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CAPÍTULO CUATRO.

Dalila se despertó bastante temprano, tenían que inscribir a su hija a la escuela y también tenía que hacer la compra. También tenía que investigar trabajo en algún hospital de Forks.

Ya se había dado una ducha matutina, ahora se dirigió a la habitación de su hija. La pequeña aun dormía profundamente.

La rubia se acercó a la cama de su pequeña y acarició su mejilla con cariño. La niña se removió entre la sábanas y luego abrió sus ojitos perezosamente. Aquello le saco una sonrisa a la mayor.

— Es hora de despertar bebé. — murmuró con suavidad. La niña soltó un quejido lleno de pereza.

— No quiero. — susurro volviendo a cerrar sus ojitos.

— ¿Ah no? — cuestionó con una sonrisa divertida. — Yo sé una manera divertida de hacerlo. — murmuró juguetona.

— No mami, cosquillas no. — pero era demasiado tarde, la mayor ya la había atacado con cosquillas sobre su pequeño cuerpo.

La carcajada de la pequeña se hicieron presente en la habitación. El sonido lleno el corazón de la mayor de felicidad. Escucharla reír era su felicidad.

— Ya...ya mami..., me haré pis. — decía con dificultad.

— ¿Te vas a levantar entonces? — cuestionó deteniendo sus cosquillas.

— Sí... - respondió calmado sus risa. Dalila sonrió con diversión al ver como la pequeña corría al baño.

La mujer soltó un suspiro y luego siguió a la pequeña al baño. Cuando la niña terminó de hacer pis ella le quitó la ropa y le dio una ducha rápida, con agua tibia. Unos minutos más tarde ambas salieron y ella vistió con un lindo vestido y unos zapatitos livianos.

— ¿Donde iremos mami? — inquirió la pequeña mientras la mayor le hacía dos colitas.

— Iremos a inscribirte a la escuela y luego al supermercado. — respondió terminando de peina la melena de la rubia.

La mujer vio como su pequeña hacía una pequeña mueca con sus labios. La mayor tomo sus manitas con cariño.

— ¿Que sucede? — cuestionó con suavidad.

La pequeña bajo su cabecita y luego miró a su madre con un puchero.

— ¿Y si no le caigo bien a los demás niños? — inquirió en un susurro.

Dalila sonrió con ternura y acarició sus mejillas.

— No piense eso mi amor, eres una niña hermosa e inteligente. Estoy segura que harás muchos amigos. — consoló, sabía que era normal que la pequeña tuviese inseguridad.

Después de todo no era fácil dejar a tus amigos atrás y tener que comenzar otra vez.

— ¿De verdad? — sus ojitos estaban llenos de ilusión.

— Claro que sí, si no serían unos tontos que no quieren ser amigos de la niña más hermosa. — respondió. — Ahora dale esa linda sonrisa a mami. — murmuró con cariño.

La pequeña sonrió y Dalila beso su mejilla. Ambas bajaron a la sala donde la mujer le dio un jugo de cartón y una galletas. Espero unos minutos hasta que la pequeña termino su pequeño desayuno.

— Ahora vamos, se hace tarde. — tomo la mano de la niña y salió de la casa.

[°°°]

Dalila estacionó su auto y luego bajo de este para abrir la puerta a su hija. Cerró la puerta del mismo y avanzó hacia el interior del edificio frente a ellas.

La rubia entro a la oficina y vio una mujer canosa del otro lado que le sonreía amablemente. Dalila le devolvió la sonrisa y se acercó a ella.

— Buenos días. — murmuró la rubia con amabilidad.

— Buenos días. — respondió. — ¿En qué puedo servirle?

— Vengo a inscribir a mi pequeña. — respondió, luego saco los papeles necesarios que traía para la inscripción.

La mujer hizo todos el papeleo y en menos de una hora ya estaba todo listo. Dalila se despido de la amable mujer y se dirigió a su auto. Ahora irían al supermercado.

[°°°]

Un hombre de cabello negro rompió el vaso de cristal que tenía en sus manos al no poder encontrará donde se encontraba la estúpida de su mujer.

— Esa perra se llevó a mi hija. — murmuró entre dientes. No podía creer que aún no había dado con el paradero de su mujer.

Cuando se despertó aquel día no la encontró en su cama como siempre. Había recordado como aquella mujer lo había dejado inconciente.

— No podías esperar que ella esté aguantando todo lo que le hacías. Todo tiene un límite, hasta mucho tardo en huir. — dijo el hombre que se encontraba frente a él.

— Es una zorra, de seguro se fue con sus amante. — soltó con rabia.

— No creo que se haya ido con nadie. Solo se cansó de tu maltrato. — hablo el hombre nuevamente.

Alexander le dio una mirada llena de odió. No podía creer que su amigo estaba del lado de esa mujer.

— ¿De que lado estás? — cuestionó con enojó.

— De ninguno, pero sabías que ella un día lo haría. La tratabas muy mal. — respondió con un encogimiento de hombros.

Lo que él no sabía es que el hombre frente a él golpeaba a la rubia hasta dejarla inconciente. Él solo sabía que el hombre le hablaba horrible, pero no que este la golpeaba.

— Solo la trataba como se tratan a las inútiles como ella. — murmuró dándole un trago a la botella frente a él.

El hombre frente a él negó con la cabeza.

— No entiendo que pasó contigo, la trataba muy bien cuando la conociste.

— Ella era una estúpida que le coqueteaba a todos. — respondió con los ojos rojos. — Pero la encontraré y deseará jamás haber huido. — una sonrisa malavda se dibujó en su rostro.

Cuando la encuentre se aseguraría de que se arrepienta de haber escapado. Movería cielo y tierra para encontrarla.

[°°°]

Dalila tomaba todo lo necesario de los estantes del supermercado. Su hija también elegía cosas de su gusto. En su mayoría dulces.

— No, ya no cojas más dulce. — dijo al ver que la pequeña volvía tomar una funda de dulces entre sus manos dispuesta ponerla en el carrito.

La pequeña hizo un puchero y ojitos de cachorrito. La rubia suspiro profundamente. No podía negarle nada cuando hacía aquello.

— Está bien, pero ese es el último. — murmuró con rendición. La pequeña soltó un chillido lleno de emoción y metió los dulces junto a las demás cosas.

Una mujer rubia la observaba desde hace unos minutos decidió hablar.

— Así somos las madres, no podemos resistirnos a los encantos de nuestro hijos. — una voz fémina dijo detrás de ella.

Dalila se giró y miró a la mujer, pero casi se desmaya al ver quién era que estaba frente a ella. Vió como la mujer también se apoyaba en el estante detrás de ella.

— ¿Dalila? — la voz de la mujer se escuchaba rota y llena de ilusión.

— Mamá... — Dalila sentía que aquello era un sueño, que la mujer que estaba frente a ella no era su madre.

— Oh Dios. — murmuró, Dalila vio como la mujer perdía la fuerza. Con rapidez se acercó a ella evitando que está cayera y diera un fuerte golpe.


Será Dalila feliz después de tanto tiempo?

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