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𝟐𝟎 𝐝𝐞 𝐚𝐠𝐨𝐬𝐭𝐨 𝐝𝐞 𝟏𝟗𝟗𝟕

Ese día era el cumpleaños de Ben, el hermano de Emma. Habían celebrado una gran fiesta en su casa, en el sótano.

Sus padres, Tricia y Thomas, se habían esforzado mucho en crear un ambiente en el que los niños se sintiesen a gusto.

Ben había invitado a mucha gente de su clase del colegio, entre ellos sus dos mejores amigos: Skandar Keynes y William Moseley.

Emma se llevaba muy bien con Skandar, congeniaban muy bien y tenían gustos muy parecidos. Ambos eran fans de Star Wars y se pasaban el día hablando de las películas.
Además, les gustaba reírse de la gente, y esa era la mejor parte.

En cambio, William y ella seguían como siempre. Todo el mundo estaba cansado de sus constantes peleas. Lo único que sabían hacer entre los dos era insultarse, pegarse, insultarse, pegarse, y... ¡ah, claro! Insultarse.

Anna y Emma volvían de las clases de música a las que se habían apuntado aquel año. Estaban muy emocionadas, llevaban un año planeando que debían formar un dúo musical. Anna iba al conservatorio y tocaba la guitarra; y Emma tocaba el piano.

Estaban en el coche de la madre de su amiga, Debra, puesto que sus padres estaban en el cumpleaños de Ben. Anna estaba sentada en el asiento copiloto, y Emma estaba entre los dos hermanos pequeños de Anna. Freddie, un bebé de tres años de cabello pelirrojo; y Lulu, de seis años y cabello pelirrojo también. Los tres tenían los mismos ojos azules claros. Emma los envidiaba. Su ojos eran de un color marrón oscuro aburrido.

—Entonces, es el cumpleaños de Ben —decía Debra.

—Sí, le he dicho a Anna que venga —contestó Emma.

Miró a Freddie, que la miraba riendo. Era un niño muy risueño y adorable. Emma le hizo cosquillas y el bebé comenzó a reír.

—¿Y cómo está tu hermano Jack?

A parte de Ben, Emma tenía otro hermano, Jack. Jack era el más pequeño de los tres, había nacido en 1991, tres años después que ella. Tenía la edad de Lulu, la hermana de Anna.

—Bien —respondió Emma con simpleza—. Molestando, como siempre.

Anna y Debra rieron un poco.

—Jack habla mucho en clase —comentó Lulu—. A finales de curso lo castigaron en el despacho del director.

Emma comenzó a reír.

—Es bueno saberlo. Gracias, Lulu.

Llegaron hasta la puerta de la casa de Emma, y en ese momento abrieron la puerta. Emma bajaba a la vez que su madre, Tricia, llegaba hasta ellas.

—Hola —saludó a Debra con una sonrisa.

—¿Cómo vais a ahí dentro? —Preguntó Debra, compadeciéndose de ella por tener la casa llena de niños.

—Como se puede —ella se encogió de hombros—. Escucha, justo te iba a llamar para decirte que os quedéis. —Debra iba a replicar—. Insisto. Pasad y así los niños juegan un rato y tú y yo nos tomamos algo.

Debra fue convencida y decidió bajar junto a sus hijos.

—¿Qué tal la clase? —le preguntó Tricia a su hija, abrazándola de lado.

—Bien. Hemos tocado Clair de Lune.

—Me encanta esa canción —comentó su madre a la vez que entraban en la casa.

Desde la entrada se escuchaban los gritos de niños en la planta inferior. Se escuchaba a gente correr, comer, cantar, y la música puesta a toda voz.

Anna y Emma dejaron sus mochilas en el salón, donde estaban algunos padres a los que no saludaron porque les daba pereza. Entonces se les acercó Juliette, la madre de William Moseley.

—Hola, chicas —les saludó con una gran sonrisa.

—Hola —respondió Emma también sonriendo. La madre de William le caía muy bien, era muy cariñosa con ella.

—¿De dónde venís?

—De clases de música —respondió Anna.

—Qué buenas chicas —comentó Juliette cruzándose de brazos—. Estudiando hasta en verano.

—Bueno, en realidad empezaremos las clases en diez días —contestó Emma con pesar.

—Los demás están abajo —Dijo Tricia acercándose a ellas—. Por cierto, Jul —llamó a la madre de William—. ¿Daisy no estaba por aquí?

Daisy era la hermana pequeña de William, tenía un año menos que Anna y Emma. Habían hablado alguna vez, pero Daisy era muy tímida y nunca se iba con ellas.

—Podemos buscarla y que se venga con nosotras —se apresuró a decir Emma cuando pilló la indirecta de su madre.

Tricia le sonrió en respuesta a su hija, agradecida.

—Está abajo —Dijo Juliette mirando con amor a Emma—. Gracias.

Emma y Anna corrieron escaleras abajo para salvar a Daisy de aquella jauría de perros hambrientos. La mayor parte de los invitados eran chicos del curso de Ben y sus amigos.

Cuando llegaron hasta abajo, confirmaron que habían más niños que niñas. Había cinco niñas y como veinte chicos.

Vieron a Daisy en un rincón, comiendo con lentitud y sigilo un trozo de tarta de chocolate. Aún no las había visto.

—Vamos —Emma agarró a Anna de la mano para conducirla hasta allí, pero entonces alguien se interpuso entre ellas.

Era Ben. Llevaba un vaso de coca-cola en su mano.

—Habéis venido.

—Es mi casa —Respondió Emma con obviedad.

—Feliz cumpleaños, Ben —le dijo Anna al hermano de Emma con una sonrisa tonta.

Emma se había percatado de que su mejor amiga veía a su hermano como ella miraba a Han Solo cuando veía Star Wars.

—Gracias, Anna —respondió él sonriendo un poco.

La escena de los dos tortolitos mirándose con dulzura acabó cuando llegó hasta ellos William. Llevaba su cabello rubio despeinado y llevaba una camisa azul oscura. A él no le solía gustar vestirse así, estaba claro que su madre lo había obligado.

—Ah, pero si son Anna y Carapán. —comentó con diversión.

Emma no respondió y puso los ojos en blanco mientras los empujaba y pasaba por su lado, dirigiéndose hacia Daisy.

Daisy la miró. Era una niña de cabello rubio y ojos azules muy parecida a sus hermanos Benjamin y William.

—¿Te quieres venir con nosotras? —le preguntó Emma. Anna llegó hasta ellas.

—Umm... claro.

Daisy se levantó y Emma pasó su brazo por los hombros de la rubia. William las miró de lejos y comenzó a acercarse de nuevo.

—Qué pesado es tu hermano —dijo Emma cansada. Daisy comenzó a reír a la vez que William llegaba hasta ellas.

—No me digas que te está tocando este engendro —William miró a Emma con desprecio.

—Está acostumbrada a ellos —Emma le sonrió con falsedad—. Convive contigo todos los días.

William le sacó el dedo corazón y Emma lo repitió. Anna las obligó a seguir andando.

—Vamos al despacho de mi padre —decidió Emma—. Allí nadie nos molestará.

Entraron en el despacho, que estaba al lado del sótano. En la planta de abajo había tres puertas: la más grande era la del sótano, a su derecha estaba la del despacho, y a la izquierda estaba la que daba al garaje.

Allí su padre tenía un montón de cosas, pero nunca cerraba el despacho porque todos allí estaban avisados de lo que les haría si estropeaban algo. Emma sabía que si sólo ellas entraban allí no pasaría nada.

—Sentimos que hayas tenido que estar ahí sola —le dijo Anna—. Los de quinto curso son asquerosos.

—Y que lo digas —contestó la niña—. No paraban de hacerme preguntas y decirme groserías.

—Nos ven como bebés solo porque nos llevan un año —Emma puso los ojos en blanco.

En ese momento se apagó la luz del despacho y escucharon como alguien reía al otro lado de la puerta. Eran muchas risas a la vez.

—¡BEN! —gritó Emma con enfado—. ¡Enciende las luces ahora mismo!

El interruptor estaba fuera del despacho, así que fácilmente alguien las tenía que haber apagado. Y tenía que ser su hermano.

Emma se levantó frustrada de la silla y anduvo hasta la puerta para abrirla. Pero no podía. Era como si estuviese atrancada. Se escucharon más risas en el exterior.

—¡Ya basta! —gritó Anna.

—¡Os vais a quedar aquí para siempre! —Escucharon decir a William al otro lado de la puerta.

—¡Estáis tan obsesionados con nosotras que en vez de disfrutar de un cumpleaños os pasáis el día molestándonos!—chilló Emma.

Eso hizo que la puerta dejase de ser oprimida y al final pudo abrirla. En ese instante todos los que estaban fuera entraron. Se trataba de Ben, William y Skandar.

William la empujó al pasar, y Emma cayó al suelo.

—Para, tío —le regañó Ben a su amigo, ayudando a su hermana a levantarse.—¿Qué hacéis aquí metidas?

—Huir del zoológico —respondió Anna.

—¿Qué zoológico? —Preguntó Skandar sentándose encima del escritorio—. Eso es un manicomio.

Emma entonces rió. William miró mal a Skandar por hacerla reír.

—Por dios, deja de reírte, no ha sido gracioso —Comentó William con cansancio.

—¿Tanto te molesta verme feliz? —preguntó ella con asco.

—Sí. Me agrada cuando estás triste o molesta.

—¿Podéis parar con vuestra pelea? —Preguntó Skandar, cansado de ellos dos.

—Sí, ya empezáis a cansar —comentó Daisy, que también se había acostumbrados las continuas disputas entre ellos dos—. Parecéis un matrimonio viejo.

Emma y William se miraron unos segundos y después miraron a otro simulando que comenzaban a vomitar.

—¡Qué asco! —gritó William—. Si ella fuera mi mujer, me querría morir.

—¡Si tú fueras mi marido te habría matado yo!

Entonces los dos volvieron a gritarse y a decirse de todo, incluso comenzaron a empujarse y William apretó el moflete de Emma, sabiendo que ella odiaba eso.

No se habían dado cuenta de que Ben se había acercado lentamente fuera del despacho y había apagado las luces. Eso no había parado a los dos para que siguiesen discutiendo.

En cuanto encendió la luz de nuevo, todos vieron cómo William y Emma se habían quedado paralizados a punto de hacer su próximo tanto.

Emma tenía su pie apuntando hacia la entrepierna de William, a punto de darle una patada allí. William se dirigía hacia el cabello de Emma, para tirar de él con fuerza. Ambos se miraron con los ojos muy abiertos al ver lo que el otro se había propuesto.

—¡Eso habría sido muy sucio, que lo sepas! —William señaló con su dedo a Emma, muy furioso.

—Anda, por favor, deja de llorar —contestó ella. Luego miró a las chicas—. Vámonos nosotras.

Entonces las demás la siguieron y salieron del despacho, pero los chicos las siguieron, porque ya no tenían nada más que hacer allí.

Lo que no sabía Emma es que Louis, un amigo de su hermano, corría por el sótano con un bate de béisbol en mano. Emma entró en el sótano y Louis, sin querer, la golpeó con el bate de Ben en el ojo.

Emma cayó al suelo y William comenzó a reír. Entonces Emma comenzó a llorar, le había hecho mucho daño y no podía abrir el ojo del dolor.

—Madre mía —Louis se agachó para mirarla—. Lo siento muchísimo, Emma. No ha sido queriendo.

William dejó de reírse de ella cuando vio que ella lloraba y que se había hecho daño de verdad.

Louis apartó la mano de Emma de su rostro para poder ver bien su ojo lastimado. Se echó un poco hacia atrás con terror cuando vio que estaba un poco morado.

—¿Está muy mal? —preguntó Emma entre lágrimas.

—Un poco —Respondió Louis con una mueca. La ayudó a levantarse con cuidado—. Lo siento mucho, Emma.

No sabía por qué, pero William se sintió muy enfadado cuando vio que Louis estaba tan cercano a ella.

—Es igual —respondió ella, secando sus lágrimas—. Iré a ver qué puede hacer mi madre.

—Te acompaño—dijo Louis con rapidez.

—No —Dijo William con enfado—. Ya has hecho bastante.

—Puedo ir yo, tranquilo —Emma le dirigió una pequeña sonrisa a Louis y subió junto a Anna y Daisy.

Allí arriba, su madre y Juliette se acercaron asustadas.

—¿Qué te ha pasado? —Preguntó Juliette.

—Un accidente —respondió Emma encogiéndose de hombros, aunque le dolía mucho el ojo—. ¿Lo puedes arreglar?

—Claro que sí —respondió su madre.

Las cinco subieron al cuarto de baño mientras Daisy se abrazaba a su madre. Tricia comenzó a curar el ojo de su hija con preocupación. Emma prefirió no decir nada sobre lo ocurrido y prefirió ocultar que el causante de aquel ojo morado fuese Louis, porque había sido sin querer, y sabía que él se sentía terrible.

—Se le ha visto muy enfadado a William —comentó Daisy sorprendida—. Pensaba que se burlaría de ti.

—Está enfadado porque no me ha podido golpear él a mi —aseguró Emma un poco molesta.

Las madres se miraron y luego miraron de nuevo a Emma. Comprendió en sus expresiones que la había cagado. Acababa de confesar que alguien le había golpeado.

—¿Te han golpeado? —preguntó Juliette.

—¡No! Bueno... Sí. Pero ha sido sin querer. —se apresuró a decir—. No lo ha hecho queriendo. Se siente mal.

Las madres prefirieron no decir nada más, porque Emma estaba dispuesta a no chivarse de nadie.

Pero luego se miraron cómplices entre ellas al pensar en lo de William. Quizá se olían algo que los niños no comprendían aún.

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