𝟎𝟓 | we all need a little help

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capítulo cinco
TODOS NECESITAMOS UN POCO DE AYUDA

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—Atracó con arma en el tren.—Les explica un agente de policía al llegar a la escena de un aviso.—La ha pillado a ella en medio.

Era el primer aviso de aquel turno, un aviso médico al que sólo acudían Brett y Malia. Se trataba de una mujer embarazada que había sido disparada en un hombro en una estación de tren.

—¿Cómo te llamas?—Inquiere Malia al agacharse junto a ella.

—Alicia.

—Orificio de entrada parte superior del tórax.—Anuncia Brett al revisar la herida.—No veo el de salida.

Malia asiente, dispuesta a colocarle una mascarilla de oxígeno, sin embargo la mujer la frenó rápidamente al agarrarla del brazo con fuerza.

—Mi bebe. Es un niño. Está a salvo, ¿verdad?—Le pregunta.

—Mantente tranquila. Iremos al hospital y los médicos se asegurarán de ello.—Le responde, dedicándole una leve sonrisa tranquilizadora.—Subámosla a la camilla.

Brett asiente, poniéndose de nuevo en pie.

—Aguanta un poco más, Alicia, no queda nada. Tú no dejes de mirarme, ¿vale?—Le pide Malia mientras Brett abre la ambulancia.—¿Me oyes?

—Voy a tener un bebé.—Murmura entre sollozos.—Un niño.

—Está en shock.—Comenta Brett.

Pero en ese momento la mujer grita de dolor.

—¡Quiere salir ya!

—Brett, llama al Med.—Ordena Malia.—Tiene contracciones rápidas. El niño va a nacer ya.

Tras subirla a la ambulancia, Brett agarra el teléfono para poder dar el aviso.

—Chicago Med, aquí 61. Víctima de bala embarazada, a punto de parir. Estamos a 6 minutos.—Informa, cerrando las puertas traseras del vehículo.

—¡¿Cómo hago para que no salga?! ¡Me está presionando!

—Brett, ya corona. Lo estoy viendo.—Informa Malia.

La rubia la observa de forma nerviosa y pensativa.

—Estamos lejos del Med. Va a parir aquí.—Declara entonces.

—Vale. Da aviso.

—61 a central, parto en ubicación, envíen a otra ambulancia a Lummis con Congress.—Pide a través de la radio de su hombro.

Tras prepararse para el parto la mujer comenzó a empujar entre sollozos de dolor y desesperación.

—Ya casi está.

—Venga Alicia, que tú puedes.—La anima Brett.—Un último empujón bien fuerte, ¿vale?

—Vale.—Murmura.

—Lo tengo.—Anuncia Malia tras agarrar al bebé.

—¿Por qué no hace ningún ruido?—Inquiere Alicia, asustada.

Brett agarra una máscara de oxigeno pequeña y la coloca en la boca del bebé, presionando la bomba de oxígeno.

—Vamos, respira.—Murmura Brett.

—Tiene pulso.—Anuncia Malia tras unos segundos.—Brabicárdico, pero tiene.

Los técnicos de la segunda ambulancia llegan hasta ella mientras Brett le corta el cordón umbilical.

—¿Qué tenemos?—Cuestiona la recién llegada sanitaria.

—Neonato. Madre herida de bala en shock.—Le responde Malia, entregándole al bebé.

—De acuerdo. Nos encargamos de él.

Una vez se aleja con el bebé las máquinas de signos vitales que controlaban a Alicia comienzan a pitar.

—¡Parada!—Exclama Brett, comenzando el masaje cardiaco.—No funciona.

—Vale, conduce.—Le indica Malia.—Voy a intubarla.

—Vale.

Brett se baja de la ambulancia, cerrando las puertas traseras de esta para dejarle espacio a Malia, se sube al asiento del conductor y comienza su trayecto Chicago Med mientras Malia hace todo lo posible por recuperar el pulso de Alicia. El tiempo pasaba rápido y la mujer no parecía recuperar el pulso a pesar de sus esfuerzos. Aún así, Malia no quería rendirse, no podía.

—¡Vamos!

Esa mujer acaba de tener un bebé. Ese niño merecía crecer junto a su madre. Ella sabía lo que era perder a una madre, no podía dejar que Alicia muriera.

—Malia, ¿qué pasa?—Inquiere Brett.

—¡Joder!—Exclama con frustración al ver la estática y recta línea en la pantalla. Alicia había muerto.

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No era difícil ver que Malia no estaba muy bien tras aquel aviso. Durante el turno todos intentaron hablar con ella, hacerla sentir mejor, pero nada funcionaba. Ver como esa mujer había muerto tras dar a luz a su bebé le había recordado la muerte de su madre.

En su trayecto a casa, Matt había intentando llegar a ella, hacerle entender que él también sabia lo que era, que lo superaría. Malia ya había visto casos parecidos, hijos perdiendo a sus padres, pero era el hecho de estar en Chicago lo que aumentaba aquel sentimiento de tristeza. Veía a su madre en cada esquina de la ciudad, en cada calle.

—¿Aún no ha salido de su habitación?—Cuestiona Severide al entrar en el apartamento. Matt niega, sacando un par de cervezas de la nevera.—Tal vez deberíamos llamar Jay.

—Si, ya lo he hecho.—Le informa.—¿Pasa algo más?

—No, tío, es solo que... ¿No crees que hay algo raro en ella?

Matt frunce el ceño, dando un paso hacia atrás, confuso por sus palabras.

—¿Qué quieres decir?

—A sido un misterio desde el día que llegó. No sabíamos su apellido, no le dijo a su hermano que volvía a la ciudad, y, sé que no la conozco lo suficiente, pero desde el día que esa chica vino al parque a traerle aquella caja se a comportado más rara de lo normal.—Le explica.—Sé lo que es guardarse las cosas para uno mismo, Casey, yo soy igual. Oculta algo. Y creo que deberíamos vigilarla, o al menos decírselo a Jay.

—Si. Esta bien.—Acepta.—Confío en ti.

Dos golpes en la puerta interrumpen su conversación, haciendo que Severide se de la vuelta para poder abrir.

—Halstead, hola.—Saluda a Jay, haciéndose a un lado para dejarle pasar.

—Hola. Gracias por llamar.

—Sin problema.—Matt se encoge de hombros, quitándole importancia.—Su cuarto es ese.—Señala el pasillo.

—Si. Gracias.

—¿Eso es pizza?—Kelly observa las cajas que sostenía entre sus manos.

—Eh... si. Esta es para vosotros.—Les entrega una de las cajas.—Y helado. Es su favorito.

—Lo guardó.—Matt agarra el bote, depositándolo en el congelador.

—También traigo películas.—Les enseña un DVD.

—¿Aún venden de esos?—Severide lo observa asombrado.

—Si. A Malia le encanta ir a los videoclubs y alquilarlos. Solíamos hacerlo con nuestra madre. Podéis uniros al maratón de películas si queréis.

—De echo, nos íbamos al Molly's.

—Si. Pero, oye, otro día.—Señala Matt, colocándose la chaqueta.

—Claro. También le gusta el hockey, el fútbol y el béisbol, así que...

—Genial.—Sonríe el rubio.—Os dejamos a solas.

Tras despedirse de ellos, Jay camina hasta la habitación de su hermana, esperando que esta le dejara pasar.

—¿Jay?—Inquiere al verle entrar en la habitación.

Se encontraba tumbada en su cama, sus ojos rojos mostraban un llanto reciente y su mirada mostraba una tristeza que hacía mucho tiempo que Jay no veía. Al verla así, el detective se preguntó a si mismo si haberla dejado irse a California había sido una buena idea.

—Hey, he traído pizza y películas.—Sonríe, intentando hacer que se sienta mejor. Sin embargo, parece conseguir lo contrario. Los ojos de Malia se humedecen y, sin poder evitarlo, un sollozo sale de sus labios.—Oye, oye. Lia.

—Lo siento.—Se disculpa, intentando limpiarse las lágrimas.

—No, no. No te disculpes. Esta bien.—Le asegura, sentándose junto a ella para envolverla en un abrazo.—Todo esta bien.

—Jay, no creo que pueda hacer esto. Quiero ayudar a la gente, pero a cada persona enferma que veo solo puedo pensar en mamá. Y hoy...

—Lo sé. Lo sé. Esta bien.—Le asegura, depositando un beso sobre su cabeza.

—El 51 es el mejor sitio en el que he trabajado, no quiero perderlo, pero...

—Hablaremos con Boden. Lo entenderá.

—No, no.—Niega, separándose del abrazo.—No lo entiendes, Jay. Cada cosa que intento acabo fracasando y abandonando. No puedo... no puedo...

—Mia, te encontrare la ayuda que necesitas, Boden te guardará un sitio en el parque. No pasa nada. Vas a estar bien, ¿de acuerdo? Vas a estar bien.

Un sollozo se escapa de sus labios al mirar a su hermano a los ojos. Era como si el mundo estero se le estuviera viniendo encima. Como si todo el dolor que había estado reteniendo la golpeara de repente y sin previo aviso.

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Hablar con Boden no había sido fácil para ella. Malia sentía que volvía a fracasar, tal y como lo había hecho al abandonar los estudios de medicina tras años soñando con llegar a Stanford. También había sido duro admitir que necesitaba ayuda profesional. Desde la marcha de sus hermanos Malia había comenzado a esconder sus verdaderos sentimientos, a mostrase fuerte ante los demás y ocultar lo que ella creía que era debilidades. Aquel hábito aumentó tras la muerte de su madre y los signos de estrés postraumático de Jay, además de la clara falta de atención de su padre a la hora de criarla.

Will le había presentado al jefe de psiquiatría del Chicago Med, el doctor Charles. Desde el primer momento Malia se sintió a gusto con él, pero eso no hacía el tratamiento más rápido. La coraza y el muro que ella había levantado a su alrededor era difícil de romper.

Durante aquellos meses continuó visitando el parque 51, haciéndose más cercana a todos los miembros del equipo. También había entablado una muy agradable amistad con Adam Ruzek y Kim Burges, compañeros de Jay. Y había retomado sus estudios de medicina a distancia.

Cuando Matt y Gabby dieron un paso más a su relación, ella y Kelly abandonaron el piso del teniente del camión 81. Kelly había encontrado un loft a muy buen precio, pero ella había acabado viviendo en casa de Jay y su compañera, ahora también novia, Erin.

En ese momento, la joven Halstead intentaba hacerse pasó entre el personal del hospital con la intención de salir del edificio lo antes posible. Su sesión con el doctor Charles se había visto interrumpida por un accidente de tranvía, que obligaba al hombre a bajar a las recién inauguradas urgencias del Med.

—Lia.

—Maggie, hola.—Sonríe, al acercarse al mostrador. La enfermera le dedica una leve y rápida sonrisa mientras continúa recogiendo papeles.

—¿Me haces un favor?—Le pide. Malia asiente algo dudosa.—Todas mis enfermeras y médicos están ocupados. ¿Podrías ir a la sala 4?

—No trabajo aquí, Mags. Y no soy médico.

—Lo sé. Son solo unas suturas. Sé que eres buena en eso, te he visto practicar.

—Está bien, pero...

—Yo respondo por ti, tranquila.—Le asegura.

Malia suelta un pequeño suspiro antes de asentir y alejarse del mostrador. Sus ojos recorren las urgencias con rapidez, observando el caos que se había formado. Pudo divisar a su hermano mayor Will al otro lado de la sala, no muy lejos de donde Maggie le había pedido que fuera.

Sus manos agarraron la cortina de la sala 4 con duda y nerviosismo, moviéndolas para hacerse paso al interior de la sala. Allí se encontró con un hombre de cabello castaño. Se encontraba de espaldas a ella, con el torso desnudo y concentrado en la herida que intentaba cerrar, la cual se encontraba en su brazo izquierdo.

—¿Sé supone que eso debería impresionar a alguien?—Cuestiona, formando una sonrisa divertida en sus labios.

—No lo sé. ¿Funciona?—Inquiere él, girándose levemente para poder mirarla.

—Tal vez, para algunas personas.—Se encoge de hombros, agarrando un par de guantes.—Sabe que hay doctores aquí, ¿no? Podría conseguirle uno.

—No los necesito, pero a una enfermera si.

—Bueno, yo no lo soy. Pero tal vez pueda ayudar.

—¿Doctora?—La observa con detenimiento. Malia parecía demasiado joven para ser médico.

—Paramédico.

—Con eso me sirve. Necesito que alguien haga de mi otra mano.

Malia asiente, acercándose a él.

—¿Son suturas de cirugía plástica?—Inquiere, observando la herida con asombro. El hombre asiente, formando una leve sonrisa en sus labios.—¿Dónde lo aprendió?

—Riad. Viví un año ahí después de la residencia.—Le explica.—Los saudíes pagaban bien por que no se les notarán las cicatrices. ¿Puede presionar la seda? Ahí.

Malia asiente, haciendo caso a sus indicaciones.

—¿Y la vacuna del tétanos?

—No, ya la tengo...—La observa, esperando a que le diga su nombre.

—Malia.—Le contesta rápidamente, elevando su mirada hasta conectarla con la suya.—Malia Halstead.

—Connor Rhodes.—Se presenta él.

—Un placer.—Sonríe.

—Igualmente.

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Aquel había sido un día largo y duro. Aunque Malia se sentía extrañamente mejor de lo que se había sentido los últimos meses. Haber podido ayudar, aunque sólo fuera a poner unas suturas, le había recordado porque había querido estudiar medicina, porque ahora quería ser paramédico. Había encendido de nuevo su pasión y sus ganas por volver al parque 51.

Sabía que Jay, Will y el doctor Charles aún no la dejarían volver al trabajo, pero ese deseo era algo bueno, una señal de que se encontraba mejor.

—Entonces, Lia... ¿cuándo vas a volver?—Inquiere Otis desde el otro lado de la barra del Molly's.

—Espero que pronto, ¿por qué?

—Te echamos de menos.—Le responde con obviedad. Malia eleva sus cejas, dudosa.—Esta bien. Chili, la nueva paramédico, está... causando algunos problemas.

—Siento oír eso. ¿Está bien Sylvie? No hemos hablado últimamente.

—Está muy agobiada. Boden está de su lado, pero... te necesita, todos lo hacemos.

—Estuve trabajando en el parque solo un par de semanas.

—Si, pero eres una Halstead.—Señala Mouch, quien se encontraba sentado a unos metros de ella.—Familia.

—No les escuches, niña.—Habla Herrmann, colocándose junto a Otis.—Te necesitamos y te queremos en el parque, pero tu salud es lo importante.

—Si, claro, eso por descontado.—Señala Otis con rapidez.—No quería... no quería decir lo contrario.

Malia sonríe.

—Estaré de vuelta pronto. De verdad.—Les asegura, antes de tomar un trago de su refresco.—Echó de menos la acción y al parque. Pero necesito algo más de tiempo.

—Por supuesto.

—Por cierto.—Habla Herrmann, agachándose para agarrar algo del interior de la barra.—Cindy a hecho brownies y me ha pedido que te diera estos.

Cindy era la mujer de Herrmann. Malia la había conocido en una reunión de bomberos. Ella y Herrmann se habían convertido en unos segundos padres para ella. Al fin y al cabo, Pat Halstead nunca había sido el mejor ejemplo de paternidad y la falta de una madre hacía que Malia se sintiera reconfortada por el amor que Cindy le demostraba con un simple abrazo.

—Gracias.—Sonríe, agarrando el plato de dulces.

En ese momento, el teléfono de Malia vibro, anunciando la llegada de un mensaje. Tras disculparse con sus amigos y compañeros, la joven agarró el aparato, encontrándose con un mensaje de su amiga Quinn. Desde su llegada a Chicago, Malia la había estado evitando, pero tras sus reuniones con el doctor Charles, sabía que debía dejar de hacerlo. Lo había estado retrasando, pero tal vez ahora era el mejor momento para responder.


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