━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐟𝐨𝐮𝐫: good or bad

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[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢
« 𝔤𝔬𝔬𝔡 𝔬𝔯 𝔟𝔞𝔡 »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }

𝐒𝐄𝐍𝐓𝐈́𝐀 𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐔 𝐑𝐎𝐒𝐓𝐑𝐎 𝐈𝐁𝐀 a estallar en cualquier momento.

Angelina había despertado con un desagradable moretón al costado de su ojo izquierdo. En cuanto se vio al espejo, notando el repertorio de tonalidades azules y violetas que florecían sobre su pálida piel y escalaban por su sien, su primera reacción fue pensar en los LaRusso. Si alguno de ellos la encontraba así, no sería capaz de inventar una excusa lo suficientemente creíble; si no tenía una excusa creíble, entonces acabarían descubriendo que había estado entrenando en Cobra Kai desde hacía casi dos semanas.

No podía permitirse el lujo de revelar aquel secreto.

Daniel LaRusso era un hombre extremadamente correcto, siempre acatando las órdenes y buscando lo mejor para el resto. Por esa razón, Angelina estaba segura de que, si hallaba la verdad, no dudaría en privarla de las salidas rutinarias que había pactado con él durante las tardes, alegando que solo iba a dar largos paseos para ejercitar su rodilla cuando realmente pasaba las horas en el dojo de su gran enemigo.

Se suponía, además, que tenía estrictas instrucciones de no participar en ningún tipo de deporte hasta nuevo aviso. Collette Bellerose le había dejado muy claro a los LaRusso que no quería que su pequeña bailarina hiciera nada que pudiera dañar aún más su rodilla; después de todo, una parte de ella todavía conservaba la esperanza de que su sobrina pudiera volver al estrellato. Sin embargo, Angelina se había prometido a sí misma que no volvería a siquiera probarse unas zapatillas de ballet. En relación al decreto de su médico... solo podía pensar en que llevaba demasiado tiempo sobreviviendo y no viviendo.

Tal vez Cobra Kai le estaba dando más dolores musculares que alegrías, pero las clases al menos lograban que las horas pasaran más rápido.

Contó hasta veinte, cerrando su casillero con más intensidad de la planeada y preguntándose cómo era posible que el analgésico que se había tomado esa misma mañana ya hubiera dejado de hacer efecto. El área del moretón parecía palpitar, quejándose incesamente mientras se mantenía oculta bajo una gruesa capa de base maquillaje.

Aisha Robinson no se había molestado en medir su fuerza cuando Johnny Lawrence le dio la tarea de golpear a los alumnos más nuevos el día anterior, por no mencionar que no calculó correctamente la zona del impacto al llegar el turno de Angelina. Miguel corrió hasta ella en cuanto la vio caer al suelo, Aisha se disculpó mil y una veces, e incluso el senséi —quien casi siempre se mantenía indiferente cuando uno de sus estudiantes era derribado— le preguntó si necesitaba un botiquín de primeros auxilios.

Fue humillante, pero sabía que la intención de Johnny era acostumbrar a sus alumnos a seguir adelante, incluso ante el dolor. Así que se tragó las lágrimas, se puso de pie, y se fue al final de la línea mientras el resto recibía su propio puñetazo.

Afortunadamente, la clase terminó antes de que el hematoma comenzara a aparecer. Pero, casi veinticuatro horas después, no sabía cómo podría seguir ocultándolo, pues la base que había traído de Nueva York no era demasiado duradera, y algunas manchas violetas comenzaban a asomarse por su piel.

Justo cuando se planteaba sacar el pequeño espejo de mano que llevaba en su mochila, dispuesta a analizar su reflejo para tratar de acomodar su cabello de alguna manera que le cubriera el costado del rostro, Miguel Díaz se recostó en el casillero de al lado.

—Voy a invitar a Sam a salir conmigo.

Angelina detuvo sus movimientos en cuanto su cerebro procesó las palabras.

Si simplemente la había tomado por sorpresa, ¿por qué se sentía tan frustrada?

Tenía que haberlo esperado, después de todo. Los últimos días le habían servido para establecer una conexión con Miguel: un tipo de relación que no había conocido hasta entonces, un ambiente de comodidad y tranquilidad que solo experimentaba cuando él estaba presente. Demetri decía que estaban todo el tiempo juntos, demasiado tiempo, como si un hilo invisible los mantuviera unidos de meñique a meñique.

Miguel la entendía.

Aceptaba sus silencios, le hacía compañía mientras trataba de controlar sus pequeños ataques de ansiedad, se conformaba con las respuestas escuetas; no la cuestionaba si se exaltaba cuando alguien se hallaba demasiado cerca de ella, durante esos momentos en los que su instinto la llevaba a creer que la posibilidad de sufrir otro accidente era inminente. Y por supuesto que hablar con él después de haberse vuelto tan cercanos también implicaba escuchar de vez en cuando sobre la chica que le gustaba—eso lo comprendía a la perfección. Sin embargo, siempre que aquello pasaba, un nudo se ataba en su garganta, los músculos de su mandíbula se apretaban, y no sabía qué hacer consigo misma.

—¿Sí? —preguntó, ignorando la repentina sequedad de su boca; nunca pensó que Miguel trataría de conquistar a Samantha. Finalmente, se animó a enfrentarlo, esbozando el intento de una sonrisa—. ¿Así? ¿Tan... de repente?

—Es que estuve hablando con el senséi Lawerence durante el entrenamiento de ayer. Le conté sobre Sam y digamos que solo me dijo que atacara primero. —Sus ojos mostraban un brillo determinado, una especie de halo chispeante que solía ver en él cuando se enfrentaba contra alguien en el dojo. Mientras tanto, su pierna se movía en aquel gesto que Angelina había notado en él cuando estaba nervioso—. El senséi siempre tiene razón. Es bueno con las chicas, ¿sabes?

—Senséi Lawrence es... —Pausó, tratando de buscar la palabra correcta—... especial.

—Lo sé, lo sé, tiene sus defectos, pero a veces da buenos consejos.

—A veces.

—Muy de vez en cuando.

Miguel rio por lo bajo, y Angelina no pudo evitar contagiarse.

Fue entonces cuando el moreno se calló casi de manera abrupta. Su ceño se arrugó, y sus comisuras se fruncieron mientras veía un punto en concreto en el rostro de Angelina.

Se sonrojó, avergonzada, llevando una mano hasta la zona que Miguel estaba admirando de manera inconsciente. Cuando sintió una punzada de dolor al tocar la zona, entendió de qué se trataba.

—¿Qué es eso, Ángel?

Su voz salió con firmeza, cargada de seriedad. Angelina lo había visto usar aquel tono en algunas ocasiones, cuando ella recibía un golpe demasiado fuerte en el dojo.

Estaba familizarizada con lo que venía.

«Oh, no. Aquí vamos».

—No empieces, Miggy.

Había descubierto que Miguel Díaz tenía una naturaleza excesivamente protectora, y lo que menos quería Angelina era preocupar a nadie.

—¿Que no empiece? Sé lo que es un moretón, ¡ya he perdido la cuenta de cuántos he tenido! Kyler, ¿recuerdas? ¿Te he contado ya las tantas veces que me dio una paliza?

—Eso fue antes de que aprendieras a defenderte —respondió, apartando el rostro en un intento por ocultar la herida—, y si estás tan acostumbrado entonces sabrás que no es nada fuera de lo común.

—No lo entiendes.

—Entiendo que lo que estás diciendo no tiene sentido —Hizo lo posible por ignorar el aumento en su ritmo cardíaco ante la expresión preocupada de Miguel, pero los latidos se escuchaban cerca de sus oídos. Tuvo que aclararse la garganta antes de continuar—. Además, ya sabías que esto pasaría cuando me invitaste a Cobra Kai.

—Lo sé, lo sé. Lo siento —murmuró el moreno—. Es solo que quiero verlo.

Se acercó, buscando sus ojos para pedirle permiso en un gesto silencioso. La rubia no pudo evitar asentir y, acto seguido, Miguel apartó su cabello, inspeccionando las partes visibles del moretón a tan solo centímetros de su rostro.

—Casi te da en el ojo.

—C-creo que ya ambos sabemos que Aisha no sabe controlar su fuerza —dejó escapar en un hilo de voz, apretando los labios en cuanto se dio cuenta de que había tartamudeado.

Los dedos de Miguel rozaron la zona con una delicadeza que le arrebató el aliento.

Demasiado cerca, demasiado suave, demasiado tierno, demasiado bueno.

Alerta, alerta, alerta.

De pronto, el rostro de Miguel ya no era realmente su rostro; sus ojos ya no eran sus ojos. Lo único que podía ver era la cara de Caleb Norman: el muchacho que la engatuzó con un beso en el aparcamiendo del Teatro de Ballet Estadounidense, bajando sus defensas y convirtiéndola en una presa vulnerable—el mismo chico que acabó de rasgar su tendón, aplastando todas sus posibilidades de salvarse.

Y Angelina se apartó casi de golpe. Como un animal herido, desconfiado, incapaz de abrirse a la desconocida comodidad del cautiverio. Miguel le tendía una mano con comida, pero su instinto más primitivo le decía que aquel gesto solo era un engaño, un cebo ante el que no iba a picar.

Necesitaba un escape.

Aislarse siempre era fácil, aislarse siempre era seguro.

Fue entonces cuando vio a Sam por el rabillo del ojo, quien caminaba distraídamente hacia ellos mientras veía algo en la pantalla de su teléfono.

—Sam. Detrás de ti. —Su voz sonó casi robótica, ensayada, mezclada con un ligero tono ahogado. Sin embargo, no le dio tiempo a Miguel de reparar en ello, continuando antes de que su garganta se cerrara por completo—. ¿C-cuál fue el consejo del senséi?

Miguel frunció el ceño.

Abrió la boca, pausó; titubeó por un par de segundos, como si estuviera debatiendo entre decir una cosa u otra, desorientado.

Comenzando a desesperarse ante la lentitud del muchacho, Angelina empezó a contar los estudiantes que veía a su alrededor. «Date prisa, por favor», pensó, atrapando su labio inferior en un letal agarre entre sus dientes.

—Nunca aceptes la derrota —dijo el chico finalmente; palabras enlazadas con un palpable tono de confusión—. Oye, ¿qué suce...

—Pues entonces ya sabes qué hacer.

Se largó antes de que Miguel pudiera continuar con lo que iba a decir.

Horas después, en Cobra Kai, se enteró de que Miguel siguió el consejo de Johnny, y consiguió aquella cita con Samantha LaRusso.

⊱ ✠ ⊰

La tarde de Angelina se basó en sudor, los insultos del senséi Lawrence hacia el resto de estudiantes, y Miguel Díaz pidiendo consejos para su cita con Sam.

Y lo único que ella quería era aprender a dar un buen golpe.

Fue, dentro de todo, un día tranquilo en Cobra Kai. Johnny había pasado gran parte de la tarde en su oficina, aparentemente gritándole a alguien a través del teléfono, así que Miguel —quien Angelina sabía era el pupilo favorito de Johnny— se había quedado a cargo de los estudiantes. No obstante, desde aquel desastroso episodio de pánico que había experimentado en la escuela, Angelina sentía que tenía una roca incrustada en el pecho; mientras más intentaba sacarla, más crecía, y mientras más crecía, más ganas tenía de seguir entrenando.

Claro que era probablemente una de las alumnas más débiles, y claro que todavía no podía aprender la jodida manera de atacar en lugar de evitar cada puñetazo que venía en su dirección. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que siempre le había frustrado perder y que, cuando notaba que no era la mejor, creía que simplemente no era nada.

Eso pensaba la tía Collette, después de todo.

«Pasos pequeños, Angelina», trató de recordarse mientras luchaba contra Eli—o Halcón, como ahora decía llamarse.

–Más lento —pidió entre jadeos, agachándose justo cuando el joven dirigía un codazo hacia su rostro.

¿Quién le hubiera dicho que Eli Moskowitz sería un oponente tan salvaje?

El muchacho se había unido a Cobra Kai un día después que Angelina, tomándola por sorpresa. Llegó al dojo como una persona completamente diferente a la que había salido por la puerta el día anterior: una excéntrica cresta de color azul adornaba su cabello, y un guardarropa con prendas más oscuras reemplazaba sus típicos suéteres de lana, dándole un toque de chico malo que Angelina nunca pensó ver en él.

Las últimas semanas le permitieron aprender que Eli realmente disfrutaba mucho de hablar—tal vez un poco demasiado, pues soltaba burradas por doquier. No obstante, detrás de su nueva postura confiada y del tatuaje que se había hecho en la espalda, Angelina podía ver al mismo joven, inseguro y amante de los cómics, que intentaba alejarse desesperadamente de su estatus de perdedor; no lo cuestionaba, sin embargo, pues ella no era nadie para juzgar sus decisiones. Y quizás a Halcón le encantaba molestarla, halándole el cabello cuando menos lo esperaba —a costa de un regaño por parte de Miguel, claro está—; quizás era un luchador demasiado bruto y ofensivo, todavía inexperto y con dificultades para mantener el equilibrio, pero era un buen amigo.

Angelina tenía la certeza de que dejarlo entrar no sería un peligro.

No como Miguel, de quien de todos modos no podía alejarse, y cuya sonrisa no podía quitarse de la cabeza por alguna razón que desconocía.

—Vamos, ¿ya estás cansada? —preguntó Halcón, dedicándole una sonrisa burlona—. Imposible, lo único que haces es esquivar.

Sus palabras, combinadas con el pensamiento de Miguel y lo que había ocurrido aquella mañana, fueron suficientes para impulsar a Angelina a conectar su puño contra la barbilla del muchacho.

Un sentimiento de orgullo que creía olvidado le permitió erguir la cabeza.

Casi sonrió.

Doce días y aún no había podido golpear a nadie sin arrepentirse en el último momento o, en la mayoría de los casos, ser derribada por algún chico más grande que ella.

Sin embargo, el triunfo no duró demasiado, pues el ardor que sintió en sus nudillos la obligó a sujetar su propia mano, mordiéndose la lengua para evitar soltar un quejido.

—¿Y acaso tú sabes esquivar? —se las arregló para murmurar, ganándose una mala mirada por parte de Halcón.

—Me debes una.

—No es necesario, Eli. Estamos a mano.

Le enseñó sus nudillos, decepcionada; después de todo, la mayoría de los golpes que acertaba los daba incorrectamente, acabando herida.

El senséi insistía en que su mayor problema era que siempre estaba excesivamente tensa.

Angelina comenzaba a pensar que eso nunca iba a poder cambiarlo.

—Es Halcón.

Halcón —se corrigió, callando por un par de segundos mientras el chico sacaba el pecho con orgullo. No pudo evitar analizarlo de arriba a abajo, recordando la sombra de lo que solía ser—. ¿Por qué... por qué el cambio?

—Le di la vuelta al guión. —Su expresión adquirió un matiz más serio, casi vengativo, y miró un punto fijo en el espejo del dojo, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Tras sus ojos, Angelina pudo percibir la silueta del mismo muchacho abusado que solía ser—. Seguí adelante. Quedarse estancado es para niñas.

Angelina comenzó a sentir la tentación de indagar más en la repentina transformación de su nuevo amigo cuando algo, o alguien, captó su atención desde el otro lado de la estancia.

Miguel la estaba llamando desde su lugar, donde luchaba contra uno de los chicos más novatos. Hizo un gesto en su dirección, aprovechando que su contrincante estaba intentando reincorporarse con la poca fuerza que parecía quedarle.

La rubia lo miró, confundida. «¿Qué sucede?», intentó decirle con la mirada. No obstante, después de haber pasado todo el entrenamiento tratando de evitarlo, sentía que no tenía las agallas suficientes para enfrentarlo.

¿Cómo demonios iba a explicarle que lo que pasó fue que su tacto le había recordado a uno de sus peores demonios?

El moreno frunció el ceño al ver que no se movía, llamándola con más ímpetu hasta que su oponente finalmente intentó derribarlo; Miguel esquivó el ataque con facilidad, pero lucía más serio de lo normal.

Un leve empujón acabó despertándola: —Anda. El jefe te está llamando.

—C-calla —gruñó por lo bajo.

—Soy un experto identificando tensión sexual, y entre ustedes dos es constante. —Mientras Angelina bajaba la mirada para intentar ocultar el color que se concentró en sus mejillas ante las palabras de Halcón, Aisha se acercó al par—. ¿Tengo razón o tengo razón, Aisha? ¡Pues claro que la tengo! No hay otra opción.

—Eres igual de virgen que el resto de nosotros —comentó la chica, enarcando una ceja acusadora en dirección al muchacho, quien la escudriñó con la mirada—. Pero tranquilo, te apoyo. Además, fui la segunda persona en venir a este dojo. —Se dirigió a Angelina—. Conozco a Miguel, y tal vez parece que está concentrado en la pelea, pero tiene un ojo puesto sobre nosotros, específicamente sobre tú y Halcón.

—Te equivocas —negó Angelina.

—Es verdad, no tiene sentido. Angelina y yo somos como hermanos. Miguel no puede estar celoso.

—¿Hermanos? ¿Tú y ella? Primero, llevan conociéndose por menos de tres semanas —Aisha bufó—. Y segundo, tiene más conexión con Miguel.

—Bueno, sí, están siempre juntos, pero no pueden ser hermanos; sería incesto. Por eso es parte de mi familia.

Angelina tapó su rostro con una mano, avergonzada; estaba acostumbrada a las bromas, a los comentarios pesados e impertinentes, pero, cuando se trataba de Miguel, había algo que la hacía más susceptible. Halcón pasó un brazo sobre los hombros de la rubia, sacudiéndola con diversión. Posteriormente, la chica de gafas y el muchacho de la cresta se detuvieron a mirar a Miguel, quien continuaba luchando.

Justo cuando Angelina se atrevió a observarlo, el chico lanzó una patada más fuerte de lo normal, poniendo fin a la pelea. Su oponente cayó tan rápido que a penas pudo verlo estrellarse contra el suelo.

Halcón rio, Aisha negó con diversión, y Angelina simplemente quedó boquiabierta. Miguel, por su parte, pareció recuperar el sentido común, pidiéndole perdón varias veces al muchacho mientras lo ayudaba a levantarse. Sin embargo, no tardó en volver a captar los ojos de Angelina mientras su oponente se alejaba con una mueca de dolor en el rostro, llamándola con mayor efusividad.

«Espera un momento», vocalizó Angelina en dirección al muchacho, tan solo moviendo sus labios. Miguel pareció aceptarlo con un movimiento de cabeza, y ella sintió que una corriente de alivio le trepaba por la espalda.

Y es que necesitaba un par de minutos para acumular la valentía suficiente. Ahora que no podía seguir evitándolo, sabía que debía prepararse para enfrentarlo sin titubear.

—Te recomiendo que quites tu brazo de Angelina si no quieres que el mejor estudiante de Cobra Kai te patee el trasero —le comentó Aisha a Halcón—. Apuesto a que eso fue lo que lo hizo golpear más fuerte.

El muchacho hizo caso rápidamente, pero frunció el ceño: —No sé de qué hablas, Miguel y yo estamos igualados.

—Claro, y yo no te derribé con un puñetazo la primera vez que luchamos.

—No manches la reputación de Halcón —murmuró Eli entre dientes, cerciorándose de que nadie más estuviera escuchando.

—Por si no lo recuerdan, Miguel tiene una cita con otra chica —enfatizó Angelina pero las palabras sabían amargas, glaseadas con un toque agrio que le dejó un mal sabor de boca. Lo ignoró, sin embargo; si no quería perder la cabeza, era momento de ponerle un pausa a los juegos de sus nuevos amigos; de lo contrario—. Está... emocionado. Conociéndolo, solo quiere contárselo a todo el mundo.

—¿O a lo mejor quiere un dos por uno? Eso es de duros.

—¡Eli!

—¡Es Halcón!

—Ustedes dos, no empiecen —amenazó Aisha, tomando a Eli del cuello de su gi para controlarlo. Una vez el muchacho se calmó, le sonrió con suavidad a la rubia—. Solo estábamos bromeando, Angie. Aunque... preferiría que Miguel saliera contigo antes que con Samantha LaRusso.

Angelina parpadeó un par de veces, confundida: —Oh, —dejó escapar. Vivía bajo el mismo techo que Sam, la conocía desde que tenía memoria, y nunca había escuchado a nadie hablar sobre ella con el mismo desagrado que Aisha—, ¿por qué? —continuó inocentemente.

—Sam y yo nos conocimos en tercer grado. Éramos buenas amigas hasta que empezó a juntarse con Yasmine y sus clones. —Suspiró—. Larga historia, pero el punto es que es una perra. No me defendió cuando más lo necesitaba.

» Lo único bueno es que en parte es gracias a ella que estoy aquí; la mejor decisión de mi vida, honestamente.

—Lo siento —murmuró Angelina. Notó que, aunque Aisha había enterrado la rabia, un deje de dolor todavía burbujeaba en la superficie—. Sam no es... no suele ser así. Nos conocimos cuando todavía vivía en el Valle, desde que éramos bebés. Creo que nunca la he visto hacer nada malo.

¿Samantha LaRusso permaneciendo impasible ante una injusticia? Tomando en cuenta los recuerdos que Angelina tenía del pasado, aquello sonaba imposible.

—No eres tú quien debe disculparse. —Aisha le sonrió—. ¿Sabes? Deberías aprender que no eres culpable por todo lo que le pasa a la gente que te rodea.

Una daga invisible se clavó en el pecho de Angelina.

Reconoció la sensación al instante: se trataba de aquel incómodo peso que se instalaba en su estómago cuando le decían algo que no quería aceptar. Tal vez, solo tal vez, Aisha tenía razón.

Y con aquellas palabras resonando en su cabeza, acabó dirigiéndose a Miguel, olvidando momentáneamente la razón por la que lo había estado evitando.

—¿Qué sucede? —le preguntó en cuanto lo tuvo al frente; voz baja como de costumbre, con una pizca de rigidez que no solía estar presente cuando hablaba con Miguel—. Interrumpiste mi entrenamiento con Halcón.

Su primer instinto fue fingir que no había pasado nada. Pretender que no había actuado como una niña mimada, incapaz de evitar sus propios problemas, sonaba como la opción correcta.

Sin embargo, Miguel no lucía satisfecho.

—Bueno, prefiero que entrenes conmigo. —Levantó los brazos, recuperando el aliento después de su pelea. Cuando le mostró sus manos, Angelina se dio cuenta de que se había puesto el par de paos de boxeo con los que Johnny la obligaba a entrenar para aumentar su fuerza—. Golpea.

Angelina dudó por un momento. La expresión de Miguel era seria, y no estaba acostumbrada a verlo cara a cara con el semblante tan firme y el ceño fruncido.

Sintió que sus mejillas ardían. Su mirada era demasiado intensa.

Y reconocer que le afectaba tanto, de una forma que no podía acabar de identificar como buena o mala, fue la razón por la que acabó arrojando sus puños contra los paos.

Estuvieron así por unos cuantos minutos, alternando entre un ritmo lento y uno rápido, sin siquiera tener que hablar para comprender cuando alguno de los dos necesitaba una pausa. Angelina podía sentir las gotas de sudor deslizándose por su frente, las miradas de algunos estudiantes posados sobre ellos, su coleta amenazando con soltarse. La tensión entre ambos era cada vez más palpable, creando una nube de electricidad a su alrededor, pero a ninguno de los dos parecía importarle.

Era una batalla silenciosa, más allá de lo físico. ¿Quién de los dos hablaría primero?

Pero tal y como parecía ser costumbre entre ellos, Miguel dio el primer paso.

—¿Descargaste la rabia? —Angelina no contestó—. ¿Descargaste la rabia? —repitió más alto.

Prácticamente clavó los pies sobre el tapete. La estaba obligando a golpear con más fuerza, a usar todo lo que llevaba por dentro para moverlo, para ganar.

Angelina dio un último golpe.

Imaginó el rostro de Caleb Norman. Lo imaginó cayendo al suelo, lo imaginó arrepintiéndose por lo que le había hecho, y solo entonces sintió que la llama que se había encendido en la base de su garganta se apagaba.

No tenía que preguntarle para entender que Miguel sabía que aquello era exactamente lo que ella necesitaba.

Y asintió. Asintió porque no podía seguir ignorándolo.

—¿Entonces ya puedes hablarme? —cuestionó el moreno. Cuando Angelina lo vio, se encontró con que su semblante mostraba la misma preocupación con la que la había visto aquella mañana—. ¿Me vas a decir por qué llevas todo el día evitándome?

—No te he evitado.

—Después de golpear de esa manera no hay forma de que puedas negar que algo te pasa. —Enarcó una ceja, sonriéndole ligeramente, pero recuperó la seriedad en menos de un parpadeo—. Escucha... perdón si te hice sentir incómoda esta mañana. Um, no sé, es que desde entonces apenas has querido mirarme y... —Suspiró, apartando la cabeza y tomando una pausa. Negó para sí mismo, y finalmente volvió a verla, suavizando la mirada—. Ha pasado poco tiempo, pero eres importante para mí, y no quiero incomodarte. ¿Entiendes?

La mente de Angelina quedó en blanco.

¿Importante para él?

Una mezcla de emociones contrapuestas chocaron una a una en su interior. Miedo, duda, escepticismo; todas aquellas sensaciones batallando contra las súbitas ganas de decirle que pensaba lo mismo, pero que le aterraba acercarse, le aterraba que se preocupara por ella para luego cerrarle los brazos en la cara, le aterraba que dijera esas cosas cuando ella no podía creerle. Había perdido la capacidad de confiar hacía meses, y estaba segura de que ni siquiera Miguel, con sus ojos de cachorro y bonitas palabras, podría cambiarlo.

—Lo entiendo —fue lo único que pudo musitar, paralizada, esperando a que él continuara.

—Bien. —Asintió como si estuviera aliviado—. No quiero incomodarte, —repitió—, y solo quiero estar bien contigo, ¿de acuerdo?

—De a-acuerdo.

—Entonces... ¿Sí? ¿Estamos bien?

«Claro que estamos bien», quería decir. «Pero creo que yo no, y no quiero que lo sepas».

Y habló, porque era incapaz de decirle que no a la sonrisa tímida que llevaba en el rostro.

—Siempre hemos estado bien.

Sintió que no había pasado nada, que volvían a ser el mismo dúo: con Miguel sonriendo de par en par y una mirada complacida, y con ella tratando de mantener la calma cuando él la observaba de aquella manera.

Fue entonces cuando la culpa alcanzó sus talones.

Hacía un par de días, mientras intentaba superar otra noche de insomnio, había comprendido que Miguel era su amigo —el mejor amigo que había tenido en años, se atrevería a decir—, y lo menos que podía hacer era encontrar una razón válida para ganarse su cariño era preguntarle sobre aquello que tanto lo emocionaba: su cita con Sam. Sin embargo, ella ni siquiera se había detenido a hablar con él sobre el tema.

Quizás por eso era que sus antiguas compañeras de baile dijeron que era egoísta.

Y tal vez era verdad.

Pero con Miguel no podía serlo. Simplemente no podía.

—Escuché que conseguiste esa cita con Sam —tanteó, esperando pacientemente a ver su reacción.

Cuando vio que su rostro se iluminaba, supo que había logrado su objetivo.

—Bueno, —Se mordió el labio en un intento por ocultar su timidez. No obstante, Angelina pudo notar un toque de orgullo en su mirada—, no es una cita, pero es una cita. ¿Me explico? —La rubia lo miró con confusión—. Dejémoslo con que el senséi tenía razón; no hay que aceptar la derrota.

—Felicidades, Miggy —sonrió, pero algo sabía mal en sus palabras—. El senséi diría que eres un verdadero Cobra Kai.

—No me gusta presumir, pero sí, lo soy —bromeó. Volvió a levantar los paos, invitándola con un gesto de su cabeza—. Y tú también. Así que venga, inténtalo. Solo quiero que des una patada. Que no te dé miedo, te aseguro que te saldrá natural. O puede que te caigas, pero eso no importa porque tienes que levantarte pase lo que pase, así que...

—¿Una patada?

Miguel asintió, convencido: —Una patada.

—Tienes que estar bromeando...

—No, no lo estoy.

Angelina tragó en seco.

No se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración desde que la palabra 'patada' salió de los labios de Miguel hasta que sintió que algo ardía dentro de su pecho.

Y entonces entendió que no podía seguir ocultándolo.

—Miguel, —Angelina encontró los ojos del muchacho. Se perdió en ellos, dejó que el color chocolate la abrazara hasta devolverle un poco la calma, y ni siquiera así pudo confiar en su voz, pero ya no podía retractarse—, tuve un accidente.

El silencio que siguió le puso los vellos de punta.

Atentamente, observó la mirada del moreno pasar de sorpresa a confusión, de preocupación a pena. Sus ojos bajaron hasta sus piernas —cubiertas por el gi que Johnny le había dado, el cual le quedaba unas cuantas tallas grande—. Se encontró con que Angelina tan solo apoyaba su pie izquierdo en el suelo, reposando la mayor parte de su peso en ese lado de su cuerpo mientras que su pierna derecha apenas intervenía.

—Te he visto cojear un par de veces —murmuró finalmente—. Quise preguntarte por qué, pero no sabía cómo. ¿Te caíste? Um, ¿accidente de coche o algo así? —La rubia no respondió; simplemente negó con la cabeza, apretando los puños a sus costados. Finalmente, el rostro de Miguel adquirió un vestigio de enfado—. ¿Fue culpa de alguien?

«», gritó la parte inconsciente de su mente. «No», exigió la racional.

No quería que nadie supiera la verdad.

Decirlo en voz alta solo lo haría más real y, mientras más real fuera, más pesadillas habrían. Además, nunca se había sentido tan degradada como en ese momento, cuando las mismas personas con las que convivía decenas de horas a la semana la atraparon en el aparcamiento y la obligaron a escuchar insultos de todo tipo; mencionarlo no era viable, no si quería que al menos Miguel la mirara como si todavía le quedara algo de dignidad.

La opción correcta estaba más que clara. Recordó que debía dejar atrás el pasado, que aquello era lo que le había recomendado una de las tantas fisioterapeutas con las que había trabajado. Y tal vez no dijo que tenía que olvidarlo, ni fingir que no había pasado, pero Angelina pensaba que eso era lo más lógico, y su tía no se había opuesto a la idea de ocultarlo; después de todo, el Teatro de Ballet Estadounidense le había ofrecido una jugosa cantidad de dinero a cambio de no presentar cargos contra sus alumnos.

Angelina lo llevaba todo dentro; como un veneno, como un virus, carcomiéndola lentamente, pero no se daba cuenta. Se había acostumbrado a aquella sensación.

—No fue nada —respondió, sin percatarse de que se había quedado callada. Fingió una perfecta sonrisa: débil, pero lo suficientemente tranquilizadora. Lo siguiente que dijo, sin embargo, estaba cargado de sinceridad—. De verdad, no quiero que te preocupes. Lo digo en serio, Miggy —continuó al notar que el muchacho estaba a punto de refutar; él cerró la boca inmediatamente—. Y gracias. Por no preguntar antes. Todos... todos siempre han querido saber lo que pasó, nadie entiende que a veces es mejor no hablar sobre eso.

—Entiendo —contestó el muchacho, pero no parecía completamente de acuerdo. No obstante, no la contradijo—. Y no piensas decir nada más, ¿cierto?

Angelina solo pudo negar con la cabeza.

Miguel soltó una pequeña, pero era una risa amarga, apagada.«Eres un caso perdido», la incriminaba con la mirada, mas no lo dijo en voz alta.

Ella asintió, porque sabía que era verdad.

—Eres como una caja fuerte —sentenció el muchacho después de un par de segundos—. Algún día prometo que lograré abrirte.

La sonrisa que se dibujó en el rostro de Angelina era puramente agridulce.

Miguel no podría abrirla; ella misma no había podido desde hacía mucho tiempo.

—Ven.

Tuvo que ahogar un quejido de sorpresa cuando el muchacho la tomó de la muñeca, jalándola con él hasta el suelo.

—¿Qué estás haciendo?

—Vamos a estirar esas piernas. El senséi dice que estás muy tensa, necesitas soltarte. Me ha pedido a mí que te ayude.

Miguel le indicó cómo debía colocarse. Angelina copió el movimiento después de dudar por unos segundos, finalmente poniendo sus piernas completamente rectas. El muchacho se posicionó frente a ella, tomando sus tobillos y estirando hasta que Angelina sintió la presión en cada uno de sus huesos. Llevaba mucho tiempo sin siquiera calentar sus músculos; su flexibilidad seguía presente, pero sabía que despertarla sería una tarea difícil.

Sin embargo, si eso quería el senséi —y si eso quería Miguel—, tenía que intentarlo.

—¿En serio te pidió eso? —preguntó entre dientes, clavando las uñas en el tapete para evitar reaccionar ante el dolor.

—Bueno, tal vez indirectamente...

Angelina soltó una baja carcajada ante la mueca de inocencia que dibujó el muchacho: —Senséi Lawrence no te dijo que me ayudaras.

—La verdad es que no... —Suspiró cuando la chica lo vio acusadoramente, tirando la toalla—. Pero no es del todo mentira, el senséi y yo hemos notado que siempre estás... en alerta, aunque congelada. Eres rápida, esquivas, pero te hace falta reaccionar con ofensa.

—He seguido coreografías durante toda mi vida. —Sus palabras derrocharon nostalgia, anhelo por aquello que alguna vez le dio tanta paz y alegría—. No sé qué hacer si no tengo pasos fijos.

Miguel y ella apenas habían hablado de su pasado como bailarina.

Lo habían comentado por encima, tomando en cuenta que en su primer día en Cobra Kai terminó admitiéndole a Johnny que solía dedicarse al ballet. Miguel no conocía la magnitud de lo que llegó a hacer en Nueva York, ni mucho menos por qué había dejado el ballet. A pesar de ello, Angelina presentía que el moreno había notado que era un tema delicado para ella. Por la forma en la que dejó de jalar sus tobillos, dejando que una de sus manos subiera hasta su empeine para dejar una caricia casi imperceptible, supo que estaba intentando tranquilizarla.

Un escalofrío la recorrió de arriba a abajo.

No, se negaba a creer que era culpa de su tacto.

—Aprenderás a improvisar. Lo prometo. —Miguel apretó su tobillo en un gesto cariñoso. No despegó su mano de la zona mientras inclinaba el torso hacia ella—. Te tengo un secreto. ¿Sabes por qué el senséi estaba gritando antes? —Angelina solo pudo encogerse de hombros, demasiado concentrada en el calor de las manos de Miguel sobre su piel desnuda—. Habrá un torneo en unos meses. El senséi quiere que participemos, pero parece que por ahora estamos vetados. Cuando logre convencer a los directores para que nos dejen entrar, creo que será una gran oportunidad. Y quiero que participes.

—Llevo mucho tiempo sin competir en nada...

—Al menos antes solías hacerlo ¿Qué hay de malo si empiezas otra vez?

Justo en ese momento, mientras se planteaba si realmente era una buena idea, el senséi Lawrence salió de su oficina, con una expresión determinada y una cerveza vacía en la mano.

—¿Dónde está la chica de Díaz?

Todos los alumnos señalaron a Angelina con la mirada. Quiso encoger sus piernas de inmediato, esconderse tras sus rodillas ante la atención, pero el agarre de Miguel no le permitió hacer nada.

Los ojos azules de Johnny la encontraron, y bufó en cuanto vio al muchacho sentado frente a ella.

—Claro, con Díaz —murmuró para sí mismo, pero Angelina fue capaz de escucharlo—. Necesito tu ayuda, angelito. Dile a Díaz que te lleve a su casa esta noche.

Las risas y murmullos de algunos estudiantes llenaron el dojo. Johnny frunció el ceño, arrojándole la lata vacía a uno de los que más se carcajeaba; por su parte, Miguel la soltó, apartando la mirada mientras rascaba su nuca con incomodidad.

Fue entonces cuando comprendió a lo que se referían sus compañeros.

Y no supo qué parte de su piel estaba más roja: la punta de sus orejas, el puente de su nariz o sus mejillas.

—No, no es lo que sus pequeñas mentes sucias están pensando.

» Veinte flexiones, todos. Eso te incluye, Díaz, solo por ser el chiste del momento; de hecho, a ti te tocan veintiuno.

⊱ ✠ ⊰

Resultó ser que Johnny Lawrence solo quería que Angelina le enseñara a controlarse para su reunión con el comité del Campeonato Anual de Kárate Sub-18 All Valley.

Como bien había demandado el senséi, Miguel la había llevado hasta su apartamento, donde entró corriendo a prepararse para su cita con Samantha. Mientras el chico se duchaba, la abuela Rosa la recibió con un beso, y Carmen —la madre de Miguel, a quien solo había visto en un par de ocasiones cuando iba a casa del chico a continuar con el trabajo de la señora Miller— le pidió ayuda en la cocina, enseñándole a preparar un platillo ecuatoriano que a Angelina le supo a gloria. Tuvo que esperar alrededor de media hora antes de que Johnny llamara a la puerta de la familia Díaz, solicitando la presencia de la rubia tal y como había prometido.

Descubrió entonces que Johnny Lawrence era el vecino de Miguel.

En un principio, Angelina no tenía ni idea qué esperar al entrar al departamento de su senséi. Sin embargo, cuando se encontró con un lugar desordenado, apagado, con las paredes casi vacías y unas cuantas latas de cerveza regadas en el suelo, comprendió que definitivamente aquella tenía que ser la casa del señor Lawrence.

De alguna manera, aquello lo hizo parecer más humano.

Había cierta dulzura en el simple hecho de ver el dibujo que estaba adherido a la puerta del refrigerador, claramente hecho por un niño, así como las escenas de la película Iron Eagle, las cuales se reproducían silenciosamente en la pantalla del televisor.

Comenzaba a entender por qué Miguel le tenía tanto aprecio.

Cuando le confesó que lo que quería era recibir una rápida clase para intentar controlar su temperamento —no sin antes asegurarle que él seguía siendo el maestro y ella la alumna—, la chica decidió tragarse la sorpresa. El senséi le dijo que era la indicada, que no conocía a nadie capaz de mantener la compostura tanto como ella.

Quiso evitarlo, pero la satisfacción burbujeó en su pecho cuando se dio cuenta de que alguien la había escogido a ella, de que era tomada en cuenta fuera de un estudio de baile o, en este caso, de un dojo.

Por esa misma razón fue que no pudo evitar el impulso de intentar ayudar a Johnny lo máximo posible.

Angelina escuchó algo que le había llamado la atención aquella misma mañana, en la cocina de los LaRusso; antes de siquiera saber que habría un torneo de kárate, supo que Daniel estaba involucrado en la junta directiva de un campeonato. La rubia no le había prestado atención, demasiado ocupada tratando de ignorar el dolor que le provocaba el moretón de su rostro, pero cuando Miguel le habló sobre un próximo torneo, añadiendo además que Cobra Kai estaba vetado... empezó a atar los cabos.

Daniel LaRusso y Johnny Lawrence estaban en guerra; al menos eso estaba claro. Solo tenía que decidir en qué bando posicionarse.

Sin embargo, Angelina solo quería mantener una actitud neutra.

Pero sabía bien que eso sería imposible.

—Oiga, senséi —rompió finalmente el silencio mientras ajustaba el nudo de la corbata de Johnny, quien al mismo tiempo se quejaba del peinado que Angelina había escogido para él: algo limpio, pulcro, que emanaba estabilidad—. Creo que Daniel LaRusso participará de la reunión.

De un momento a otro, la expresión del hombre fue consumida por la rabia.

—¿Qué estás diciendo?

—Bueno... Forma parte del comité del torneo. Lo escuché hablar sobre eso esta mañana.

—¿Y cómo carajos sabes eso?

No podía mentir. No tenía opciones.

Nadie sabía que vivía con los LaRusso. Sorprendentemente, Johnny sería la primera persona en descubrirlo.

—Vivo con él.

—¿LaRusso me envió una espía? —La miró con los ojos entrecerrados—. Oye, niña, me caías muy bien. Distraes a Díaz, aunque también lo haces más fuerte. Pero, si eres una intrusa, te quiero fuera de mi dojo.

—No, no. Le prometo que no es así, senséi. —Le enseñó las palmas de sus manos en un gesto de inocencia—. Es una larga historia. Y sé que usted tiene una rivalidad con él, o algo así... —Se relamió los labios, tratando de ordenar las palabras en su cabeza—. Solo quería decirle que no va a ganarle si no se controla. Daniel es un hombre bueno, muy bueno...

—Y una mierda, eso es mentira.

—Usted solo tiene que ser mejor que él —insistió Angelina. Tomó el maletín que se hallaba en el suelo bajo la atenta mirada del senséi, quien parecía estar analizándola. Se lo tendió, luchando por mantener la cabeza en alto—. Y no me refiero a ser el más fuerte. Solo debe mantener la calma, como le dije. Aprete los puños pero no golpee, cuente hasta veinte y luego hasta cuarenta, o... o piense en frases que le gusten de Iron Eagle si hace falta —enumeró, recordando todas aquellas cosas que le habían permitido mantener una fachada imperturbable durante años—. Y por favor, no le diga al señor LaRusso que estoy en su dojo, senséi; no creo que le guste.

Johnny no hizo nada durante los primeros segundos.

Angelina empezó a pensar que lo había arruinado, que acabaría sin dojo y probablemente en malos términos con los LaRusso. De repente, el peso del maletín se sintió como tortura sobre sus brazos, a pesar de que estaba vacío.

Pero, finalmente, Johnny asintió, aceptando el maletín y observándola con un toque distinto en su mirada.

—No pensé que diría esto, pero gracias, niña. —Angelina no pudo evitar que una sonrisa se expandiera en su rostro ante las palabras del senséi. Él le devolvió el gesto por primera vez en toda la noche, haciendo una breve pausa. Sin embargo, recuperó la expresión seria—. ¿Por qué Cobra Kai?

La pregunta la tomó por sorpresa. Resonó en su mente, repitiéndose una y otra vez.

«¿Por qué Cobra Kai?»

¿Por qué había decidido entrenar ahí cuando hubiera podido aprender kárate con el señor LaRusso? ¿Por qué se había quedado a pesar de los golpes que había recibido, aunque era peligroso para su rodilla?

Se dio cuenta de que, realmente, la respuesta era muy simple.

—Miguel —admitió en voz alta—. Me invitó al dojo. No pude decir que no —sonrió ligeramente–. Y además, creo que necesitaba dar un buen golpe.

—El chico es importante para ti, ¿no?

Angelina no pudo siquiera pensar en cómo responder.

Unos golpes contra la puerta del departamento de Johnny fueron suficientes para permitirle a la chica subir nuevamente sus muros.

—Hablaremos de esto —le aseguró Johnny sin una pizca de duda—. ¡Pasa! —exclamó hacia la puerta.

En cuanto se abrió, Miguel apareció en la estancia. Le dedicó una pequeña sonrisa a Angelina, empujándola juguetonamente —y con extrema suavidad— cuando pasó a su lado.

—¿Nervioso por su reunión? —le preguntó a Johnny.

—No estoy nervioso. Estoy enojado.

—Bueno, pero tiene que ser educado. Así que, ¿qué hará si se enfada?

—No lo sé, darle un puñetazo a quién sea.

—Senséi, —Suspiró Angelina, negando con la cabeza—, le dije que no puede golpear a nadie.

Miguel miró a la rubia: —Sí, eso no va a funcionar. Se suponía que Angelina iba a ayudarlo a controlarse. ¿Y si pone la mano en un puño si alguien lo enfada, pero no lo golpea?

—Me aguanto, sí. La niña me dijo lo mismo, puedo intentarlo —El hombre se encogió de hombros—. ¿Y cuándo piensan irse a su cita? Están tardando demasiado.

—Oh, —comenzó a Angelina, tragando en seco para ocultar su nerviosismo—. N-no es una cita conmigo, senséi. —Miguel la apoyó, asintiendo rápidamente.

Johnny enarcó las cejas. Pasó la mirada de Miguel a Angelina, y luego de Angelina a Miguel, escéptico.

—Pensé que era contigo —le dijo a la rubia. Ella volvió a negar, y Johnny se dirigió a Miguel—. Bueno, ya sabes lo que tienes que hacer. Sé un duro, ¿de acuerdo? No hay perdedores en Cobra Kai.

El moreno asintió, sonriendo levemente.

Johnny sacudió su maletín, asegurándose de que estuviese en orden.

Y Angelina simplemente se abrazó a sí misma, sintiendo que lo único que quería era sola.

Fue entonces cuando una idea se le vino a la cabeza.

—¿Senséi?

—Dime.

—¿Puedo quedarme a... ordenar un poco?

Se preparó para recibir un no.

Sabía que era extraño, pero también era la única manera de refugiarse en un lugar en el que pudiera estar a solas, tratando de ordenar sus pensamientos y reconstruyendo las partes de su barrera que comenzaban a caerse.

Además, sentía que Johnny Lawrence merecía un poco de limpieza en su vida.

—Esa es probablemente la cosa más rara que me han pedido en mucho tiempo, pero de acuerdo. Me gusta mi desorden, así que no toquetees mucho.

—¿No quieres quedarte en mi casa? —le preguntó Miguel inmediatamente, frunciendo el ceño en confusión—. Yaya y mamá están ahí...

—No hace falta, Miggy.

Quería estar sola.

Sin Miguel, sin pensamientos, sin nadie. Once meses de silencio la habían acostumbrado a ser su propia compañía.

Mientras tanto, podría dedicarse a pensar en si el hecho de desear que Sam no llegara a recoger a Miguel Díaz era bueno o malo.

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⊱  𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞

bienvenidos una vez más a otro capítulo.

solo puedo agradecer por el apoyo que le han dado a esta historia hasta ahora. sin embargo, sí tengo que admitir que me gustaría ver menos lectores fantasmas (:

más allá de eso, solo quiero leer sus opiniones sobre este capítulo. ¿qué piensan de Angelina? ¿y de Miguel?

sin más que decir, me despido, queridos lectores.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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