𝟏𝟓

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❛Porque es mi don.❜
SHOTO
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Estaba sentado en el borde de la cama, mirando la ventana media abierta para revivir la brisa de afuera. Era el primer día de descanso luego del festival deportivo. No estaba exhausto, pero me beneficiaría más que nunca tener un día para descansar, sin atarme a la moralidad escolar. Mire mi celular por un momento, viendo aquel numero enmarcado como nuevo. Era medio día, había una gran posibilidad de que ella estuviera despierta, pero temía irrumpir en su día de igual descanso. Aún así, no desistí en la idea de enmarcar al número y poder oír su suave voz. Me coloqué aquella camiseta blanca por encima, para así cubrirla con una chaqueta oscura. Camine descalzo por mi casa, mediante el silencio y vacío que siempre ha habido para mi. Alejado del mundo, de la sociedad y de aquello que quise conocer, me era incapaz de entender lo que significaban mis emociones, pero esperaba poder tomar el tiempo de entenderlas. Sostuve mi celular, aún analizando mi próxima acción de enmarcar. No quería hacer esto solo, pero era complicado para mí notificarle a mi familia lo que quería hacer hoy.

—Que patético.—musité para mi, deteniéndome frente a la entrada de mi casa para poder colocarme mis zapatos y salir.—Ni siquiera sé cómo debo empezar a hablar en caso de que ella responda la llamada.—indague, apenado cuando desistí en marcar aquel número.

—Shoto. ¿A donde vas?—la voz de mi hermana mayor resonó por la entrada de la casa, donde me colocaba mis zapatos.

—Al hospital.—respondí cortante, amarrando mis agujetas para ver de reojo como mi hermana de cabello blancuzco y destellos rojos me veía algo preocupada.

—¿Qué? Espera, ¿por qué?—me preguntó, acercándose.—¿Crees que esté bien no decirle a papá?—volvió a preguntar, nerviosa y ahora, algo insegura cuando me evadirla.

—Si.—respondí, intentando de relajarla, solo la preocupe más por mi tono cortante y aún más distante de lo usual.

—¿Pero por que ahora? ¿Por qué quieres verla después de tanto tiempo?—volvió a preguntar ella, aún preocupada y desconcertada.

—Regresaré.—afirme, abriendo la puerta para cerrarla, sobresaliendo de mi hogar para volver a mirar mi celular.

Si. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez en que la vi, pero supongo que es algo que puedo manejar ahora. No tengo idea de cómo empezar, pero ahora que puedo caminar y dirigir mis direcciones, podré analizar de una manera determinada cómo quiero que sean las cosas. Cabizbajo camine, llevando las manos a mi bolsillo. Siempre que veía a un niño sujetando la mano de su madre, me hacía pensar en cómo la mía solía acariciarme el cabello cuando me sentaba aún lado suyo para ver la televisión. Por eso desde que no esta, mi hogar se ha sentido muy vacío y solitario. Lo único que me separo de poder seguir sosteniendo el vínculo, era recordar la amarga expresión suya cuando me vio aquel día antes de arrojarme agua hirviendo. En ese momento la cicatriz no me dolió, me dolió aún más ver como ella reflejaba la monstruosidad de mi padre en mi, olvidando por un momento su realidad y aferrándose al constante dolor que él le hacía pasar desde que lo recuerdo.

Por eso, probablemente por eso, se me hacía tan difícil poder enmarcar aquel número. Aunque sostengo que lo quería, ahora una parte de mi se arrepentía. Jamás he tratado con una chica. Y cuando lo hago, nunca es de una manera sutil, menos aún, caballerosa. Mire el número. No parpadeaba, porque mi dedo apuntaba para poder transmitir la llamada, pero no podía. Seguí caminando con las manos en mi bolsillo y mirando alrededor a las personas. La mayoría me reconocía por el festival deportivo, me señalaban con sonrisas en sus rostros que no copiaba o devolvía. Tan solo caminaba, olvidando que había una sociedad alrededor de mi para analizar mis pensamientos abrumadores que me quitaban la serenidad. Lo hice, hasta que me detuve en seco cuando me percaté en donde estaba parado. Es aquí. No en el hospital, si no era aquí donde vive la chica de cabello blancuzco y ojos cristalinos. Mi cuerpo se había movido, sin antes yo tener que pensarlo, pero ahora que estaba aquí, no parecía tener tanto miedo como cuando quería llamarla para pedirle algo tan importante.

—¿Shoto?—subí la mirada cuando toque esa puerta sutilmente hasta que fue abierta, viendo los azulados ojos de mi profesora mirarme algo desconcertada.

—¿¡Quién!?—mi cuerpo decidió moverse un poco cuando oí aquella voz, haciéndome quedar perplejo en el momento qué la vi.

—Lamento haber venido sin avisar.—me disculpe primordialmente, cuando noté a Kai sentada en la mesa de comedor, con unos libros.

—¿Quieres pasar?—me preguntó la señora Tamira, relajó su semblante luego de la repentina sorpresa que le causó mi presencia.

—No.—denegué, con mi seria voz.—Esperaba poder pedirle permiso para que Kai pudiera acompañarme a dar una vuelta.—esclarecí, algo más sutil ante la adulta.

—Deberían estar descansando, pero supongo que no pueden quedarse quietos.—expresó la profesora, sonriendo suavemente.—Solo les pido que no vuelvan tan tarde por favor.—indico cuando Kai se levantó de la silla, notándose algo tímida y distante.

—¿Nos vamos?—le pregunté cuando la vi asentir, para dirigirse a la entrada en busca de sus zapatos rápidamente.

—Si regresan en la noche, podrías quedarte a cenar, joven Todoroki.—aviso la profesora, mirándome.

—Lo consideraré.—indique, moviéndome para verla a ella asentir y esperar a que Kai saliera, cerrando la puerta.

—¿Por qué no llamaste?—me preguntó ella cuando salimos de su casa, caminando por aquel pasillo, juntos.

—Lo intente.—admití, apenado, pero sin mostrar la expresión.—Cuando me di cuenta, ya estaba aquí.—añadí, bajando unos escalones.

—¿A donde vamos?—cuestiono curiosa, su voz era muy diferente a otras chicas, no era chillona y alta, si no que algo ronca y baja.

—Esperaba que pudieras acompañarme a otro lado.—dije, deteniéndome en la acera para mirarla.—Quería ir a visitar a mi madre. No la he visto hace años, está en un hospital psiquiátrico.—conté, pero no noté sorpresa o inquietud en su mirada, como si lo supiera.

—¿Estás listo?—me preguntó, sin cuestionarme el porque había tardado tanto, sentí que fue correcto venir aquí, acudiendo a su presencia tab confortadora para mi.

—Dijiste que querías saber mis secretos. Aunque son cosas con las que lidio aún, será un paso para que lo descubras y un paso para mi, de poder acoplarme a lo que siento respecto a ti.—musité, de una manera breve.

—Entonces, ¿vamos?—me preguntó, extendiéndome su mano y cuando lo hizo, no supe la manera adecuada de poder corresponderle a ese gesto tan alentador.

Me tarde, pero accedí cuando su mano se quedó elevada en el aire, esperando que la mía accediera. Su entrelazo fue como un bombardeo. El mismo que recibí en el festival deportivo por parte de nuestro compañero, Bakugo, pero este se sintió sin adrenalina. Su mano derecha fue la que se entrelazó con mi mano izquierda. Esa calidez que sentí en esa área, se volvió tibia de inmediato. Sentía que sudaría en cualquier momento, pero camine con ella por aquella acera sin inmutarme a desistir del agarre tan suave. Nos quedamos en silencio, pero no dude en mirarla de reojo. Lucía muy diferente sin el uniforme escolar, pese a eso, se veía muy bien. Ella tenía un kimono, su textura era la de un pantalón bastante grueso, pero no caía como uno, si no que parecía un traje donde debajo había una camiseta blanca. Su cabello estaba suelto, una diadema negra adornaba y hacía conjunto con unas botas de agujetas del mismo color. Ella caminaba, con su mirada enfrente, pero vi sus mejillas sonrojarse cuando noto que la estaba mirando tan detenidamente.

—Lo siento.—me disculpe, deteniéndome en la acera con ella ante los autos estar pasando.—Te ves diferente.—admití, intentando de halagarla sutilmente.

—¿Quieren algún dulce linda pareja?—nos giramos ambos, dejamos de sostener nuestras manos apenados ante el señor con una carreta de varios dulces frescos.

—No traje dinero. Lo siento.—denegó Kai, removiéndose hasta que noto que me inmovilice cuando dijo eso.

—Yo lo pagaré.—afirme, abriendo la mariconera que tenía puesta de lado en mi cuerpo, para sacar mi dinero.—¿Qué quieres?—le pregunté.

—No, no te preocupes.—denegó ella nuevamente, más apenada cuando el señor nos miraba con una sonrisa.

—Me gustaría saber cuál es tu dulce favorito. Quizás así podamos conocernos mejor.—persuadí, viéndola soltar un suspiro para mirar la carreta y señalar el dulce.

—Mochis de fresa, ¡que buena elección!—exclamo el señor, sirviéndole aquel dulce japonés en un envase bastante colorido.—Muchas gracias.—me dijo cuando le di el dinero.

—No tenías que hacerlo.—comentó ella cuando sostuve mi envase, no era mi dulce favorito, pero se que sabía delicioso.

—Al menos ahora sé algo de ti.—indique, señalando el dulce que ella masticó de manera sutil, viendo la elasticidad de este.

—Dime, ¿cuál es tu color favorito?—me preguntó cuando los autos nos dieron paso, mire sus ojos con detenimiento y miré adelante.

—El azul.—me atreví en responder, sabiendo que no había un azul igual a los que habitaban en sus ojos decaídos.

—Parece un cumplido.—expreso, buscando mi mirada y cuando la miré, noté una sonrisa liviana en su semblante.

—Supongo que contigo se me acabarán.—dije, mirando sus facciones tan detenidas, que las pecas le resaltaban debajo de su sonrojo carmesí que hacía contraste a sus labios.

—Bueno, yo tampoco creí que me gustara tanto el azul, hasta ahora.—musito ella, devolviéndome la mirada y es que postrada en mi lado izquierdo, podía ver el azul de mi ojo.

—Al menos tenemos algo en común.—comente, saboreando el dulce en mi paladar, cuando estaba culminándolo.

—No es lo único.—indico, cabizbaja y apenada.—El día del festival deportivo oí tu conversación con Midoriya.—admitió.—Temía que sucediera algo por la leve rivalidad que hubo, pero termine topándome con tu confesión.—añadió, mientras que miré adelante el camino.

—Por eso no te sorprendiste cuando te dije que mi madre estaba en un hospital psiquiátrico.—argumente, viéndola asentir.

—Oí más de lo debido. Lo lamento Shoto, pero quería decírtelo, mis padres también se casaron por obligación. No estamos tan lejos de tener algo en común.—añadió, con pereza e incluso tristeza, tomándome por sorpresa.

—Midoriya es un buen compañero. Comprendo tu procuración por él.—dije, evadiendo la leve tensión que sintió.

—Hay algo que quiero preguntarte desde que te oí decir todo eso.—expresó, acabando su dulce.—¿Cómo te has sentido desde que tú madre no está contigo?—me preguntó, dejándome en blanco por un leve momento.

—Desde ese día creí que mi presencia afectaría más a mi madre. Así que nunca la visite. Seguramente todavía se siente atrapada por mi y mi padre. Para convertirme en un héroe, con este cuerpo, con todo lo que tengo... —pausé, caminando para buscar las palabras más claras y adecuadas.—Para ser el héroe que quiero ser, debo verla y conversar con ella. Tenemos mucho de que hablar. Aunque ella no quiera, la rescataré de ahí. Ese es mi punto de partida, así es como me siento.—articule, con un amargo sabor en mi paladar al saber que estaba cerca.

—¿Y de verdad estás listo?—volvió a preguntarme, procurando por mi seguridad.

—Quisiera poder decir más, pero hablar con una chica me es complicado. Incluso con alguien de mi propio género y edad.—admití, con las manos en mi bolsillo cuando tiramos los envases a una basura cercana.—Mi padre se esforzó en que nada nublara mi juicio, su único enfoque era que cumpliera sus expectativas, aunque me apartara de la humanidad solo porque los creía ordinarios y que no pertenecían a mi mundo.—articule, con algo de rabia y resentimiento.

—No esperaba eso de un hombre como él.—comentó ella, mirando al suelo.—Cuando lo tuve de frente, sentí una gran pesadez y no imagino lo que has debido que sentir, pero es muy intimidante. Comprendo porque lo respetan tanto.—añadió ella.

—Lamento si te ofendió. Mi padre no sabe manejarse.—expresé, colocando a Kai en el lado opuesto de la acera cuando los autos pasaban con velocidad.—Su ambición y orgullo es lo único que he podido recibir. Probablemente se enojaría si le preguntara algún consejo sobre chicas, así que me abstenía, pero cuando te conocí, experimenté sentimientos que nunca antes había experimentado. Supongo que tendré que manejarlos por mi cuenta, sin su ayuda.—añadí.

—Lo estás haciendo bien.—dijo ella cuando nos detuvimos frente aquella hospital, me quede detenido en seco.

—Es aquí.—afirme, sintiendo esa leve inquietud que no sentí cuando desperté en la mañana y decidí dirigirme hacia acá.

—Es tu punto de partida.—indicó cuando avance, notando que ella se quedó ahí.—Yo me quedaré aquí y te esperare.—aviso, pero negué.

—¿Sola?—le pregunté, inquieto me sostuve cuando asintió.

—Si no vas solo, nunca podrás enfrentarte.—detalló.—Me quedaré aquí hasta que termines.—volvió a decirme, por lo que asentí.

—Si algo sucede, llámame.—le pedí de manera sutil, ella asintió para sentarse en una banca.

Para mi, la travesía de recuperar a mi madre no fue tan difícil como descubrir lo que era el amor con la chica de cabello blancuzco y ojos cristalinos que sentaba delante de mi en los salones, a excepción de uno donde se sentaba a mi lado. Me adentré al hospital, donde muchas personas me reconocieron y aunque tuve que persuadir a la recepción para que me pudieran permitir el paso, cuando subí en aquel elevador y camine por el pasillo donde estaba su habitación, mi mano no fue capaz de sostener la manecilla para abrir la puerta. Solté un leve suspiro. Ya estaba aquí, no había vuelta atrás y aunque quisiera, no podía permitir irme luego de haber venido hasta aquí. Abrí la puerta sutilmente para verla allí, sentada de espalda y con su cabello blanco suelto. Cerré la puerta a mis espaldas, no la llame, pero fue la sintonía de su corazón con el mío cuando se giró a verme y sus ojos detonaron el brillo de las lágrimas que saldrían cuando me fui acercando hasta ella. Todos los recuerdos amargos se reducieren en un solo momento, pleno y lleno de felicidad.

Estaba sentado en aquel sofá, conjunto a ella cuando era niño, mirando detenidamente el noticiario. Presentaban al símbolo de la paz que todos admiraban por llevar siempre una sonrisa en los peores momentos. Mi madre acariciaba mi cabello, sostenía que podía ser el héroe que deseara ser, pero ese momento era el más que estimaba de todos los demás que estaban llenos de amargura y sumó sufrimiento. No me dolía ni siquiera recordar cuando el agua hirviendo cayó en mi rostro izquierdo y como ella intento de calmar el dolor. Estaba ahora ahí, sentado frente a ella después de tantos años. Viéndola sonreír y limpiar sus lágrimas mientras me oía. No era difícil hablarle. Sin embargo, notaba por la ventana que el atardecer caía y mi teléfono no resonaba. Todo mi mundo estaba detenido en los ojos de mi madre y en su voz tan dulce que siempre me calmo de las pesadillas, o de mi frustración por no poder compensar a mi padre en sus deseos tan ambiciosos y llenos de avaricia que derrumbó a nuestra familia.

—¿Qué pasa, Shoto?—me preguntó ella cuando me vio mirar mi celular detenidamente.

—Es que no vine solo.—admití, guardando mi celular luego de enviarle un mensaje a Kailani, procurando su bienestar.

—¿Tus hermanos vinieron?—se cuestionó, sin sorpresa, porque era evidente que ellos venían a verla cuando tenían tiempo.

—No.—denegué, sabiendo que en esa pronunciación en plural, se enmarcaba la tristeza al recordar a uno de mis hermanos mayores, Toya había muerto años atrás y eso la derrumbó aún más.—Vine con una chica.—admití, viendo como sus ojos se abrieron.—Es mi compañera en la UA.—esclarecí, mirándola.—Es hija de una gran profesional, que también es mi profesora.—añadí, por lo que ella asintió, restregando sus ojos.

—¿Y te gusta, verdad?—me preguntó, sonriéndome.—No creí que pudiera oír a alguno de mis hijos sentirse así respecto a alguien, pero es un gozo para mi corazón.—afirmó.

—Si, me gusta.—admití cabizbajo para ver mis manos.—Pero, aún lo analizo. No quiero... —me detuve, resignado a admitirlo.

—Lastimarla como tú padre me lastimó a mi.—articulo ella, culminando mi oración.—Entiendo el miedo irreversible que te causó, pero si te aferras a eso, entonces te quedarás con las ganas.—indicó, sutilmente.

—Supongo que tienes razón.—dije, cabizbajo para así, recordar las palabras que recibí en el festival deportivo.—Volveré, pero ya debo irme.—indique, levantándome.

—Si logras avanzar sin atarte al pasado, esa sería mi felicidad y salvación.—fue lo que me musitó, mirándome entre lágrimas, antes de que su mano rozara con la mía suavemente.

¿Como debió ser para ella? Estar aquí, sin poder ver a su hijo crecer. ¿Debió ser más doloroso de lo que fue para mi? No lo sabía, solo se que desde que entre, sus ojos se humedecían y al parpadear derramaban lágrimas. Pero lo que recibí fue más gratificante que cualquier cosa, el perdón que mi corazón necesitaba no era tan grande para poder desistir en mi resentimiento contra mi padre, pero al menos podía avanzar sin sentirme tan pesado como antes, porque mi punto de partida había iniciado como había querido desde siempre. Salí del hospital, para así ver cómo sentada de espalda, Kai miraba fijamente algún punto que yo no veía y lo único que pensé, fue en cómo me había sentido desde que crucé camino con ella por primera vez en la entrada de la UA. Sus ojos. Su mirada y la manera en que me veía. No le intimidaba y si lo hacía, posiblemente no era para verme como una monstruosidad por el don que cargo entre mis manos. Me fui acercando poco a poco, hasta que volví a detenerme. Ella realmente se había quedado aquí sola, esperando por mi.

—Kai.—la llame, no tardó en girarse en un leve sobresalto, al verme pareció relejarse sus músculos para levantarse.—Vamos, te llevare a casa.—dije.

—¿Quieres hablar?—me preguntó cuando me acerqué a ella, notando la noche grisácea y las gotas de lluvia caer.

—No.—denegué sutilmente, colocando mi brazo por encima de su hombro, en muestra de gratitud y de sostenerla cerca de mi.—Solo quiero caminar contigo devuelta.—avise, dejando todo mi orgullo debajo de esas palabras.

—Luces más tranquilo.—comentó, mirándome y notando mi serenidad, reflejada en un leve sonrojo por la cercanía que decidí tomar con ella.

—Ya ha iniciado mi punto de partida para ser un héroe.—indique, mirando el suelo.—La próxima vez podrías venir. Quizás le agradaría.—añadí, buscando su mirada.—Mi hermano no creará que vine, menos con una chica.—dije, sorprendiéndola por un momento.

—No sabía que tenías hermanos.—comentó ella, ambos nos detuvimos cuando sentimos las gotas de lluvia caer más duplicadas.

—Tengo tres, pero solo son dos.—respondí, mirando el cielo y recibiendo gotas en mi rostro que lo humedecieron.—Perdí un hermano. Murió hace unos años.—indique, abriendo esa herida amarga ante ella, para dejarla sin palabras bajo la lluvia que caía.—Está lloviendo. No quiero que te enfermes, por favor avancemos.—le pedí.

Se que ella lo noto. No me avergonzaba en lo absoluto, pero se que noto detenidamente la tristeza que se reflejó en mis palabras ante la mención de mi hermana mayor, Toya. La lluvia continuó, así que me desabroche la chaqueta para pasarla sutilmente por encima de su cabeza. No quería que se mojara. Se veía tan linda, que quería seguir mirándola sin que estuviera empapada de agua, evitando también que recibiera un fuerte sereno que le causara enfermar. Aunque, lo menos que espere fue ver como ella se levantó de puntas para que la chaqueta también me alcanzara y evitara mojarme. No lo espere, pero fue una acción que hizo mi corazón derivar bombardeos de magia en mi estomago por su leve acto, intentando de que permaneciéramos cerca y no lejos. Caminamos devuelta a su casa, pisando algunos charcos, pero eso no importaba mientras estuviésemos juntos. Y era lo que aún no podía captar. De todos los chicos, de todos aquellos que la miran y pudieran tenerla, sus ojos solo me miraban a mi, como si no hubiera nadie más.

—Llegamos.—avise cuando nos refugiamos en aquel condominio, aunque quede abajo de los escalones para verla en uno más arriba, quedando más alta que yo.

—Quédate.—me pidió, sosteniendo mi chaqueta con un fuerte aferró, mientras que su otra mano libre retuvo mi camiseta blanca.

—¿Es eso lo que quieres?—le pregunté, intentando de no irrumpir en sus comodidades, para verla asentir.

—Si no lo quisiera, no habría salido de aquí.—respondió, haciéndome sentir tensión, más aún cuando coloqué mis manos en su cintura, intentando de traerla a mi.

—¿Qué estamos haciendo?—le pregunté tenso, oyendo las gotas de lluvia caer.

—No lo sé, pero no quiero dejar de sentir esto por un momento ahora que lo descubrí.—respondió, acercándose a mi como si su cuerpo se lo estuviera impulsando.

—Yo tampoco.—afirme, cuando mis ojos se cerraron de una manera automática.

Al igual que los suyos ante la cercanía. Si los colores antes eran opacos, hoy brillaban más que nunca cuando sentí la sintonía de sus labios carnosos y rosados encajar con los míos perfectamente, tanto, que no podía creer lo bien que se sentía estar rozando mis labios con los suyos. ❝Es tú don❞. Fue lo que pensé en medio de ese beso que alumbró un arcoíris en pleno anochece lluvioso. Las palabras de mi compañero seguían ahí, alumbrando en mis decisiones como un puente que construyó para que pudiera cruzar. Era mi don. Era mi lado izquierdo. Me pertenecía, como cada una de las decisiones que tome. En medio del beso, la sonrisa pasmosa de Kai se esclareció. Era mi primer beso, el más placentero y mágico de todos que me hizo decaer en sus brazos para abrazarla con gratitud. Nadie hubiera esperado por mi bajo la noche fría, nadie me vería como ella buscaba mi mirada para verme. Volví a buscar sus labios, queriendo sentir esa calidez. Una sintonía perfecta de melodías que solo nosotros dos fuimos capaces de oír y sentir esa noche tan inolvidable para mi, como para Kai. Ella, mi primer y único amor, siempre llevo su nombre y apellido, Kailani Nakamura.

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