04. ashes and bones

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng













CHAPTER FOUR;
04. ashes and bones

   Drey se había levantado con mal sabor en la boca.

Claro, era de esperarse que la niña se sintiera mareada cada vez que cerraba los ojos y la terrible imagen de aquel titán saltarín se pintaba en su cabeza, masticando la parte superior de su madre, logrando que aquella sangre escarlata cayera por su barbilla, debido a los mordiscos que le dio al cuerpo de Dasha. Obviamente, dormir se había vuelto una tortura para la pequeña. El simple hecho de cerrar los ojos le ponía los pelos de punta y hacía volver la sensación pegajosa y tibia de la sangre en su cuerpo. 

La verdad es que, a penas Drey tuvo la oportunidad de darse un baño, lo hizo. Restregó cada parte de su cuero cabelludo con tanta fuerza que estaba segura, se había arrancado un par de mechones de pelo en el proceso. Se había tallado con tanta fuerza su rostro, brazos y cuello que su piel había tomado una coloración rojiza en las partes donde se había restregado con más fuerza de la que tenía pensada, durante varios días. 

—Mi cabeza me duele —fue lo primero que dijo Drey, después de haber despertado.

Las imágenes se reproducían en su cabeza. El titán gigante rompiendo la compuerta, el titán con armadura rompiendo la compuerta que podría protegerles en la muralla María y así, consiguiendo que la población huyese como ratas a esconderse en la muralla Rose, eran un conjunto de ideas que no abandonaban su cabeza. Claro, ella y su familia estaban a salvo, excepto por su madre, pero aquel era un tema sensible.

—Tal vez tiene que ver con que no has comido nada desde ayer —respondió Helena con un susurro. Los cuerpos de ambas niñas estaban tan débiles que hablar les cansaba demasiado. 

Los rumores acerca de ellos siendo hijos del demonio se había esparcido no solo por los sobrevivientes de Shiganshina, sino por todos los habitantes que se habían refugiado en Rose. Los comentarios acerca de Anton se volvían cada vez más crueles y solo lograba que el cuerpo de Drey se llenase de ira. Poco tiempo de estás a salvo, el hombre había tomado una venda mugrienta y había cubierto su ojo verde de nuevo y por alguna razón, Drey se sintió cómoda con ello.

Todos estaban enojados de tener que compartir su comida y espacio con aquel hombre. Las raciones de comida eran tan pocas, que la piel de las mejillas de Drey se había chupado notablemente. Su apariencia era enfermiza, su piel había adoptado un tono amarilloso y su cuerpo, de por si pequeño y delgado, se veía aún más minúsculo que de costumbre.

Drey soltó una risa amarga, que hizo que su estómago doliera debido a la fuerza del movimiento. Cerró los ojos con cuidado y se acurrucó contra el cuerpo de su hermana mayor. Tenía demasiado frío y Helena estaban tan calientita. Sintió que podría quedarse dormida de nuevo. 

—Comer —susurró Drey con amargura—. ¿Qué es eso? —terminó por decir. A pesar del cansancio y de la horripilante debilidad que residía en todo su cuerpecito, había logrado impregnar las palabras con sarcasmo.

—No hables así —reprendió Helena—. Por favor, no lo hagas. 

Drey abrió sus ojos lentamente, logrando observar a su hermana mayor. Estaba acostada sobre su costado izquierdo, su cabello largo y rubio caída desordenado sobre sus rostro. Sus iris grises relucían a través de las pajosas hebras de cabello, tan tristes y dolidos por las palabras de la menor, que esta sintió una punzada de culpa en su pecho. 

—Tienes razón —aceptó la platinada—. Lo siento, Lena.

Justo en ese momento, las grandes puertas de madera de aquel establo donde habían juntado a diferentes familias de la muralla María, se abrieron, dejando que un chorro de luz se colase entre la oscuridad del lugar. Drey se removió en su lugar, separándose de la comodidad que le brindaba la temperatura de Helena. La menor se incorporó con mucho cuidado, sintiendo su cabeza dar dos vueltas enteras. Cerró los ojos y apretó el puente de su nariz con los dedos.  

—¿Estás bien? —preguntó Helena, preocupada. 

Drey había decidido no comer casi nada, con tan de poder alimentar a su abuelo y a su hermana. Anton no sabía de lo sucedido, sino, hubiese alegado. «Yo ya viví, Audrey. Come tu, lo necesitas más que yo.» Pero la platinada no estaba dispuesta a perder más miembros de su familia, así que decidió no comer por ellos. No le importaba mucho si se convertía en cenizas y huesos, si lo hacía por ellos, no tendría problemas. 

—Si, si, no te preocupes —respondió ella, evitando negar con la cabeza para no marearse más, se sentía horrible.

De la puerta, tres pequeñas figuras comenzaron a caminar con rapidez hacia donde de encontraban las dos niñas. Después de observar un poco, logró divisar bien a las tres personas que iban hacia ellas. Al frente y liderando la caminata, iba un pequeño rubio de largo cabello, lo reconoció como el rubio amigo de Eren. Justo tras de él iba Mikasa y tras la pelinegra, caminaba Eren, un poco no muy contento con la idea que tenían sus mejores amigos.

El rubio de ojos azules corrió directo hacia las dos hermanas, mientras entre sus brazos apretaba algo. No bastó mucho para que llegara hacia ellas, sin pedir permiso, se arrodilló frente a ambas. Helena se incorporó con cuidado, sentándose justo al lado de Drey. El ojiazul las miró fijamente y luego postró frente a ellas, cuatro pedazos de pan. 

—¿Qué es esto? —preguntó Helena, con el ceño fruncido. 

—Ustedes me ayudaron cuando estaba en problemas —respondió el rubio, desviando la mirada de Helena, hacia Drey y luego volviendo a la rubia mayor—. Es lo menos que puedo hacer por ustedes. Mi abuelo mencionó que estaban pasando un momento duro, debido a los rumores que dicen sobre Anton Vólkov. 

—Que son mentira —se apresuró a añadir Drey. El rubio le miró, pero asintió, dándole la razón. 

—Resumiendo, pensé en devolverles el favor —el rubio pasó saliva con fuerza y luego formó una sonrisa que denotaba vergüenza—. Soy Armin, por cierto. 

Drey, sin poder evitarlo, estiró la mano levemente y tomó un pedazo de pan. La boca se le hacía agua, realmente no podía controlar su hambre y le dio un buen mordisco. Eren negó con la cabeza. 

—Soy Helena y ella es Drey —Armin asintió con la cabeza—. Oigan, Eren, Mikasa, Armin, ¿podrían ponernos al tanto de lo que ha sucedido a fuera?

—¿A qué te refieres? —preguntó Eren, sentándose junto a Armin de forma dudosa, pues quedaba justo al lado de Helena. 

La rubia suspiró solo un poco, bajando la mirada a los pedazos de pan, tomando uno entre sus manos. Drey mordisqueaba uno, sintiendo alivio al notar como los mordiscos de pan bajaban por su garganta. Por las murallas, que hambre tenía. 

—El abuelo no nos deja salir de aquí, dice que es peligroso para nosotras —respondió Helena, evitando mirar a Eren—. Drey ya ha tenido percances con los soldados de la Tropa de Guarnición por unos comentarios horrorosos que estaban diciendo. Aparte, somos un blanco, nadie se mete con el abuelo por miedo, nosotras somos su debilidad. 

El silencio que se formó fue lo suficientemente largo como para que Drey terminara su porción de pan y pudiese respirar con cierta tranquilidad. Claro, seguía hambrienta, pero comería el próximo pan cuando estuviera al límite de nuevo.

—Piensan llevarnos a cultivar la tierra y producir alimentos, no solo para nosotros, sino para toda la humanidad —murmuró Mikasa, sentada al lado de Drey. La platinada frunció el ceño. 

—Esclavos —susurró en voz baja—. Eso somos para ellos

—También piensan llevarse a una buena cantidad de hombres para recuperar la Muralla María —terminó por decir Armin—. Escuchamos a unos soldados hablar sobre eso, pero no están seguros de cuando llevarlo a cabo.

Los ojos de Helena refulgieron con un brillo especial. —¿Los soldados piensan recuperar la muralla? —preguntó con sorpresa, mientras le daba un mordisco a su pedazo de pan. 

—No, los soldados no —negó Eren, haciendo que las dos Vólkova lo mirasen atentamente, mientras parpadeaban con sorpresa—. Los habitantes de la muralla. 

Helena y Drey se miraron fijamente. ¿Acaso...? No, eso sería imposible. 

   La platinada tomó el rastrillo con más fuerza. 

Sus pequeñas manos a penas podían sostener bien dicho utensilio de trabajo. Suspiró, inhalando el aire helado del invierno, secando su garganta en el proceso y se esforzó en pasar la parte puntiaguda del rastrillo con la suficiente fuerza para hacer las líneas donde plantarían las semillas. Llevaba desde el amanecer haciendo lo mismo y, a pesar de llevar un año entero trabajando de forma monótona y mecánica, sus delgados brazos no podrían soportar mucho más. ¿Cuánto faltaba para el almuerzo?

Apretó los dientes con tanta fuerza, que toda su cabeza comenzó a temblar. Por un momento creyó que se partiría los dientes, mientras aplicaba mucha más fuerza con el rastrillo. La nieve que caía del cielo comenzaba a crear ligeras capas sobre la superficie, complicando en trabajo de por si, ya complicado. Los brazos le ardían y ella simplemente sentía que no podía más. 

—Audrey —una mano grande y callosa se posó sobre su cabeza. La niña, sudorosa y temblorosa, levantó la vista. La luz opaca del cielo nevoso le encandiló los ojos unos segundos, luego, frunciendo el ceño, acomodó la vista a la luz. Vio el brillante ojo gris de su abuelo y una delicada y muy dulce sonrisa con arrugas alrededor—. ¿Por que no tomas un descanso, cariño? 

La pequeña lo observó fijamente. Negó con la cabeza, su flequillo, ahora un poco más largo de lo que acostumbraba, se sacudió con el movimiento de su rostro. Sus mejillas estaban sonrojadas y su cuerpo ardía. Demonios, quería descansar, pero sentía que no debía. En lo más profundo de su corazón, simplemente no quería que su abuelo cargase con todo el solo. 

—No... abuelo —habló, en jadeos—. Estoy... estoy bien. 

—Estás cansada, Audrey —habló con un tono dulce, mientras acariciaba la cabeza de la niña—. Acompaña a Helena en la fila de las raciones, por favor. 

Antes de que la menor pudiese protestar, su abuelo le arrebató el rastrillo de las manos y comenzó a trabajar él. La niña soltó un suspiro y de muy mala gana, bajo la atenta mirada de los demás niños que debían trabajar, empezó a caminar lejos. No fue mucho tiempo en que empezó a escuchar los murmullos de las demás niños sobrevivientes de Shiganshina. 

«Mírala, la princesa demonio. Claro, como es demasiado perfecta, debe tener a cualquier otra persona haciendo el trabajo por ella.» «¡Eh, princesa demonio! ¿Ya agotaste tus poderes del infierno?» «¡Pero mira que trajo el viento! ¡Tan bonita pero tan demonio!»

Pasó saliva con fuerza. ¡Por las murallas! ¿Qué culpa tenía ella de ser bonita, rubia y de ojos verdes? 

Ignorando a todas aquellas personas, Drey siguió caminando con la cabeza baja. La sangre le estaba hirviendo. Quería girar, mirar a aquellos niños a los ojos y gritarles que eran unos malditos hijos de puta. Pero no lo hizo, como venía haciendo desde que los llevaron a los campos de cultivo, pensó como Helena. Aquello significaba tragarse todas sus opiniones y tratar de llevarse bien con todos, así el odio hacia ella y su familia, sería reducido de cierta forma. 

De lejos pudo observar como Armin, Mikasa y Eren, junto al abuelo de Armin, trabajaban con esmero. Los tres niños parecían esforzarse verdaderamente en conseguirse el espacio que tenían entre los refugiados. Quizás, por esa razón, ellos tres habían dejado de hablarles. Tan solo un año atrás, Armin había llevado comida a ellas, tan solo un año atrás, los 5 niños habían estado acompañándose y trabajando juntos para conseguir raciones, tan solo un año atrás, Eren había comenzado a hablarle poco. No la saludaba, no la miraba, tampoco le dirigía la palabra. 

Drey no quería admitirlo, pero le dolía el corazón por la indiferencia de quienes, se supone, eran sus amigos. 

Soltó un suspiro sin ganas. El vaho se arremolinó frente a ella y siguió caminando hasta la caseta de madera, desde donde una larga fila de hombres, mujeres y niños esperaban a su turno, para reclamar sus raciones de comida. Justo en la entrada de la caseta, el cabello rubio de Helena resaltó entre toda la oscuridad del ambiente. La menor trotó hasta su hermana y en poco tiempo la alcanzó. 

—¡Drey! —exclamó sorprendida, observando a su hermana menor. Traía las mejillas y la punta de la nariz rojiza, aún así, tenía la frente sudada y el flequillo se le pegaba a la piel. Parecía cansada—. ¿Qué haces aquí? ¿No estabas de turno? 

—Si, pero el abuelo...

Helena no le dejó terminar, pues soltó un claro «Ah.» y terminó asintiendo con la cabeza. La mayor se rodó un poco y le hizo espacio a su hermanita en la fila de las raciones. Esta acción no fue pasada por alto. 

—Eh, ¡¿Quién mierda se creen que son, pequeñas idiotas?! —gritó un señor tras las dos hermanas—. En esta fila está prohibido guardar los lugares. Así que hazme el favor, niñata y ponte al final, dónde perteneces. 

Helena suspiró. 

—Disculpe, señor, pero es mi...

—¡Cállate, rubia metiche! ¡No me interesa quién carajo sea esa niña escuálida! —el hombre cerró los dedos de su mano sobre el brazo de la menor. 

Y eso fue la gota que derramó el vaso. La de ojos verdes sintió que su rostro entero adquirió una tonalidad de rojo casi imposible. Sus ojos destilaban un veneno tan puro que a cualquiera que mirase, temblaría de terror al verla. Apretó sus pequeños dedos sobre la mano callosa del señor con tanta fuerza que escuchó como el señor aguantó un quejido. 

Entonces, levantó la vista del suelo y el hombre se retorció del terror. Lo que había sido una niña hermosa de bellos ojos esmeralda y un llamativo cabello platinado, se había convertido es esa cosa, que lo miraba con tanta ira acumulada que tuvo miedo de que ella se le abalanzara encima y le sacara los ojos con sus propias manos. 

—¿Acaso no sabe con quién está hablando, animal rastrero? —preguntó con los dientes muy apretados—. Lo diré lentamente para que su minúsculo cerebro sea capaz de procesar la información: Somos las Vólkova de las que tanto hablan, así es, las malditas princesas demonio. Le digo que, si no quiere que lo convierta en un cerdo y alimente a sus hijos de su carne, mejor ¡cierre la boca y manténgase al margen, gran imbécil! 

Con un pequeño empujón, la niña soltó la mano del hombre, quién prefirió quedarse cayado y esperar a que las niñas ya no estuviesen cerca para comenzar a divulgar lo sucedido. En menos de media hora —y bajo una amenaza parecida a la que le dijo al hombre de la fila—, ambas pudieron conseguir raciones para ellas y para su abuelo, que había trabajado por él, por Helena y por Drey. Ambas niñas corrieron hacia donde estaba su abuelo, realizando en trabajo que debía haber estado haciendo Drey, pues ya había terminado con su parte y con la de Helena. 

Las dos niñas insistieron en que su abuelo tomase un descanso, le entregaron su ración de comida y ellas trabajaron sin descanso hasta el anochecer. Bajo bromas, frío y risas, ambas pequeñas se empezaron a acercar a la cabaña de refugiados donde se alojaba la pequeña familia. 

—Hubieras visto el rostro de las personas alrededor —comentó Helena, reteniendo una risotada—. ¡De verdad creen que puedes convertir a alguien en cerdo! 

Drey rió fuertemente y negó con la cabeza. 

—Debería intentarlo —pensó, fingiendo seriedad. Helena le dio un golpecito con su hombro—. A ver, pero ¿te imaginas que si seamos capaz de convertir personas en cerdos? Solucionaríamos la superpoblación y la hambruna. ¡Seríamos heroínas!

—No colgarían por brujería —alegó Helena, no muy segura de donde había escuchado aquella frase, se le antojaba familiar. 

—Naturalmente, no le diríamos a nadie de donde provienen los cerdos que se están comiendo —alegó la menor con obviedad—. A todas estas, ¿a qué te refieres con qué nos colgarían por brujería? ¿Qué es brujería, de hecho? 

Helena se detuvo un momento, un escalofrío le recorrió el cuerpo y Drey rápidamente le abrazó para evitar que se enfermase. No les convenía a nadie, de hecho. 

—Si te soy muy sincera, no estoy muy segura de qué fue lo que dije —la mayor se encogió de hombros, disfrutando del calor corporal que le proporcionaba su hermana—. Simplemente me pareció correcto. 

Drey asintió con la cabeza. Al igual que Helena, ambas decidieron no darle mucha atención a lo que había sucedido y siguieron caminando, abrazándose la una a la otra, puesto que el frío que se colaba por entre sus delgadas y finas ropas era tan fuerte que, sin ir abrazadas, probablemente ya se hubiesen congelado. 

De repente, mientras caminaban entre la oscuridad de la noche, escucharon un sollozo que pretendía ser silencioso. Los ojos verdes buscaron los grises casi de inmediato y con el ceño fruncido, ambas niñas corrieron en busca de la persona que estaba sollozando. Helena fue la primera en llegar y entre la oscuridad fue capaz de observar a la menor trotar hacia la gran piedra que estaba en la mitad del camino. Tras ella, supuso Drey, se encontraba la persona. 

Fueron cuestión de minutos para que Drey pudiese llegar hacia la piedra y la imagen la sorprendió un poco. Un chico de largo cabello rubio sollozaba con la cabeza escondida entre las rodillas, solitario y en la oscuridad. De inmediato, Drey lo reconoció como Armin. 

—¡Armin! —exclamó la menor con sorpresa, logrando así que el pequeño rubio diera un salto—. ¡Por las Murallas! Lo siento, Armin, no pretendía asustarte. 

Drey se agachó sobre sus pies y sostuvo la mano del rubio entre sus pequeñas manos. Estaba helado, seguro llevaba un buen tiempo ahí sentado, mientras lloraba en la oscuridad. 

—¿Por qué llorabas? —preguntó Helena, copiando la acción de Drey, solo que sin tomar la mano del rubio. 

—Yo... esto... —parecía avergonzado de hablas, así que Drey le regaló una sonrisa cálida y Helena se sentó junto a él, se quitó el saco de lana y se lo puso al rubio, asegurándose de que se calentase un poco—. Van a tratar de retomar la Muralla María, con los civiles hombres refugiados. Mi... —su voz tembló un poco—. Mi abuelo fue reclutado. 

Helena ahogó un suspiro de sorpresa, sin poder evitarlo rodeó a Armin entre sus brazos, mientras su largo cabello rubio y liso cubría al niño completamente. Los ojos grises buscaron los verdes de Drey y fue como si ambas supieran que lo vendría. La menor sintió sus ojos llenarse de lágrimas. No, no podía ser, simplemente no tendía ningún sentido. Ella negó con la cabeza y solo pudo ver a su hermana mayor cerrar los ojos con fuerza mientras las lágrimas caían de sus ojos. 

Drey, con el corazón doliéndole de una manera casi imposible, soltó la mano del rubio y se acomodó junto al otro lado, uniéndose al abrazo, dejándose sollozar en silencio. Y Armin lo entendió, lo supo por la forma en la que las dos niñas se aferraban a su cuerpo en busca de alguna especie de consuelo, de la misma forma en la que él se aferraba a los brazos de la Vólkova mayor. 

Él, Armin Arlet, entendía el dolor de las dos hermanas como nadie nunca lo haría, porque para ellos, sus abuelos eran lo único que les quedaba. ¿Quién lo diría? En menos de un año, sus familias se habían reducido a nada más que ceniza y huesos. 













créanme que armin, helena y drey son un trío dorado super espectacular, les juro que el dolor de los tres es complementario y se entienden, por eso no se sorprendan si se encuentran momentos softs entre los 3.

anton vólkov merece mucho más de lo que parece, es un sol y me duele que tenga que irse tan pronto, anyways, espero que les haya gustado este capítulo para contextualizar un poco de lo que vivieron las hermanas antes de unirse a la legión 

y no se preocupen, drey le dará su paliza a eren por dejarla de lado. drey tipo: la traición hermano xd xd

ya, nos vemos en el próximo domingo de centuries

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro