Capítulo I

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Acto Primero
El Torneo Galáctico
Y la Armadura Dorada

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El sudor caía rápidamente de su frente, sus manos se apoyaban en sus rodillas mientras su respiración delataba su cansancio, creían que tiraría la toalla, estaba débil pero muy motivada.

—¡Vamos, Hinata! —oyó la voz de Seiya, su mejor amigo que la acompañó desde que dejaron el orfanato Star Children, en Japón. Él único capaz de remover sus pensamientos y corazón como una fiera sin soga, por quién peleaba ese día.

Recuperó su postura erguida, su rival era fuerte pero muy habladora, le faltaba pasión y espíritu, justo lo que ella usaría para tratar de vencerla. Se concentró, sus emociones la ayudaban a levantar su energía cósmica, su mirada azulada mostraba pureza y amabilidad, la niña más débil de todas había alcanzado despertar de manera definitiva su sexto sentido. Hinata se lanzó contra Trixy usando sus piernas como armas, dado que eran más fuertes que sus brazos. Una llamarada parecida a la de los rayos del sol desprendía de su cuerpo, dejando algo impresionados a varios de los espectadores.

—¡Despierta delfín! —exclamó con pasión, con la energía, burbujas aparecieron y éstas fueron guiadas por sus extremidades inferiores para terminar de atacar a su contrincante como si se tratara de un feroz torrente de agua, acabando así la pelea. Hinata fue vencedora de una batalla que estuvo cerca de perder.

—¡Eso es! ¡Esa es mi chica! —seguía oyendo los alaridos llenos de entusiasmo del caballero de Pegaso, al lado de él estaba Mónica de Grulla, su maestra y casi segunda madre, las únicas personas en las que podía confiar.

El patriarca finalmente hizo acto de aparición frente a la chica, estando ya enterado de que aquella no respondía a la ley impuesta para las mujeres del santuario, ya que, por mala suerte tal vez, tuvo la desgracia de ser vista sin su escudo, después del incidente prefirió dejar su rostro ante los ojos del mundo, pero principalmente ante los ojos de quién eligió amar. Hinata hizo una reverencia ante su santidad, por la oportunidad dada y por la fe que jamás se terminó de su parte, no sabía la dicha que le daba el saber que por fin se iría de tal maldita prisión para buscar a su hermano.

—Athena te ha reconocido como una más de sus santas, Hinata —la chica alzó la cabeza agitando sus hebras amarillas con una pequeña sonrisa en los labios —por ello, te entrego la sagrada armadura de Delfín, cuya constelación ha de protegerte de ahora en adelante, asimismo el poder que te ha de otorgar será utilizado para defender a la Diosa de la sabiduría.

Mismas palabras fueron dichas a Seiya una semana atrás, una vez se imaginó que un día serían para ella, y ahí estaba, lo había conseguido. Un par de soldados acercaron la caja de Pandora hacia ella, Hinata se puso de pie y una mano la dejó descansar sobre la tapa helada que resguardaba su armazón; luego, miró al gran maestro y entonó con dulzura:

—Juro solemnemente utilizar esta sagrada armadura para defender a Athena ante cualquier amenaza, aún si mi vida corre peligro.

—Confío en tu palabra, Hinata.

Soltó un suspiro de alivio, tanto tiempo había valido la pena, y pensar que más de una ocasión intentó escapar del santuario. No sabía cómo logró dejarse convencer de aquel enérgico castaño, no sabía cómo, no tenía respuestas a preguntas como esas.

—¡Nat! —detrás la llamaron, con un paso veloz y desesperado Seiya la envolvió en sus brazos altamente emocionado, ya ahora eran caballeros, podían regresar a Asia en busca de sus familias. —¡Felicidades! Lo hiciste, sabía que destruirías a Trixy.

—Gracias, Seiya —Hinata se separó—no lo habría logrado sin ti.

—¿Entonces él fue tu maestro?—insinuó Mónica llegando detrás de Pegaso, la rubia negó para caminar y así quedar frente a esa mujer sin rostro con cabello plateado.

—Principalmente a ti es a quién debo agradecer.

—Ahorrate las palabras, no son necesarias. Hice lo que debía hacer, es todo.

En algún momento pudo sonar amarga y fría, así eran los santos femeninos, rudas, firmes pero fieles, Nat sabía que Mónica estaba conmovida pero obviamente su orgullo no le permitiría ablandarse aún si se trataba de su alumna, a la que quería como si fuese su hija.

La chica cargó su caja, casi tambaleándose por lo pesada que estaba, Seiya quiso ayudarla más no fue permitido dado que ella quería hacerlo por su cuenta. Ante las pequeñas risas de Mónica y una que otra ayuda del caballero de Pegaso para que no tropezara, Hinata caminaba con dificultad para poder soportar el peso de la sagrada caja con rumbo a su cabaña.

Parecía un sueño, ni ella se lo podía creer, finalmente había concluido con el entrenamiento que casi acababa con su vida más de una ocasión. Años de duro esfuerzo, dolor y ansiedad dieron sus frutos esa tarde tan acalorada y bochornosa. En serio, Nat creía que estaba en medio de una ensoñación, la mañana siguiente partiría con Seiya a Japón para ver a su padre y cumplir el trato acordado, estaba muy entusiasmada, pero igual asustada. Esa noche alistaba las pocas cosas que eran de su pertenencia en una maleta pequeña; ella pensaba en el momento en que pisara la mansión de Mitsumasa ¿qué haría? ¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría al verla luego de, seguramente asumir que había muerto? No toleraba el hecho de que era su hija de sangre, porque definitivamente un hombre como él no merecía ese respeto ni todo lo que posee, aunque su madre dijera lo contrario, para ella no era nada suyo.

Exhaló, y cerró por un segundo sus ojos, las manos le temblaban y el corazón saltaba como si quisiese salirse de su pecho, esos pensamientos eran un dolor de cabeza tan inmenso que la apartaban de su realidad.

—Nat— Mónica tocó levemente la puerta de aquella habitación, dado que estaba abierta, a la chica logró volver en sí y se dio la vuelta para mirar la plateada máscara de esa mujer—¿Interrumpo?

—No, para nada —respondió ella con una sonrisa débil— ¿necesitabas algo?

La mujer entró despacio, ahora con los brazos cruzados se quedó parada a unos dos metros de la joven rubia.

—Yo sólo... Sólo, sé consciente
de lo que pueda suceder allá afuera. Las cosas no serán nada sencillas, Hinata, creo que eso lo sabes bien. La vida es realmente dura y cruel, —la tomó de los hombros con suavidad— hoy te diste cuenta de lo que eres capaz, eres más fuerte de lo que crees. Tal vez lo que desees se demore en llegar a ti, pero la fe debe permanecer en tu corazón así todo parezca perdido. Nunca has estado sola, Nat.

La joven que escuchaba todo atentamente sentía en su interior un revoltijo indescriptible, extrañaría a su maestra y podría admitirlo si no fuera por el nudo en su garganta que le impedía hablar. Mónica fue paciente y protectora, sabia y gentil, era de los pocas cosas buenas que había recibido del destino.

—Sé lo qué quieres decir —suspiró la joven. —el aire fresco de la noche se coló por la ventana del cuarto, dándole escalofríos al momento de hablar—Agradezco todo lo que has hecho por mí estos años, y, sé que con palabras no pagaré la cuenta de lo mucho que has trabajado para protegerme, yo... —tartamudeó, si una cosa odiaba eran las despedidas, nunca se entrenó para alguna, y era totalmente difícil encontrar perfectas palabras la situación— En serio te aprecio mucho y valoro tus consejos pero, he tomado una decisión, y encontraré a Hyōga, él es todo lo que me queda en esta vida.

Años, seis dolorosos años pasaron que esa chica no veía a su hermano mayor, a una temprana edad sufrió no solo de su pérdida sino también la ausencia de una madre joven que sólo buscaba la alegría de sus hijos y le fue arrebatada por un desastre natural. Desde entonces, aquellos niños llegaron a las manos de su padre, quién terminó por condenarlos para que cumplieran un capricho suyo.
Mónica entendía de cierta forma los deseos de su alumna ¿por qué apagarle la esperanza de reunirse con su familia?

—Lo sé, y lo entiendo —soltó —Si algún día necesitas de mí, aquí estaré, siempre...

—Gracias—formuló con los pómulos ardientes, tratando de no llorar —de verdad, gracias por todo, Mónica, prometo no defraudarte.

—No agradezcas —la mujer sonrió bajo la máscara —Solo te pido que seas buena niña, ah, y por favor no permitas que Seiya se sobrepase contigo.

—Mónica... —Hinata rodó los ojos con una sonrisa en sus labios.

—Hablo en serio.

—Él no es así y lo sabes. —ambas rieron pensando en el susodicho.

—Nunca terminas de conocer a las personas, Hinata... Yo sé lo que te digo.

Mónica adoraba a esa niña, era hora de que sus alas se abrieran y volaran alto. Ella sola podía enfrentarse a la dura vida con el mundo, bueno, no tan sola que digamos...

Hinata desde que pisó el sagrado santuario fue acogida por Mónica una noche en que los guardias quisieron llevársela para servir de vestal, al verla enseguida supo que debía ayudarla y criarla para ser una verdadera sierva de Athena, así como su maestro había hecho con ella. Los años pasados, los dolores sufridos y los altos deseos de morir nunca faltaron en esa mente de niña que solo quería una familia, aunque no llegó sola, un muchachito de su edad había arribado a esas tierras una mañana, solicitando firmemente la instrucción de caballero, la cual le fue otorgada.

Aproximadamente una semana después de haber tomado las lecciones, aquellos dos se encontraron en una tarde fresca, en medio de un bosque donde las avecillas se acomodaban para descansar. Ese día, Seiya paseaba aburrido y lanzó piedras de manera despistada a un nido, Hinata rescató a esos polluelos que casi morían por la altura del árbol en el que vivían. Una ligera discusión fue el inicio de su amistad, pues muy aparte de venir del mismo lugar, ambos tenían un propósito para regresar: sus hermanos. Seiya se enamoró de Hinata, de la única niña que le interesaba, pues era conocida, y no le importaba si la veía a escondidas de Águila y Grulla; noche tras noche iba a visitarla a su ventana, y los deseos de verla siempre se transformaron en inocentes sentimientos que en su interior se obligó a callar, a pesar de que no le saliera bien. Hinata por otra parte, igualmente se había enamorado, aunque de forzosa manera pero de ello no se arrepentía; su escudo plateado se soltó de su rostro y dejó a la vista orbes azuladas y labios pequeños que encantaron más a aquel chico, pero que aterró a la joven.

Según la ley de las máscaras para santos femeninos, ella debía elegir entre matar o amar a aquel hombre que la vio sin su escudo. Nat era demasiado pequeña como para atreverse a matar, y más si se trataba de su mejor amigo, simplemente no podía, y no quería hacer eso. Optó por amar al chico, pero sin atreverse a decirle, con el pasar de los años ella terminó flechada por él, logrando así que entre esos dos se volviera notorio el hecho de que sus corazones estaban unidos, pero eran tan tontos como necios para poder admitirlo, pues no querían que su amistad se arruinara.

Las mentoras de ambos muchachos, bien sabían lo que tenían entre manos, o mejor dicho, entre las sombras; de vez en cuando trataban de apartarlos por sus asuntos personales del pasado, pero era imposible, los dos se amaban tanto que pensaban en el otro para no desistir en la cruda misión que se les otorgó.

La santa de Grulla acompañó a su discípula hasta las fronteras del santuario, cuando el sol recibía al pueblo con su suave calor mientras las aves comenzaban a salir; allí, las esperaban Águila y Pegaso. La sonrisa de Nat era tan hermosa que encantaba como si un hechizo desprendiera junto con la mirada. Una falda blanca se movía con la lenta brisa mañanera, una blusa rosa sencilla que dejaba sus hombros descubiertos la hacían ver coqueta y adorable, las botas, igualmente rosas y cortas acompañaban su estilo mientras sus largos y lacios cabellos dorados estaban sueltos.

—¿Lista? —preguntó el castaño con la misma sonrisa que ella.

—Lista —respondió, caminó para darle la espalda a Mónica y así quedar a su lado, volvió a darle la mirada a aquella mujer que nunca se rindió ante su inutilidad —Hasta pronto, Mónica. Marín...

—Hasta pronto, niños— mencionó Marín—mucha suerte en su viaje.

—Sean prudentes y que Athena los acompañe.

Aquel joven par asintió sonriente, después, con las manos unidas fueron abandonando las tierras del santuario, con rumbo a Japón donde finalmente cumplirían con una vieja promesa.

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Los dos estaban emocionados, a su manera lo demostraban, la chica traía el corazón a mil como si en su lugar un delfín saltara en el agua sin detenerse. El muchacho por otra parte, trataba de  mantenerse sereno pero simplemente su cara no ayudaba, parecía enojado.
Ninguno estaba seguro de lo que pasaría ¿con qué cara les recibiría el señor Kido? No tenían idea.

El peso de sus cajas de Pandora no existía de tanto que cada uno divagaba en su mente, de lo que tal vez pasaría una vez que entraran a esa enorme casa en la que vivieron tan y sin futuro. Seiya respiró hondo y tocó el timbre para finalmente entrar; esperaron unos segundos. Fueron los segundos más largos para ambos, Hinata comenzó a mover de manera involuntaria su mano derecha de los nervios, tanto así que el chico tuvo que tomarla con su puño para que dejara de hacerlo, pues también lo exasperaba, fue entonces que el chirrido de la puerta abriéndose los alertó y dejó ver a una de sus personas menos favoritas, Tatsumi, el mayordomo de Mitsumasa.

—Seiya de Pegaso, y —mencionó mirando al muchacho y a su caja— ¿Hinata?—preguntó asombrado, esperaba la presencia de todos pero menos de ella, la chiquilla más llorona de los once, aquella que sólo fue “adoptada” por sus berrinches y terminó siendo condenada como el resto, Tatsumi pensó que moriría, vaya sorpresa le cayó como balde de agua al ver a la niña ya como una muchachita y con una enorme caja tras su espalda. —Estás viva...

—Amm, sí— mencionó aquella rubia extrañada, pero suponiendo lo que corría en su mente —también, estás vivo, Tatsumi...

—Eh, claro, sí, la señorita Kido los está esperando. Adelante. —el hombre con calva les dejó pasar, de inmediato los abandonó para buscar a la mencionada.

Mientras tanto ellos, solo esperaron algo impacientes durante unos pocos minutos.

—¿Nat? ¿Qué pasa? —se giró a ella al ver su rostro cuya expresión no era una positiva, batallando un poco por el peso de la caja de Pandora a la que, por supuesto no estaba acostumbrado a llevar, le sorprendía que Hinata no se inmutara a pesar de apenas ser la segunda ocasión que la cargaba, tal vez era porque su armadura era menos pesada, o eso creía.

—No lo sé... —dijo la chica, apretando los tirantes de su caja con la vista baja—creo que, tengo miedo... —soltó un sonido semejante al de una risa que al momento fue borrada.

Seiya ladeó su cabeza sin saber qué decir, segundos antes parecía que estaba bien.

—¿Por qué tendrías miedo? Ya pasamos lo peor —la risa del chico logró que Nat alzará la vista y se sonrojara por ello, bueno, razón no le faltaba —Deberías estar feliz, pronto hablaremos con tu papá y te aseguro que verás a Hyōga como tanto lo anhelaste.

—Ahh, Seiya... —volvió a soltar aire como si paciencia le faltara, y eso que se consideraba una persona calmada y paciente —ese hombre no es mi padre, y nunca lo será.

El tiempo de espera se alargó más de lo previsto, como si la vida quisiera matarlos de la incertidumbre, la duda y la emoción interna que los invadía. Saori Kido hizo su aparición luego de un rato, saludó amable y cordialmente a los dos por verlos luego de muchos años separados, sin embargo parecía tener otro motivo para recibirlos, motivo que ellos no sabían que tendrían que cumplir.

El torneo Galáctico, organizado por la joven presente, apenas había iniciado, según decían era un evento de suma importancia para el país con la llegada de los caballeros de bronce, mismos que en la antigüedad eran sus compañeros del orfanato, al que sólo once fueron enviados a distintos campos de entrenamiento para cometerlo. Era el caso de ellos siendo su destino Grecia, pero ahora, recordando una de las reglas más importantes que imponían en el santuario estaban obligados a hacer justo lo contrario les agradara o no.

—¿Torneo? Nosotros no estamos aquí para formar parte del evento del que hablas. —Dijo Seiya. —Queremos ver a Mitsumasa Kido en este instante.

Saori quedó muda un par de segundos, mirando espectantes al unido par tan disgustoso ante sus palabras que hasta con amabilidad habían sido dedicadas.
Era complicado lo que iba a decir, ni a ella le agradaba tener que revelarlo.

—Mi, abuelo murió... —dijo con pena, sus gestos no mentían sin embargo tuvo que asumir su muerte pues toda la herencia funcionaba ahora con su organización —Hace un par de años, una enfermedad se llevó su salud...

Seiya suspiró y Hinata bajó la mirada con el ceño fruncido, esto no había sido algo que esperaran.

—Está muerto... Se lo merecía, después de todas las penalidades que hizo pasar a tantas personas a lo largo de su vida.

—¡No te atrevas a hablar así del amo Mitsumasa! —regañó Tatsumi, creyendo que por su tamaño aterraría a los jóvenes, enérgicamente se les acercó con intenciones de hacerlos obedecer a la fuerza. Quiso bofetear al muchacho, pero por supuesto no lo cometió.

—Tenemos nuestras razones para pensar de esa manera, señorita Kido, por favor, compréndalo —mencionó la santa con educación, apartando con su mano la del mayor.

—Como sea, ya que tú eres su nieta, tal vez puedas ser capaz de cumplir la promesa que nos hizo a nosotros... —la joven Kido se puso atenta, pues además no le quedaba de otra más que hacer que su querido abuelo pudiera descansar en paz sin tener asuntos pendientes al no estar ya con vida. —Nat y yo tenemos hermanos, cuando intentaron separarnos tu abuelo prometió que si volvíamos con las armaduras nos dejarían verlos de nuevo.

—Ya veo, creo recordar este asunto...

—Ahora como puede ver, estamos aquí con las armaduras, le pedimos amablemente, ¿dónde están Hyōga y Seika? —agregó la rubia no queriendo salir de sus estribos, no quería más problemas.

—Si es que queda algo de amabilidad —gruñó.

—Corrige tus palabras en este instante, Seiya— apareció un extraño, Hinata logró reconocerlo enseguida y recuerdos de su niñez nublaron su vista un par de segundos. Por otra parte, su compañero se puso en guardia, colocando su brazo delante de ella para protegerla, el sujeto no se veía de fiar— Debes dirigirte a la señorita Saori con el debido respeto que se merece.

—Yo no le debo nada a esta señorita —contestó Pegaso seriamente —a propósito ¿Quién eres tú?

—¿Es que ya no me recuerdas?—sonrió de lado— Veo que traes compañía, de verdad es una sorpresa tenerte aquí, pequeña Nat— miró a la joven, quién no hizo gesto alguno al respecto— Espero que tú no me hayas olvidado.

—Como olvidarte, Jabu— habló ella. Jabu de Unicornio era su pesadilla en el orfanato, gracias a su exceso de confianza y a la carencia de su parte era un blanco perfecto para molestarla. Normalmente la reconocían por ser la bebé de su hermano. —Todavía recuerdo cuando solías molestarme porque era más, pequeña que tú.

Seiya al oírla, recordó de inmediato, y con más razón frunció las cejas, aunque aquella fuera capaz de darle un par de trompadas la iba a defender de él.

—Me halaga que lo digas. Como decía, ambos deben disculparse con la señorita y entregar sus armaduras.

—No lo haremos —volvió a decir Seiya —no hasta que veamos cumplida la promesa.

—Eres necio, y has vuelto a alzar la voz ¡entiende que esta vez no lo dejaré pasar! —Jabu alzó el puño hacia Seiya, aquel empujó a la chica hacia atrás, para él detener el ataque con su pierna.

—Sabes, me causas mucha gracia, Jabu— rió Pegaso, bajó su extremidad inferior y volvió al lado de Hinata, quién no dejaba de matarlo con la mirada con semejante espectáculo que estaba haciendo —tu comportamiento no ha cambiado en nada, pareces un cachorro que sólo sigue a su dueña.

—Seiya, basta. —reprochó la santa.

—Hazle caso a tu princesita ¡entrega la armadura o te la verás conmigo!

—¡Es suficiente! —exclamó Saori, la sala quedó en silencio un segundo—Jabu, tranquilízate en este instante. Si quieres pelear con él solo será bajo las reglas del torneo.

—Los problemas no se arreglan con la violencia— opinó Hinata, dejándose ver ante Jabu y Saori —además, está estrictamente prohibido el uso de estos ropajes sagrados para eventos o competencias de este tipo. Ninguno de nosotros participará, queremos a nuestros hermanos o no hay armaduras.

—Me parece que ella ha hablado —la secundó su amigo.

Saori cerró sus ojos para recuperar la paciencia, el asunto se estaba yendo de sus manos pero haría hasta lo imposible por convencerlos.

—Hinata, tu hermano es Hyōga ¿no es así? —la chica asintió —él no se encuentra aquí, continúa con su entrenamiento, en el país de los hielos, según me he enterado. Por lo tanto deberás esperar a su regreso.

¿Qué cosa? Se preguntaba ella, él aun no llegaba...

—¿Y qué hay de Seika? —preguntó Seiya.

—Me temo que, no hay mucho que decir al respecto... —su silencio fue su respuesta para que pudiese continuar—Ella desapareció después de que marcharas a Grecia, actualmente nadie sabe de ella, y no la han encontrado.

—¡¿Pero qué has dicho?!

Esto era malo, incluso peor que sólo esperar un par de días como el que caso de la rubia. Había ansiado poder ver a su hermana mayor, y ahora resulta que no estaba en la ciudad, se había ido. Por primera vez comprendía la desesperación de Hinata cada que quería fugarse del santuario. Seiya buscó los ojos de Nat, y claramente veía tristeza en ellos, tristeza por él; tomó sus manos, el contacto visual fue rápido que así le decía mil palabras, de lo que sentía.

—Tengo que buscar a Seika... —con eso le dijo todo, se oía el dolor en su voz y se veía que las pequeñas manos de Hinata temblaban.

—¡Entonces yo iré contigo! —dictó sin pensar, Nat odiaba las despedidas ¿qué tan grande era la posibilidad de volver a verlo? Y cuando eso sucediera ¿como podría saber si aun existiría ese lazo entre ellos?

—No, tú te quedarás aquí, esto es algo que debo hacer sin ti, Nat —de inmediato la soltó, era un corto momento para darle un merecido adiós quizá, pero no quería verla llorar, no por él. Tampoco la alejaría de su familia.

Para fortuna de Hinata, antes de que aquel hiciera una locura, Saori fue generosa con un trato extraño y demasiado peligroso.

—La Fundación Graad ha crecido demasiado, puedo decir que tiene lo necesario para localizar a cualquier persona como si de un juego se tratara —los amigos se echaron una mirada, comprendiendo a que quería llegar —a cambio de su participación en el duelo Galáctico y el vencimiento en el mismo, me aseguraré de que encuentren a Seika y la traigan... ¿Qué dicen?

Romper las reglas a cambio de una familia, era muy tentador, incluso para Nat. Si Mónica se enteraba de eso muy seguramente la mataría, que decir de Marín, tal vez un destino peor que sólo la muerte.

—Vámonos de aquí —jaló a la chica, tendría que pensar mucho en aquella propuesta.

—Alto, las armaduras se quedan—Jabu usó su cosmos para atacarlos por la espalda, logrando que los tirantes de cada caja se hiciera pedazos, de manera que las arrastró hasta sus pies.

A Seiya le enojó tanto que de vuelta le arrojó un rayo, que logró hacer un enorme agujero en la pared. Con la chica se marchó de la vivienda, mientras aquella lo regañaba por dejar que su negatividad lo cegara.

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Ya, prometo que esta es la última vez que publico una historia y luego la anulo. Esta ocasión las cosas irán rápido, sin embargo, las actualizaciones serán muuuuuy lentas pues he regresado a la escuela, la esencia de las antiguas versiones de Mi Sangre permanecerá (a quienes hayan tenido la mala suerte de haberlas leído). Mi compensación es que los capítulos serán largos, aprox 4100 palabras y, pues ya.

Sin prólogo, porque iremos de una.

Hasta la próximaaaaaa.

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