Capítulo XXI

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Flashback:

“Ser la única niña entre un grupo de varones era lo peor del mundo. No sólo por no lograr congeniar con ellos, sino también por no tener el valor para acercarse e intentar dejar ir sus miedos cuando éstos eran su principal enemigo.

En un día normal de entrenamiento en el hogar designado a los once huérfanos elegidos, Jabu había hecho llorar como de costumbre a Hinata, quien no era capaz de siquiera levantar sus puños para defenderse. No era su culpa. Simplemente era víctima de una mala disciplina cuya educación no era ni cerca la mejor, y con ella no había ningún tipo de distinción, ni consideración para su corta edad. Todos eran tratados por igual.

Nadie tenía compasión por aquella niña que muy apenas se atrevía a hablar. Su hermano mayor era el responsable de ambos; él era su única alternativa, Hyōga era todo lo que le quedaba.

Pocos entendían que el perder a su madre había apagado las esperanzas de la pequeña por querer tener una ambición y aprovechar esa oportunidad como un camino para un futuro mejor o más agradable. O eso les habían dicho.

—No de nuevo...— suspiró el pequeño Jabu al ver a la rubia llorar de rodillas en el suelo.— Hinata, deja de llorar, así jamás vas a aprender.

Frase que escuchaba todo el tiempo y jamás hacía resultados. Jabu ya ni se preocupaba mucho por verla así, después de todo, se acostumbró a sus reacciones negativas y sus bromas sólo empeoraban el llanto. No tenía caso detenerla si jamás iba a cambiar.

—No sé cómo es que todavía sigues aquí—se cruzó de brazos y miró a otro lado mientras la niña seguía llorando—alguien tan débil como tú nunca logrará crecer.

A veces, Jabu se preguntaba por qué siempre actuaba así. Shun solía ser más soportable pese a ser semejante, pero Hinata no aguantaba ni el más mínimo ejercicio; o terminaba llorando del miedo o siendo lastimada, algunas veces las dos; también solía esconderse de Tatsumi porque le pegaba al no ser tan resistente como los demás o por huir de las prácticas. Siempre pensó que las niñas como ella no estaban hechas para convertirse en caballeros. No entendía por qué estaba en ese lugar.

La niña seguía llorando, sintiendo más personal lo que aquel había dicho, además, se enfocó en el dolor que la caída le había ocasionado como la mayoría de veces. A ella no le gustaba ser así de débil pero no podía evitarlo.

—¡Nat!— y entonces oyó su voz. Por primera vez alzó su dorada cabecita, sus ojos azules ya hinchados fueron a mirar la dirección de su hermano que corría de prisa hacia ella.

—¡Hyōga!

El niño frunció su ceño al escuchar su voz cortada. No tardó en llegar para ver a la pequeña rubia; como siempre, revisó que no hubiesen heridas graves en su piel. No había más que raspones.

—¿Qué le hiciste a Hinata, Jabu?—Observó al chico que seguía dándole la espalda.

—¿Yo? Nada.— respondió a secas— Ya sabes, tu hermana no aguanta nada. No sé por qué todavía está aquí. Ella debería regresar al orfanato a donde pertenece.

—¡Cállate! Ella algún día será más fuerte que tú, ya lo verás.

—Lo dudo. Ni siquiera se puede defender. No tiene futuro alguno. Sin ti no es nada.

Hyōga volvió su mirada azul a su hermanita, y a ella le sonrió para después secar sus lágrimas.

—No le hagas caso. Estoy seguro de que un día serás uno de los caballeros más fuertes del mundo.— dijo sin dudarlo— ¿Quién sabe? A lo mejor logras salvarme si me encuentro en peligro. Y si no, no importa, yo te salvaré las veces que sean necesarias.

—Hermano... ¡Te quiero!— la niña le abrazó enseguida, todo eso se lo decía siempre sin cansarse, siempre con amor y cariño, con la esperanza de que algún día se haría realidad.

Su hermano mayor era lo único que tenía en su vida. ¿Qué sería de ella sin él a su lado?”

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Sentía su corazón hacerse pedazos como el vidrio caer y hacerse añicos. Estaba sola de nuevo. Ninguna herida le había dolido tanto; tenía cicatrices, pero esta que llegó a su alma, quedaría ahí por siempre si no hacía nada.

—¿Pero cómo habrá llegado hasta acá?— oyó de Seiya, quien como ella no entendía lo que veía.

Alzó su cabeza para escuchar mejor pero entonces sintió un pequeño escalofrío, el cual decidió ignorar. Sentía un horrible nudo en su garganta, muy apenas distinguía su alrededor por la oscuridad y las lágrimas que nublaban su vista. Quizás era bueno ya que, le dolía ver la figura de su pariente atrapado y sin vida.

—El caballero de Géminis debió consumirlo en su dimensión— respondió Shun —pero según sus palabras, se supone que algo así no debería pasar.

—Creo que alguien más lo ha hecho— supuso Shiryū— Alguien capaz de manipular de esta manera los hielos... Probablemente fue el décimo primer caballero de oro, Camus de Acuario.

—¿Qué? —la santa volteó enseguida, su rostro era un desastre total; ojos hinchados, lágrimas sobre sus mejillas, voz cortada, pero en ese momento nada más le importaba.— No, eso no puede ser. El señor Camus es el maestro de Hyōga, él no pudo haberle hecho esto.

—¿Cómo estás tan segura?

—Hyōga me lo dijo.— afirmó segura, las lágrimas empezaron a secarse en su piel pero nada aseguraba que así permanecería— Él me habló de Camus y jamás mencionó algo malo de él; mucho menos que fuera un caballero de oro.

—Quizás no lo sabía...— pensó el Dragón.

—Entonces, —añadió la segunda santa—si dices que ese sujeto es su maestro ¿Por qué le haría algo así de terrible?

—¿Porque es aliado del Patriarca?— Hinata exhaló pesadamente. No estaba de humor para los comentarios obvios de Seiya.

—Eso ya se sabe— dijo seria.— Lo que no entiendo es... ¿Cómo puedes arrebatarle la vida a alguien con el que has pasado años juntos?...— Miró el suelo y después al cristal, su mano volvió a tocarlo para que enseguida sintiera el ardor correr— Hyōga solía decir que el señor Camus era como el padre que nunca pudo tener...

La sensación de derramar más ríos llegó de nuevo. No pudo evitarlo aunque quiso.

Otro escalofrío llegó a su espalda, raro puesto que debió llegar a sus brazos primero si se trataba del aire helado que desprendía el hielo. Miró a su hermano fijamente, una corriente pequeña llegaba a su cuerpo y entre abrió sus labios. Lo que sentía era una pequeña cantidad de cosmos que Hyōga seguía emanando.

—Está vivo...—murmuró, intentó asegurarse de que no era imaginación suya. Sus amigos la miraban algo confundidos, hasta que ella alzó la voz— ¡Es su cosmos! ¡Pude sentirlo! ¡Aun podemos salvarlo!

El corazón de la más joven comenzó a saltar, esta ocasión emocionado, con esperanza. Observó sus manos y pensó en todas las veces que su hermano la salvó a lo largo de su vida; antes y después de ser separados. Hyōga siempre se preocupó por ella aunque trataba de no ser tan sensible; sus emociones eran tan claras como el agua, más cuando se ponía celoso o angustiado. Todo el cariño que le daba salía desde lo más profundo de su ser. El caballero de los hielos tenía una alma cálida dispuesta a todo por su hermana y sus amigos. No merecía apagarse aun.

Hinata cerró sus puños con fuerza, era momento de devolverle al menos una de todas esas ocasiones en las que él protegió a su débil e indefensa persona.

Su cosmos empezó a brillar con fuerza. Respiró hondo para concentrarse, tenía que dar su golpe más letal.

—¿Hinata...? ¿Qué vas a hacer?— preguntó inquieta la segunda santa.

—Es obvio. Voy a sacarlo de ahí.— ella retrocedió un par de pasos. Miró amenazante el estúpido cristal, sin dudarlo trazó con sus manos las estrellas de su Delfín guardián.— ¡Tormenta Divina!— Sus manos viajaron al frente, esperaba que las burbujas fueran de ayuda para quebrar el hielo.

Las burbujas pesadas se dirigieron a la dirección ordenada y entonces, el cristal brilló al recibir el impacto; los jóvenes tuvieron que apartar la vista, retroceder por si el hielo era destruido. En segundos, siendo su desgracia sólo vieron que el hielo seguía intacto sin ningún rasguño sobre la superficie.

—¿Qué? Pero yo...— la chica no lo podía creer. Aquel ataque era de los más fuertes que era capaz de soltar.

—No ha podido hacerle daño...

—Hinata, no importa cuánto lo intentes—añadió el Dragón desanimado —si es verdad que el caballero Camus hizo esto, será imposible romper el hielo. Sus poderes son más fríos y fuertes que el mismo ártico. Mi maestro me advirtió. Sólo gastarás tu propia energía.

—No, debe haber una manera... No puedo perder a Hyōga, no puedo...— Delfín negó para sí misma, si eso era cierto, entonces ¿Su hermano ya no tenía salvación? ¿Moriría ahí atrapado? ¿Sería ese su cruel final?

—Puedo sentir su cosmos también —dijo Shun angustiado— no podemos darnos por vencidos, amigos...

—Has visto lo que pasó, Shun— continuó Shiryū— aunque ataquemos todos juntos no le haríamos nada al hielo, no a menos que despertemos el séptimo sentido.

Y ninguno de ellos lo tenía aun. Era como estar a la deriva.

—Tiene que haber una forma de salvarlo, no podemos dejarlo morir.— dijo Seiya con firmeza.

La rubia menor, al ser consciente de la razón de Shiryū, apretó con fuerza sus puños, al grado de enterrar sus uñas en las palmas protegidas por su armadura con alguna que otra grieta. De tanta impotencia y coraje sus pómulos se habían enrojecido. Si no fuera por la advertencia del Dragón por el hielo intacto luego de su ataque, ella habría ido directamente a golpear el cristal con sus manos hasta cansarse aunque no lograra nada.

Sin poder contenerse, la jovencita soltó un grito, uno que le lastimó la garganta e hizo eco en el templo, ésto para que luego su puño chocara contra el hielo. No le había hecho nada sin embargo, a ella le dolió, no más que su pecho de tanta angustia. Se mordió las mejillas por dentro, no podía aceptar que Hyōga moriría así. Jamás se lo perdonaría. Le había fallado.

Pegaso no tardó en llegar con ella; con su mano apartó el cabello que le estorbaba en la cara donde, a propósito sus dedos rozaron sobre su piel; no tenía manera de animarla porque se hallaba igual de decaído pero quería darle a entender que él seguía ahí, a su lado. Hinata de reojo le devolvió la mirada, no quería imaginarse el perder a Seiya también. Si el deceso de Ikki y de su hermano no lo estaba soportando en ese momento, otra pérdida la destruiría por completo.

En el triste silencio, mientras todos bajaban la mirada ante el Cisne, el suelo a sus pies comenzó a retumbar. Pegaso y Delfín dieron la espalda al hielo, los otros tres retrocedieron ante el resplandor dorado que salía del piso de piedra. Gracias a eso, la oscuridad se disipó al mostrar una caja dorada, muy parecida a la de Sagitario pero con otro grabado: la constelación de Libra.

Inmediatamente, antes de que alguno se atreviera a decir algo, la caja se abrió ante sus ojos, revelando su armazón divino guardado. Su aparición repentina ayudó bastante a explicar lo sucedido. Ya que el viejo mentor de Shiryū era poseedor de dicha armadura, la envió al templo sagrado para que los caballeros pudieran liberar a Hyōga de la prisión helada de Camus antes de que fuera demasiado tarde.

El santo de Dragón se acercó a la armadura luego de despojarse de la propia; el armazón de Libra brilló al recibir su cosmos; enseguida desprendió sus seis pares de armas, las cuales eran usadas por su portador y en circunstancias especiales para servir al bien. Shiryū observó atentamente los instrumentos, sabiendo de antemano que si se equivocaba podría perder la oportunidad de liberar a su compañero. Era una decisión difícil. Nadie se atrevió a opinar puesto que, su compañero parecía estar más familiarizado con Libra al tener más conocimiento de ella.

Shiryū lo pensó un poco hasta que caminó al par de espadas doradas; tomó una y agradeció en voz alta a su maestro por aquella oportunidad. Tras eso, el resto de armas volvieron a su posición inicial para que luego, el caballero Dragón recibiera el resplandor de oro con el cual fue envuelto al empuñar la espada en dirección a Hyōga.

Los demás observaron con atención a su amigo, con la esperanza de que la ayuda recibida no fuera en vano. La santa de Delfín estaba rezando con insistencia en su mente para que su hermano finalmente fuese liberado.

El Dragón incrementó su cosmo-energía, se veía muy concentrado, nadie era capaz de romper el silencio pues de ello dependía la vida del Cisne. Entonces, el muchacho agitó la espada contra el aire delante del hielo; nada ocurrió. Pasaron unos segundos dónde ni un sonido se podía escuchar, ni siquiera las respiraciones de los caballeros.

De repente, la espada de oro emitió un destello y luego, un brillo en el hielo lo recorrió de arriba abajo; enseguida miles de grietas pequeñas llenaron toda la superficie para que después, un horroroso crujido saboteara el silencio. los trozos de cristal helado cayeron al suelo, otros pocos salieron volando a las cercanías para comenzar a evaporarse. Los jóvenes santos retrocedieron ante la pequeña neblina que les dificultaba un poco la vista, excepto Hinata que no tardó en buscar a su hermano.

—¡Hyōga!— su cuerpo inerte ahora yacía en la piedra. Se arrodilló a su lado sin evitar derramar pequeños ríos de agua salada. —Hermano... Perdona el retraso, ya estoy aquí...— Susurró. Tocó su mejilla y por supuesto, aquella estaba pálida e igual de fría que el hielo que lo encerró. Intentó encontrar su pulso al pegar su oreja en el pecho de él; cerró los ojos con fuerza y al levantarse observó a sus amigos que ya estaban cerca de ella. Los miró angustiada— Sus latidos son muy lentos, podría morir en cualquier momento si no lo ayudamos.

Los muchachos se vieron entre ellos. No tenían idea de qué hacer ahora. Por otro lado, la santa más joven se apresuró a darles una solución para arrebatarles un problema más de la lista. Al final ella haría algo útil por la causa.

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En la salida del séptimo templo, Dragón, Camaleón y Andrómeda esperaban a Pegaso con un poco de impaciencia, el tiempo se estaba agotando, pero nada era más importante que la vida de Athena.

—¿Vas a estar bien?— preguntó Seiya sosteniendo las manos de la rubia que no se atrevía a mirarlo.

—Sí, descuida...— respondió siendo algo insegura.— No te preocupes por mí. Voy a salvar a mi hermano y después los alcanzaremos.— con timidez alzó sus ojos a él, no hacía falta mencionar que entre ellos se veían los angustiados que estaban por el otro. Lastimosamente, no había otro camino. Hinata estaba segura de su decisión.

—Sé que lo harán. Por favor no hagas una locura. No quiero perderte, Nat.

La rubia mostró una pequeña sonrisa al sentir algo de nostalgia en ese momento.

—Exageras, Seiya... No te desharás de mí tan pronto.— le dió un pequeño abrazo, era consciente de la falta de tiempo que tenían.— Ten cuidado.— Se alejó enseguida dando un par de pasos atrás.

Seiya sonrió forzosamente para darle la espalda casi a contra de su voluntad. Suspiró; esperaba que Hyōga estuviese bien pronto.

Volvió con el resto del equipo quienes nada le dijeron por su obvio actuar pero se les veía muy inquietos, mucho más Shun. Trató de enfocarse en su misión y de inmediato hizo que siguieran la marcha al siguiente templo arriba sin dejar de sacar a Hinata de su mente.

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Sólo era ella. Un alma en peligro y alguien despierto en una casa de piedra cuyo guardián estaba ausente. Casi igual a cuando llegó a Virgo: tenía miedo, no tenía a nadie y sabía que sería derrotada.

Ahora, gracias a Ikki que en su memoria estaba, vivía para salvar la vida de su única familia de sangre.

Sus pasos resonaron al entrar de vuelta al templo después de despedir a Seiya. Él y los demás debían estar débiles por sus anteriores batallas, pero ella todavía tenía algo de fuerza para lo que estaba a punto de hacer.

Se arrodilló en el suelo, levantó con un poco de trabajo el cuerpo de Hyōga. Le dolía el alma de verlo así, tan indefenso. Seguro ni él se esperaba esa trampa de Camus. Lo abrazó mientras sus lágrimas iban a flote sin control, sus ojos imploraban a todas las deidades que veneraba por el bien de su hermano.

“Ahora comprendo tu disculpa, Hyōga... No fue tu culpa... No me has fallado. Nunca lo hiciste. ¿Cómo te digo que eres el mejor hermano del mundo?”

Le despojó los emblemas del Cisne con cuidado. Hizo presión para acercarlo a ella, enseguida comenzó a liberar su cosmos. La luz amarilla envolvió a ambos hermanos; la energía del cosmos podría bajar la temperatura corporal del chico pero sería demasiado tardado y peligroso, pues Hinata no poseía como tal una energía cálida para lograr ayudarlo. Pero fue insistente, no iba a arriesgarse a no hacerlo. Ya tanto había hecho por ella, tenía que existir alguna forma de devolverle una de tantas ayudas.

Se obligó a sí misma a desprender más cosmos, tanto como si estuviera en una batalla contra algún enemigo. Sus ríos salados seguían bajando sobre sus mejillas, estaba tiritando mientras seguía rezando a sus dioses que la escucharan.

“Siempre estuviste ahí para mí. Aún cuando solía terminar con la paciencia de los demás, tú siempre me defendiste sin importar nada. Fuiste fuerte luego de perder a mamá... Y yo... Yo... Nunca hice nada por tí...”

Apretó sus puños sintiendo decepción de su persona. Tenía pena de ella misma.

“Mis llantos debieron hartarte. Debieron hacerte pensar que estarías mejor sin mí y sin embargo, me querías a tu lado. Incluso luego de ser separados. Soy la peor hermana que pudo haber existido...”

Dió una bocanada de aire, su llanto la estaba ahogando. El esfuerzo que hacía también la estaba cansando. Hasta ese entonces Hyōga recuperaba su color de piel, ya no era tan pálida pero su pulso seguía siendo débil y apenas lograba percibirlo.

“Desde que te ví me diste amor y cariño... Me protegiste de mis enemigos sin dudarlo... Ahora es mi turno, hermano, de hacer algo valioso por tí y los demás... No importa si pierdo mi vida, después de todo, no he podido ayudar en nada. Intentaré dejar mi miedo sólo para poder salvarte.”

Empezaba a sentirse más débil, más pesada. Sentía que perdía las fuerzas de sus brazos. Observó a su hermano, sonrió con trabajo y logró pegarlo más a ella mientras unos ruidos hicieron eco en la casa de Libra. No estaba entendiendo nada, mucho menos cuando distinguió a su amigo a la distancia.

—¡Espera, Hinata!

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Shun no había podido soportar que el cosmos de Nat siguiera creciendo y creciendo. Tras unos minutos corriendo, decidió regresar con la intención de quedarse con los rubios. A Seiya lo había tranquilizado, pensaba que con aquellos dos, Hyōga estaría bien en poco tiempo y que su mejor amiga no correría peligro.

Sin embargo, la energía cósmica de Andrómeda y Delfín estalló de repente para que éste último desapareciera, lo cual los alertó a los tres en el momento en que habían llegado al octavo templo tiempo más tarde.

Shiryū analizó la situación hasta adivinar las intenciones de sus compañeros conforme la energía restante aumentaba. Por un lado no les extrañaba, después de todo era Hyōga quien corría peligro. Sin embargo, esa energía que seguía creciendo iba a estallar. Shun y Hinata pensaron dar sus vidas por el santo de Cisne.

Seiya se exaltó. No podía tolerar el hecho de que sus amigos podrían morir con un sacrificio de ese tipo. Tenían que regresar. June y Shiryū no se opusieron a nada, y decidieron bajar a Libra aunque ya estuvieran en el templo de Escorpio.

Tras dar los primeros pasos, el guardián de dicho lugar se hizo presente para después inmovilizarlos.

June intentó agitar su látigo; cuando vió al sujeto frunció el ceño de tal manera que quería matarlo con la mirada. Lo recordaba muy bien; aquel hombre fue el responsable de destruir la isla de Andrómeda, su hogar.

Trató de atacar pero fue inútil. Milo incluso la reconoció, hasta llegó a sorprenderse por verla ahí. Shiryū buscó atacarlo pero no logró conseguir lastimarlo, al contrario, fue arrojado al otro lado del extenso pasillo.

—Caballeros de bronce...— fueron las primeras palabras que salieron de su boca; una sonrisa ligeramente malvada apareció en su rostro. Dió un vistazo al santo de Dragón y después a la única mujer presente— Pensé que no seguías viva.

La joven se irritó un poco al escucharlo. Seiya se colocó a su lado y levantó sus puños mientras contenía su fuerza.

—Me sorprendes. Sinceramente creí que te habías hundido como todo lo demás.

—Maldito, ¿y todavía tienes el descaro de decirlo?— apretó el látigo con su mano dominante, su molestia era evidente y al caballero de oro le causó gracia.— Ese era el hogar de muchas personas, gente inocente...

—Gente traidora.— la interrumpió, el hombre se puso serio después de las palabras de la chica.— Como todos ustedes, insolentes. Se atrevieron a desafiar al Santuario y al honorable Pontífice. Deberán pagar por su osada rebeldía.

—Estoy harta de que todos digan ese patético discurso. ¿Qué no saben decir otra cosa? — La joven empezó a emanar algo de cosmos, en sus facciones su molestia era demasiado evidente como para tomar la iniciativa de retar a Milo de Escorpio.— Todos aquí están ciegos, no ven el peligro que ese hombre que se hace pasar por el Pontífice está provocando en el mundo con sus intenciones de asesinar a Athena.

—¡Silencio, niña!— añadió Milo.— No eres más que eso. A ti y a tus amigos voy a exterminarlos de una vez por todas. Ya han cruzado la línea, este es su destino final.

—No mientras mi fé siga en alto.— agitó su arma, la que enseguida golpeó el suelo y su impacto resonó en el eco del templo. Seiya mantenía la vista en el caballero al lado de su compañera de armas, dió un paso al frente pero aquella lo detuvo en cuanto notó sus intenciones.— Yo me encargo de esto, Seiya... Tengo asuntos pendientes que resolver con este hombre.

Pegaso la observó de reojo con cierta duda, sin embargo, la energía de June estaba irradiando ira y su puño que encerraba su látigo estaba tan apretado que incluso parecía que quebraría sus huesos en cualquier descuido. Podía entenderla... Ella le contó la catástrofe en la isla de Andrómeda, lugar donde ella creció, se crió y se convirtió en caballero.

Esa pelea le pertenecía a ella.

—Shiryū y tú sigan adelante... No podemos quedarnos atrás. La señorita Saori depende de nosotros. Vete ya.— le ordenó sin esperar su respuesta. Él sabía que la santa tenía razón y aunque le costara escucharla por el resto de sus compañeros que se quedaron atrás, sabía que era su deber obedecerla.

Milo de Escorpio estuvo atento a todos y cada uno de los movimientos de Pegaso y Camaleón, siendo bastante confianzudo para creer que hasta ahí llegaría el camino de los presentes caballeros. Notó la duda de Seiya y la ferocidad de June al mantener su vista en él mientras su cosmos joven rugía y la envolvía en una llamarada casi de fuego violeta. La rubia agitó nuevamente su arma, Milo al querer atacarla obtuvo la mano atrapada en el látigo del Camaleón.

—¡Seiya, Shiryū, márchense!— exclamó la rubia y apretó el látigo intentando jalar al hombre (en un vano intento) para no dejar que se acercara a sus compañeros. Milo sonrió de lado ante la determinación de esa chica.

—¿Estás segura, June?— Cuestionó Shiryū poniéndose de pie, a la par de Seiya. Se encontraba un poco inseguro pero no porque no confiara en la joven, sino por lo cruel y fatal que podría ser el caballero con ella.

—Sólo váyanse. Sigan avanzando. Los alcanzaré después con Hinata, Hyōga y Shun.— June ni se molestó en mirarlos, estaba decidida enteramente a quedarse a luchar. No tenía una estrategia pero, más valía perder que no intentar vengar a su gente.

Los muchachos se dieron una mirada, pero Seiya alentó a su amigo a que confiaran en ella, después de todo, si Milo destruyó el hogar de June, ella merecía tomar cartas al respecto.

Shiryū terminó aceptando la decisión de la joven, aunque no le parecía por alguna razón extraña; no quería juzgarla pero presentía que la santa del Camaleón era demasiado impulsiva.

—De acuerdo, June. Esta pelea es tuya y nosotros no vamos a interferir.— dijo Shiryū mientras su voz sonaba a una combinación de pesadez y angustia.

El caballero de Escorpio sólo sonreía escuchando en silencio a los pobres niños que se hacían llamar valientes.

—Es adorable ver cómo están tan confiados de poder salir de esta casa... Los tres serán vencidos aquí. Pónganse en línea o ataquen uno por uno... De cualquier manera, los tres morirán.— añadió Milo cortando las pequeñas esperanzas de los muchachos que intentaban no preocuparse más de la cuenta.

Milo se enfocó en la única joven y dió un tirón al látigo, mostrando que estaba listo para enfrentarla primero.

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*Ya sé. No tengo excusa. Me demoré... ¿Tres meses? Creó que sí. Tuve un bloqueo horrible. Horrible, espantoso, masivo. Tenía las ideas bien desordenadas.

No sabía que estaba haciendo con mi vida y este capítulo quedó a medias desde la última actualización. Literal, fue horrible porque no tenían idea de cómo continuar...

Además entré a la uni...
Cumplí dieciocho... :'(

En fin, esto me pasa por confiada.

Prometo terminar con mi propio bloqueo para seguir, porque la verdad dejar a medias esto otra vez no es algo que tenga pensando hacer.

Gracias a las personitas que lean esto ✨
Lamento mucho la demora para este capítulo.

Sin más que añadir, hasta la próximaaaaa ✨

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