࣪ ٬ 𝟬𝟰. unforgivable curses. ៹

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( CAPÍTULO CUATRO !.˚₊ ✦ )
❝ maldiciones imperdonables 

Amora había pasado toda la noche leyendo, y finalmente se había quedado dormida por el cansancio a eso de las cuatro de la mañana. Había usado su varita como luz bajo las fundas del edredón, y el único sonido era su suave respiración y los ronquidos de las otras chicas de Hufflepuff en su dormitorio. Susan Bones roncaba especialmente fuerte, lo que a veces molestaba a Amora, pero cuando estaba realmente metida en su libro, apenas se daba cuenta.

Era débilmente consciente de estar arrastrando los pies a las siete y media de la mañana, pero Amora estaba tan fuera de sí que cuando una de las chicas trató de despertarla a las ocho se limitó a gemir y a darse la vuelta.

—Amora, si pierdes puntos para Hufflepuff, no estaremos nada contentos —intentó convencerla Hannah Abbott para que saliera de su capullo amarillo.

La chica de pelo rubio suspiró cuando un "humpf" amortiguado vino de Amora. Sus profundos ojos azules se dirigieron rápidamente al libro que había quedado semiabierto en el suelo junto a la cama de Amora y descruzó los brazos sobre su pecho cubierto por una bata, sacudiendo la cabeza y retirándolo del suelo.

—Por el amor de Dios, Amora —Hannah resopló—. Leer por la noche no hará más que forzar tus pobres ojos.

Amora se asomó lentamente entre las sábanas y alargó la mano para coger el libro de las manos de Hannah. Lo puso en la mesita de noche a su lado y se sentó en la cama, mostrando su cabellera, que era un nido de pájaros, y las ojeras que había debajo de sus ojos. También estaba más pálida que de costumbre.

—¿Te sientes bien? —Hannah hizo hincapié— Pareces un poco enferma.

—Estoy bien —prometió Amora, reprimiendo un bostezo—. Dios, voy a necesitar un café esta mañana, o algo así.

—¡Chicas! —espetó Susan desde la puerta— Daos prisa.

Las otras dos chicas de Hufflepuff ya se habían marchado para bajar a desayunar, con las camas hechas y los pijamas bien doblados en los extremos. Hannah le dedicó una mirada de preocupación a Amora, pero esta con una pequeña sonrisa le hizo un gesto con la mano para que se fuera.

—Ve, de verdad. Me prepararé y no llegaré tarde a clase, lo prometo —Amora empezó a levantarse de la cama—. Hoy no se le quitarán puntos a Hufflepuff.

—¡Hannah! —llamó Susan otra vez.

Hannah le lanzó una pequeña mirada.

—Ya voy. Espera, Susan —Se volvió hacia Amora—. Te guardaré un sitio.

Amora le dio las gracias, aunque no estaba segura de si llegaría a tiempo al desayuno o no. En cuanto la puerta se cerró tras Hannah y Susan, empezó a recorrer la habitación en busca de su uniforme. Encontró la bata colgada en el poste de la cama y los zapatos metidos debajo de la cama, pero la falda, la camisa y la corbata no aparecían por ningún lado.

—Oh, Dios —refunfuñó Amora.

Se pasó unos cinco minutos buscando su uniforme. No recordaba dónde lo había dejado todo antes de dormirse anoche, pero finalmente encontró la falda entre el edredón y la camisa en el baúl que estaba al final de la cama.

—Corbata, corbata, corbata... —repitió una y otra vez, consciente de que el timbre de la primera hora iba a sonar de un momento a otro.

Amora cerró los ojos e intentó en silencio volver sobre sus pasos, dando golpecitos con los zapatos en el suelo. Recordó haber estudiado en la sala común con Leon la noche anterior y supuso que debía estar allí abajo. Después de todo, odiaba llevar la corbata siempre que no fuera necesario. No sólo eso, sino que después de ver el uniforme de Beauxbatons el otro día, Amora no había dejado de pensar en lo mucho mejor que sería el colegio si el suyo no fuera tan... soso en comparación.

Cogió su bolso, metió dentro su libro de Defensa contra las Artes Oscuras y bajó corriendo las escaleras hacia la sala común. Amora se apresuró a acercarse a los sofás del centro de la sala y sacó el cojín del sillón amarillo en el que había estado sentada anoche. Allí estaba su corbata dorada y negra... un poco arrugada, pero ahí estaba.

Desgraciadamente, Defensa Contra las Artes Oscuras estaba casi al otro lado de la escuela, así que maldijo cuando oyó sonar la primera campana de aviso, y aceleró el paso. Deseaba poder aparecerse en la clase, pero Amora era demasiado joven y obviamente no tenía licencia.

Eventualmente, sin embargo, Amora llegó justo a tiempo a su primera clase. Tenía las mejillas ligeramente rojas y su respiración era bastante irregular, pero había cumplido su promesa a Hannah Abbott: hoy no le quitarían puntos a Hufflepuff por su tardanza.

Amora se quedó en la puerta, se le cayó la cara cuando se dio cuenta de que la clase estaba prácticamente llena. Leon estaba sentado junto a Hermione y le lanzó una mirada como disculpándose. Una voz estruendosa llegó desde detrás de ella.

—Siéntese —ordenó Alastor Moody.

Amora casi pega un brinco, sus ojos color miel se agrandaron y salió a la caza de un asiento que no estuviera ocupado. Casi grita en voz alta cuando se dio cuenta de que quedaban dos asientos: uno al lado de Manny Arnold, un chico conocido por su mal olor, y otro al lado de Draco Malfoy, su peor enemigo, por supuesto.

Draco sonrió al seguir su línea de visión, sabiendo exactamente qué camino la obligaba a tomar. Volvió a acomodarse en su asiento, con su cabello helado agitándose un poco mientras se giraba para mirar a Crabbe y Goyle, que estaban sentados en los asientos detrás de él, riéndose. Sus dos esbirros le devolvieron la sonrisa con picardía, casi como si los tres matones fueran depredadores que tenían comida caminando directamente hacia ellos.

Amora suspiró y fue a sentarse al lado de Draco, tirando su bolso al suelo y sacando todas las cosas que necesitaba, colocándolas frente a ella. Todavía podía oír las risitas de Crabbe y Goyle.

—¿Qué os pasa a vosotros dos? —Amora curvó un poco el labio superior mientras giraba en su asiento, entrecerrando los ojos hacia el par de tontos.

Normalmente tenía mucha paciencia, pero no con Draco ni con ninguno de sus amigos. A Amora le caían bien los Slytherin... la mayoría de ellos, por lo menos... sólo era Draco.

Pasa, Amora —la corrigió Draco—. No pasah. Aprende a hablar bien.

Amora se sintió realmente ofendida, pero sabía que con los años su pronunciación se había vuelto mucho más distendida. No sentía la misma necesidad de mantener el acento de clase alta de Hermione como en su primer año. Su acento sureño no se consideraba en absoluto de clase baja, pero se le escapaba cuando estaba con gente de su edad. Aunque nunca se atrevería a pronunciar agua como "awa" delante de uno de sus profesores... sin duda la regañarían.

Amora puso los ojos en blanco ante Draco.

—Como sea, Draco. Al menos yo no sueno como si me hubiera escapado del castillo de la Reina Isabel.

—¿Es esa una Hufflepuff tratando de insultarme? —Draco la interrumpió, mirándola con desprecio. Miró a Crabbe y Goyle como si ella no estuviera allí—. ¡Imagínate estar en Hufflepuff! —se rió—. Yo me iría, ¿vosotros no?

Sus dos amigotes se rieron asintiendo, los tres hicieron callar a la castaña que resopló y se hundió más en su asiento. Miró a Leon al otro lado del aula. Parecía querer ayudar, pero antes de que pudiera hacer nada, el hombre que estaba al frente de la clase comenzó a hablar.

—Alastor Moody —se presentó su nuevo profesor—. Ex auror, tormento del Ministerio, os enseñaré Defensa contra las Artes Oscuras. Estoy aquí por pura iniciativa de Dumbledore. Ya está, punto y final. ¿Alguna pregunta?

El tono del profesor Moody sugería en silencio que no se hicieran preguntas. Su único ojo azul eléctrico, agrandado por la correa que le rodeaba la cabeza, parecía mirar fijamente a cada alumno por separado, lo que hizo que Amora se sintiera consciente al instante. Si su gruñón acento escocés no era lo suficientemente intimidante, su aspecto sí lo era. Era evidente que sus días como auror le habían dejado huella.

—En lo referente a las Artes Oscuras... —continuó—. yo me inclino por un enfoque práctico. Pero antes, ¿quién podría decirme cuántas Maldiciones Imperdonables hay?

—Tres, señor —dijo Hermione algo nerviosa.

—¿Por qué llevan ese nombre? —El profesor Moody se movió hacia la pizarra detrás de él y comenzó a escribir.

—Porque son imperdonables. El uso de cualquiera de ellas...

—Se condena con el ingreso en Azkaban —la cortó bruscamente—. Correcto.

El resto de la clase se quedó en silencio, mirándole con una mezcla de lo que parecía ser miedo y curiosidad.

—El Ministerio os considera menores para ver sus efectos. ¡Mi criterio es otro! —Su estruendosa voz hizo que algunas personas de la primera fila se sobresaltaran visiblemente, incluyendo a Harry y a Ron— ¡Necesitáis saber a qué os enfrentáis! Necesitáis estar preparados. ¡Necesita otro lugar para desechar sus chicles que no sea bajo el pupitre, señor Finnigan!

Los ojos marrones de Amora se abrieron de par en par mientras se giraba en su asiento para mirar al fondo del aula donde había visto sentado antes a Seamus Finnigan. Se preguntó cómo era posible que el profesor Moody lo hubiera visto poniendo su chicle debajo del mobiliario escolar cuando él estaba de espaldas a todos ellos.

—Eso es trampa —Seamus exhaló decepcionado—. Ese vejestorio puede ver de espaldas.

La pequeña risa de Amora fue cortada por un grito ahogado cuando Moody dio la vuelta a la velocidad del rayo, lanzando furiosamente el trozo de tiza que tenía en la mano por toda la clase hacia donde estaba Seamus. La gente a su alrededor se apartó, mirando incrédula a su nuevo profesor mientras éste gruñía.

—¡Y prestar atención en clase! —bramó, y hasta Draco lo miraba atónito mientras el profesor Moody empezaba a caminar airadamente más cerca del frente—. Bien, ¿por qué maldición empezamos? ¡Weasley!

Ron se sobresaltó.

—¿Sí?

—En pie.

El chico pelirrojo tragó visiblemente y Amora lo observó desde atrás mientras él se levantaba lentamente, sólo el pupitre de madera lo separaba de su poco cuerdo profesor de Artes Oscuras.

—Danos una maldición —ordenó Moody.

—Pues... —empezó Ron muy nervioso— Mi-Mi padre me ha hablado sobre una. La maldición Imperius...

Moody asintió.

—Oh, sí, tu padre la conoce muy bien. Trajo de cabeza al Ministerio hace unos años. Tal vez esto os explique por qué.

Amora hizo una mueca cuando Moody volvió a avanzar por el pasillo hasta la parte delantera de la clase. Abrió uno de los muchos frascos llenos de insectos y otros bichos espeluznantes, metió la mano y sacó lo que ella supuso que era una araña. Estaba tensa en su asiento, al igual que el resto de sus compañeros.

El profesor Moody sacó su varita.

Engorgio.

Todos observaron cómo la araña se hacía cada vez más grande, tanto que si Amora quería sostenerla tendría que usar las dos manos. Se reincorporó en su asiento, deseando desesperadamente no estar en el aula con esa cosa. Las arañas no le daban mucho miedo, pero cuando eran tan grandes, uno estaba loco si no las encontraba aterradoras.

—¡Imperio! —Lanzó el hechizo y la araña quedó entonces flotando por la habitación, aterrizando en el escritorio de Neville Longbottom y Dean Thomas.

Para consternación de Amora, empezó a dirigirse hacia ellos, y un pequeño grito ahogado salió de sus labios cuando pasó volando por encima de su cabeza y aterrizó en la cara regordeta de Crabbe. Se arrastró hasta la parte superior de su cabeza, donde se posó durante unos segundos, haciendo que Crabbe gimiera y se agarrara a los lados del cráneo.

La gente se reía mientras la araña daba vueltas y se posaba sobre sus amigos, compañeros y enemigos, todos excepto sobre Amora y algunos otros. La verdad es que no se sentía mal por la araña que se veía obligada a cometer actos contra su propia voluntad, pero le aterraba el mal karma. Si se reía sería la siguiente, lo sabía.

Pasó de Crabbe a la chica que estaba frente a Amora, y luego hasta por encima de la cabeza de Ron. Las risas no hacían más que aumentar mientras Moody controlaba sus acciones con un movimiento de su varita.

—Su mordedura... —elevó esa cosa por encima de la cabeza del pelirrojo—. ¡Es letal! —Se rió y la hizo caer.

Los gemidos de miedo de Ron sonaron casi más fuertes que las risas y Amora sintió que su corazón se llenaba de culpa, plenamente consciente de la intensa aracnofobia de Ron. Si fuera un poco más valiente podría haber llamado a Moody para que dejara sus crueles enseñanzas, pero Amora se hundió en su asiento en silencio, con el ceño fruncido. Pensó que tal vez, si era pequeña y silenciosa, pasaría desapercibida y Moody pasaría directamente de ella.

La risa de Draco sonó tan fuerte desde su lado que Amora se giró para fulminarlo ligeramente con la mirada.

—No tiene gracia... —murmuró con tristeza.

El chico de pelo helado se echó a reír.

—¡Claro que sí! Weasley está actuando como un completo bebé...

—¿De qué te ríes tú?

La risa de Draco se cortó de sopetón cuando Moody decidió que era su turno. Amora se horrorizó cuando la araña se aferró a la cara de Draco, sus patas envolviendo su pálida piel antes de subir lentamente. Sus grandes manos se extendieron y agarraron a Amora. Eran tan frías como el hielo, sus dedos agarraban los lados de sus manos y sus muñecas.

—¡Quítamelo de encima! —suplicó—. ¡Amora!

Amora sintió que podía llorar, las risas de la habitación resonaban en su cabeza. Deseó poder ayudar a Draco pero no se atrevió a tocar la cosa. Dejó que le apretara la mano un segundo más hasta que Moody se la quitó de la cabeza.

Draco apartó sus manos y la fulminó con la mirada, como si hubiera sido culpa suya. Eso le recordó cuando el año pasado fue alcanzada y atacada por el Sauce Boxeador y él le permitió momentáneamente que le apretara la mano, aunque el recuerdo había logrado desvanecerse con el tiempo, ya que ella trató de bloquear el doloroso recuerdo físico.

—Tiene talento, ¿eh? —el profesor se rió—. ¿Qué le ordeno ahora? ¿Saltar por la ventana?

Las risas cesaron cuando la araña se estrelló contra la ventana del otro lado de la habitación y sus patas se doblaron un poco.

—¿Ahogarse?

Hizo que la araña se dirigiera al cubo de agua que había debajo de la ventana, con sus patas rozando la superficie mientras intentaba persistir. La clase estaba ahora en silencio y Amora supuso que todos los demás empezaban a sentirse culpables ahora que se daban cuenta de los verdaderos horrores de la maldición Imperius.

Llevó la araña de nuevo a su mano.

—Una veintena de brujas y magos, afirman que sólo se doblegaron a la voluntad de Quién-Ya-Sabéis bajo la influencia de la maldición Imperius. Pero yo pregunto: ¿Quién está mintiendo y quién no? Otra, otra. Arriba, vamos.

Más de la mitad de la clase levantó la mano para dar otra maldición imperdonable. Amora se limitó a parpadear al frente de la clase. Claro que era interesante, pero no sentía ninguna necesidad de participar en el daño a la araña.

—Longbottom, ¿no? En pie —Moody señaló a Neville en la primera fila, que se puso de pie con cansancio, y algo acobardado—. La profesora Sprout me ha contado que se te da muy bien la Herbología.

Neville asintió ansiosamente.

—Es-Está también. . . la maldición Cruciatus. Es...

—¡Correcto! ¡Correcto! —exclamó el profesor Moody como si el chico de Gryffindor hubiera ganado un premio—. Ven, ven.

Moody condujo al primer amigo de Amora en Hogwarts hacia la mesa situada en la parte delantera de la clase, donde la araña estaba posada encima de una lupa. Apenas podía ver desde su asiento en el centro del aula, pero cuando Moody gritó "¡Crucio!" y apuntó con su varita a la criatura, supuso que no quería hacerlo.

Sus agudos chillidos llenaron sus oídos e hicieron que su corazón se estremeciera, especialmente cuando vio la mirada devastada de Neville. Parecía que intentaba no llorar, desafiándose constantemente a no apartar la mirada y disgustar a su nuevo y muy aterrador profesor.

—¡Ya basta! —Hermione expresó los pensamientos de Amora— ¿No se da cuenta de que lo está pasando mal? ¡Pare!

Por unos segundos, Moody actuó como si no hubiera escuchado los furiosos gritos de Hermione, pero luego bajó la varita, dejando a Neville prácticamente temblando en la cabecera del aula. Moody levantó la araña mientras se aclaraba la garganta, dirigiéndose a ponerse delante de Hermione. La colocó sobre su libro, y su chirrido fue lo único que se oyó en el tenso silencio de la habitación.

—Tal vez usted podría aportar la última maldición imperdonable, señorita Granger —ofreció Moody, pero la chica de Gryffindor negó con la cabeza, tratando de no llorar.

—¿No? —tarareó y luego apuntó con su varita a la criatura— ¡Avada Kedavra!

Amora frunció los labios mientras la araña se desintegraba sobre el libro de texto de Hermione. Hermione miraba hacia otro lado, claramente disgustada con el profesor Moody y sus métodos prácticos de enseñanza.

—La maldición asesina. Sólo una persona ha sobrevivido a ella —explicó Moody—. Y está en esta aula.

Se acercó a Harry y se cernió sobre él. Harry se atrevió a mirar a Moody directamente a los ojos. Probablemente era el primer alumno que lo hacía sin temblar en su asiento. Amora frunció las cejas cuando Moody sacó una petaca del bolsillo y empezó a dar grandes tragos de ella allí mismo.

╰𓂃D.M + A.B𓏲ָ ╯

Amora trató de ir tras Neville una vez que terminó la clase, pero él ya se había ido sin despedirse de nadie. Suspiró derrotada al ver que su túnica volaba detrás de él. Aunque no hablaban tanto como quizás lo hacían en su primer o segundo año, Amora y Neville compartían una amistad pura... una en la que podían sentarse uno al lado del otro y sentirse tranquilos sin decir nada.

—Eso fue absolutamente vil —comentó Amora con una mueca mientras se acercaba al escritorio de Leon.

Hermione, Ron y Harry ya habían salido corriendo también del aula. A estas alturas, sólo había unas pocas personas merodeando, aterradas de estar en el rango de visión de Moody. La propia Amora quería ponerse en marcha lo antes posible, por lo que recogió el pergamino de Leon para él y se lo metió en la mochila ella misma.

—Sí, bastante —acordó Leon en voz baja—. ¿Estás bien?

—Estoy bien —Amora negó con la cabeza—. Sólo estaba preocupada por Hermione y Neville. El pobre parecía que estaba a punto de llorar.

—Entonces, tal vez debería aprender a ser un poco más fuerte —replicó Draco mientras pasaba junto a ellos.

Amora puso los ojos en blanco.

—Nadie me enfurece tanto como Draco, Leon —prácticamente gruñó la Hufflepuff, mirando mal hacia su risueña figura mientras empujaba a Goyle a unos metros de él—. Te juro que a veces siento que podría lanzarle una de las Maldiciones Imperdonables..

—No lo hagas —tarareó Leon mientras empezaban a salir de la habitación uno al lado del otro.

—¿Por qué no? —preguntó Amora— Estoy segura de que la mitad de los alumnos de Hogwarts me lo agradecerían.

—Porque entonces te enviarían a Azkaban y yo ya no tendría una mejor amiga nunca más —bromeó Leon y Amora se echó a reír, sacudiendo la cabeza.

—De todas formas, estaba de coña —la castaña suspiró suavemente—. Aunque espero que mañana pierda su varita o algo así. Algo que arruine su día.

—Oh, eres tan malvada, Amora —se burló Leon, dándole un suave codazo—. Es una maravilla que no te hayan puesto en Slytherin.


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