Thiare.

—¿Estás segura que te vas a quedar por aquí? —Connie le preguntó, preocupada.

—Estaré bien, lo juro —Ella hizo un gesto vago con su mano.

—Pasaré a buscarte con papá más tarde.

—No es necesario, estaré bien. Tengo planes para la noche —Thiare les guiñó, tomando un sorbo de su cerveza.

—No lo sé amiga, esto se siente raro. Tú haz lo que quieras, pero ¿de verdad te sientes segura aquí?

—Juro que llamaré a alguno de ustedes si algo malo pasa. Pero sí, estoy bien segura de que me quiero quedar.

Constanza, Bárbara y Alexandra se miraron, recelosas. Pero pese a su temor justificado ellas asintieron, dejando que la chica decidiera su destino por cuenta propia. Luego, se despidieron de ella, tomaron sus cosas y se marcharon de ahí junto a los demás.

Llamaron al señor Mario y le pidieron que los pasara a buscar. El hombre, confundido por el horario, les preguntó si había pasado algo. Los jóvenes le explicaron que no estaban disfrutando el ambiente tanto como lo deberían, y que ahora querían irse a otro lado. Él, notando la tensión en la voz de todos, en especial en la de su hija, aceptó subirse a su camioneta de inmediato.

Se demoró lo justo y necesario para que Thiare saliera afuera.

—Gracias a Dios ustedes siguen aquí.

—¿Qué pasó? ¿No que te quedarías? —Connie preguntó.

—Sí, pero el Guarén está súper ebrio y se puso raro conmigo. Yo quería quedarme por el Juanpa... —mencionó a otro amigo en común de ellos—. Pero él entendió las cosas mal, y pensó que quería algo con él y...

—¿Te hizo algo? —Fabricio preguntó con un tono sobreprotector, estirando la postura e inflando su pecho para verse más amenazante de lo que era.

—No... Él no me alcanzó a hacer nada. Me fui... Tenía pensado llamar a alguno de ustedes o irme caminando a casa, pero no me quise quedar más allá dentro.

—Hiciste lo correcto; ven aquí —Alexandra comentó, jalándola a un abrazo.

—¿Nos podemos ir luego? Ya no me siento segura.

—Claro.

—El señor Mario ya viene.

—¿Y si nos vamos a la Pancakes Factory? —Bárbara tiró la idea, de pronto—. En vez de irnos todos a casa de una. ¿Qué mejor que desayunar a la medianoche?

—Esos planes me gustan —Connie señaló—. ¿Qué dicen, chiques? ¿Cambiamos la fiesta por comida?

El grupo concordó con entusiasmo, encontrando a la nueva idea más que agradable. El señor Mario, por ser su chofer, también fue invitado por ellos a devorar una pila de panqueques caramelizados, así que llegó.

Por lo que todos se fueron al restaurante, entrando a su planta baja precisamente a la medianoche. Que su servicio fuera de veinticuatro horas era una bendición. Y para hacerla mejor todavía, al ser tan tarde, el lugar estaba casi vacío. Por lo que ellos lograron conseguir un tratamiento especial por parte del staff. Pudieron juntar tres mesas y cenar como una gran familia feliz.

Giovanni se encargó de ser el fotógrafo del evento. Con su celular registró toda la aventura, riéndose de cada nueva mueca que sus lentes capturaban. Y pese a que se sintió triste por su mejor amiga, quien no logró querer a Alexandra con libertad por tener a su despistado suegro a su frente, él sí se sintió contento de al menos verla feliz. Sonriendo de verdad. No solo por su futura novia, sino también por el pequeño grupo de amigos que tenía a su alrededor.

Además, supuso que al menos unos cuantos besos sí lograron intercambiar aquella noche. Porque una pasó al baño detrás de la otra, y cuando volvieron sus labios se veían un poco rojos e hinchados. Todos lo notaron, menos el señor Mario. Y nadie dijo nada, pese a saber precisamente lo que había pasado.

Dentro de todo, fue una madrugada divertida.


---


Alexandra y Aurora pasaron casi todo lunes charlando sobre aquella noche.

Ellas también tuvieron otra cita, el martes. Fueron a la biblioteca municipal juntas, a devolver los libros que habían tomado prestados, y conseguir otros nuevos. Pasaron a la casa de la artista a comer. Llevaron a Manchas por un pequeño paseo por el parque. Se despidieron luego de pasar horas y horas besándose bajo los árboles, y se prometieron volver a amarse en breve.

El miércoles, repitieron sus besuqueos bajo las gradas. El jueves, Alexandra volvió a escabullirse de su entrenamiento para posar en los últimos minutos del taller. El viernes, fueron a explorar un hotel abandonado con Giovanni. Y así que el paseo terminó y se devolvieron todos a sus casas, la sorpresa que los dos amigos le habían preparado fue desvelada:

El señor Mario, quien había pasado por la casa de su madre en su camioneta para charlar con su hija y compartir con ella su cena —pizza y gaseosa—, le contó que Aurora y Giovanni le habían pedido permiso para llevarla a la capital aquel pasado sábado, junto a Connie, Thiare y Bárbara.

También le dijo, para su asombro, que él se los había dado.

—Lo hice con la condición de que yo los llevara a todos ustedes, y que los fuera a buscar. No quiero que viajen allá en autobús solos, es peligroso. Así que los dejaré en la gasolinera que hay al lado del departamento de Carlos —Mario mencionó al hermano mayor de Aurora— por la mañana, y volveré a las ocho de la noche... Bueno, los llevaré a todos menos a Thiare y Bárbara, porque sus padres ya me avisaron que lo harán en persona.

—¿Hablas en serio? —Alexandra, pasmada, bajó su comida y lo encaró con las cejas en alto—. ¿Me vas a dejar ir?

—Es tu cumpleaños y quiero que lo pases bien. Te lo mereces, después del año horrendo que ambos hemos tenido. Y sé lo mucho que te gustan los libros de Alaister. No comparto tu obsesión con él pero sé que, si fuera un fan tan grande y tuviera tu edad, también querría ir a ver la película en cuanto saliera. Por lo que estoy siendo un poco menos duro con las reglas esta vez.

—Gracias...

—No, no me agradezcas aún. Hay más.

—¿Más?

—Sip. Les hice un pequeño favor a los seis... —Éll estiró su brazo a la guantera al frente de su hija y la abrió, enseñándole unos tickets de cine rojos que había escondido ahí—. Espero que los disfruten.

—Papá... ¿Por acaso son?....

—Asientos para la sesión de las dos de la tarde, en 4DX. Sí.

—¡¿QUÉ?! —ella exclamó, con vibrante entusiasmo.

—Así tendrán la experiencia completa —Al oír a su padre, la atleta casi deja a su pizza caerse al piso del auto, de tan emocionada y contenta. Se tiró hacia él y lo abrazó con ganas, mientras el señor Mario se reía de su reacción alocada y la abrazaba de vuelta—. Pero eso no es lo único.

—¿No? —Ella se apartó, curiosa.

—Nope. Aurora me preguntó si podrían hacer una noche de películas en su casa, así que volvieran. Le di mi permiso para que vayas, pero... le dije que la respuesta final sería tuya.

—¡Me encantaría hacerlo!

—Pues escríbele, prepara tus cosas, y diviértete. Eso es lo único que quiero que hagas este fin de semana.

La chica amplió su sonrisa todavía más y besó a su papá en la sien.

—¡Gracias! —exclamó, antes de continuar devorando su pizza, agarrar su celular, y hacer justamente lo que él le había sugerido.

Ella descubrió bastante rápido que la "noche de películas" de la que su guardián hablaba no sería compartida por los seis adolescentes. Eso era una mentira liviana de Aurora, para asegurar que sus sospechas sobre el evento fueran nulas. En realidad, todos los demás se irían a casa así que volvieran de la capital, dejando a Alexandra a solas junto a ella en su residencia.

La artista le explicó dicha táctica por el chat que compartían, volviéndola todavía más entusiasmada por la velada.

La rubia quería tanto tener un tiempo a solas con ella, que ya comenzaba a perder la razón. Necesitaba privacidad para amarla, y que la escultora hubiera planeado todo aquel itinerario solo para complacerla y saciar sus necesidades, la hizo enamorarse aún más de su persona.

Álvaro nunca había sido tan cuidadoso, observador y considerado.

Esta relación era un paraíso.

—¿Y mamá? —Alexandra decidió preguntar de pronto, al recordar que para su decepción la mujer en cuestión seguía existiendo—. ¿Está de acuerdo con esto?

—Te dio permiso de ir también. No te preocupes. Yo ya me encargué de ello —el señor Mario afirmó, con una calma reconfortante.

Realmente esperaba que su padre no le estuviera mintiendo al respecto. Porque ella no quería tener que lidiar con los mensajes descontrolados y furiosos de su madre por un paseo de un día a la capital.

—Okay —la joven se contentó con contestar, sin razones para dudar de su palabra... por ahora.

Ella entonces se volvió a concentrar en su celular. El nuevo grupo que Giovanni había abierto para charlar sobre su mini excursión estaba siendo llenado de mensajes por parte de Connie. Él y ella estaban coqueteando con descaro, mientras Bárbara y Thiare se reían, y Aurora se limitaba a responderles con emojis o frases cortas, directas al punto. Su disposición al contestar solo cambió cuando Alexandra se unió a la charla. Y al ver lo mucho que ella se estaba esforzando para ser más comunicativa y extrovertida, la atleta enrolló un mechón de su cabello detrás de su oreja, soltó un suspiro enamoradizo, y por un minuto se olvidó de donde estaba.

—¿Feliz? —su papá le preguntó, sonriéndole con gusto.

La rubia se sonrojó.

—Muy.

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