⇁ 01 ↼

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

☽ |  LUNA AZUL.


⋆⭒⋆⭒

—Suiza, Lucerna.

—¿Estás seguro de esto, Vanitas? —Observa a su amigo alistar lo último de sus maletas, siendo recibido por una mirada helada y distante. Le ha molestado, pero poco le importa.

Esta muy acostumbrado a recibir aquellos tratos por parte del otro, sin embargo, en aquellos momentos sus dudas son infundadas. Siempre se cuestiona los actos de su amigo, y siempre lo deja pasar; pero esta vez, es diferente. La decisión, nada tomada a la ligera, le da dolores de cabeza y admite tener miedo por su seguridad. No le parece bien lo que va a hacer y se lo deja en claro con su expresión seria.

El nombrado suspira, queriendo borrar de sus memorias la mueca de total inconformismo de su amigo, pero no lo consigue. Decide por tanto ignorarle, a sabiendas de que será mejor para ambos; después de todo, no le apetece entrar en una disputa otra vez.

 —Es que..., Quiero que lo pienses otra vez. —Humedece sus labios, en busca de calmar sus nervios. No lo consigue y la impotencia le ataca de improvisto—. ¡Te vas a ir a un país del que no conoces nada y en donde, probablemente, pierdas el tiempo!

Liam... —menciona con simpleza su amigo, queriendo calmar su repentina agitación.

El chico de piel morena desvía la mirada, intentando controlarse. No quiere perder los últimos minutos que vaya a compartir con su mejor amigo por algo que ya no se puede evitar. Escucha como el otro se dirige a él, y sin moverse, nota su agarre en sus hombros. Aquello le obliga a poner la atención en su persona, y se encuentra con unos iris dolidos, vacíos y rotos; se había pasado, lo sabía. Quiso arreglarlo, pero su amigo le quito las palabras de la boca.

—No pidas perdón, Liam. Tienes razón, lo sé, pero..., Quiero que me entiendas tú a mí —dice, con expresión resuelta.

—Te escucho, entonces, Vanitas. —Su tono deja en claro que está más tranquilo y dispuesto a comprenderle, así que este lo aprovecha.

—Viajar a Francia, aunque suene la idea muy descabellada, es lo único que puedo hacer para sentir que no me he rendido todavía con ellos, ¿sabes? —Liam se da cuenta de pronto, de lo hundidos que están sus hombros, alicaídos—. Quiero que comprendas que perseguir este soplo de esperanza, por mínima que sea, me es de mucha ayuda. 

El de piel morena lo mira, algo suspicaz, aún sin dejarse convencer del todo.

—¿Y todo solo por una estúpida idea que comentó Alba en la reunión médica? ¿En serio lo vas a hacer aunque sea una completa locura? —Vanitas asintió, sin dudar.

Con sus ojos verdes oscuros, quiso entrever algún miedo en su amigo, algo que le indicase que era simplemente un acto desesperado y tozudo, pero al no atinar con nada, y solo encontrarse con aquella mirada azulada, brillante y enigmática, se le quitan las ganas de deshacerle la idea de la cabeza porque sabe con certeza que nada de lo que diga le hará permanecer en Lucerna; no cuando puede tener la esperanza de que en otro lugar, pueda hallar lo que necesita para salvar sus vidas aunque eso signifique perseguir cuentos de ancianas.

Porque eso es lo que era Alba, una anciana loca de Lucerna.

Vanitas suelta su agarre, para regresar a los pies de su camastro y sostener con fuerza las únicas dos maletas que llevará consigo en su largo y tedioso viaje. Se da la vuelta para darle una pequeña sonrisa, escondiendo el cansancio de las eternas noches buscando curas sin resultado, y mostrándole su extraño positivismo con todo ello. Decidió confiar en su amigo.

—Sabes que te apoyo en todo, es solo..., Me preocupo por nada, ¿no es cierto? —Vanitas se ríe, con suavidad, para aproximarse a la puerta que dará fin a su encuentro fortuito.

—Me encanta que lo hagas, Liam, porque así me demuestras que eres real en este mundo. No dejes de hacerlo nunca. —Se vio confundido ante esas palabras.

—¿El qué? ¿Preocuparme por ti, y por todo lo que hagas? Jamás, te lo aseguro. —Ambos comparten una ligera sonrisa, queriendo que aquel ambiente cálido y feliz se mantuviera por siempre. No obstante, una llamada en la lejanía los interrumpe, y Vanitas sabe que es hora de irse, al menos, antes de que el arrepentimiento se acometa a su corazón.

Liam le da una suave palmada en la espalda, instándolo a marcharse deprisa. Los llamamientos detrás de ellos, en la habitación contigua, se hacían más fuertes por momentos y ambos chicos supieron que no disponen de más tiempo.

—Suerte, amigo, estoy seguro de que encontrarás lo que con tanto ahínco buscas. 

Vanitas guardó esas palabras en lo más profundo de su interior, sintiendo un enorme alivio. Por fin escuchó lo que le ayudaba a seguir adelante.

—Volveremos a vernos —le asegura, para finalmente dirigirse a la puerta del cuarto y salir por ella.

Liam escucha como la puerta que daba a la calle se cierra con fuerza, y sabe que ahora si puede responder al llamado. Con rapidez, se coloca una mascarilla y unos guantes de médico (profesión en la que trabajan él y su amigo), para ingresar al cuarto del que aquella voz, normalmente dulce, ahora habla con tono rasposo y áspero. 

Analizó los dos cuerpos convalecientes ante sus ojos, mostrando como en otras ocasiones que el padre adoptivo de Vanitas, que era el que en mejores condiciones estaba, o en este caso, sería más acertado decir que era el que más soporte tenía. Ambas presencias estaban próximas a la muerte, lo denotaba en el aire. Intenta que sus ojos muestren el brillo usual que tenía con ellos, casi no lo consigue.

—¿Dónde está Vanitas? —Los cabellos blancos del hombre se esparcían en la cama, alborotados y sin control alguno.

Liam se muerde la lengua y decide mentir, tal y como le había prometido a su amigo.

—Se ha ido a la casa de Teresa, ¿la recuerdas? Dice que necesita tiempo para estar solo. 

El hombre lo mira sospechoso, pero sin decir nada más, se dedica a sostener la mano de su hijo adoptivo pequeño, mientras cierra los ojos preparándose para la nueva revisión del día.

Liam ruega porque su amigo volviera pronto a casa, no se creía capaz de aguantar mucho tiempo con ellos, solo, y menos con esa piadosa mentira que le aseguraba haber fallado en la confianza de su familia. Porque sí, para él, aquella era su familia y siempre lo sería.



Vanitas no era de las personas que creían en fantasías o cosas por el estilo, pero estaba desesperado, algo que quizás no había admitido delante de su mejor amigo Liam. Había probado tantas cosas en los últimos meses con el deseo de salvar a su querida familia de la enfermedad que los estaba matando, que el deseo de irse a Francia fue prueba de ello.

Resulta que tras escuchar a la anciana Alba y más veterana en su profesión de unas plantas medicinales que se encontraban solo en Francia, es que decidió arriesgarse.

Sacar billete para el viaje no había sido nada difícil; una de sus buenas amigas le había ayudado con eso. ¿A cambio de qué? Obviamente de nada, le debía una por suplantarla una vez en el trabajo. No se preocupaba realmente por el hospedaje, porque semanas atrás se había puesto en contacto con su viejo amigo Dante y este gustoso le había permitido quedarse en su hogar al entender su desastrosa situación. Le estaba muy agradecido, pero no se lo diría jamás cara a cara. Antes muerto.

Sí, su amistad era así de extraña.

La locomotora en la que viajaba traqueteaba con suavidad y eso le ayudaba a repasar los informes de su padre y hermano pequeño, una y otra vez. Cierra los ojos tras leerlos por vigésima vez, y decide descansar. Era un viaje largo y realmente el hecho de por fin alejarse de casa y tener consigo un silencio que le resultaba demasiado cómodo, le gustaba. Había pasado tanto tiempo estresado por ayudar a su familia que este corto tiempo de descanso, le vendría muy bien. Vanitas visualiza unos pájaros negros revolotear a la distancia, y le surge el deseo de volar junto a ellos; a lo mejor así dejaba de sufrir. 

Sin embargo, una voz lo trae de nuevo a la realidad. Es un mesero.

—¿Qué desea tomar, monsieur? —Entiende que el hombre era del país que iba a visitar y agradece haber estudiado francés en sus tiempos mozos.

Guarda sus documentos en su maletín para darse espacio.

—Je pense qu'un peu de Cognac ne ferait pas de mal*. —El hombre sonríe gustoso al ver que puede usar su lengua nativa y me responde en la misma que me lo traería de inmediato.

La gente que lo acompaña en el vagón comedor, algunos, lo observaban curiosos; Vanitas los ignora. Se acomoda su larga coleta sobre su pecho y después acaricia su lazo azulado atado a su garganta. Eso lo ayuda a relajarse todas las veces, salvo esta curiosamente.

Todo se debe, por supuesto, a un hombre de cabellos rojizos y largos que lo mira de una forma un tanto intensa. Tiene sobre uno de sus ojos un parche oscuro y el que se libra de tenerlo, brilla de un color amarillento. Por la estructura de su cuerpo, bastante corpulenta, Vanitas supone que debe tener mucha altura.

Se lo confirma al levantarse de su asiento, varios más adelante. Viste un abrigo de pelaje bordó que lo hace verse más grande de lo que seguramente es. Una de sus manos enguantadas en cuero negro se alza sobre el chico, brindándole un seco saludo.

Vanitas no entiende que ha podido llamarle la atención para que quiera reunirse consigo, sin embargo, lo deja estar mientras espera su bebida. Mira hacia el horizonte, en busca de hacerle ver que no le interesa mantener ninguna conversación actualmente. No obstante, el hombre parece no darse cuenta de las señales y, ante la negativa interior del chico menudo, se sienta enfrenta suya. Algo le dice al joven médico que tenga cuidado con sus palabras.

—¿Regresáis o Visita? —Sus palabras suenan fluidas y aun así, un poco marcadas. Eso le indica a Vanitas que aunque sepa hablar su idioma, seguramente es aprendido. Puede asegurar que aquel hombre, de pies a cabeza, es un completo francés.

Sin embargo, frunce su ceño, pensando seriamente que responderle y que no revele mucho de sus verdaderas intenciones. Mueve una de sus piernas, nerviosamente.

—Visita, no por mucho tiempo. —El hombre muestra una sonrisa amable, y por alguna razón, a Vanitas no le llega a caer del todo.

«Este viaje va a ser muy largo», piensa, bastante molesto de que sus momentos a solas hayan durado poco. Dirige su vista hacia las manos fuertemente sostenidas del hombre sobre su regazo, y se pregunta quién es y que es lo que quiere de él.

—¿Cuál es tu nombre, muchacho? —El mencionado alza una de sus cejas, extrañado por su confianza al hablarle. Ve la manera en la que se inclina a él y como la gente del alrededor se remueven inquietos. 

El joven médico muerde su lengua, tratando de no sonar brusco. Pero no va a soltar prenda tan fácilmente si no recibe algo a cambio.

—¿No me dirá el suyo primero? Pienso que es lo más conveniente al tener en cuenta que quién se ha acercado es usted. —El hombre lo observa con interés y aparenta estar bastante satisfecho con mi respuesta.

Después se cruza de piernas y asusta al chico, al chasquear los dedos de improvisto. Al momento un hombre bajito pero joven se acerca con una bebida oscura y le sirve un vaso. Vanitas se pregunta si el hombre es alguien importante, o si el poder que parecía tener consigo era algo de lo que preocuparse.

—Me conocen como August Ruthven, pero para ti, Ruthven, joven. —Al chico no le suena para nada el nombre, pero ahora es su turno de presentarse.

Entrecierra un poco los ojos, buscando las palabras correctas.

—Vanitas, así se me conoce. No hay nada más. —El chico ve que el hombre de cabello rojizo hace una mueca pequeña, como si no estuviera conforme, pero pronto desaparece para recuperar su rostro jovial. 

—¿No hay nada más? ¿A qué se debe? Si puedo saber, por supuesto —quiso decirle que se fuera al infierno, pero se contuvo.

A continuación, un sudor frío lo recorre al escucharlo y al traerle desagradables recuerdos; remueve sus piernas, mientras que siente que los nervios lo invaden. ¿Qué necesidad había sobre saber más?, se pregunta utilizando un tono algo dubitativo.

—Mhm, supongo que no hay nadie de quien coger apellido. —Estaba siendo sincero.

El hombre de cabellos rojos asiente ante mis palabras, y antes de que pueda decir algo sobre ese tema, como caído de un milagro traen su bebida. Vanitas la recibe gustoso, brindando una cálida sonrisa al mesero quién se la devuelve. Después le regala una curiosa reverencia al del nombre Ruthven, y se aleja de su lado. 

El joven de piel lechosa, no duda en preguntar ante aquella extraña situación.

—¿A qué se debe todo esto, Ruthven? ¿Sois alguien importante? —El hombre se carcajeó con fuerza, e inclinándose hacia el, mantiene la copa bailando entre sus dedos.

El chico se ve obligado a tomar de nuevo un poco de distancia. El escaso espacio entre ambos ya comienza a inquietarle bastante.

—Podría deciros que es algo parecido, pero no os preocupes que tampoco soy el rey de Francia. —Volvió a reírse, pero no se echó hacia atrás; al contrario, parecía que estaba tomando más cercanía de la necesaria.

El chico al ver que no tenía más escape, trata de hacer un intento en relajarse tocando el lazo de su garganta. Busca la calma de su interior mientras desvía la mirada hacia el suelo, hasta que una duda surge en su mente y no tarda en expresarla directo como siempre.

—¿Por qué estáis aquí, Ruthven? 

El mencionado se tomó su tiempo para responder. Dando un tortuoso y lento trago de su copa, le responde que ya era tiempo para regresar a ocuparse de sus actuales deberes. Sin embargo, al comprender Vanitas que lo había malinterpretado, lo aclara con rapidez.

—No, no..., Me refiero a qué hacéis en este asiento conmigo, Ruthven. No os conozco de nada y creedme, aunque suela agradarme hacer nuevas amistades, siento que usted y yo pertenecemos a líneas muy diferentes —se explica, tratando de ignorar como el resto de la gente no les quita ojo de encima.

Ruthven permanece en silencio durante un largo rato, hasta decidirse por colocar una de sus enormes manos en las piernas cruzadas de Vanitas. En otras palabras, las ha colocado encima de las manos del joven que estaban apoyadas en las mismas. Decir que la incomodidad superaba limites insospechados, era decir bastante poco. Sin embargo, el joven médico sabe que no puede arriesgarse a tener problemas y aunque la sangre le esté hirviendo a través de sus venas, no dice nada.

—La razón es muy simple, Vanitas. —La manera en la que pronunció el nombre del chico, le puso los pelos de punta—. Vuestros ojos, eso es lo que me ha traído hasta aquí.

—¿Eh? —Muestra su desconcierto al momento de escucharlo y deshaciendo esa capa de hielo formada sobre su corazón. 

Con tan solo aquella mención de interés por sus ojos, es suficiente para descolocarlo por completo. Su vista se pone borrosa y su corazón comienza a latir con fuerza. Aquello consigue que la decepción se apodere de él, debido a que creía haber superado sus traumas.

Sin embargo, la cicatriz de su espalda lo atormenta constantemente y lo ata a ese maldito pasado que se niega a dejarlo ir. No sabe como, pero logra encontrar palabras para tratar de entender aquella bizarra situación.

—No os entiendo, Ruthven. ¿A qué os referís exactamente?

El rostro adulto se tornó en una sonrisa algo oscura y su voz habló con un tono tenue y paciente.

—Dejad que me explique. —Tomo unos momentos hasta que decidió apartarse de la proximidad de Vanitas y recuperar su anterior posición, bastante más alejada del chico. Algo que lo reconfortó considerablemente—. No he podido presenciar nunca antes un color como el de los vuestros. Deslumbran y poseen un brillo realmente mágico. Inevitablemente, me traen memorias de una historia antigua, la de la luna azul. ¿La conocéis?

Vanitas asiente, sin dudarlo en ningún momento.

—La conozco. —Vuelve a agitar una de sus piernas, inquieto—. La luna azul es símbolo de infortunio, y por lo que sé, se relaciona con los mitos de los vampiros. La historia de la luna azul dicta que cualquiera de ellos que nazca con ella brillando en el cielo, o se relacione con uno de esta clase, será odiado y detestado por los demás de su especie —menciona de memoria, recordando a último minuto un detalle muy importante—. El primer vampiro del clan de la luna azul juró vengarse de los vampiros nacidos en la luna escarlata al haberlo abandonado y al verse obligado al exilio y a vivir en soledad.

Era conocedor de esa historia por su padre biológico. Antes de morir solía contársela de pequeño. No recuerda mucho de esa época, lastimosamente, pero aquella leyenda es lo único que se mantiene a fuego en sus recuerdos.

Ruthven pareció encantado con el relato, como si se tratase de sus favoritas.

—Exacto, así es. Y por ese motivo, el color de vuestros ojos ha sido el causante de que me haya fijado en vuestra persona. Siempre lo he podido vislumbrar en lecturas o en artes que intentan asemejarlo, pero estoy seguro de que los tuyos son los reales y más cercanos a la leyenda. —Vanitas niega, moviendo una de sus manos de un lado a otro. Lo encuentra gracioso.

—No creo que sean parecidos en absoluto. Además, Ruthven, os olvidáis de un detalle bastante importante: se trata de una simple leyenda. —Pareció divertirse con lo mencionado y se incorporó para inclinarse hasta el rostro del más joven.

Sin previo aviso tomó su barbilla, y aunque el agarre era delicado notaba una tensión formada allí mismo. Sin mencionar el hecho del frío que emanaba del hombre.

Los ojos de ambos se cruzaron y a Vanitas le dio la sensación de que un rastro naranja, o quizás bordó se pasó por el único intacto que tenía el hombre. No obstante, no queriendo permanecer en ese agarre bastante intrusivo, se propuso a levantar una de sus manos para separarse. Pero nunca llegó a su objetivo, algo lo detenía y muy probablemente era ese extraño halo de misterio que parecía envolver al hombre.

No duró más que unos segundos en los que soltó una simple frase: —Todas las leyendas son reales, Vanitas.

Sin nada más que decir se separa de su lado y se marcha al vagón continuo, hondeando aquel abrigo largo y destacable. 

Vanitas al encontrarse nuevamente solo, tomó otro sorbo de su copa tratando de despabilarse de aquel encuentro magnético que habían tenido ambos. Poco quedaba para arribar a Francia, de eso estaba seguro; así que colocando la copa en el reposabrazos de su asiento, cierra sus ojos y cruza sus brazos sobre su pecho, para dormir con la imagen de ese cabello rojizo bailando en sus visiones.



—¡Por fin llegas, mi querido amigo! —Lo recibió un alegre Dante, que sonríe de oreja a oreja.

Sin pedirle ningún permiso, lo levanta del suelo para darle un estrecho y atosigante abrazo. Le da un par de vueltas en el aire hasta que con varios golpes en el cogote del otro, consigue liberarse del agarre. Dante agarre una de sus maletas a pesar de que trata de evitarlo, y le acaricia la cabeza. Él se aparta riendo.

—Solo quería darte una cálida bienvenida, tonto —dice su amigo, animado.

Este niega con la cabeza, dando por perdido a su amigo el calvito. Sujeta la maleta restante y observa su alrededor. La estación de trenes es impresionante y muy colorida; bastante diferente de lo que suele ver en Lucerna. Dante le trae de nuevo la atención con un golpe en el hombro y le insta a darse prisa para marcharse al que será su hogar temporal. Su coche espera fuera de la estación y mientras caminan en esa dirección, el chico mantiene la esperanza de que en este lugar la situación de su familia cambie definitivamente. No piensa rendirse hasta salvar a su familia.

Y así, el pequeño Vanitas sigue a su amigo sin darse cuenta de la extraña y misteriosa mirada que comparten Dante con el hombre de nombre Augusto Ruthven, que fija sus ojos en el muchacho de melena negra, situado varios metros más atrás. Su cabellera rojiza hondea en el aire junto con su capa oscura, y su iris amarillenta del único ojo intacto recupera el tono borgoña con el que había nacido.

—Vanitas, ¿eh?

✮ ; ; Dear, vampires

; ; aquí os traigo el capítulo uno de esta hermosa historia. realmente espero que les haya gustado ya que creo que he arreglado bastantes errores y he adaptado ya una escritura decisiva.

*La frase que le dice Vanitas al camarero es esta:

"Creo que un poco de Cognac (bebida francesa), no me vendría mal."

; ; por cierto, en la escena final del capitulo imagínense que esas miradas compartidas entre Dante y Ruthven son como las de la imagen de arriba de todo. pronto veremos sobre noé, los amo.

Se despide xElsyLight.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro