𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐟𝐨𝐮𝐫. (real life) ⊹ i don't like your perfect crime.

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𖥔 ּ ִ 𝐭𝐰𝐞𝐧𝐭𝐲 𝐟𝐨𝐮𝐫. I don't like your perfect
crime / real life.

📍NUEVA YORK, ESTADOS UNIDOS.
🗓️ 1 DE JUNIO, 2016
🕝 18:55 p.m

TODO ERA PERFECTO. TANTO QUE ASUSTABA.

Después de aquella exitosa y perfecta cita, Dawn y Ryan habían llegado a casa ruborizados y exaltados. Ni siquiera tuvieron tiempo de sacar las cosas del coche, pues volvieron a unir sus labios en la oscuridad de la calle en lo que esta vez era un beso real, lejos de aquel beso bajo la farola que se habían dado hacía meses para librarse del paparazzi que se escondía entre los arbustos, y se habían metido dentro de la casa sin mirar atrás.

Una semana después, todo seguía igual de resplandeciente. Y quizá penséis que es estúpido, pero Dawn estaba asustada. Aterrorizada, mejor dicho. Había estado en cuatro matrimonios anteriores y, aunque tenía claro que Ryan no era como ninguno de sus ex maridos, una pregunta no dejaba de rondar por su cabeza siempre que él la abrazaba mientras veían una película o siempre que se giraba y él dormía plácidamente junto a ella: ¿será él el definitivo?

La pregunta volvió a atormentarla mientras cortaba en rodajas un tomate para la ensalada de la cena. Dawn trató de recordar si en algún momento había pensado en eso en sus anteriores relaciones, si en algún momento se le había pasado por la cabeza que quizá Conrad podría ser el definitivo, el padre de sus hijos, el amor de su vida. Pero no encontró nada. Porque nunca lo había sentido así. Dawn creía haber estado perdidamente enamorada de Conrad y que nunca nadie podría relevarlo en su corazón, y sin embargo ahí estaba Ryan: rompiendo todos los esquemas, creyendo en ella, apoyándola en los malos momentos y también en los buenos. Ahí estaba él, amándola de vuelta.

El sonido del timbre resonó por toda la casa y Dawn levantó la mirada de la tabla de cortar para mirar a Ryan, que estaba cortando un aguacate junto a ella.

—¿Esperas a alguien?

—No —dijo. Dejó el cuchillo y el aguacate sobre la tabla, se secó las manos con un trapo, le dejó un casto beso en los labios y añadió —. Voy a ver quién es. Ahora vuelvo.

Vio a Ryan salir de la cocina y lo escuchó cruzar el salón, hasta llegar a la puerta de la entrada. Escuchó el sonido de la puerta abrirse y luego...

No.

No podía ser.

Esa voz...

Dawn se hizo un corte en la mano al escuchar esa voz. Siseó de dolor y dejó el cuchillo sobre la tabla, cogió el trapo de cocina más cercano, se lo enrolló en la mano y salió de la cocina con rapidez, exaltada y con los nervios a flor de piel.

No necesitó cruzar el salón para ver quién estaba de pie delante de su puerta. Le bastó con ver su figura alta y elegante, la barba corta de color castaño y aquellos ojos azules que una vez habían sido sus favoritos. Conrad Winston, el mismo que le había destrozado su carrera profesional y, con ello, la vida, estaba en el salón de su casa con las manos en los bolillos y la indiferencia escapándosele por los poros.

—Intenté echarlo, pero ha entrado igualmente —Ryan trató de explicarle, acercándose a ella.

Dawn solo podía mirar a Conrad. Pero no como solía hacerlo hacía meses, sino con un odio que podría asustar incluso a la persona más valiente del mundo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Él agachó la cabeza y soltó una risa.

—¿No me vas a saludar? —preguntó con burla —. Antes te encantaba venir corriendo como una niña a la puerta a saludarme.

—Y tu disfrutabas viendo como me arrastraba a por ti —espetó Dawn —. ¿Cómo es que los papeles han cambiado tan rápido?

—Yo no me arrastro por ti ni nunca lo haré.

—¿No eras tú el que estuvo aquí hace semanas con un ramo flores en la mano esperando a que te abriera la puerta? —Dawn cuestionó, arqueando las cejas. Conrad no respondió —. ¿Qué querías? ¿Quedar como la víctima? ¿Hacer creer a todo el mundo que le estoy poniendo los cuerno a mi marido contigo? ¿Quieres joderme la vida otra vez? ¿Eh? ¿Es eso?

—No exactamente —Conrad se giró sobre sus talones y empezó a toquetear las cosas que Dawn tenía colocadas en el mueble de la entrada. El hombre agarró una foto enmarcada que Daniel había tomado de la pareja cuando ninguno de los dos miraba y soltó una risa nasal —. Qué cucos. Aunque me gustaba más la nuestra. Respondiendo a toda esa verborrea que acabas de soltar: no he venido aquí por ti, Dawn. He venido por él.

—Yo tampoco te quiero aquí —Ryan le contestó de inmediato sin titubear —. Así que ya te puedes ir.

—Me encantaría —los ojos de Conrad recorrieron el salón y una mueca de asco tiró de sus labios —. Este lugar es verdaderamente horrible. Pero estoy decidido a no marcharme hasta que no escuches lo que tengo que decirte. No he venido a quitarte a tu mujer, si eso es lo que te preocupa.

—La verdad es que no le preocupa en lo más mínimo, teniendo en cuenta todo lo que le hiciste pasar.

—¿Y qué te ha contado exactamente? —Conrad entrecerró los ojos, pero Dawn pudo ver esa sonrisa engreída que siempre ponía cuando tenía un plan. La pelirroja había memorizado a aquel hombre a la perfección durante años y, si algo tenía claro, era que no le gustaban los juegos de Conrad Winston —. ¿Que yo la engañé? ¿Que le robé todo el dinero? ¿Que no le dejaba elegir los roles que quería interpretar? ¿Que soy tóxico y la peor persona del mundo? Sinceramente, Dawn, no estás para hablar. Ambos sabemos lo que hiciste.

Pero Dawn no había hecho nada. Ella lo sabía. La única pelea que había tenido con Conrad había sido el último día de relación, cuando ella encontró en su ordenador todos aquellos mensajes a los directores de sus próximas películas pidiéndoles que la despidieran por cualquier motivo. Dawn había tenido el valor y el coraje de enfrentarse a la persona que llevaba aprovechándose de ella emocionalmente durante años y se había marchado sin mirar atrás. Y aunque Conrad le había destrozado la vida por romper con él, ella se había dado cuenta durante todos esos meses de lágrimas y lamentos de que se arrepentía de no haberse dado cuenta antes de a quién tenía al lado. ¿Era ese su crimen? ¿Buscar su bienestar? ¿Irse sin mirar atrás y no arrepentirse?

—No la mires a ella, no te va a decir la verdad. —Dawn giró la cabeza y se encontró con la mirada confundida de Ryan —. Te tiene justo donde quería.

—No te creas nada de lo que dice, Ryan —Dawn murmuró con la voz más segura que pudo poner. Estaba realmente asustada. Lo último que quería era que Ryan escuchara las palabras de Conrad, que se las creyera. Que cayera en su juego. Ella lo miró fijamente a los ojos y tomó su mano , tratando de buscar algo que le dijera que el Ryan que había estado junto a ella durante meses seguía ahí y que no iba a creer una sílaba de lo que dijera Conrad —. Está mintiendo.

—Puede —Conrad respondió volviendo a llamar la atención de ambos —, pero nunca lo sabrás si no me escuchas, Ryan. Hagamos una cosa: ven conmigo a mi casa. Nos tomamos una copa mientras te hablo de los recuerdos que tengo con Dawn y después, si estás convencido de que es con ella con quien quieres pasar el resto de tu vida, vuelves. Así de fácil.

—No vayas —Dawn casi se lo suplicó —. No va a hacer nada más que mentirte. Ryan, si de verdad yo hubiera hecho algo que no debí te lo habría contado. Te lo he contado todo, de principio a fin. No he escondido nada. Mírame —Dawn suplicaba esta vez. Ryan estaba mirando las pintas de sus zapatos, como si estuviera pensando en algo. Y Dawn no quería hacer suposiciones, pero creía saber qué era ese algo —. Ryan, por favor. Por favor, no te vayas.

Él le sonrió y le plantó un largo beso en la frente. Ella, oh tonta ella, volvió a respirar con normalidad. El aire entró en sus pulmones como un río en el mar. Ella sonrió, enormemente, con esa sonrisa que él había disfrutado ver días y noches, y se permitió pensar que había conseguido que Ryan no jugara el juego de Conrad. Se permitió el placer de sentir que todo estaba bien. Pero no lo estaba. Porque cuando él se separó la mirada en sus ojos era de pura tristeza. Y ella supo que había cometido un error.

—No —murmuró, las lágrimas acumulándose en las cuencas de sus ojos.

—Lo siento.

Dawn negó con la cabeza. Se odiaba por creer que por fin había encontrado a alguien que la creyera, que estuviera dispuesto a escuchar las críticas y no hacerles caso, que se quedara junto a ella sin importar qué.

Tonta, tonta, tonta.

Dawn lo vio acercarse a Conrad.

—Dawn, corazón, deja de intentarlo de una vez —Conrad le dijo, pronunciando aquel apodo con mofa —. Nadie te cree y nadie te quiere. ¿Qué más necesitas para darte cuenta?

No lo sabía. Pero Dawn se planteó hacer lo que Conrad había dicho: dejar de intentar encontrar a lo que sus padres llamaban “alma gemela”, el amor de su vida. Ya estaba cansada de intentarlo y ser golpeada una y otra vez.

La mujer no respondió. Se limitó a mirar a Ryan con ojos suplicantes, haciendo un último esfuerzo para que volviera y se quedara con ella.

Pero no lo hizo.

Se marchó detrás de Conrad.

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