𝟎𝟎𝟑. mortal risks

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𝟎𝟎𝟑. mortal risks
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𝐃𝐔𝐑𝐀𝐍𝐓𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐒𝐈𝐆𝐔𝐈𝐄𝐍𝐓𝐄𝐒 𝐒𝐈𝐄𝐓𝐄 días, y como si el universo estuviese dispuesto a aprovechar cada pequeña gota de su mala suerte, la sombra de cierto canario se dedicó a seguirla a todas partes.

Lo veía en televisión, con su nombre atado a las fotografías que les habían hecho aquella noche en la discoteca. Lo veía cuando salía a dar un paseo y se topaba con una de las tantas tiendas de mercancía del Barça, en escaparates y vallas publicitarias que no había notado antes. Incluso el maldito algoritmo de sus redes sociales parecía empeñado en gastarle una broma de mal gusto, abarrotando sus cuentas con imágenes del equipo azulgrana en las que siempre destacaba el chico de la botella. Por otro lado, las burlas de Vera—quien no paraba de mencionarlo con el único fin de molestarla—tampoco le facilitaban las cosas.

La idea de quemar la chaqueta del muchacho, aquella que todavía descansaba intacta sobre la silla de su escritorio, empezó a sonar deliciosamente tentadora para el tercer día de la semana.

Llegó a pensar que quizás debía huir de Barcelona, encontrar un refugio en otro lugar de España y buscarse la vida por sí sola, tal y como lo había hecho durante tantos años. Aquel plan, sin embargo, ni siquiera parecía suficiente para ponerle fin a los emergentes rumores sobre Pedri González y su supuesta chica secreta o... o como fuera que la prensa había empezado a llamarla.

Sinceramente, prefería no saberlo.

Cada vez que se cruzaba con un nuevo titular, la sangre le hervía; cada vez que recordaba que un tonto futbolista se las había arreglado para destruir su rutina, sus planes y la normalidad que había estado tratando de encontrar en aquella nueva ciudad, sentía unas inmensas ganas de arrancarse la piel. No le gustaban las sorpresas, las cosas que no podía prevenir ni solucionar por su cuenta. Las horas pasaban, los minutos transcurrían con insoportable lentitud, y Nora no podía hacer más que preguntarse cuándo llegaría el momento en el que su padre decidiría tomar cartas en el asunto, o si siquiera iba a llevarla a la Ciudad Deportiva.

Secretamente, esperaba que Miguel lo hubiera olvidado todo, que hubiese decidido que su hija menor era demasiado inútil para trabajar con el Barça. Mientras más lejos pudiera quedarse de Pedro—Pedri, se forzaba a recordar—, más rápido desaparecería de su conciencia. Además, con respecto al asunto de las fotos... parecía que las consecuencias de las que Vera le había advertido no llegaban aunque pasaban los días.

Nora quería creer que eso significaba que estaba a salvo.

No obstante, el karma no estaba de su lado.

Al octavo día, su padre finalmente rompió la ley del hielo. Le ordenó que se prepara para ir junto a Vera y él a la Ciudad Deportiva, donde estudiarían su perfil para asignarle el trabajo más adecuado según sus destrezas. El viaje fue silencioso, incómodo—incluso con Vera tratando de iniciar una conversación, Nora apenas podía abrir la boca, pues tenía la cabeza en otro planeta.

No miró ni una sola vez la chaqueta de Pedri en todo el camino; temía que, de alguna manera, aquello acabara invocando su presencia. Mientras la prenda descansaba como un peso muerto sobre su regazo, se recordó a sí misma que solo tenía que cargar con ella hasta que Vera acabara de trabajar, pues, después de unos cuantos amenazas y sobornos, Nora había logrado que su hermana prometiera devolverle la chaqueta a su dueño.

, efectivamente—había hecho todo lo posible para evitar enfrentar al muchacho. Su falta de coraje la avergonzaba, mas prefería no pensar en ello.

Finalmente, llegó a su destino tensa hasta la médula, analizado cada rincón de la Ciudad Deportiva como quien busca una amenaza. Justo cuando se disponía a entrar, pudo ver una fila de coches lujosos ingresando al aparcamiento de las instalaciones, ovacionados por la marea de fanáticos que rodeaban las puertas—supo de inmediato que los conductores eran los miembros del equipo principal. Aun así, ni siquiera tuvo tiempo para maldecir al percatarse de que un conocido Cupra Formentor de color verde seguramente se hallaba entre ellos, pues su padre no tardó en arrastrarla hasta las oficinas principales.

Cientos de preguntas sobre su formación académica, una entrevista sobre sus aptitudes y un test psicotécnico mantuvieron sus manos ocupadas por un par de horas. Puso su mejor cara—aquella que tantas veces había practicado para lucir medianamente presentable en el instituto luego de una larga noche en el trabajo—, se repitió a sí misma que debía agradecer sus privilegios, y, para las doce del mediodía, Nora había completado todas sus tareas.

Casi suspiró de alivio al darse cuenta de que había superado la primera parte del día sin encontrarse con el canario.

¿Que si se había puesto su chaqueta cuando el aire acondicionado empezó a ponerle la piel de gallina? . ¿Había tratado de olvidar a quién pertenecía la prenda? Por supuesto, por no mencionar que también intentaba convencerse de que la tela no era realmente confortable y que no olía a colonia de hombre.

Aquello, sin embargo, no tenía nada que ver con Pedri; Nora nunca había soportado el frío, y jamás había podido decirle que no a un poco de calor extra.

—Bien, señorita Crespo, ya hemos terminado. —La mujer que la había entrevistado, miembro del equipo de psicólogos de recursos humanos, le dedicó una amable sonrisa—. Tu perfil parece bastante completo a pesar de la falta de estudios universitarios. Me interesa mucho el hecho de que hayas empezado a trabajar desde tan joven; tienes experiencia en bastantes ámbitos, y eso es algo con lo que muy pocos cuentan.

Mientras un saco de rocas se desplomaba hasta el fondo de su estómago, Nora tuvo que emplear todas sus fuerzas para sacudir la cabeza en agradecimiento. Claro que no había empezado a trabajar por gusto, pero al menos la experiencia le había servido para conocer el mundo real.

Camarera en un bar, ayudante en una escuela de infantil y primaria, secretaria de una pequeña empresa que acabó quebrando, animadora de fiestas infantiles y tutora para chicos de secundaria. Había recorrido largos caminos e, incluso así, no podía evitar que su pierna botara de arriba a abajo y que sus manos se aferraran a los apoyabrazos de la silla, tratando de calmar sus nervios.

Y es que lo cierto era que no sabía qué esperar de aquella situación—sentía que tenía los ojos vendados, que no veía con claridad y que había un lobo respirándole en la nuca, obligándola a quedarse quieta. La oportunidad de conseguir el primer trabajo estable y profesional de toda su vida se presentaba ante sus ojos como un espejismo; solo había tenido que parpadear, chasquear los dedos y decir su apellido. No estaba acostumbrada a obtener recompensas sin haber hecho ningún tipo de esfuerzo, sin antes haber luchado con garras y dientes, y, sinceramente, no creía que aquello fuera justo.

Ni siquiera quería estar ahí.

Por más que trataba de asumir su nuevo lugar, su corazón deseaba otra cosa. Un futuro que de repente lucía inalcanzable, lleno de música, libertad e independencia—un futuro que, desde que llegó a Barcelona, parecía pesar más de lo normal.

Ignorando la repentina sensación de vacío que se instaló en el centro de su pecho, se aclaró la garganta para poder hablar: —Es un placer poder estar aquí.

—El placer es mío, cariño. —respondió la señora Lozano—. Ya tengo varias opciones propuestas para ti. Cualquiera se adaptará bien a tu currículum, especialmente considerando el desempeño de tu padre y de tu hermana en nuestro equipo.

El último comentario le erizó la piel, recordándole que debía cumplir ciertas expectativas—expectativas altas, expectativas que la mantenían atada a aquel lugar y a aquella sala—, pero se recompuso tan rápido como pudo.

Por suerte, la mujer no pareció notar la forma en la que sus comisuras temblaban.

—Verás, llevamos un tiempo necesitando personal dentro de nuestro equipo de fisioterapeutas, jóvenes que gestionen las partes menos técnicas del trabajo. Los fisios se encargan de chequear a los chicos, los ayudantes escriben los informes y controlan el papeleo —empezó a explicar después de una pausa—. Por otro lado, tienes carisma y me has comentado te desenvuelves con soltura tanto en inglés como en catalán, así que también se me ocurre que podrías trabajar en el departamento de redes sociales. Grabarías contenido diario de los jugadores, haciendo entrevistas rápidas y alguna cosa más, siempre y cuando estés dispuesta a exponer tu rostro al público.

» Tu padre nos dijo que querías probar varias cosas, así que quizás podrías rotar de una posición a otra cada cierto tiempo, aunque eso depende de mis superiores. Aun así, debo advertirte que ambas opciones requerirán de tu presencia en gran parte de los partidos del equipo, por lo que tendrás que viajar constantemente; nosotros cubriremos esos gastos, así que no tienes de qué preocuparte.

—Suena... bien. Estoy abierta a cualquier opción, señora Lozano.

«Quizás debería probar suerte como actriz», pensó, dibujando otra sonrisa ensayada.

—No esperaba menos —rio la mujer—. Ven, acompáñame. Te haré un pequeño tour por las instalaciones; así también podrás conocer a Xavi, si es que no está muy ocupado. —La morena la miró con confusión, recibiendo una carcajada por parte de la psicóloga—. El entrenador de este club, señorita. —Avergonzada por su impertinencia, Nora dejó escapar una risilla nerviosa, reprimiéndose mentalmente por dejar expuesto el poco interés que sentía por el Barça—. También tengo entendido que Luis Enrique pensaba venir hoy a conversar con algunos de los miembros de la Selección, a ver si hay suerte y lo encontramos.

Después de un par de comentarios más, y asegurándose de continuar con la puesta en escena, Nora siguió a la psicóloga hasta el exterior de la oficina.

La señora Lozano la llevó por largos pasillos con grandes ventanales, los cuales apuntaban directo al campo de entrenamiento. A lo largo del recorrido, la psicóloga le explicaba algunos detalles sobre cada despacho y sector que cruzaban, pero Nora apenas podía prestar atención. Las paredes parecían cerrarse a su alrededor, recordándole que, en tan solo un par de días, aquel sería su segundo hogar—que estaba allí solo porque le convenía a su padre, que no había conseguido nada por mérito propio.

El trayecto hasta la planta de abajo transcurrió en un parpadeo. Dio un paso, y otro, y otro más, con la vista pegada al suelo y la voz de la psicóloga resonando como un eco de fondo, distante e inaudible.

Ni siquiera dijo nada cuando entraron al campo de entrenamiento.

No ideó ninguna excusa, ni ningún plan de huida; ya había perdido.

Era cuestión de segundos para acabar encontrándose con aquel futbolista que tanto había querido evitar—luchar no tenía caso, ni mucho menos correr como una cobarde, y le gustaba pensar que podría enfrentarse a cualquier obstáculo siempre y cuando mantuviera la frente alta. Sin embargo, una irritante voz en su cabeza se empeñaba en recordarle que lo único que había hecho en los últimos días era escapar, y la forma en la que sus ojos se adherían al suelo de las gradas, por donde la señora Lozano la estaba guiando, no hacía más que delatarla.

¿Pedri se acordaría de ella, o fingiría no conocerla cuando la viera? ¿Estaría enfadado por lo de las fotografías?

«Para, Nora», se riñó a sí misma. Las respuestas no le importaban; si estaba cabreado, y si toda la atención que estaba recibiendo le causaba inconvenientes, ella no tenía la culpa.

En su intento por mantener la cabeza fría, podía ver botas de fútbol destacando sobre el césped, balones saliendo disparados; escuchaba los gritos de quien parecía ser el entrenador animando a los jugadores a moverse con más intensidad, a correr más rápido, a patear con más potencia. Hizo todo lo posible por centrarse en las explicaciones de la señora Lozano, quien le indicaba los nombres y la función de diferentes miembros del personal que trabajaba en aquella zona: técnicos, algún médico y fisioterapeuta disponible en caso de emergencia, e incluso fotógrafos como su hermana, a quien pudo identificar con una cámara a la distancia.

No supo cuándo acabó en el interior del campo, ni mucho menos cómo terminó varada en un mismo sitio, esperando impacientemente a que la señora Lozano dejara de conversar con el técnico que se le había acercado. Estaba ahí, a la espera de un impacto inminente, pero la psicóloga no paraba de hablar, y Nora sabía que no podría pasar mucho tiempo más luchando por distraerse con el color verde del césped.

—¡Eh, Nora!

Escuchar el llamado de su hermana tampoco fue del todo tranquilizador.

Se encontró con Vera trotando hacia ella desde el otro lado del campo; cámara fotográfica en mano, sonrisa radiante en el rostro. Apenas le dio tiempo a suspirar antes de que la castaña llegara a su lado, enganchando un brazo alrededor de sus hombros.

—Venga, levanta un poco la cabeza —bromeó Vera, palmeando la espalda de Nora con más fuerza de la necesaria. Señaló hacia el frente con el mentón, refiriéndose al grupo de futbolistas uniformados que entrenaban en el centro del campo—. ¿No te gusta el panorama?

—Lo estás haciendo aposta, cabrona —gruñó la morena—. Sabes bien que no quiero estar aquí.

—¡Pero quita esa cara! Ni siquiera se va a dar cuenta de que has venido —aseguró entre risas; ni siquiera tuvo que decir a quién se refería para que Nora supiera que hablaba de Pedri—. Bueno... —Dibujó una mueca, le dedicó un apretón a sus hombros, y el corazón de Nora no tardó en entrar en estado de alarma al ver a su hermana mirando al frente—. A lo mejor sí que se ha dado cuenta.

Lentamente, y con una sensación de cosquilleo en el pecho—una especie de anticipación desconocida, pesada y repentina—, desplazó su vista hacia adelante.

Así de fácil, el insulto que había querido dedicarle a Vera quedó atrapado en la base de su garganta.

Ojos color chocolate, cejas que enmarcaban una mirada familiar; una chispa de confusión y reconocimiento encendía las facciones del chico, contrastando con el azul brillante de su camiseta de entrenamiento. Su cabello estaba despeinado, piel cubierta por una fina capa de sudor que se extendía por sus brazos descubiertos, y, aunque los recuerdos de aquella noche eran borrosos, contaminados por las luces violetas de la discoteca, Nora fue capaz de reconocer la pizca de diversión que empezó a aparecer en la curvatura de sus labios.

Mientras apretaba la mandíbula, Pedri tan solo estiró sus comisuras un poco más. Le dedicó un asentimiento de cabeza, un movimiento tan discreto e imperceptible que Nora no hubiera notado de no ser por la intensidad de sus ojos, los cuales todavía seguían puestos sobre ella.

Sí, lo había visto en fotos, en televisión, en redes sociales... pero, muy a su pesar, debía admitir que la cámara no le hacía justicia.

El muy imbécil lucía mejor en persona.

—¿Y la señora Lozano? —cuestionó a su hermana en un hilo de voz.

Sabía que Pedri no podría escucharla—el canario se hallaba a unos cuantos metros de distancia, después de todo—, pero, por alguna razón, sentía que no podía hablar en voz alta.

—Pues... parece que tuvo que irse por una emergencia. —Nora tuvo que contener un gruñido exasperado al escuchar la respuesta de Vera. Se quedó ahí, estática, como si eso pudiera salvarla de ser reconocida por el muchacho; sabía, sin embargo, que era demasiado tarde—. Te está mirando, Nora.

Se mordió el interior de la mejilla al escuchar el susurro de su hermana. Sus pupilas seguían adheridas a las de Pedri, y un molesto nudo le apretaba la garganta.

—Me he dado cuenta.

Incluso en contra de su voluntad, el duelo de miradas se extendió por unos segundos más, hasta que uno de los compañeros del futbolista le dio una ligera colleja en el cuello, llamando su atención. Nora podía escuchar los murmullos de algunos de los miembros del equipo, voces que preguntaban qué hacía una niña como ella en el campo combinadas con expresiones curiosas, pero tan solo podía regocijarse en el hecho de que Pedri había apartado la mirada primero.

Cuando el chico se posicionó frente a la portería, creyó que el momento finalmente había pasado. Podría seguir adelante, continuar con lo suyo—o, mejor dicho, pedirle a su hermana que la sacara de allí cuanto antes—, y ninguno de los dos tendría que acercarse al otro mientras no fuese estrictamente necesario. No obstante, Pedri giró a verla una vez más, acompañado de un semblante travieso y una sonrisa de labios sellados.

Nora enarcó una ceja, entrecerrando los ojos ligeramente. «¿Qué haces?», le preguntaba con la mirada.

El canario pateó el balón como respuesta.

La pelota viajó directo a la portería, volando por encima de la cabeza del portero. El tiro fue preciso y controlado, sus compañeros festejaron por él, pero el chico solo volvió a observarla, encogiéndose de hombros con una expresión satisfecha.

—Engreído —bufó por lo bajo.

Solo cuando sintió el codo de su hermana encajándose en su costado, Nora se percató de que había hablado en voz alta: —Llámame loca, pero creo que estaba tratando de impresionarte.

—¿Ah, sí? —La morena se cruzó de brazos, cubriendo su frustración con una buena dosis de sarcasmo—. No lo logró.

Claro que había metido un gol, pero cualquier futbolista promedio estaba programado para hacer lo mismo. Además, seguramente fardaría de la misma manera frente a cualquier otra persona.

Así eran todos los jugadores, después de todo.

—Pues ahora viene hacia aquí.

¿Qué?

Que viene a hablarte, gilipollas —repitió Vera, sin siquiera molestarse en ocultar sus carcajadas ante la expresión desesperada de Nora, quien trataba de pedirle ayuda con la mirada—. Y yo tengo que hacerle unas fotos a otros jugadores, así que te toca enfrentarlo sola.

—Como me dejes sola te juro que...

Vera ni siquiera la dejó terminar. Simplemente se dispuso a dirigirse hacia el lado contrario del campo, no sin antes dedicarle un guiño sugestivo.

Nora, por su parte, no pudo hacer más que tragarse la impotencia mientras veía a Pedri acercándose por el rabillo del ojo. Sentía que no podía moverse, que sus pies estaban pegados al suelo, así que optó por fingir indiferencia. Buscó distracciones hasta en el más mínimo detalle: en el color negro de sus uñas, en las pequeñas manchas que ensuciaban sus zapatillas blancas, en el par de anillos que decoraban dedos. Aquello, sin embargo, no sirvió de nada; acabó tirando la toalla, levantando la cabeza justo cuando el canario se detenía frente a ella.

«A la mierda», pensó, relamiéndose los labios al sentirlos repentinamente secos. Enderezó la espalda para aparentar seguridad, mas cruzó los brazos en un gesto defensivo. «Mientras más rápido acabe con esto, mejor».

—Pensaba que no iba a volver a verte. —Fue el canario quien tomó la iniciativa. Aunque actuó de manera disimulada, Nora pudo ver la forma en que la repasaba de arriba a abajo con la mirada, volviendo finalmente a su rostro; su sonrisa ladeada se extendió un poco más, sus ojos brillaron con una chispa de sorna—. Ni a mi chaqueta.

De manera instantánea, la morena sintió que una oleada de calor le escalaba por las piernas. Solo entonces, cayó en cuenta de que los efectos del alcohol no le habían permitido notar que Pedri parecía ser una de aquellas personas que, cuando hablan, siempre te miran directamente a los ojos—de esas que no te dejan huir, que te atrapan sin siquiera intentarlo. Si bien su semblante era tan penetrante como creía recordarlo, el repentino flujo de sangre que subió hasta sus mejillas la tomó por sorpresa.

No le gustó la sensación.

Y tampoco le gustó darse cuenta de que había cometido el grave error de no quitarse su estúpida chaqueta antes de entrar al campo.

—Es cómoda.

Apretó los labios en una fina línea, analizando mentalmente su respuesta. «¿Es cómoda? Por Dios, Nora...»

¿Dónde había quedado su ingenio?

Él agachó la cabeza, ocultando un coro de risas bajas: —Puedes quedártela si quieres. —Volvió a centrarse en la chaqueta, esperando un par de segundos antes de levantar la mirada con las cejas enarcadas—. Te queda bien.

La chica apretó aún más la mandíbula.

Parecía tan tranquilo, tan cómodo y relajado que Nora solo pudo soltar un suspiro indignado—y es que la postura de Pedri contrastaba cruelmente con el fuego que mantenía preso a los músculos de Nora. Puños apretados, dientes chocando unos contra otros bajo la rigidez acumulada en su quijada, cuello estático y cargado de tensión; mientras él seguía calmado, ella era la viva imagen de una llama contenida, y darse cuenta de aquel detalle no hizo más que ponerle los nervios de punta.

No dijo nada, sin embargo. Ya había aprendido de su comentario anterior: mientras no tuviera nada ocurrente que decir, lo mejor sería quedarse callada.

Tal vez así Pedri entendería que no, no necesitaba hablar con él.

A pesar de ello, el chico no se alejó. Perdió la sonrisa eventualmente, percibiendo la energía feroz que emanaba de Nora, pero siguió insistiendo.

—Supongo que ya habrás visto las noticias —continuó, esta vez adoptando una expresión más seria.

—Imposible no verlas. —Soltó una carcajada vacía, tintada de ironía. Un incómodo silencio se instaló en el ambiente después de aquel comentario, hasta que Nora se atrevió a hablar una vez más—. ¿Por qué no me dijiste quién eras?

La pregunta pareció descolocarlo en un principio, pero se recompuso en menos de un parpadeo.

Se rascó la nuca en un gesto nervioso: —No me pareció importante.

—Pues a mí sí. —El ceño de Nora se frunció. Apretó los párpados momentáneamente, planteándose si debería haber usado un tono menos tajante, pero sabía que ya no podía arrepentirse, que debía mantenerse firme—. Si me hubieras dicho quién eras, podríamos habernos ahorrado todo este lío.

—¿Y entonces qué? ¿Qué hubieras hecho?

No le costó detectar el deje de frustración en el rostro de Pedri. La expresión del muchacho empezaba a parecerse cada vez más a la de Nora, abandonando aquel aire tranquilo y confiado que tanto la estaba exasperando; incluso sus facciones—ya de por sí marcadas—se afilaron aún más bajo la potencia de sus palabras.

Nora no supo por qué, pero aquello solo la motivó a seguir adelante; a avivar aún más la llama, hasta que su orgullo se sintiera saciado y pudiera considerar aquel encuentro como una victoria. A pesar de ello, mientras trataba de formular una respuesta coherente, comprendió que no podía mentirse a sí misma—le gustara o no, Pedri la había ayudado aquella noche y, ciertamente, no sabía qué habría hecho si el imbécil que se le había acercado aquella noche no se hubiera largado después de ver al canario.

—No lo sé —admitió en voz baja. Su terquedad, sin embargo, se las arregló para ingeniar otra respuesta antes de perder el debate—. Pero desde luego que no habría salido contigo de la discoteca.

En cuanto la tensión empezó a acumularse con mayor furor en el entrecejo del castaño, Nora supo que lo estaba llevando a su límite. Pedri se acarició la barbilla, como si aquel gesto fuera suficiente para aliviar la tirantez que apretaba su mandíbula, y, juzgando por la mirada que le dedicó a su entorno, la morena supo que estaba asegurándose de que tanto su entrenador como el resto de sus compañeros no estuvieran viéndolos.

Quizás simplemente no era un chico conflictivo. Tal vez no estaba acostumbrado a perder los estribos y no quería que nadie lo viera en ese estado, o a lo mejor empezaba a avergonzarse de hablar con ella.

Nora se tuvo repetir tres veces que no le importaba conocer ese detalle. Fuera lo que fuera que estuviese pensando, le daba absolutamente igual.

—Bien, lo pillo; estás cabreada —contraatacó Pedri después de unos segundos. Aunque no quería reparar en ello, Nora no pudo evitar pensar que su acento resaltaba aún más cuando hablaba con aquel tono frustrado—. Perdona por haberte metido en esto, ¿vale? Entiendo que no quieras tener nada que ver conmigo, pero no iba a dejarte ahí sola.

—¿Sí? —Enarcó una ceja, sintiendo que la punta de la lengua le ardía en llamas—. Pues yo no necesitaba la ayuda de un futbolista con complejo de héroe.

Ahí estaba.

La bomba. Las palabras contenidas. Uno de sus mayores miedos camuflado tras una coraza con espinas de hierro.

Y es que se las había arreglado a solas durante casi todo su vida. Incluso cuando su padre seguía en casa, era ella quien se encargaba de limpiar los desastres de Vera, quien resolvía sus propios problemas, quien asumía responsabilidades que a su edad todavía no le correspondían. La desconfianza y el escepticismo se habían convertido en sus mejores amigos, pues había aprendido que una mano tendida suele estar cubierta de veneno, que la mejor opción—o al menos la más segura—siempre sería no aceptarla y evitar correr riesgos innecesarios.

Pedri, por su parte, era uno de esos molestos "riesgos innecesarios".

Porque no podría deshacerse de él tan fácilmente, porque se suponía que tendrían convivir juntos día tras día una vez empezara a trabajar para el Barça. Porque, aunque no lo conocía, parecía ser tan terco como ella, y porque todavía seguía ahí, delante suya, incluso cuando intentaba espantarlo.

«Estás exagerando», le recordó el lado menos pasional de su conciencia. Inhaló, exhaló, y pronto se dio cuenta de que estaba viendo cosas donde claramente no las había. Se había puesto a la defensiva, levantando barreras donde quizás no era necesario y... por mucho que Pedri no le agradara, tampoco quería ser ese tipo de persona.

—Lo siento, —Soltó un suspiro pesado, ahogando su orgullo con una sonrisa forzada—, parece que siempre me pillas en un mal momento —murmuró en un intento por aligerar el ambiente—. Mientras nadie sepa que soy yo la de las fotos no pasará nada, ¿no?

El canario pareció aceptar las disculpas. Su mirada se ablandó, su postura se relajó, y la sonrisa ladeada volvió a aparecer en sus labios.

Cuando Nora se halló a sí misma tragando en seco ante su nueva expresión, empezó a creer que quizás, y solo por el bien de sus mejillas sonrojadas, prefería verlo enfadado.

Y tan ocupada estaba pensando en apartar sus ojos de los de Pedri que apenas pudo ver cómo uno de sus compañeros ponía en pausa su entrenamiento para acercarse a ellos, deteniéndose una vez llegó al lado del castaño.

—Pedri. —El muchacho hizo una pausa, tomando una profunda bocanada de aire a la par que limpiaba el sudor de su frente—. Deja de ligar, anda, que el míster se va a dar cuenta de que no estás entrenando.

El extraño sacudió los hombros del canario con brusquedad, en uno de esos gestos juguetones que Nora había visto tantas veces entre buenos amigos. Pedri contuvo una sonrisa en respuesta, apartando el rostro de su compañero con un empujón; la morena, sin embargo, no se detuvo a ver el encuentro. Devolvió la mirada al suelo cuando sus mejillas empezaron a escocer con más fuerza, pero al menos se consoló con la idea de aprovechar aquel momento para escapar.

El amigo de Pedri, sin embargo, tenía otros planes.

—Pero si eres la hermanita de Vera. —Le mostró una sonrisa radiante, llena de emoción. Posteriormente, se dirigió a Pedri, palmeando su espalda para captar su atención—. ¡A que se parecen un montón! Si es que ya se lo dije a Vera cuando me enseñó fotos suyas.

—Bueno, —El canario arrugó la nariz, como si estuviese valorando su respuesta. Aun así, Nora pudo identificar el aire vacilón que envolvía sus facciones—, menos la cara de bebé...

Ambos chicos estallaron en risas, e incluso la propia Nora tuvo que morderse el labio para evitar ser contagiada por sus carcajadas. En cambio, puso los ojos en blanco mientras Pedri la veía, y aquello no hizo más que ensanchar la sonrisa del castaño.

—Soy Ferran —volvió a hablar el otro chico después de unos cuantos segundos. La morena agradeció su intervención mentalmente; aquello, al menos, le había servido para centrarse en otra cosa que no fuera el canario—. Me dijo Vera que vas a trabajar aquí, ¿no? ¿Por qué no habías venido antes?

—Nora —se presentó —. Acabo de mudarme y... sí, creo que empiezo la semana que viene.

—Nora... —Ferran repitió su nombre con una expresión pensativa, ganándose una mirada confundida por parte de la chica. De repente, el chico pareció darse cuenta de algo, volteando hacia Pedri con una expresión sorprendida—. No jodas, que ella es la de la discoteca. No me habías dicho que era la hermana de Vera, cabrón.

«Mierda... Hay más gente que lo sabe».

Nora cerró los ojos, tomando una profunda bocanada de aire en un intento por mantener la calma. El canario pareció darse cuenta de su molestia, pues le dedicó una mirada apologética.

La morena tuvo que aguantar un suspiro frustrado.

Pedri le había contado a sus compañeros sobre ella y, si se lo había dicho a ellos... entonces seguramente aquella información acabaría llegando a los entrenadores del Barça y la Selección Española. En ese caso, su padre también se acabaría enterando, y que tendría que pagar las consecuencias de las que Vera le había advertido hacía unos días atrás.

—¿Y... qué te ha parecido el gol, Nora?

En un primer momento, la pregunta de Pedri la tomó por desprevenida. No obstante, pronto comprendió que el muchacho estaba tratando de cambiar de tema.

—Un gol como cualquier otro. —Nora aprovechó el momento para encogerse de hombros, aparentando el mayor desinterés posible—. Apuesto a que el portero te dejó marcar.

Ferran no aguantó sus carcajadas, empujando a Pedri en el proceso. El canario casi tropezó hacia adelante y, de un momento a otro, acabó cerca de Nora—tan cerca que, en un acto de reflejo, sus manos se posaron sobre la cintura de la chica en un intento por estabilizarse.

Parpadeó una, dos, tres veces, y entonces vio que Pedri volvía a estirar sus comisuras en aquella expresión juguetona. Creyó que el chico la estaba retando a reaccionar con la mirada, a hacer algo—lo que fuera—, pero ella solo pudo aguantar la respiración, sintiendo que la tela de la chaqueta de Pedri empezaba a quemarle la piel de los brazos.

Solo pasaron unos cuantos segundos, pero aquello fue todo lo que Nora necesitó para echarse hacia atrás. Casi trastabilló por la repentina brusquedad de sus movimientos, mas se las arreglo para mantener el equilibrio, enfocando la mirada en un punto muerto del campo.

Ni siquiera quiso preguntarse qué cojones había pasado, ni mucho menos por qué su pecho subía y bajaba de manera agitada.

Y, cuando la señora Lozano apareció de la nada, vistiendo una expresión seria que la dejó aún más extrañada, tuvo que resistir el impulso de maldecir en voz alta.

La psicóloga explicó que Luis Enrique, el mismísimo seleccionador de España, no solo requería la presencia de Pedri González, sino que también la de Nora.

No tuvo que mirar a Pedri para intuir que él también sabía que la habían cagado—y mucho.

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oo. ▇  ‧‧ . ༉‧₊˚  𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆  ... ❜

¡aquí está segunda parte del mini maratón de «HEARTLESS»!

aquí tienen su pequeña dosis de Pedri y Nora (mis padres). espero que hayan podido disfrutarlos tanto como yo porque todavía les queda por recorrer un largo camino lleno de tensión.
recalco que no quiero que estos dos acaben en una relación real de manera instantánea; me gustaría que sus interacciones sean realistas, aunque otra de mis intenciones es mostrar la atracción inicial que desde el primer momento existe entre ambos, por mucho que intenten evitarlo (especialmente Nora jsjs). (;

nuevamente, espero de todo corazón que hayan disfrutado de este capítulo. quiero agradecer mil y unas veces el apoyo que he estado recibiendo con esta historia, tanto por wattpad como por tiktok; sus comentarios me dan la vida y me motivan a seguir escribiendo.

en el próximo capítulo veremos más Pedri, más Nora, a nuestro querido Luis Enrique y a Gavi (y al posible interés amoroso de Gavi, pero yo no he dicho nada). quizás aparezcan otros personajes, pero por ahora dejo este pequeño adelanto.

pregunta para mis lectores canari@s (o de otras partes de España), ¿en Canarias se dice "vosotros" o "ustedes"? es que he escuchado algunas entrevistas de Pedri y me parece que suele usar "ustedes" a la hora de hablar, pero no tengo manera de asegurarlo ya que vivo en Valencia (aunque soy venezolana). me gustaría saber este detalle para escribir los diálogos de Pedri, así que me ayudarían mucho si saben algo al respecto. ♡

eso es todo, linduras. espero con muchas ganas leer sus opiniones sobre esta parte de la historia.

y ahora sí, con un beso y un abrazo, me despido. ¡nos vemos pronto!

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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