━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐞𝐢𝐠𝐡𝐭𝐞𝐞𝐧: discipline

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[  𝐕𝐎𝐈𝐃  ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗢𝗖𝗛𝗢
« 𝔡𝔦𝔰𝔠𝔦𝔭𝔩𝔦𝔫𝔢 »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }

𝐔𝐍𝐀 𝐆𝐎𝐓𝐀 𝐃𝐄 𝐒𝐔𝐃𝐎𝐑 𝐁𝐀𝐉𝐀𝐍𝐃𝐎 por su frente. Ardor en sus nudillos, músculos entumecidos, entrecejo permanentemente fruncido. Su interior se sacudió cuando se atrevió a estirar la pierna derecha para propiciarle una patada a una de las almohadillas de golpeo que Miguel sostenía frente a ella; su rodilla aguantó el impacto, absorbiendo el dolor y manteniéndose medianamente firme. Lanzando otro golpe, pensó que al menos estaba a unos pocos pasos de que John Kreese tuviese que dejar de recalcarle que el uso que le daba a sus extremidades inferiores sobre el tatami era sencillamente penoso.

Habían pasado catorce días desde que Johnny decidió que Cobra Kai necesitaba otro senséi. Catorce días desde que Kreese dejó de ser un simple visitante.

Tan solo catorce días, pero Angelina ya estaba harta.

Las enseñanzas de Kreese estaban basadas en la fuerza bruta, en la estrategia fría y un enfoque casi militar. Aunque no lo decía explícitamente, estaba claro que pretendía recuperar aquel 'sin piedad' que el senséi Lawrence —quien parecía no darse cuenta de las intenciones de su compañero— había ido borrando poco a poco de las paredes de Cobra Kai. Angelina, por su parte, no estaba dispuesta a aceptarlo, y mucho menos después de haber visto cómo dicho lema había llegado a afectar Miguel Díaz en el All Valley.

Tras años permaneciendo callada ante las injusticias que sufría en su antigua academia de baile, el fuego que Cobra Kai había encendido en sus venas la había llevado a cuestionar en voz alta los entrenamientos del nuevo senséi. Lo hacía día tras día, a pesar de sospechar que aquella era la razón por la cual Kreese no la dejaba descansar hasta que sus movimientos estuvieran completamente pulidos. Si bien instruía técnicas más agresivas —técnicas que a la rubia no se le daban tan bien como las acrobacias complicadas o los ataques rápidos—, parecía que el hombre sabía que ella, con su orgullo y sus traumas de la infancia, sería incapaz de negarse a trabajar con tal de alcanzar lo más cercano a la perfección.

Quizás lo peor de todo era que no estaba equivocado.

Así pues, las ganas de demostrarle que ya no quería ser débil provocaron que Angelina se dedicara a entrenar más en los últimos días: cada vez que tenía tiempo, le pedía a Miguel que le enseñara a perfeccionar sus ataques. El moreno también la animó a retomar los ejercicios que alguna vez practicaron para fortalecer sus piernas, pero, después de una semana de duro entrenamiento, empezó a insistir en que debía descansar; ella, sin embargo, decía que detenerse solo haría que su esfuerzo no sirviera de nada.

Y tenía que servir.

Porque a veces, cuando enfrentaba la mirada de Kreese, la parte más escéptica de su conciencia la impulsaba a creer que aquel hombre había descifrado la verdadera razón por la que titubeaba justo antes de dar una patada. Y, aunque ni siquiera conocía el motivo por el cual se empeñaba en exprimirla gota a gota, no quería permitir que alguien como Kreese descubriera su punto más débil.

Claro que Miguel y los demás no lo habían notado... pero ella tampoco pensaba decir nada al respecto.

Y es que intentaba creer que todo estaba en su cabeza, que Kreese realmente se comportaba de la misma manera con todos sus alumnos, y que tal vez las experiencias vividas en su antigua academia de baile le estaban jugando una broma de mal gusto: ahogándola, anclándola al pasado, llevándola a ver cosas donde no las había. La tarea, sin embargo, parecía imposible.

Inhalar. Exhalar. Corregir la postura de su pierna. No tambalear.

Estaba tan centrada en aquel mantra que no se percató de que su mano temblaba hasta que Miguel detuvo su siguiente puñetazo, sujetando su muñeca antes de que sus nudillos golpearan la almohadilla.

Se quedó quieta por unos segundos, con los labios entreabiertos y el diafragma encogido. Se hallaban a solas en la nueva expansión que Johnny había mandado a construir en el dojo después del All Valley, pero Angelina sentía que la habitación estaba llena de personas, de voces, de recuerdos y sombras.

Finalmente, logró vencer la pesadez que apresaba  a sus músculos para poder levantar la cabeza. Él, por su parte, le mostró una diminuta sonrisa, señalando la posición descuidada con la que había apretado su puño.

—Te habrías torcido la muñeca si te hubiese dejado golpear así.

En cuanto acabó de hablar, sus comisuras cayeron lentamente mientras repasaba el rostro de Angelina. Su agarre se hizo más suave, como si tuviese miedo a romperla.

Lucía inquieto, preocupado.

Preocupado por ella.

La chica ni siquiera se dio cuenta de que había cerrado los ojos hasta que percibió el firme tacto de una mano en su cuello, las caricias de un pulgar delineando el contorno de su mandíbula. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios mientras se dejaba llevar, inclinando la cabeza en busca del calor que emanaba de la palma de su novio.

Para cuando levantó los párpados, no supo cuánto tiempo había pasado. Se volvió a topar con el mar de color chocolate que rodeaba a las pupilas del muchacho; sintió que su cabeza dejaba de arder, que su visión se aclaraba, pero entonces su pecho se contrajo al recordar la noticia que había recibido la noche anterior.

—Tienes que sacarte eso de la cabeza, Ángel —murmuró Miguel, siempre capaz de leerle la mente—. Ese lugar... no te merece. Y ahora estás aquí. No tienes de qué preocuparte, ¿de acuerdo?

Con una mano en su nuca y la otra en su cintura, Miguel la acercó a él, apoyando sus labios en la frente de la chica. Ella se aferró a sus hombros; le clavó las uñas en la tela del gi, tratando de asegurarse de que era real, de que verdaderamente se encontraba en el Valle y no en un oscuro estudio de baile en Nueva York.

Tan solo habían pasado unas cuantas horas desde que leyó el correo electrónico que le había enviado la directora del Teatro de Ballet Estadounidense, pero ya echaba de menos aquella dulce burbuja de normalidad que creyó haber estado construyendo en los últimos días.

Aunque la presencia de Kreese apenas le permitía pensar con claridad, Angelina había empezado a creer que las cosas estaban mejorando. Hablaba cada vez más con Sam, a pesar de que todavía no había encontrado las agallas para decirle que Miguel y ella eran pareja. Robby, por su parte, se había mantenido al margen —al margen... o evitándola cada vez que podía— después de la extraña conversación que habían tenido en Miyagi-Do, y, luego de discutirlo con Aisha, había llegado a la conclusión de que lo único que podía hacer al respecto era tratar de olvidar aquel asunto mientras no supiese su verdadero significado. Por otro lado, Demetri se había unido al dojo del señor LaRusso para intentar aprender a defenderse y, para Angelina, mirarse en el espejo al practicar antiguas rutinas de baile era cada vez menos complicado.

Dormía más, comía más, sonreía más.

Y su relación con Miguel no podía ir mejor.

Si bien Daniel y Amanda habían intuido que Angelina estaba saliendo con alguien al ver que pasaba más tiempo fuera de casa, no la cuestionaban al respecto; le daban libertad, como si poco a poco estuviese recuperando la confianza del señor LaRusso. Miguel y Angelina pasaban las tardes juntos, salían a cenar por las noches, o ayudaban a Carmen y a Rosa a preparar la comida mientras ella trataba de acostumbrarse a aquellas muestras de cariño que nunca había recibido en el pasado.

Cuando volvía a casa y se dejaba caer sobre el colchón, mirando el techo con una sensación de plenitud en la boca del estómago, se preguntaba si aquella era la vida que se había perdido durante tantos años.

Y entonces se le ocurrió revisar su correo después de semanas sin ingresar a su cuenta... y su mundo volvió a tambalearse.

—¿Cómo lo hago? —Se dio cuenta de que sus cuerdas vocales se habían enredado, formulando palabras imperceptibles, así que tuvo que volver a intentarlo—. ¿Cómo me lo saco de la cabeza? Pensé que podría dejarlo todo atrás... ¿Y-y si eso nunca pasa?

Mantuvo la mirada fija en los bonitos ojos de Miguel, tratando de eliminar la imagen de la mujer que había estado persiguiéndola desde la noche anterior. No obstante, volvió a relucir en el centro de su mente.

Y es que Suzanne Whitmore, la directora del Teatro de Ballet Estadounidense, la quería de vuelta en la academia.

Durante su trayectoria como bailarina, había tenido varios encuentros con ella. Era estricta, y directa, e incluso cruel en ocasiones. Aun así, solía afirmar que Angelina estaba destinada a ser una estrella, por lo que se encargaba de buscarle los mejores papeles, los más reconocidos nutricionistas y médicos para mantener su cuerpo en condiciones óptimas. A Angelina nunca le habían gustado esos tratos, pues sus compañeros no perdían la oportunidad de recordarle que aquello no hacía más que convertirla en la niña mimada de la academia; su tía, sin embargo, le había encargado la tarea de escuchar y asentir ante todo lo que la rectora dijera.

Y Angelina... Angelina solo pudo cumplir su mandato con el deseo de, algún día, llegar a la cima.

Sin embargo, la gratitud que se forzó a sentir por Suzanne se marchitó después de que la directora optara por esconder su accidente de la prensa y las autoridades, pagándole una jugosa cantidad de dinero a Collette a cambio de que no presentara cargos y manteniendo a los culpables como alumnos de la academia. Trató el accidente como si no hubiese sido nada más que un juego: una broma que se había salido de control, un percance que no merecía penalizaciones.

Por esa razón, Angelina no esperaba —ni quería— recibir un mensaje de su parte, ni mucho menos de que, en él, Suzanne afirmara que la reputación de la academia estaba a punto de caer en picada.

Según lo que afirmaba en su correo, parecía ser que Caleb Norman —el chico que la engatusó, le robó su primer beso y luego le destrozó la pierna— y su hermana, Harper, habían causado diferentes estragos en Nueva York durante los últimos meses. La policía había decidido indagar hasta atar los cabos, descubriendo finalmente lo que los gemelos le habían hecho a Angelina; revisaron las grabaciones del aparcamiento de la academia de aquel día, y entonces el secreto salió a la luz.

Los Norman, junto al resto de alumnos que habían participado en el ataque, entrarían a un reformatorio para menores, y la noticia no tardaría en llegar a los medios de comunicación. Como consecuencia, el Teatro de Ballet Estadounidense perdería alumnos, recursos, y no tendrían bailarines de élite suficientes para organizar nuevos recitales.

El desastre era inminente, la verdad sería contada, pero a la directora no le importaba que Angelina cobrara su justicia.

Después de todo, ni siquiera se sentía como justicia.

Suzanne creía que, si Angelina volvía y afirmaba que solo se había tratado de un asunto tonto que escaló sin motivos, podría elevar el nombre de la academia. Ofrecía entrenarla personalmente para recuperar el tiempo desperdiciado y, si su trabajo era bueno, la ayudaría a conseguir la beca del Ballet Bolshoi que había perdido después de su accidente.

En otras palabras, le estaba ofreciendo el futuro que alguna vez había anhelado en bandeja de plata.

Aquel futuro que las circunstancias titularon como inalcanzable, aquel que había enterrado en el fondo de su alma. Estaba ahí, rozando la punta de sus dedos, y Suzanne había prometido que dejaría la decisión únicamente en sus manos. Sin embargo, la rubia había aprendido a no confiar en nadie que estuviese relacionado con aquella academia, por lo que no podía afirmar con seguridad que Collette jamás llegaría a escuchar sobre la oferta.

Y si ella se enteraba de que su sobrina tenía aunque sea una ínfima oportunidad de recuperar su carrera... Angelina estaría de vuelta en Nueva York en menos de un parpadeo.

—Hey, Ángel —la llamó el muchacho, justo cuando la cabeza volvía a darle vueltas. Dibujó otra de esas pequeñas sonrisas que a ella tanto le gustaban y pasó el pulgar por su entrecejo, buscando aliviar la tensión—. Si no puedes olvidarlo, entonces lo enfrentaremos. Te lo aseguro.

Y eso solo la hizo sentir más culpable, porque no era justo.

No era justo que él también tuviera que verse afectado por sus estúpidos enredos y su estúpido pasado.

Sacudió la cabeza: —No voy a arrastrarte en mis problemas...

—Ya te he dicho que tus problemas son mis problemas. —contraatacó Miguel con determinación—. Siempre ha sido así, siempre será así, y no me importa lo que tenga que hacer para que estés bien. Buscaremos una solución porque estamos juntos en esto.

Una chispa apareció en sus ojos, un destello que escondía miles de sentimientos.

—Lo recuerdas, ¿verdad? —siguió Miguel, y Angelina no pudo hacer nada más que asentir en silencio.

Claro que lo recordaba.

Aquello era lo que le había preguntado segundos después de que compartieran su primer beso: si estaban juntos; si podía contar con ella, y si ella estaba dispuesta a contar con él.

Las palabras removieron su interior, la llenaron de calidez. Tomó la mano de Miguel que seguía apoyada entre su cuello y su mandíbula, rozando suavemente su anillo para mostrarle que, en efecto, no había podido borrarlas de su mente.

—Pero aún no sé cómo responder, Miggy —susurró a duras penas.

—Bueno... Te dieron hasta el final del verano, ¿no?

Angelina volvió asentir.

—Entonces ya pensaremos en algo. Se supone que no le dirán nada a tu tía así que... estaremos bien.

—Quisiera creerlo, —Los labios de Angelina se torcieron en una sonrisa amarga—, pero... en el mundo del ballet siempre gana el más astuto. Si la directora me quiere de vuelta, entonces buscará la manera de lograrlo. Le dirá a mi tía, y-y ella me obligará a regresar a Nueva York. Y yo no quiero, Miggy; quiero quedarme aquí, con Johnny y contigo y con...

Antes de que pudiese acabar, el muchacho la calló con un beso.

Sintió que sus pensamientos se derretían, que sus músculos encontraban el alivio que necesitaban para finalmente relajarse. Le siguió el ritmo por puro instinto, apoyando las manos en su pecho para permitirse disfrutar de aquel pequeño instante de gloria.

—¿Qué puedo hacer para que lo olvides? —susurró Miguel contra sus labios—. Pídeme lo que quieras

—¿Lo que quiera?

—Lo que quieras.

—Solo... —Angelina se relamió los labios, luchando por encontrar las palabras—. S-sigue haciendo lo que estabas haciendo.

—¿Hacer qué exactamente?

La rubia gruñó al escuchar el tono divertido de su novio.

—No me hagas decirlo en voz alta, idiota...

Afortunadamente, Miguel no la hizo esperar más, volviendo a unir su boca con la de la chica sin molestarse por esconder su sonrisa.

Estuvieron así durante unos minutos más, hasta que las almohadillas de golpeo quedaron completamente olvidadas y el aire se hizo más caliente, más pesado. De tanto en tanto, el moreno buscaba formas de hacerla reír, picando su costado para causarle cosquillas, y la primera carcajada sincera del día se apropió de los labios de Angelina.

No obstante, el momento no duró tanto como le hubiera gustado.

Una voz conocida los obligó a separarse de un salto, en un movimiento tan rápido que Miguel casi tropezó con una de las almohadillas que previamente habían caído al suelo.

—Pensaba que esto era un dojo, no un motel.

Si bien había una sonrisa burlona descansando en los labios de Tory Nichols, quien los miraba con cejas enarcadas desde la entrada, sus ojos no mostraban ninguna emoción en concreto.

Angelina tuvo que recordarse a sí misma que reparar en aquel detalle no tenía caso.

Llevaba varios días conviviendo con Tory—lo suficiente para notar que, tras su carácter atrevido, había una sombra oscureciendo su mirada; Angelina creía que quizás se trataba de su propia barrera de protección, de esas que ella misma conocía por experiencia. Lo curioso, sin embargo, era que cada día la sombra era más oscura, y que se hacía incluso más evidente cuando Miguel se hallaba presente.

En un principio, la rubia pensó que tal vez el moreno no le caía del todo bien, pero estuvo equivocada: congenió con él rápidamente, al igual que con el resto del grupo. Al darse cuenta de ello, decidió que Tory simplemente era un misterio.

Era tal vez la persona más cruda y sincera que conocía, siempre estaba dispuesta a luchar, y poseía gran parte de los atributos que ella misma deseaba alcanzar. No obstante, todavía no sabía con exactitud qué era lo que pasaba por su mente, y aquello, como cada vez que no podía leer a una persona —Robby, por ejemplo—, la exasperaba. Parecía que la chica estaba ocultando algo, cultivándolo bajo las sombras, y eso, combinado con aquella desconfianza con la que Angelina había lidiado durante años, le decía que quizás lo más inteligente era mantener cierta distancia hasta descifrar sus intenciones.

Y no, aún no había podido hacerlo.

—Buen chiste, Tory —murmuró Angelina, escondiendo su vergüenza detrás de una pequeña mueca.

—No tan bueno como Miguel, supongo. —Tory rio al notar la reacción de la rubia, cuyas mejillas se encendieron con sorprendente rapidez—. ¿Qué pasó con lo de no comerse la boca cuando entrenan? Creí que Halcón les había forzado a prometerlo.

—En nuestra defensa, estábamos solos —intervino Miguel, ganándose una mirada acusadora por parte de Tory—. Está bien, está bien... Perdónanos. —Soltó un par de carcajadas mientras elevaba las palmas en un gesto de fingida inocencia—. No volveremos a molestarte con...

—¿Con sus asquerosas muestras de afecto?

El moreno le dedicó una mirada divertida a su novia: —¿Tú crees que son asquerosas?

Con el rostro de un tono casi escarlata, estuvo a punto de responder, pero Tory se le adelantó.

—Lo son para mí.

Se acercó a ellos, agachándose para tomar las almohadillas que descansaban en el suelo. La rubia frunció el ceño, confundida por la interrupción, mas no mencionó nada al respecto.

Miguel rio con naturalidad; Angelina, sin embargo, terminó esbozando una sonrisa forzada.

Y es que no solo había sido interrumpido por Tory, sino que también había notado que sus ojos apenas se habían separado de Miguel en toda la conversación.

Empezó a sentirse... inquieta, incómoda. Como si no perteneciese ahí, a pesar de que la mano del chico rozaba la suya.

Sin embargo, antes de que pudiera ponderar sobre aquello, alguien más ingresó en el lugar.

El efecto causado por la nueva presencia fue instantáneo: en cuanto atravesó el umbral, Angelina sintió que un cubo de agua helada era derramado sobre su cabeza. Su atención fue acaparada por el rostro ilegible de aquel hombre, quien se disponía a fumar los restos de un puro con aires de superioridad.

John Kreese.

John Kreese era el nuevo visitante.

—Llegaron temprano.

Ni siquiera saludó propiamente. Tan solo les dedicó un asentimiento de cabeza antes de tirar el puro en una papelera cercana, arqueando una de sus despeinadas cejas.

—Um, sí, senséi. —Miguel le mostró un intento de sonrisa cortés, pero Angelina pudo notar que estaba incómodo; el moreno tampoco confiaba del todo en Kreese, aunque él lo disimulaba mejor que ella—. Solo estábamos entrenando.

—¿Y no creen que deberían haberme pedido permiso?

—El senséi Lawrence siempre nos ha dejado entrenar aquí —intervino Angelina antes de poder morderse la lengua—. ¿Eso no es suficiente?

Su conciencia la reprendió tan pronto como se atrevió a desafiarlo, pero sabía que ya no había vuelta atrás.

Después de todo, era así como reaccionaba su boca cuando Kreese se hallaba cerca.

—Pues si él lo permite... entonces sean bienvenidos. —El hombre sonrió, pero Angelina pudo ver el cinismo acumulado en sus comisuras. Posteriormente, la miró de arriba a abajo, haciéndola sentir diminuta—. Necesito hablar contigo, Bellerose. Acompáñame a la oficina.

¿A la oficina? ¿A hablar con ella?

¿Sobre... sobre qué?

Trató de acallar las preguntas mientras asentía con cautela, sintiendo la mirada confundida de Miguel puesta sobre su perfil. Lo observó de vuelta, sin poder hacer más que encogerse de hombros. Estaba demasiado rígida como para siquiera pensar en elaborar una respuesta, así que simplemente se dispuso a seguir a Kreese, quien abandonaba la habitación sin mirar atrás.

Para cuando llegaron a su destino, Angelina ya no sabía qué hacer consigo misma. Kreese se posicionó detrás del escritorio, invitándola a tomar asiento al otro lado con un movimiento de cabeza; él, sin embargo, se mantuvo de pie, como si supiese que aquello lo haría parecer más intimidante.

Una parte de ella se sintió tentada a rechazar la oferta, solo para demostrarle que no quería escucharlo, pero su lado más vulnerable, coaccionado por los amenazantes ojos de Kreese, la hizo obedecer sin emitir ni una sola queja.

Sin esperar más, el hombre empezó.

Disciplina.

Hizo una pausa inmediatamente después, tomándose su tiempo mientras se disponía a cambiar el orden de los objetos que yacían sobre el escritorio, dejando su marca personal en el lugar que antes solo le pertenecía a Johnny.

La lentitud de sus movimientos era exasperante.

Incómoda, Angelina se removió en su asiento.

—Todo en esta vida requiere disciplina —continuó entonces—. En la escuela, en el ejército, en el kárate... Incluso, por ejemplo, en algo tan delicado como el ballet. Supongo que eso es algo que más que nadie debe saber.

Se quedó petrificada.

Ojos abiertos de par en par, aire atrapado en su tráquea. De inmediato, supo que tenía que reconstruir sus paredes.

Se enderezó, controló el ritmo de su respiración, se imaginó a sí misma tratando con uno de esos críticos de baile con los que su tía la obligaba a enfrentarse después de cada recital. Se repitió que, frente a personas como Kreese, lo único que podía hacer era mantener una postura imperturbable.

—¿Cómo supo que solía bailar? —Las letras y fonemas se arrastraron como arena por su lengua. Aun así, continuó—. Usted...

—Sé muchas cosas, señorita Bellerose —la interrumpió con una expresión socarrona—. Nadie se mueve con tanta precisión como una bailarina; es algo que simplemente se sabe. —Se encogió de hombros—. Sé también que existe un motivo por el cual te resistes a usar las piernas cuando peleas. ¿Por una lesión pasada, quizás?

Angelina no pudo hacer más que asentir, sabiendo que, si abría la boca en aquel momento, no sería capaz de decir nada.

Pocos sabían sobre su accidente: Miguel, Johnny y, desde hacía unos cuantos días, también Aisha, Demetri y Halcón. Claro que solo el primero conocía la versión completa; los demás pensaban que se había tratado de un tonto tropiezo que simplemente había dejado graves consecuencias. Los LaRusso y Robby también sabían que algo malo le había pasado —algo más que aquella supuesta 'lesión accidental' con la que su tía justificaba su regreso al Valle—, pero nada más.

No lo contaba porque no estaba orgullosa de ello. No lo contaba porque quería olvidar.

Y el hecho de que John Kreese estuviese a un solo paso de saber toda la historia era sencillamente... mortificante.

—Eso pensé —siguió Kreese, interpretando su silencio como respuesta—. Verás, niña... La disciplina es tan necesaria como la fuerza para poder triunfar. Un alumno debe confiar ciegamente en su líder: subordinarse al maestro. El estudiante disciplinado, el estudiante que escucha, vale más que cualquier otro. —Caminó lentamente, llegando al borde del escritorio. Se apoyó en él hasta quedar más cerca de la chica, como un zorro arrinconando a su presa—. La disciplina, sin embargo, es algo que puede perderse muy fácilmente; su ausencia se transmite como una plaga.

—No entiendo... —Se relamió los labios, sintiendo la boca repentinamente seca—. No sé qué quiere decirme con todo esto.

—Tienes influencia en este equipo, Bellerose. —Enarcó una ceja, y Angelina creyó detectar un toque de burla en su mirada—. Solo tuve que ver a Díaz y a unos cuantos más interactuando contigo para saberlo. Si tú llegas a plantar una semilla de duda, de... falta de disciplina, ellos van a seguirte eventualmente.

—E-eso no es cierto...

—Lo es, y es por eso que quiero ayudarte antes de que cometas un error.

El corazón empezó a latirle tan rápido que creyó que acabaría atravesándole las costillas, saliendo de su cuerpo, estrellándose contra el suelo. La incertidumbre la mantenía en el borde de su asiento: manos aferradas en la tela de su gi como único método para mantenerse quieta, nervios acumulados en la punta de su lengua.

—No sé de dónde viene tu rechazo hacia mis técnicas, —continuó el hombre—, pero espero que sepas que, con ellas, puedo convertirte en la luchadora más hábil de todo el Valle.

» Mi mayor fallo como senséi fue crear alumnos... explosivos. Pero tú tienes la base que necesito para formar a una ganadora: control —enfatizó la última palabra—. Cuando te lleve a la cima, entenderás que escucharme habrá sido la mejor decisión que pudiste haber tomado.

—¿Escuchar a un hombre que le rompió la nariz a un adolescente?

Fueron aquellas últimas palabras las culpables de que, por primera vez, la fachada tranquila y confiada de Kreese se tambaleara.

«Mierda, mierda... ¿Por qué dije eso?».

Angelina quiso escapar, mas no podía moverse. Se le cerró la garganta, y no pudo resistir la tentación de apartar la mirada.

Tan solo había pretendido responder escuetamente a su amenaza, pero, a decir por la expresión enfadada de Kreese, aquello había sido un error.

—¿Quién te contó eso?

Sus pulmones se tensaron con tanta fuerza que tuvo dificultad para mantener la boca cerrada.

—El chico al que golpeó... Es mi amigo.

Trató de lucir lo más indiferente posible y, al terminar, se dio una palmadita mental en la espalda por no haber titubeado. Sin embargo, no sabía por cuánto tiempo más podría aguantarle la mirada.

Necesitaba largarse de allí tan rápido como fuera posible.

—¿P-puedo irme ya?

Esta vez, su voz no aguantó la presión. Se proyectó como un susurro, un murmullo casi inaudible. Un signo de debilidad que no había tenido intenciones de mostrar, pero que terminó escurriéndose entre las grietas de su fachada.

—No tardaré mucho más. —Angelina soltó todo el aire que había estado aguantando al escuchar aquella respuesta; aun así, sus músculos seguían tan rígidos como una tabla—. Tienes potencial, posees virtudes que ningún otro alumno conoce: capacidad crítica, técnica, obediencia. Te falta resistencia y confianza en ti misma, pero, si acatas mis órdenes, vas a llegar lejos.

» Serás fuerte, y no solo se trata de saber aguantar en el tatami, sino también de resistir en la vida real. —Hizo una pausa, acercándose a ella para remarcar su punto—. Eso es lo que quieres, ¿verdad?

La chica tragó en seco.

, eso era lo que quería.

Pero no de la mano de John Kreese.

—¿Eso es lo que quieres? —repitió, esta vez con mayor severidad.

Amenazada por su tono de voz, Angelina terminó asintiendo.

—Puedes seguir intentándolo, Bellerose, pero esa rebeldía que quieres mostrarme no te llevará a tu meta. Te quita disciplina, y sin ella... —Suspiró con lo que parecía ser pena, pero Angelina sabía que estaba fingiendo—. Bueno, solo digamos que no llegarás lejos.

De inmediato, sus tímpanos saltaron en alerta.

Entrecerró los ojos. Analizó la expresión de Kreese con cautela. Apretó los labios en una fina línea cuando se dio cuenta de que, aunque no lo dijo en alto, la estaba desafiando.

Y sabía bien que no tenía sentido ocultarse, que no podía simular ser la niña buena que acataba las órdenes cuando aquello era precisamente lo que aquel hombre esperaba de ella. Así que, sin quitarle la mirada de encima, decidió que seguiría luchando, porque eso era lo que había aprendido en aquel dojo, junto al senséi Lawrence.

Era lo correcto, lo que debía hacer.

—Si al menos sirve para abrirle los ojos a los demás... —Tomó una profunda bocanada de aire antes de continuar, armándose de valor—. Entonces valdrá la pena.

—Ya veremos, niña. —Kreese se separó del escritorio, acompañado de una de esas sonrisas vacías que revolvían el estómago de Angelina. Una vez llegó al umbral, giró la cabeza, mirándola por encima de su hombro—. Como dije antes, tienes influencia, pero también te subestiman. Te consideran débil. —Sus comisuras se estiraron hasta que una carcajada grave y áspera salió de sus labios—. ¿Acaso estás conforme con eso?

La rubia no supo cómo contestar.

—Son mis métodos los que te darán esa fuerza que tanto quieres —siguió Kreese, esta vez dándole la espalda—. Y si tengo que volver a enseñarte lo que es la disciplina... encontraré la manera de hacerlo.

En aquel instante, Angelina comprendió que John Kreese parecía más peligroso cuando no podía verlo a la cara, cuando no podía anticipar su siguiente movimiento.

Y aquello no hizo más que asustarla.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Estaba agotada.

Su cuerpo no había aguantado el cansancio que llevaba arrastrando durante los tres últimos días, cayendo en reposo tan pronto como apoyó la cabeza en el hombro de Miguel. Hasta entonces, se había visto incapaz de descansar, perseguida por todas aquellas preocupaciones que, sin éxito, intentaba olvidar: la constante sensación de que su tía aparecería en cualquier momento para llevarla a Nueva York y el temor que le provocaba la mera presencia de Kreese, quien no había dudado en explotarla nuevamente en el entrenamiento de la tarde anterior, motivado por la peculiar conversación que habían compartido en su oficina.

Nada malo había pasado realmente, o al menos eso le había asegurado Miguel después de que le contase lo que el nuevo senséi había querido decirle, demasiado nerviosa como para explicarle todo con detalle. Claro que el moreno también propuso la idea de enfrentar a Kreese, inicialmente enfadado, pero Angelina le pidió que solo se quedara con ella y que ignorara el asunto por el bien de ambos; ya con la cabeza más fría, Miguel la complació.

Por otro lado, en cuanto al asunto del Teatro de Ballet Estadounidense, Angelina sabía que no debía hacer nada más que responderle con un 'no' a su antigua directora de baile para poder ponerle un cierre definitivo a aquel capítulo de su vida, así que no tenía que angustiarse.

Estaba bien, presente, no tenía ningún rasguño, y sus problemas tenían solución.

Aun así, el corazón de Angelina llevaba más de veinticuatro horas latiendo a un ritmo anormalmente rápido. Como si anticipase un desastre, un golpe, o quizás el agudo dolor de una patada clavándose en el centro de su abdomen.

Sabía que no era más que una tonta premonición. Un error de sus instintos, el producto de su carácter desconfiado y tendencia a caer en el escepticismo. a pesar de ello, necesitaba un descanso.

Por esa razón, cerró los ojos tan pronto como ella y el resto de sus compañeros de Cobra Kai se asentaron en el pequeño restaurante donde últimamente pasaban las tardes después de entrenar. Sin embargo, apenas había dormido; se hallaba atrapada en una especie de limbo, congelada entre la vigilia y el sueño mientras se apoyaba contra el costado de Miguel, quien se hallaba sentado junto a ella en una de las mesas del lugar. Oía murmullos, pero, con los ojos cerrados y el mundo teñido de negro, tenía que esforzarse para distinguirlos.

Lo primero que escuchó fue una melodía. Era suave, delicada, y extrañamente familiar, mas no logró ponerle nombre. No obstante, lo que sí sabía era que tenía que provenir de algún tipo de dispositivo electrónico, pues el sonido no era limpio ni puro, sino más bien opaco.

Posteriormente, escuchó el roce de los vaqueros de Miguel contra el asiento; la pierna izquierda del chico botaba de arriba a abajo en un gesto ansioso. Sabiendo que era incapaz de quedarse quieto cuando debía concentrarse, Angelina sonrió para sí misma al imaginarlo enfocado en alguna tarea, como cuando se dedicaba a estudiar para un examen o a diseñar alguna lista de rock antiguo con la que impresionar a Johnny.

Fue entonces cuando otro ruido captó su completo interés.

No tardó en comprender que se trataba de la voz de Tory.

—¿Crees que puedes dejar tu teléfono por dos segundos y escucharme, o eso es demasiado para ti?

Al oír las palabras de la chica, el pequeño demonio que descansaba sobre el hombro izquierdo de Angelina saltó emocionado.

Lo cierto era que el comportamiento de Tory durante la tarde anterior —cuando Angelina notó que solo miraba a Miguel— había aumentado sus dudas con respecto a la chica. Se negaba a admitirlo en voz alta, pues una parte de ella reconocía que no tenía motivos para estar a la defensiva, pero tan solo quería asegurarse de que podía fiarse de ella... ¿Por qué no escucharla un rato mientras tenía la oportunidad? ¿Por qué no intentar sacar conclusiones sin que ella se diera cuenta?

No tenía nada de malo, ¿verdad?

Solo se estaría dejando llevar por la curiosidad... Y quizás también por aquella parte recelosa de su alma, la que aún no había aprendido a confiar después de todo lo que había vivido, o por su cobardía, pues prefería espiar en silencio antes que enfrentarla cara a cara; de cualquier forma, no estaba lo suficiente consciente como para sentirse culpable por ello.

El diablillo la invitó a fingir que seguía dormida, y ella, suponiendo que Tory le hablaba particularmente a Miguel, fue incapaz de negarse.

—¿Qué pasa, Tory?

Seguidamente, la melodía se detuvo, pero no fue aquello lo que llamó la atención de Angelina. Había pasado suficiente tiempo admirando a Miguel como para saber, tan solo por el sonido de su voz, que el muchacho estaba sonriendo de manera forzada.

¿Le ocurría algo? ¿Se encontraba bien?

El pequeño demonio le susurró que la mejor manera de descubrirlo era seguir escuchando.

—Pues que creo que te la pasarías mejor si quitaras esa cara de sufrimiento y te unieras a los demás en la otra mesa —respondió Tory.

—Um... Gracias, pero estoy bien aquí. Iré con ustedes en un rato.

—¿Y qué estás viendo? —cuestionó sin una pizca de prudencia—. Tiene que ser muy interesante para que no hayas querido moverte de aquí.

El brazo que Miguel mantenía alrededor de la cintura de Angelina afianzó su agarre: —Bueno, es que Ángel está durmiendo, así que tampoco quería despertarla o...

—Sí, sí, supongo que eso también. —Por la manera en que lo dijo, la rubia pudo imaginar a Tory poniendo los ojos en blanco—. Ahora dime qué estás viendo y prometo que te dejaré en paz.

Hubo una breve pausa. Un espacio de silencio, como si Miguel estuviese pensándoselo dos veces antes de actuar.

Angelina contó trece segundos hasta que finalmente detectó el sonido de lo que supuso era el teléfono del moreno siendo deslizado sobre la mesa. En ese instante, la melodía volvió a resonar, y la chica pudo percibir cómo el cuerpo de Miguel se tensaba más y más conforme transcurría el tiempo, conforme la música seguía y Tory y él mantenían la boca cerrada, centrados en algo que Angelina ansiaba descubrir.

Aquello fue suficiente para que su farsa se quebrara.

Corrió el riesgo, atreviéndose a abrir ligeramente uno de sus ojos para echarle un vistazo a la escena.

Apenas podía ver el perfil de Miguel desde su posición, pero tenía una mejor vista de Tory, quien observaba la pantalla del móvil con algo que Angelina creyó detectar como asombro y confusión. La imagen era oscura y borrosa, pues apenas había levantado el párpado izquierdo, mas era suficiente para husmear sin ser detectada.

—¿Esa es...?

Angelina. —El moreno asintió con lentitud—. Sí, es ella.

Miguel soltó un suspiro pesado.

Tory asintió en silencio.

Y entonces Angelina comprendió por qué aquella melodía le había parecido tan conocida desde el principio.

Se trataba de una de las composiciones que había bailado cuando representó el papel del Cisne Blanco y el Cisne Negro en uno de los teatros más importantes de Nueva York. Para aquella presentación, la orquesta había preparado unos arreglos especiales, así que la música era única, imposible de confundir: el vídeo que Miguel había estado viendo mostraba, sin lugar a dudas, el último capítulo de su pasado.

La última vez que experimentó la euforia del espectáculo, los últimos aplausos, la última danza.

Quiso evitarlo. Quiso resistir, permanecer impasible. Sin embargo, algo en su interior se retorció mientras los recuerdos cobraban vida en su mente.

—¿Era bailarina? —preguntó Tory, sacando a Angelina de su pequeña jaula mental.

—Sí... Impresionante, ¿no? —Los labios de Miguel se estiraron en una sonrisa, pero acabó convirtiéndose en una mueca apenada—. Es mi novia, llevo meses conociéndola y nunca la había visto bailar de verdad. Genial —acabó con un deje de ironía.

—¿Y qué cambió, entonces? ¿Por qué la ves ahora?

—Pues... no lo sé. —Dibujó otra de aquellas sonrisas amargas, de esas que no pertenecen en rostros como el suyo—. Siempre creí que iba a invadir su privacidad o algo así si lo hacía sin que ella me lo enseñara antes y... supongo que la cagué de todas formas. Es que estaba preocupado, y no podía dejar de pensar en... —Paró abruptamente, como si se hubiese percatado de que iba admitir algo que no debía; Angelina supo de inmediato que se refería al asunto de Suzanne Whitmore y su antigua academia de baile. Seguidamente, Miguel negó para sí mismo, apagando el móvil mientras intentaba camuflar una expresión frustrada—. No fue difícil encontrarla.

Empleando todo su esfuerzo para evitar reaccionar ante las palabras del moreno, Angelina sintió que su corazón se encogía, conmovido por el respeto que Miguel le había mostrado al haberse negado a indagar en su pasado hasta entonces. Si su propia curiosidad la estaba llevando a espiar una conversación que claramente no le correspondía, tampoco podía culparlo por haber sucumbido ante la intriga.

Sí, le molestaba revivir aquellos momentos, y era por eso que jamás le había enseñado ninguno de sus antiguos recitales de baile. Sin embargo, se dio cuenta de que en realidad no le afectaba compartirlos con él.

Miguel los cuidaría, los respetaría, no la trataría diferente después de ver aquella faceta de su vida.

Y entonces quiso abrir los ojos, dispuesta a decirle que ella no tenía ni idea de que él estaba tan interesado en su pasado hasta entonces. Que nadie se había preocupado tanto por ella como él lo hacía, que todavía le costaba entender cómo eso era posible, o por qué seguía pensando en todo el tema del ballet cuando lo único que había hecho en los últimos días era asegurarle que todo estaría bien, que no debía angustiarse.

Pero no podía hacerlo.

No necesitaba más de dos dedos de frente para comprender que aquello era algo que Miguel no tenía planeado decirle; su tono de voz era bajo, como si lo que menos quisiera era despertarla, y su cuerpo se hallaba rígido, demostrando que realmente no tenía ganas de hablar. Y aunque darse cuenta de ello se sintió como un golpe bajo, pues lo único que quería era evitar preocupar a los demás —y sobre todo a Miguel—, se obligó a usar la lógica: no podía abrir los ojos repentinamente si quería pretender que no había escuchado nada.

Tenía que seguir fingiendo.

—Pero ya lo hiciste, así que arrepentirse no tiene sentido —razonó Tory, encogiéndose de hombros para después señalar a Angelina con la cabeza—. No suele hablar del tema, ¿no? —El moreno tan solo afirmó con la cabeza—. ¿Qué pasó exactamente?

Miguel no respondió.

Claro. —Bufó la chica—. No vas a decírmelo hasta que ella no quiera.

—Lo siento...

—Da igual, lo entiendo. —Miguel solo inclinó la cabeza en agradecimiento, y Angelina casi pudo palpar la tensión que emanaba en la mesa mientras Tory fijaba nuevamente sus ojos sobre ella, acompañada de una expresión que no fue capaz de descifrar—. Te importa mucho, ¿verdad?

Angelina sintió que el tiempo se detenía. Que el aire se le escapaba, que sus pulmones trataban de decidirse entre colapsar o seguir funcionando.

Quizás porque él le importaba a ella, y mucho.

Quizás porque todavía le costaba adaptarse a la intensidad de sus propios sentimientos, o tal vez porque tenía miedo de escuchar la respuesta.

Fue entonces cuando pudo notar, espiando a través de la pequeña franja de luz que se colaba bajo sus párpados, que el chico giraba la cabeza para fijar su mirada en ella.

Asintió lentamente a la pregunta de Tory, y habló.

—Solo quiero hacerla feliz. —A pesar de que escondía una sonrisa, su voz sonaba pesada—. A veces... a veces no sé si estaría mejor si volviera a bailar, —Apartó entonces el rostro, observando un punto muerto sobre la mesa mientras apretaba la mandíbula, como si le costase hablar—, si regresara a Nueva York.

A Angelina se le revolvió el estómago, pero no se movió.

Aunque hubiese querido, creyó que tampoco hubiera sido capaz de hacerlo.

—Y no puede, ¿cierto? Por ese motivo que obviamente no piensas contarme.

—Creo que el problema es que sí puede —murmuró el moreno—. Me ha dicho que no, que quiere quedarse aquí, que eso ya quedó en el pasado, pero... —Estiró sus comisuras, tratando de quitarle importancia al asunto, pero cayeron rápidamente—. Tendrías que ver cómo se le ilumina la cara cuando habla de alguno de sus recitales.

» El kárate fue su segunda opción, yo la metí en todo esto. Y ahora no quiere parar de entrenar, al menos no desde que el senséi Kreese llegó al dojo, y eso tampoco es bueno para ella así que ni siquiera sé si de verdad le gusta hacerlo o si solo busca distracciones o si...

—¿Y qué? ¿Piensas que tú también fuiste una segunda opción?

Miguel paró en seco ante la interrupción de Tory. Frenó por fin sus pensamientos, apretando los labios como si supiese que ya no había vuelta atrás, que tenía que responder.

—Supongo que solo me da miedo que se vaya.

«Oh, Miggy...».

¿En serio creía que ella quería largarse? ¿De verdad le preocupaba tanto, aunque no lo demostrara?

—¿Y qué hay de malo con eso? Ella se marcha y tú sigues adelante. No te detienes. —Tory lo miró con intensidad, inclinándose sobre su asiento para acercarse un poco más a él—. Así funciona la vida, Miguel; no solo peleas para ganar un trofeo, sino que también debes hacerlo para no quedarte atrás... estancado.

Angelina no podía escuchar más.

Las palabras de Tory no eran más que un eco lejano, distorsionado.

Su mente seguía girando alrededor de lo que había dicho Miguel, tratando de procesar el mensaje, el significado, cómo debía actuar después de haberlo escuchado. Sintió que un agudo pitido se apoderaba de sus tímpanos, opacando el resto de sonidos mientras los vellos de sus brazos empezaban a erizarse.

Tenía que abrir los ojos. Tenía que salir de ahí para pensar, y pensar a solas.

Luchando por mantener la calma, empleó las pocas energías que le quedaban para ponerse una de sus tantas máscaras. Abrió los ojos lentamente, parpadeando unas cuantas veces para acostumbrarse a la luz; sabía, al menos, que aquello la ayudaría a pretender que estaba despertando.

—Hey... Buenos días, Ángel.

Inmediatamente, se encontró con la sonrisa de Miguel. Su mirada centelleaba con esa chispa de diversión que a ella tanto le gustaba, como si no hubiese pasado nada.

El gesto parecía sincero —era sincero—, y estaba segura de que habría derretido su corazón en cualquier otra circunstancia. No obstante, percibió una punzada en el centro de su pecho, por lo que tan solo pudo devolverle brevemente la sonrisa antes de apartar la vista con una sensación de culpa anclada a los hombros.

Lo siguiente que hizo fue fijarse en el rostro de Tory.

La chica la saludó con un gesto de su mano, pero, aunque su expresión parecía amigable, Angelina pudo detectar un rastro de frustración en sus pupilas: aquello solo podía significar que no la quería despierta. Así pues, el molesto hormigueo que se apoderó de la punta de sus dedos le demostraba a Angelina que lo último que había dicho la ojiverde, de una u otra manera, la había incomodado.

Tal vez porque Tory no estaba equivocada, tal vez porque sus palabras habían sido completamente razonables, mas no pudo evitar que la falta de empatía en su respuesta la hiciera sentir insignificante.

Reemplazable.

Se aclaró la garganta. Trató de esbozar otra sonrisa falsa, pero sus labios ni siquiera la obedecieron.

—Disculpen... Tengo que ir al baño.

Lo último que vio antes de salir disparada de su asiento fue la mirada suplicante que Miguel le dedicó a Tory, como si le pidiese que no dijera nada acerca de lo que habían hablado segundos atrás.

Angelina, sin embargo, sabía que no podría olvidarlo tan fácilmente.

Y, un par de horas más tarde, después de haber pasado su tiempo dándole vueltas a todo lo que había escuchado, recibió un mensaje que la dejó boquiabierta: Samantha LaRusso afirmaba que alguien había intentando darle una paliza a Demetri en el centro comercial.

Ese alguien era Halcón.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

—¿En qué demonios estabas pensando?

Angelina apretó los labios en una fina línea, esperando una respuesta que nunca llegó. La tensión concentrada en las comisuras de sus labios se expandió por todo su rostro, apoderándose de su mandíbula y bajando hasta el interior de su pecho, donde burbujeó en forma de rabia y decepción.

Halcón ni siquiera se molestó en mirarla. Simplemente siguió golpeando el saco de boxeo mientras ella intentaba encontrar una mínima fracción de remordimiento en sus facciones, pero no pudo lograrlo.

Algo se retorció en su interior al verlo así, tan frío, enterrando sus nudillos en el saco con cada vez más fuerza.

Tan pronto como Angelina recibió las noticias por parte de Sam, Chris, Mitch y el resto de compañeros que habían ayudado a Halcón a orquestar su plan entraron derrotados por la puerta del restaurante. Humillados, explicaron que habían perdido contra Miyagi-Do, pero aquello no fue suficiente para Angelina: tenía que hablar con Halcón, enfrentarlo, preguntarle por qué había hecho algo tan estúpido y cruel.

Chris —quien lucía profundamente incómodo por lo que había acontecido— le informó que el muchacho se había dirigido a Cobra Kai después del ataque. La rubia le agradeció por la información, se despidió rápidamente de Miguel después de acordar que él visitaría a Demetri para tratar de aligerar el asunto mientras ella buscaba a Halcón, y recorrió un camino que normalmente duraba diez minutos en menos de seis.

La puerta del dojo ya estaba abierta cuando llegó. No dudó en entrar, sabiendo inmediatamente dónde encontrarlo.

Parecía una persona completamente diferente al Eli Moskowitz que conoció en su primer día de vuelta en el Valle.

Y no solo se debía al hecho de que acababa de cambiar el color azul de su cresta por un intenso color rojo, ni al tatuaje que cubría la totalidad de su espalda desnuda, sino al fuego que ardía tras sus pupilas, a la oscura hostilidad que expulsaba con cada puñetazo que lanzaba en dirección al saco.

Eli —gruñó entonces, súbitamente frustrada.

Halcón detuvo su siguiente golpe, mas volvió a evitar su mirada. Ante ello, Angelina no pudo resistir el impulso de tomar su antebrazo cuando se disponía a lanzar otro puñetazo, torciéndolo ligeramente para finalmente ganar su atención.

Confirmó entonces que no había ni una pizca de vergüenza en los ojos de Halcón; solo impotencia y las cenizas de un ego claramente magullado.

—¿Qué quieres que te diga? —escupió finalmente—. Deberías agradecerme. Ese imbécil criticó nuestro dojo; yo solo estaba defendiendo nuestro nombre. —Su rostro se torció en una mueca rabiosa—. Y ni siquiera pudo defenderse él solo, tuvo que traerse a toda la patrulla de Miyagi-Do para que le salvaran el culo.

—Las cosas no se resuelven a golpes. Nosotros no somos así.

—¡Pues deberíamos serlo! Somos los campeones del Valle. Tenemos que darnos a respetar.

Indignada, apretó su agarre sobre el antebrazo de Halcón: —¿Acaso te estás escuchando? Es... ¡Es absurdo!

—Lo único que escucho es a ti tratando de defender a Miyagi-Do.

—Quizás porque ellos no empiezan peleas sin sentido. —Se mordió el interior de la mejilla para no hablar más de la cuenta, pero no pudo evitar soltar sus siguientes palabras al notar la mirada asqueada que le dedicaba el muchacho—. Y, aun así, te ganaron.

—O tal vez porque también eres una de ellos.

Angelina dejó caer el brazo de Halcón de manera instantánea. Dio un par de pasos hacia atrás, con las palabras del chico repitiéndose una y otra vez en el interior de su mente.

Se enfocó en reorganizar sus pensamientos, buscando el mejor camino para seguir llevando la conversación; no obstante, presentía que, de cualquier forma, las cosas iban a salirse de control.

Él pareció complacido con su reacción, sonriendo con malicia antes de continuar.

—Dime, —Se acercó, recortando la distancia que ella había puesto entre ambos—, ¿por qué escuché a la princesita decirle a Keene que tenían que contarte a ti lo que pasó?

—Sam y yo vivimos juntas. Es normal que quisiese contármelo —justificó rápidamente.

—Sí, pero te recuerdo que hasta hace poco apenas hablabas con ella. —Angelina tragó en seco; Halcón pareció darse cuenta de ello—. También entrenas en Miyagi-Do —sentenció, sin siquiera molestarse en preguntarle nuevamente antes de afirmarlo.

«¿Y ahora qué?».

La habían atrapado.

Y, aunque quizás en otro momento no le hubiese preocupado el hecho de que Halcón lo supiera, algo en la postura del muchacho le decía que aquello no era bueno.

—No es lo que piensas —explicó, reprendiéndose mentalmente al notar que sonaba casi desesperada—. Cuando el señor LaRusso se enteró de que entrenaba en Cobra Kai, me puso una condición para seguir viniendo. —Sacudió la cabeza de manera inconsciente, como si estuviese tratando de demostrar su inocencia—. Tengo que ir a su dojo, es una obligación.

—Pero lo estás disfrutando.

—¡Da igual si lo estoy disfrutando o no! —estalló, sintiendo que el ritmo de su corazón aumentaba, que su estómago se retorcía en impotencia—. Al menos ellos no buscan peleas fuera del tatami. Nosotros tampoco lo hacíamos, pero... —Dejó escapar un suspiro—... parece que las cosas cambiaron.

Creyó ver un vestigio de arrepentimiento tras los cristalinos ojos de Halcón. Sin embargo, no pudo aferrarse a esa pequeña muestra para convencerse de que aquel chico seguía siendo el mismo que conoció meses atrás, para asegurarse de que no estaba ahogándose en aquel 'lado oscuro' del que Daniel le advertía cada vez que le hablaba sobre los peligros de Cobra Kai—peligros que ella siempre había considerado falsos.

Pero ahora.... ya no estaba tan segura de ello.

—Solo intento que abras los ojos, Eli. —Esbozó sus palabras en un susurro, exhausta, deseando que su último intento de hacerlo entrar en razón fuera un éxito. El semblante de Halcón se ensombreció al escuchar su verdadero nombre, pero Angelina continuó—. No quiero que nadie acabe herido por tu culpa, y mucho menos tu mejor amigo. Tú no harías eso...

—¿En serio? —la interrumpió, dedicándole una mirada venenosa—. Bueno, él ya no es mi mejor amigo, y parece que eres una traidora, así que que yo debería poder hacer lo que quiera, ¿no crees?

Se dio la vuelta, le dio otro golpe al saco de boxeo. Y otro más, y otro, hasta que Angelina quedó completamente olvidada a su lado, con un nuevo nudo en la garganta y un amargo sabor de boca.

Conforme la ira despejaba su mente, dándole paso a una molesta sensación de derrota, el peso de todos los sucesos anteriores cayó como plomo sobre sus hombros: el mensaje de su directora de baile, el extraño comportamiento de Tory, su conversación con Miguel, Kreese. De pronto, lo único que quería era enterrarse bajo sus sábanas y no salir jamás, hasta que todas la preocupaciones se desvanecieran de su mente.

Era demasiado. Si las peleas estaban saliendo del dojo, ¿cuánto faltaba para que hubiera un accidente? ¿Para que alguien cruzara la raya y terminara... terminara como ella, anclada a una camilla, o quizás con algo más que una rodilla destrozada?

Se hallaba tan ensimismada, con la vista perdida en un punto muerto de la habitación, que ni siquiera se dio cuenta de que alguien más se acercaba.

—¿Te metiste en una pelea?

Curiosamente, a Angelina no le sorprendió escuchar la voz de Kreese.

Parecía que su presencia se había convertido en algo constante—un misterioso fantasma que permanecía atado a sus tobillos, como una sombra.

El hombre le dedicó una mirada de soslayo, mas fijó sus ojos en Halcón, quien detuvo sus golpes al escuchar las palabras del senséi.

—Con Miyagi-Do —gruñó—. Perdimos.

—No, no lo hicieron. La pelea solo acaba cuando tú lo decides. —Se acercó a Halcón, pero posteriormente se dirigió a Angelina, quien aguantó la respiración por puro instinto—. ¿Y tú? ¿Ayudaste a tu compañero?

—No —contestó; tono ahogado, músculos tensos. Percibía la mirada de Halcón anclada a su perfil, fulminándola sin disimulo—. Fue una pelea injusta, e innecesaria, y...

—Respuesta equivocada, señorita Bellerose —intervino antes de que pudiese acabar—. Ustedes dos, el resto de sus compañeros... son Cobra Kai. Si uno empieza una pelea, el otro también está involucrado.

—¿Somos Cobra Kai?

Una carcajada seca siguió a las palabras de Halcón.

A Angelina le temblaron hasta los huesos.

Le echó una mirada de soslayo a su amigo, y supo de inmediato lo que iba a pasar.

—Angelina también entrena en Miyagi-Do, senséi.

Solo seis palabras.

Seis.

Pocas, pero suficientes para que Angelina sintiera que todas sus paredes se derrumbaban, que su cuerpo quedaba sepultado entre los escombros.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Nunca imaginó que estar de vuelta en una oficina junto a John Kreese podría ser incluso más aterrador que la primera vez.

La tarde anterior había sido víctima de la incertidumbre: ansiedad, nervios, unas increíbles ganas de acabar con aquel encuentro antes de perder la paciencia. En ese instante, sin embargo, sentía que explotaría en cualquier momento, que no podría contener sus miedos; que acabaría de rodillas, rogando a cambio de un perdón, y que toda la dignidad que había tratado de construir durante su tiempo en Cobra Kai estaba a punto de ser aplastada.

Con la espalda pegada a la puerta, incapaz de dar ni un solo paso más, se preguntó qué clase de persona sería Kreese a la hora de poner un castigo.

¿Jugaría con su mente? ¿O quizás la obligaría a tener un combate cuerpo a cuerpo contra él?

Sabía por experiencia que la primera opción siempre había sido la favorita de su tía frente a las condenas físicas, que era incluso peor que una cachetada o un pellizco represivo en la carne del brazo... pero, ¿de qué sería capaz alguien como Kreese?

Mientras buscaba una respuesta tras sus inexpresivos ojos, Angelina se dio cuenta de que prefería no saberlo.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado desde que Kreese le había indicado que lo siguiera hasta la oficina con nada más que un movimiento de cabeza. Tampoco sabía si Halcón estaría afuera, esperando como un niño la aprobación del senséi, o si tal vez estaría arrepentido; de cualquier manera, Angelina solo quería golpearlo, golpearlo hasta que olvidara su estúpido apodo y esa tonta fachada que se empeñaba en mostrarle a los demás, pero ni siquiera tenía las fuerzas para hacerlo.

Estaba temblando.

A Kreese no le importaba.

Y justo cuando Angelina se preparaba para romper el maldito silencio, creyendo que perdería la cabeza si no actuaba, el hombre habló.

—Ni siquiera intentes dar explicaciones. —amenazó, empleando un tono indiferente que no hizo más que helarle los pulmones—. No servirá de nada.

Angelina tan solo asintió. Aferró las manos a la madera de la puerta, tras su espalda, donde él no podía verlas.

Kreese continuó.

—¿Sabes lo que pasa con los traidores en una guerra? —Angelina no respondió; solo parpadeó, pues ni siquiera podía mover la cabeza para volver a asentir—. Son ejecutados.

» En este caso, lo que mereces es ser expulsada. Parece justo, ¿no?

—No, p-por favor... —Su voz se sacudió mientras daba un paso hacia adelante—. Por favor, necesito entrenar aquí.

Le temblaban las manos, el labio inferior, el mentón.

Y entonces sintió que volvía al pasado; que estaba nuevamente en aquella camilla, donde le anunciaron que no podría volver a bailar y que tendría que aprender a usar su pierna derecha desde cero. Se sentía indefensa, sola, desamparada—tanto así que incluso olvidó cómo aparentar ser fuerte.

Cobra Kai era todo lo que tenía. Le había dado un nuevo propósito, una nueva razón para seguir peleando. Y había luchado tanto para permanecer ahí...

No estaba lista para dejarlo ir.

No obstante, empezaba a creer que el universo simplemente no la quería allí.

—No me costaría nada hacer una llamada —siguió Kreese, ignorándola deliberadamente—. Le diría a Johnny que también entrenas con el enemigo. ¿Crees que se lo tomaría bien?

—Señor Kreese, —Aquel nombre clavó astillas en su lengua, pero estaba tan desesperada que no se detuvo a reparar en ello—, le juro que esto es un error. Yo solo... —Se detuvo en seco al darse cuenta de que excusarse no serviría de nada. Tragó en seco, pensó en su siguiente movimiento, y supo entonces que no tenía otra opción—. Solo... solo dígame qué puedo hacer para dejar todo esto atrás. Y-y es que no puedo dejar de asistir a Miyagi-Do; es una larga historia, pero le juro que es verdad.

Ahí estaba.

Su último intento.

No podía hacer nada más.

Su mente recorría todas las posibles respuestas. Los escenarios negativos sobrepasaban a los positivos, pero trataba de mantener la mirada fija en una pequeña luz situada al final del túnel.

Observaba a Kreese de manera suplicante, le imploraba que simplemente la escuchara. Y sabía que era demasiado pedir, que ella misma se había metido en aquel embrollo con tantas mentiras y tantos secretos y vidas separadas, que tal vez nada habría pasado si tan solo le hubiese dicho a Johnny desde un principio que el señor LaRusso le exigía que entrenara con él; aun así, y aunque ya era demasiado tarde, solo podía esperar que las consecuencias no fueran tan graves.

Fue entonces cuando John Kreese sonrió.

—Por ahora solo quiero algo muy simple.

El corazón de Angelina se detuvo.

—¿Qué necesita? —preguntó en un hilo de voz.

—Ayuda a Halcón a destruir Miyagi-Do. —Las pupilas de Kreese chispearon con maldad—. Enséñales que no han ganado, y demuéstrale al equipo tu lealtad. Si lo haces sin quejas, entonces no diré nada, y también me encargaré de que Halcón mantenga la boca cerrada.

—¿Cómo sé que puedo confiar en usted? —cuestionó. Entrecerró los ojos, buscando el engaño tras sus palabras, mas fue incapaz de hacerlo—. ¿Cómo sé... cómo sé que no va a delatarme?

—Muy simple, Bellerose. —Kreese enarcó las cejas, ensanchando cínicamente su sonrisa—. No tienes otra opción, así que tendrás que confiar. Además, yo cumplo mi palabra. —Extendió su brazo, invitándola a sacudir su mano—. Entonces, ¿tenemos un trato?

Angelina lo pensó por unos segundos.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Le echó un vistazo a la estancia, como si estuviese buscando una salida, pero sabía que estaba encerrada.

Cinco. Seis. Siete. Ocho.

Miró a Kreese a los ojos, y comprendió que el hombre tenía razón.

Nueve. Diez.

Aceptó su mano con un nudo en la garganta.

Y ni siquiera tuvo que escucharlo hablar una vez más para saber que aquella era su forma de inculcarle la maldita disciplina de la que tanto le había hablado.

{ ⊱ ✠ ⊰ }





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𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞  ⊰

¡he vuelto, bitches!

primero que todo, ALGO IMPORTANTE:
me he hecho una cuenta de tiktok (ohmonamour.wp) donde estoy subiendo edits de algunos de mis proyectos, incluyendo de «VOID», así que me encantaría que me diesen su apoyo. ♡

ahora sí... ¡siento muchísimo la demora! no saben lo mucho que me ha costado volver a escribir... digamos que estoy pasando por una especie de bloqueo, y el ajetreo del verano tampoco me ha puesto las cosas fáciles para escribir, pero de verdad quiero continuar con esta historia, así que poco a poco me las fui arreglando para acabar este capítulo.

fue difícil, pero aquí estamos. (:

y lo sé... ¡todo parece un poco caótico para Angelina en este momento! se acumulan cosas, pero trabajaré en resolverlas durante los siguientes capítulos. espero de verdad que les esté gustando el rumbo que estoy tratando de tomar con esta historia... me preocupa no estar haciendo lo correcto porque tengo ciertas ideas claras, pero es difícil saber desarrollarlas y no sé si estoy tomando las decisiones correctas.

pero, en fin; sé que si me quedo estancada en este capítulo (aunque no me guste del todo) jamás voy a continuar el resto de la historia, así que let's gooo.

las preguntas de este capítulo son las siguientes: ¿qué piensan de lo que le confesó Miguel a Tory en este capítulo? ¿y les está gustando Angelina como personaje?

yo solo puedo decir que amo a Miggy y me ha encantado tratar de meterme en su piel para expresar sus sentimientos sobre su situación con Angelina jiji. ¿les ha gustado?

sin más que decir, queridos lectores, ¡me despido!

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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