━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐭𝐰𝐞𝐥𝐯𝐞: things have changed

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[  𝐕𝐎𝐈𝐃  ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗗𝗢𝗖𝗘
« 𝔱𝔥𝔦𝔫𝔤𝔰  𝔥𝔞𝔳𝔢  𝔠𝔥𝔞𝔫𝔤𝔢𝔡 »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }

𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄 𝐄𝐒𝐏𝐄𝐑𝐀𝐑𝐒𝐄 𝐍𝐀𝐃𝐀 𝐁𝐔𝐄𝐍𝐎 del temido camino de la vergüenza. Cuando el corazón late con nervios, cuando no sabes qué esperar; cuando sientes la mirada del resto quemándote la piel y recuerdas la razón por la que todos tus pasos están siendo criticados. Tanto sus padres como su tía la habían protegido de aquel camino durante años y, mientras muchos habían tenido que recorrerlo a solas, Angelina Bellerose nunca se había visto obligada a enfrentarlo.

Porque, desde el primer momento, le aseguraron una vida perfecta.

Le enseñaron a andar con gracia, la presentaron ante los mejores magnates del baile y, antes de su décimo cumpleaños, sus dientes ya habían sido cuidadosamente enderezados. Tenía prohibido cortar o teñir su larga cabellera dorada, los trajes que usaba en cada uno de sus recitales de ballet estaban fabricados por las mejores costureras del país, la empujaron a hacer amistades con los hijos de las familias más influyentes de su entorno. De alguna forma, y sin necesidad de decírselo con palabras, le garantizaron que nunca sería mal vista; siempre y cuando mantuviera una reputación impecable, tendría trazada una ruta directa para llegar a la cima.

Y Angelina lo agradecía.

A veces pensaba en lo afortunada que era, en que tenía muchas deudas que pagarle a su familia—después de todo, se habían encargado de guiarla durante toda su vida. No obstante, luego del accidente, se dio cuenta de que nadie podría refugiarla de las miradas de lástima, del miedo y las pesadillas, y mucho menos de los rostros complacidos de sus atacantes cuando la vieron entrar por última vez al estudio de baile, postrada en una silla de ruedas para buscar sus cosas y no volver nunca más.

Aquella vez, no había querido hacerle frente a ese maldito camino. Se encerró en su habitación, dejó de luchar, y estuvo a un solo paso de rendirse.

Ahora, sin embargo, estaba aprendiendo lo necesario para poder pelear por su cuenta. Habiendo decidido que iba a volver al dojo después de pasar todo el fin de semana meditándolo, se había levantado con unas inexplicables ganas de demostrarse a sí misma que tenía lo necesario para ser una Cobra.

Así que entró a la secundaria West Valley con la frente alta, convenciéndose a sí misma de que sus nuevas muletas no eran más que un simple accesorio.

Cuando se adentró en los pasillos, sin embargo, empezó a creer que aquello no serviría de nada.

Se sentía pegajosa, sucia y acalorada. Decenas de ojos adheridos a ella, murmullos con su nombre resonando tras su espalda; repentinamente, la invadió el impulso de quitarse la sudadera de Miguel que llevaba puesta, mas sabía que las muletas no se lo permitirían mientras siguiera caminando. Y quizás lo peor de todo era que no podía identificar qué era lo que querían decir aquellas miradas: eran demasiado diversas, demasiado abundantes. Solo quería ignorarlas, terminar de atravesar aquel sendero y no tener que cruzarlo nunca más, pero así funcionaban los rumores, y sabía bien que el resto de estudiantes no iban a parar de cotillear hasta que una noticia más interesante se colara entre las paredes de la escuela.

—Nos están viendo —dejó escapar bajo su aliento.

Miguel se acercó un poco más a la chica, posando una mano en su espalda. No fue de mucha ayuda: el simple tacto del moreno le ponía los vellos de punta, por no mencionar que él también era el centro de atención aquella mañana.

Tomando en cuenta que Angelina había pasado el fin de semana refugiada en el departamento de la familia Díaz, Miguel y ella habían entrado juntos al instituto; supo desde el primer momento que su caída en el campeonato no era la única noticia jugosa del día. El muchacho cargaba la mochila de Angelina en un hombro y la suya en el otro, le pedía amablemente a ciertos estudiantes que se apartaran para facilitar el paso de la rubia, pero, sin siquiera quererlo, hacía algo más que eso: su nuevo estatus de campeón había ganado el respeto de todos los estudiantes—por donde Miguel pasara, era recibido con admiración o con miedo; no había un punto intermedio.

A él, sin embargo, no parecía importarle.

Sonreía a aquellos que lo saludaban, actuaba exactamente igual que antes y, aunque el kárate le había dado más confianza, su humildad seguía intacta.

Ya no estaba de mal humor.

Ya no lucía enfadado con el mundo.

Ya no parecía buscar a Sam entre el resto de alumnos, no la había nombrado.

Y Angelina todavía no entendía qué había pasado exactamente.

En tan solo tres días, y después de la íntima conversación que compartieron en la habitación del muchacho, tenía la impresión de que su relación con Miguel había experimentado algunos cambios.

Eran tan imperceptibles que no podía decir cuáles.

Lo sentía más... cerca, de alguna manera. Supuso que todo estaba en su cabeza, que la culpa recaía en el hecho de que acababa de admitir sus sentimientos en voz alta. Sí, se había sincerado con él, y sí, confiarle su mayor secreto le había quitado un importante peso de encima —algo que nunca creyó posible—, pero, guiándose por lo que le decía la lógica, eso no debió haber alterado nada.

Y algo en su interior insistía en que eso era bueno. Sin embargo, sentía que se ahogaba al mismo tiempo.

Ninguno de los dos había vuelto a mencionar a Samantha LaRusso, y Angelina no podía dejar de pensar en lo que había escuchado en aquella estúpida videollamada. Sentía que el tema estaba prohibido; no se atrevía a indagar, pues tenía miedo a encontrar las respuestas, a desatar un terremoto, o incluso volver a dañar los ánimos de Miguel.

Prefería que la marea siguiera estable. Ya había acabado el torneo, quedaba solo una semana de clases para que llegaran oficialmente las vacaciones de verano; no podía arruinar las cosas. Con las palabras que le había dicho el senséi Lawrence tatuadas en su mente, quería ser valiente.

Pero existían barreras que aún no podía atravesar, y respirar tranquilamente estando al lado de Miguel era una de ellas. Él era el único con el que podía callar o reír sin sentirse juzgada, el único con el que se permitía bajar completamente la guardia; desde que comprendió que le gustaba, era cada vez más difícil relajarse a su lado, y habérselo admitido al senséi le permitió ser consciente de ello por primera vez.

«Estúpida mente. Y estúpido corazón y estúpido sonrojo y estúpido pulso acelerado».

No le quedaba más opción que seguir fingiendo. Decirle la verdad no era una alternativa. Él la rechazaría, dañarían su amistad, y lo único que quería era mantenerlo cerca de ella.

No podía arriesgarse.

—Sí... —le respondió Miguel con una pequeña mueca. Angelina intentó actuar con normalidad, pero la mano del muchacho seguía en su espalda, y ella tenía que emplear demasiada concentración para ignorar su tacto—. Aisha llegó más temprano esta mañana, me dijo que el torneo se había hecho viral. ¡Pero piensa en el lado positivo! Seguramente Cobra Kai tendrá alumnos nuevos, el senséi estará contento.

—Y... ¿No te molesta?

—¿Qué debería molestarme?

—Que te traten diferente —explicó una vez llegaron a su casillero. Se arrepintió de sus palabras de forma casi inmediata, pero aquellos ojos la miraban con suma atención, como si lo que estaba a punto de decir fuera verdaderamente importante, y no pudo evitar continuar—. No sé, es que... Después de que enfrentaste a Kyler, todos empezaron a tratarte mejor, pero ahora es... exagerado —sentenció, fijándose en la forma en la que un grupo de chicas parecían estar susurrando sobre él con expresiones embelesadas—. Supongo que da igual, es estúpido...

Era estúpido, sí, pero temía que lo traicionaran. Lo habían tratado como un bicho raro durante buena parte del año; solía sufrir de bullying cuando llegó al Valle, después de todo.

Si a ella ya le habían clavado un cuchillo por la espalda, ¿quién podía asegurar que no iban a hacerle lo mismo a quienes más quería?

—Sé quiénes son las personas que realmente me importan. Tú, por ejemplo. —El chico se apoyó contra el casillero de al lado. Le enseñó una pequeña sonrisa ladeada, ciego ante el hecho de que el corazón de Angelina había dado un salto con sus palabras—. Y obviamente también Halcón y Demetri, el senséi, mamá y yaya... Lo que piensen los demás no debería significar nada.

—¿Cómo haces para tomártelo tan bien? Siento que... todos hablan de lo que pasó.

«Todos hablan de la caída», concretó mentalmente. Se dedicó a abrir el casillero después de acomodar las muletas bajo sus brazos, empleando más fuerza de la necesaria.

—Wow, tranquila. Vas a romperlo —rio Miguel. Al ver que la chica no lo miraba, su expresión se enserió—. Solo ves lo negativo, Ángel. Claro que hay unos cuantos imbéciles que hablan mal y no dan la cara, pero la mayoría te admiran. Te lo aseguro.

Finalmente, Angelina se permitió volver a verlo.

Miguel le regaló otra sonrisa, dedicándose a sacar los libros que la chica necesitaba y metiéndolos por ella en su mochila. Y justo cuando sintió que se sonrojaba, justo cuando empezaba a reprenderse a sí misma por lo mucho que le enterneció aquella escena, sintió dos toques en el hombro.

Estuvo a punto de girarse con brusquedad, exaltada por el extraño contacto, pero Miguel la estabilizó antes de que apoyara la pierna lesionada en el suelo. Sin embargo, no tuvo tiempo para agradecerle, ni tampoco para reparar en que las manos del muchacho habían parado brevemente en su cintura, pues se encontró cara a cara con una chica desconocida.

—Eres Angelina, ¿no? —La joven, quien parecía tener uno o dos años menos que Miguel y ella, le sonrió con sinceridad. Confundida, Angelina solo asintió, y entonces las pupilas de la desconocida se iluminaron—. Apostaba a que ibas a ganar el torneo. Espero poder luchar contra ti en el siguiente, ¡me he apuntado a kárate!

Oh. Um... Mucha suerte con eso. G-gracias, en serio.

—No, gracias a ti. Me inspiraste. Y... las muletas te hacen ver más dura, por cierto —siguió la chica. De repente, su mirada se desvió hacia la derecha, deteniéndose sobre Miguel—. ¿Miguel... Díaz? —balbuceó.

—Sí, soy yo.

Las mejillas de la joven se enrojecieron más que las de Angelina ante la radiante y amable sonrisa del muchacho. Abrió y cerró la boca un par de veces; intentaba hablar, pero acabó mirando a la rubia en busca de ayuda.

Angelina no pudo resistir el impulso de soltar una pequeña carcajada, mas apretó los labios para poder contenerla.

—Yo, em... te-tengo que irme —balbuceó la chica, perdiendo toda la confianza con la que se había acercado. Observó a Miguel de arriba a abajo una vez más, completamente cautivada—. Sí... eso.

Y, tan rápido como había llegado, se alejó hasta alcanzar a un grupo de chicas de su edad, quienes parecían haber estado apoyándola desde la distancia.

Angelina todavía no podía creer que aquello había pasado.

¿Una desconocida confió ella? ¿Alguien la consideraba... capaz?

—Te lo dije. —Miguel la miró con sorna. Le dedicó un guiño, soltando un par de risas cuando Angelina puso los ojos en blanco, tratando de ocultar su vergüenza—. Te admiran.

—Bueno... No soy yo quien puso nerviosa a una niña de séptimo grado, campeón.

—¿Sí? —Se acercó ligeramente, sin borrar aquella expresión divertida—. Pues preferiría poner nerviosas a las chicas de mi año, la verdad.

Creyó que lo imaginó.

Creyó que los iris de Miguel no habían chispeado realmente, que no notó una rara suavidad en su mirada mientras barría su rostro. Pero percibió el calor de aquel color café en cada una de sus facciones, en sus ojos y en sus mejillas, y empezó a pensar que era demasiado real, que se sentía demasiado cerca y demasiado personal.

Sin embargo, justo cuando su respiración empezaba a hacerse pesada, cuando los vellos de su nuca comenzaron a erizarse y el rostro de Miguel adquiría un matiz más serio, Angelina captó una desagradable imagen detrás del moreno.

Kyler y su pandilla.

Intentó disimular, fingir que no existían, pero Miguel no tardó en notar que algo la estaba molestando.

Su postura entera cambió cuando se encontró cara a cara con Kyler.

Sus puños se apretaron firmemente a sus costados, su cabeza se irguió. Aunque Miguel era relativamente alto, pareció estirarse aún más, tensando la mandíbula y dándole lugar a aquella expresión severa que solía adoptar en medio de un combate. Si bien no lucía enfadado, como si en realidad estuviera tratando de canalizar sus emociones y evitar un conflicto, Angelina sintió en su propio cuerpo que el ambiente había cambiado.

—Felicidades, campeón. —Kyler fue el primero en hablar. Sonreía con burla, pero no invadió el espacio de Miguel; Angelina notó rápidamente que el chico ahora tenía un mínimo de respeto hacia al muchacho, o tal vez solo le daba miedo recibir otra paliza. Posteriormente, se dirigió a Angelina—. Tú, rubia. Te veías sexy peleando. ¿Me muestras algunos movimientos cuando no tengas esas muletas?

En cuanto el chico sacó la lengua en un gesto vulgar y sus seguidores rieron, los nudillos de Miguel se tornaron blancos. El semblante firme pero sereno fue reemplazado por la rabia y, cuando dio un paso hacia adelante, posicionándose frente a Angelina, Kyler retrocedió; un rayo de temor atravesando su rostro.

Pero Angelina no quería eso.

Kyler la había insultado a ella. Era su batalla, y punto. No iba a dejar que Miguel asumiera la carga.

Tenía que ser valiente, luchar por su cuenta. Kyler era como uno de esos tantos ineptos con complejo de superioridad con los que había convivido en el pasado, pero esta vez no iba a quedarse callada.

La voz del senséi resonó en su mente, y entonces se animó a posicionarse al lado de Miguel.

Si los tontos golpeaban primero, ella iba a golpear más fuerte.

—Cuando quieras —respondió entonces, manteniendo la cabeza bien alta. Fingir era una de sus mejores armas, la habían entrenado para eso durante toda su vida. Aquella capacidad, mezclada con la impotencia acumulada que Cobra Kai le estaba permitiendo sacar de su centro, era la combinación perfecta para mantenerse recta—. Alguien tiene que partirte la cara otra vez, ¿no?

Vio la humillación burbujeando tras los poros de Kyler, la ira saliendo de su cuerpo, y le sorprendió la satisfacción que aquello la hizo sentir. El chico empezó acercarse a ella, pero no contaba con sus reflejos: Angelina elevó una muleta, deteniéndolo, y dejándola muy cerca de su ingle.

—Vete ya —pidió tranquilamente. Por más que Kyler le desagradara, no quería causar problemas—. Esto es innece...

Enfadado, el chico la interrumpió con un manotazo, alejando la muleta de golpe. Angelina casi se tropezó con el impacto, y Miguel no tardó en reaccionar.

—Aléjate de ella o te juro que...

—¿Vas a denfender a otra zorra, Rea? ¿Te atreves?

—¿Acaso no recuerdas lo que pasó la última vez?

Las palabras de Miguel lograron que el rostro de Kyler cayera.

—No vale la pena, Miggy —murmuró Angelina, jalando ligeramente la manga del moreno para llamar su atención—. A las personas como él se les puede callar con palabras.

Le dedicó una pequeña sonrisa divertida una vez él la miró. Afortunadamente, el chico la devolvió.

—Cállalo tú, entonces —añadió el muchacho en voz baja, para que solo ella lo escuchara—. Las damas primero.

—¿Qué mierdas están diciendo, perras?

—Nada. —Angelina se encogió de hombros despreocupadamente, metiéndose en el papel que a Johnny Lawrence le hubiese gustado que asumiera—. Solo hablábamos del día que Miguel te humilló en la cafetería.

Aquello pareció dar en el clavo.

—Vámonos de aquí —gruñó Kyler en dirección a sus amigos, quienes habían estado inusualmente callados durante todo el encuentro.

Y entonces se largaron, como perros con la cola metida entre las patas.

En silencio, Angelina y Miguel observaron la forma en la que se alejaban y, en cuanto giraron a verse al mismo tiempo, el subidón de la adrenalina llevó a Angelina a soltar un concierto de carcajadas. El moreno no tardó en contagiarse, riendo con ganas; las manos de la chica todavía se sacudían por obra de los nervios.

Nunca antes le había dado la cara a nadie, mucho menos fuera de un dojo o un escenario.

—¡Eso estuvo genial! —exclamó Miguel emocionado, extendiendo la mano para que Angelina le chocara los cinco—. Primero le cerraste la boca, luego lo de la muleta y... En fin, solo diré que para mí eres la campeona.

Sintió que el pecho se le había llenado de una sensación rara, una especie de felicidad que solo estaba acostumbrada a sentir cuando veía a Miguel peleando en el dojo contra uno de sus compañeros, cuando salía triunfante y trataba de ocultar una sonrisa para levantar del suelo a su oponente.

No supo qué era, pero se sentía bien.

Y, antes de poder retractarse, se halló a sí misma percatándose de que no quería ver a Samantha LaRusso en todo el día. Porque si aparecía, si llegaba con sus hipnotizantes ojos azules y su ondulada melena castaña, Miguel volvería a alejarse. Era egoísta, lo sabía, pero solo lo quería a su lado—sin dramas, sin presiones en el pecho, sin tener que contener la sonrisa para que Sam no notara sus sentimientos.

Pero su corazón seguía latiendo. Su pecho seguía en llamas.

Mantener la calma era complicado cuando él estaba cerca.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

—Parece que tenemos alumnos nuevos.

Halcón sonrió con superioridad ante el comentario de Miguel. A la par que analizaba el panorama, pasó un brazo tras los hombros del moreno y otro tras los de Angelina.

Carne fresca.

—Todos lo fuimos alguna vez, ¿no? —contribuyó la rubia, tratando de eliminar cualquier idea extraña de la cabeza de Halcón.

Sin embargo, a decir por el destello de picardía que apareció en sus ojos, su mente ya estaba maquinando.

Un grupo de adolescentes rodeaba la puerta de Cobra Kai aquella tarde. Lucían emocionados, pero cohibidos; impacientes, pero temerosos. Mientras los repasaba con la mirada, Angelina recordó la primera vez que visitó el dojo: a Eli Moskowitz saliendo por la puerta con la promesa de no volver jamás, el primer encuentro con el senséi, la pelea contra Miguel. Al ver a aquellos chicos, casi pudo sentir los mismos nervios escalándole por las piernas, la misma sensación de libertad.

Sentía que habían pasado años desde que puso el primer pie dentro de Cobra Kai. Y, estando allí nuevamente, se dio cuenta de que no se arrepentía de volver. Las muletas ni siquiera importaban—solo quería estar en su lugar de confort, acompañada de las únicas personas que la habían hecho sentir viva.

—Los campeones... —murmuró fascinado uno de los nuevos.

Se le escapó una pequeña risita. Aunque los recuerdos eran lejanos —y a pesar de que a menudo solo trataba de borrarlos—, estaba acostumbrada a escenas como aquella. Cada año había alumnos nuevos en el Teatro de Ballet Estadounidense; los profesionales, por su parte, aprovechaban la ciega admiración de los novatos a diestra y siniestra. Claro que Angelina jamás participó activamente de sus juegos, pero tenía que fingir por el bien de su reputación en la academia.

No podía negar, sin embargo, que era entretenido.

Y Miguel y Halcón también parecían disfrutar de la escena. No obstante, era el último quien verdaderamente lo estaba gozando.

—Miren esto.

—Amigo... —Miguel llamó al chico en advertencia, pero, gracias al tono de su voz, Angelina supo que él también se estaba divirtiendo.

—No creo que sea buena idea —razonó ella—. El senséi ya se encargará de asustarlos. Se le da... increíblemente bien. Lo sabemos por experiencia.

—Angelina, —bufó Halcón—, llevas mucho tiempo sin venir al dojo. Diviértete un poco.

«No es como si no hubiese querido venir antes», pensó, torciendo una pequeña mueca. El señor LaRusso fue quien le prohibió seguir con sus clases Cobra Kai; quizás ella había tardado mucho en rebelarse, pero lo hizo.

Obligándose a sacudir aquel apellido de su cabeza —tal y como lo había estado haciendo en los últimos días, ignorando sus llamadas y mensajes de texto—, intentó detener a Halcón. Abrió la boca, lista para frenarlo, pero el chico ya había empezado a caminar en dirección a los nuevos, y, por el rabillo del ojo, pudo ver que Miguel intentaba contener la risa.

Sus comisuras se elevaron por sí solas.

Le gustaba verlo así.

—¿Se te ha subido a la cabeza esto de ser el campeón? —le murmuró, enarcando las cejas con un deje de mofa.

—Ni de broma, —Miró a los novatos, saludándolos desde lejos mientras ellos trataban de ocultar su emoción. Posteriormente, giró hacia Angelina con una sonrisa ganadora—, aunque tiene sus beneficios.

No supo cómo, pero acabó de pie entre Halcón y Miguel, habiendo seguido al moreno cuando éste comenzó a dirigirse hacia su amigo.

Halcón elevó el mentón; infló el pecho: —Eh, quítense.

Un chico bajo y de cabello rizado se disculpó rápidamente. Otro muchacho de piel morena tomó el pomo de la puerta, igual de nervioso y apresurado.

—¡Abro yo!

—¿Así que quieren ser de Cobra Kai? —preguntó Halcón. Algunos asintieron, otros solo mantuvieron la mirada en el suelo; sin embargo, ninguno respondió vocalmente. En ese instante, el chico de la cresta hizo el ademán de lanzar un puño, y cada uno de los novatos acabó retrocediendo—. Todavía les queda mucho para eso.

La sonrisa confiada de Halcón creció, y Angelina se halló a sí misma tratando de aguantar una carcajada al recordar que ella había hecho lo mismo en sus primeros días, cuando Johnny la estaba poniendo a prueba. Sin embargo, algo más captó su atención: uno de los novatos la miraba fijamente, con los ojos bien abiertos y los labios ligeramente separados; un par de gafas de pasta adornaban su delgado rostro, y sus pecosas mejillas estaban teñidas de un intenso tono carmesí.

Parecía inocente, probablemente de su edad. De todas maneras, Angelina se preguntó si el chico la estaba juzgando, si solo se fijaba en sus muletas, si quizás le diría que no pertenecía con los veteranos de Cobra Kai—tal vez era ella quien lo estaba imaginando, tal vez el chico no la veía.

Después de todo, ¿quién lo haría?

—Tú, el de atrás, —Angelina escuchó la voz de Halcón, y se percató de inmediato que su amigo se dirigía al muchacho de las gafas—. ¿La estás viendo a ella?

Los ojos de Angelina se abrieron de par en par; su cabeza girando hacia Halcón con una expresión que transmitía perfectamente sus súbitas ganas de golpearlo por su imprudencia. Él, sin embargo, la ignoró. La señaló a la par que escudriñaba al chico nuevo, pero la rubia pudo notar que estaba luchando por no estallar en carcajadas.

«Oh, ya verá cuando no tenga estas muletas...».

El chico de las gafas tardó unos segundos en hablar. Se señaló a sí mismo, abriendo la boca sin formular ninguna palabra, hasta que finalmente tragó en seco.

—¿Y-yo?

—¿A quién más crees que le estoy hablando?

» ¿La estabas viendo? Sí o no.

—N-no. Para nada.

—Más te vale. —Halcón puso una mano al costado de su boca, como si fuera a decir un secreto—. Es la chica del campeón.

—¡Halcón!

El muchacho solo rio, apretándole una mejilla a Angelina en un gesto exagerado. La rubia gruñó, levantó impulsivamente una de sus muletas para intentar pisarlo con el extremo inferior, pero Halcón se movió de lugar y entró al dojo antes de que pudiera hacerlo. Por el rabillo del ojo, vio que el chico nuevo se ocultaba entre los demás, y entonces escuchó un intento de risa silenciosa viniendo de Miguel.

—Miggy... —gruñó frustrada. Sentía que su rostro ardía en llamas, y estaba segura de que el pobre novato estaba igual o peor que ella.

Auch. ¿En serio te molesta tanto que digan que eres mi chica?

Una chispa de travesura apareció en el café de sus iris. La piel de Angelina respondió tornándose aún más roja.

«Si sigue así, voy a enloquecer».

Miguel había ganado demasiada confianza en los últimos meses; mientras tanto, ella todavía tenía que luchar para que su estómago no saltara cada vez que apenas se rozaban. Y es que el moreno había hecho comentarios demasiado directos aquel día—comentarios que le aceleraban el pulso, que jugaban con sus sentimientos y la hacían más susceptible a su bonita sonrisa.

Miguel nunca respondía cuando alguien decía que ella era su chica. En algún punto, simplemente dejó de corregir a los demás, aceptando que no se detendrían; luego, cuando empezó a salir con Sam, tanto sus amigos como Johnny dejaron de molestarlos con eso. Claro que Miguel la había llamado así en un par de ocasiones —en una de ellas estando borracho—, pero Angelina siempre lo había tomado como una especie de chiste interno, a pesar de que algo en su interior se calentaba cuando se refería a ella de aquella manera.

En ese instante, sin embargo, una idea diferente invadió su cabeza: tal vez Miguel lo sabía todo.

Quizás Halcón le dijo algo, o quizás lo había descubierto por su cuenta. ¿Y si sabía que estaba enamorada de él? ¿Y si no la rechazaba directamente para no incomodarla? ¿Y si estaba diciendo todas esas cosas, sencillas pero cautivadoras, para jugar con ella?

«No. No, es solo una coincidencia», se recordó. Miguel no era así, ¿verdad?

Sin embargo, a lo mejor el Miguel que aprovechó la lesión de Robby Keene para ganar —el Miguel que no tenía piedad—, era capaz.

Olvidó entonces que había querido darle la bienvenida a los alumnos nuevos, y sintió que su rostro se enfriaba con rapidez, que de pronto todo lo que había consumido aquel día empujaba contra las paredes de su estómago. Y quiso responderle, abrió la boca en un intento por dejar que las palabras se derramaran, pero se hallaban asfixiadas en su garganta. Acabó sacudiendo la cabeza, frustrada consigo misma, y lo último que vio antes de entrar al dojo fue el ceño fruncido de su mejor amigo.

Afortunadamente, uno de los novatos detuvo al moreno antes de que pudiera seguirla, atiborrándolo con preguntas.

Necesitaba un descanso.

Era como si todo el peso hubiera caído de golpe sobre sus hombros; como si hubiese pasado el fin de semana encerrada en una burbuja de colores, ignorando el drama con los LaRusso y lo que sentía por Miguel, pero era hora de volver a la realidad.

Y mientras batallaba por reconstruir su fachada, no se dio cuenta de que uno de los espejos del dojo estaba destruido y que una de las paredes se hallaba quemada hasta que sus compañeros empezaron a hablar.

—¿Qué demonios pasó aquí?

—Parece que el senséi montó una fiesta.

—Si hubo fuego, debió haber estado genial.

—¿Por qué no nos invitó?

No obstante, fue el propio Johnny Lawrence quien logró captar su completa atención.

—¡Silencio! —El senséi salió de su oficina, tan firme como siempre. Tanto los novatos como los antiguos alumnos callaron de inmediato—. Hoy no aceptamos nuevos estudiantes.

Definitivamente no estaba de buen humor.

—Solamente queríamos apuntarnos después de que vimos el torneo.

—¿Tengo que decirlo otra vez? Fuera.

—Sí, señor... —El novato sacudió la cabeza, nervioso—. Senséi. Vamos.

—Largo. Vuelvan mañana.

Salieron del dojo con la cabeza gacha, decepcionados. Los ojos de Angelina pararon sobre Halcón y Aisha, quienes miraban al hombre con confusión desde el otro lado de la estancia; aparentemente no era la única que se dio cuenta de que Johnny había despertado con el pie izquierdo. Sintió entonces la mirada de Miguel puesta sobre ella, y su primer instinto la obligó a observarlo de vuelta, pero volvió a centrarse en el senséi rápidamente.

—¡Todos, en fila!

Nadie rechistó, cumpliendo las órdenes de inmediato. Sin embargo, Angelina se quedó atrás, pues sentía que no le correspondía ocupar el tatami. Se dio cuenta de que asistir al dojo con una lesión no había sido su idea más brillante.

Y entonces vio a Miguel acercándose a ella.

Tragó en seco.

No quería enfrentarlo en ese momento. Se arrepentía por haber escapado de él previamente, sabía bien que había actuado de manera sospechosa y, a decir por su expresión preocupada, el chico estaba listo para interrogarla.

Fue Johnny quien le ahorró la vergüenza.

—Angelito, ¿vas a pelear con esas muletas? —preguntó, haciendo que Miguel se detuviera.

—Um, no, senséi.

—¿Entonces qué esperas? Delante conmigo o te quedas fuera.

Vaciló por unos segundos, pero acabó ocupando el lugar al lado del senséi, viendo de frente a sus compañeros. Evitó el contacto visual con Miguel, quien tomó su usual posición en primera fila.

Cuando vio a Johnny de reojo, notó, sorprendida, que el hombre trataba de ocultar una sonrisa.

—Viniste —murmuró sin mirarla—. Niña lista. Sabes lo que te conviene.

Angelina agachó la cabeza; una sonrisa genuina pegada en su rostro. Por su parte, Johnny recuperó la seriedad rápidamente.

—Menudo fiestón, senséi —comentó Halcón una vez todos estuvieron en formados.

Miguel sonrió: —Sí, ¿celebró todo el fin de semana?

—¿Celebrar qué? ¿Que mis alumnos son unos cagones?

Las comisuras de ambos chicos prácticamente cayeron al suelo. Angelina casi se ahogó con su propia saliva, mirando al senséi con una expresión sorprendida.

—Díaz, Halcón, al frente. —Hicieron caso, posando las manos tras sus espaldas y ocupando el lugar frente a Johnny y Angelina. El senséi comenzó a pasear lentamente a su alrededor—. Halcón, ¿atacaste a tu oponente cuando estaba de espaldas?

—Sí, senséi.

—Díaz, ¿atacaste la herida de tu oponente a propósito?

—Sí, senséi.

—¿Y creen que eso los convierte en unos duros?

Ninguno de los dos respondió, viéndose el uno al otro con confusión. Seguidamente, Miguel giró la cabeza hacia donde estaba la rubia, preguntándole en silencio si entendía lo que estaba pasando.

—No la mires a ella, Díaz. Mira al frente. —Lo escaneó de arriba a abajo; decepción brotando de sus siguientes palabras—. Sin trampas. —El moreno no respondió. Angelina sintió que algo en su pecho se encogía cuando vio un destello de tristeza en la expresión de Miguel. Sus instintos la impulsaron a intervenir, pero el senséi continuó antes de que pudiese actuar—. Bien, respondan. ¿Creen que eso los convierte en unos duros? —repitió—. ¿Es muy difícil la pregunta? ¿Necesitan ayuda?

Volvieron a quedarse callados.

—Señorita Robinson.

—Sí, senséi.

—Dos cobras en la selva. Una mata al león más fuerte, y la otra a un mono lisiado. ¿Cuál prefieres ser?

—La que mata al león, senséi.

—¿Y por qué?

—Porque mató al animal más fuerte —explicó Aisha sin titubear.

—¡Correcto! —Angelina dio un pequeño salto en su lugar ante la exclamación de Johnny—. Cobra Kai es sobre ser duro. Y el duro más duro es quien vence al rival en su mejor momento. No cuando está de espaldas —le enfatizó a Halcón. Luego se acercó a Miguel, acompañado de la misma fachada intimidante—. Ni cuando está herido —sentenció con más fuerza—. ¿Entendido?

—Sí, senséi.

—No más trampas. Nada de jugar sucio. A partir de ahora, eso es de cagones. Y no quieren ser cagones, ¿no?

—No, senséi.

—Bien. Vamos a empezar desde cero, por eso los hice traer sus cinturones blancos.

» Díaz, Halcón, cincuenta flexiones de nudillos. Angelito, cuéntalas, que no les falte ni una sola. Robinson, que los demás calienten.

Cuando el senséi Lawrence se alejó, Angelina finalmente pudo ver en primer plano los rostros de sus amigos. Miguel y Halcón volvieron a mirarse entre ellos, todavía confundidos, pero no tardaron en cumplir el mandato de Johnny.

Nadie dijo nada. No mencionaron el tema. Había demasiada tensión rodeándolo.

Mientras contaba las flexiones de los muchachos, Angelina se percató de que el rostro de Miguel transmitía algo con lo que estaba familiarizada, algo que siempre vivía aferrado a su reflejo: inseguridad, el miedo a no haber sido suficiente.

Ni siquiera pudo preguntarle si estaba bien cuando finalmente se decidió a hablarle. Johnny Lawrence la llamó a su oficina justo en el instante en el que empezaba a tragarse el orgullo, tratando de pretender que no había pasado nada frente a la puerta del dojo.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Angelina estaba desorientada.

Nunca pensó que la realidad la golpearía con tal fuerza en la oficina del senséi Lawrence. Sin embargo, solo tuvo que leer un simple mensaje para entrar en un nuevo bucle de culpabilidad, con aquella conocida sensación de pesadez en todo el cuerpo y una molesta punzada en el centro del pecho.

Entró a la oficina tan pronto como Johnny la llamó. El hombre le explicó que no la quería distrayendo al resto de estudiantes, recordándole además que no podía quedarse dormida en sus laureles, pero, mientras no pudiese entrenar, tendría que contribuir con el dojo organizando el papeleo y las cuentas. Se quedó callado entonces, dejándola sin nada que hacer más que ordenar papeles y navegar en su teléfono cuando la tarea se volvía demasiado pesada.

Fue cuando presionó el punto equivocado en la pantalla de su teléfono y abrió la notificación de un nuevo mensaje que se encontró cara a cara con el contacto de Daniel LaRusso. Su corazón le decía que siguiera en la ignorancia, olvidando las consecuencias que su participación en el torneo y su episodio de fuga podían acarrear. Pensó que el karma la estaba haciendo pagar por sus actos, por no haberse tomado al menos diez segundos para pensar en cómo sus acciones podían afectar a las personas de su entorno.

Un profundo arrepentimiento la consumió, avanzando de dentro hacia afuera, mientras leía el mensaje.

"Angelina, estamos preocupados por ti. Sabemos que has ido a la escuela, llamamos a uno de tus profesores para comprobarlo.

Al menos responde este mensaje; dinos que estás bien, dónde te has estado quedando. Hemos querido darte tu espacio, pero es hora de que tomemos medidas. Sam escuchó decir a una de tus compañeras que estarías en Cobra Kai. Ella va ir a recogerte, quiero que conozcas un lugar especial.

Solo tratamos de protegerte de las personas equivocadas. A veces parece más fácil huir de los problemas, y, créeme, esa no es la solución.

Nos vemos en unas horas. Recuerda que lo hago por tu bien."

Y entonces llegó la ansiedad.

No se había preparado para ver a los LaRusso aquel día. ¿Y si Daniel había hablado con sus padres? ¿O peor aún, con su tía? Debió haber pensado en eso antes de quedarse en casa de Miguel, como si su pequeño departamento tuviera el poder de aislarla del resto del mundo. Si bien Daniel le había prometido una vez que no hablaría con Collette, que no le diría que Angelina no estaba entrenando con él, solo podía esperar que cumpliera su palabra.

Su tía no dudaría en tomar medidas si se enteraba de que su sobrina la había desobedecido deliberadamente, y que además se había lesionado en el proceso. Lo sabía bien, y eso le aterraba.

—¿Todo bien por ahí?

Escuchó la voz del senséi, quien se hallaba sentado en su escritorio mientras leía un periódico, pero sonaba lejana. Asintió por instinto, guardando rápidamente su teléfono y decidiendo que lo mejor para su mente sería no leer el resto de mensajes que el señor LaRusso le había dejado después del torneo. No obstante, una vez enfrentó los ojos del senséi, se dio cuenta de que no sería capaz de seguir mintiendo.

No podía ocultar nada más. Su coraza no estaba hecha del hierro más fuerte. Escapaba de sus sentimientos por Miguel, aún no le había dado la cara a los LaRusso, llevaba meses sin contarle a sus padres nada sobre su nueva afición, y algunos secretos más; solo eso requería de cada pequeña gota de su esfuerzo.

—Es el señor LaRusso —se animó a responder. Hizo una breve pausa, tomando una profunda bocanada de aire—. No quiere que esté aquí.

—Claro, ese hijo de...

—Fui yo quien escapó de casa para ir al torneo —soltó sin poder aguantarlo más—. Fui yo quien lo ignoró todo el fin de semana... Es mi culpa, ahora estará más enfadado.

—Díaz me dijo que te estabas quedando en su casa —Johnny pareció meditarlo con más calma, soltando un suspiro—. Bueno, solo puedes darle la cara a tus peleas. No seas una cagona. Y ciérrale la boca a LaRusso de mi parte.

Angelina no dijo nada.

Una parte de ella solo quería que las cosas volvieran a ser como antes. Que Daniel todavía confiara en ella, que hablar con Sam no fuera como andar por un campo de minas. No obstante, no estaba dispuesta a dejar lo que había construido.

Respetaba al señor LaRusso. Lo apreciaba, de hecho. La vio crecer y, si bien era cierto que no la comprendía, siempre estuvo ahí cuando lo necesitó.

Johnny, por su parte, pareció notar el cúmulo de emociones contradictorias que pasaban por su mente.

—Hey, cabeza alta. No te quiero ver dudar, ni mucho menos que te vuelvas una blanda por LaRusso.

Asintió. Dejó que sus palabras se repitieran en su cabeza. No intentó alejarlas.

Segundos —o quizás minutos— después, empezó a recuperar la calma, y entonces lo que había pasado con Miguel y Halcón minutos atrás comenzó a rondar por su mente. Quizás solo intentaba distraerse, pero lo cierto era que no había podido dejar de repetir aquella escena en su cabeza.

—Sobre lo que le dijo a Miguel hoy...

—No dejaré que vaya por mal camino —continuó cuando ella se quedó sin palabras; honestidad y  seguridad en su semblante—. Te lo dije.

Estaba a punto de darle las gracias cuando el sujeto de la conversación se asomó por el umbral de la puerta.

—Senséi —Los ojos de Miguel pasaron de Angelina a Johnny, pidiendo permiso de manera silenciosa. La rubia apretó los labios, rogando que el moreno no hubiese escuchado nada—. ¿Puedo hablar con usted?

Johnny lo miró momentáneamente, pero la chispa de decepción que Angelina había visto en su rostro mientras hablaba con Miguel minutos atrás apareció en su rostro. Mostrando indiferencia, volvió a centrarse en el periódico que había estado leyendo antes; una foto de los campeones de Cobra Kai ocupando el titular principal.

—¿Qué quieres?

Angelina torció los labios ante la cortante respuesta del senséi, palpando la tensión en el ambiente. Vio que Miguel parpadeaba sorprendido, que luego suspiraba frustrado, pero continuó.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó con el ceño fruncido—. ¿Nos castiga por ganar?

—Les estoy dando una lección.

—Sí, pero, ¿qué pasa con lo de sin piedad? Nos enseñó a ganar a toda costa —insistió, tan terco como siempre—. Además, ¿no vio lo que Robby le hizo a Angelina? —Su rostro adquirió un matiz de enfado, su mandíbula se apretó ante la mención de Robby, y Angelina sintió que su estómago se revolvía al recordar lo que había sucedido en el campeonato—. Lo tenía merecido —sentenció, completamente convencido.

—Sí. —Johnny sonrió con amargura—. Pero bueno, tal vez yo también sigo aprendiendo.

—Es que no lo entiendo. No le molestaba que atacáramos a nadie. ¿Por qué le tiene lástima a Robby Keene?

Una espina imaginaria pareció clavarse en la espalda de Johnny ante la pregunta de Miguel. Finalmente se levantó, dejando el periódico sobre el escritorio para después acercarse al muchacho.

¿Le diría que Robby era su hijo? ¿Lo admitiría después de haberle pedido a Angelina que no desvelara el secreto? La chica no tenía ni idea de qué haría Miguel si lo supiera, pero, tomando en cuenta lo repugnado que lucía cuando pronunciaba el nombre del castaño, no esperaba que su reacción fuese buena.

—No me enseñaron la diferencia entre honor y piedad y pagué por ello. —El senséi hizo una pausa. Las palabras fueron fuertes, penetrantes, y Angelina verificó que no tenía pensado hablar de su hijo. Se adhirieron como sanguijuelas a la mente de la chica, haciéndola sentir aun más empatía por Johnny, más respeto por el kárate—. Si soy más duro contigo, es solo porque tienes potencial para ser mejor que yo. ¿No quieres eso?

—Sí, senséi.

La expresión de Miguel se había llenado de luz, aunque trataba de ocultarlo; la admiración que sentía hacia el senséi llameando en sus pupilas, contrastando con el deje de confusión y tristeza que antes había en ellas.

—Muy bien. Pues menos lloriquear como una nenita y más salir a terminar los ejercicios. —Angelina rio por lo bajo ante el intento de Johnny de aligerar la conversación. El hombre la señaló acusadoramente—. No te rías. En dos semanas te toca a ti.

Miguel sonrió por última vez antes de darse la vuelta, y el pecho de Angelina se llenó de alivio al notar que el mismo muchacho que conoció meses atrás seguía ahí.

Iba a agradecerle a Johnny lo que había conseguido con su pequeña charla cuando el moreno volvió a girarse hacia ellos, con un halo más determinado cubriendo a sus facciones.

—¿Puedo hablar contigo, Ángel?

Angelina suspiró, resistió las ganas de poner los ojos en blanco.

Debió haber imaginado que Miguel no dejaría ir lo que había pasado antes de que entraran al dojo.

—Me está ayudando con las cuentas, Díaz. Si te la llevas, ¿quién más quieres que lo haga por mí?

El moreno arrugó la nariz: —No creo que eso sea muy ético, senséi.

—No empieces o te pondré a hacer cincuenta flexiones más.

—Pero... ¿Puedo hablar con ella? —Posteriormente, sus ojos pasaron a Angelina, esta vez dirigiéndose a ella—. Solo si quieres, claro.

Ambos miraron a la chica en busca de confirmación. Lo dudó momentáneamente, pero acabó asintiendo,

Estaba acorralada. No tenía más opción.

—Que sea rápido.

Con las últimas palabras de Johnny poniéndole fin a la conversación, Miguel acabó guiando a Angelina hacia el vestuario donde los alumnos solían cambiarse. Los casilleros eran los únicos testigos, acompañados de un par de mochilas que se hallaban tiradas en el suelo, y Miguel no tardó en llegar al grano después de darle un rápido vistazo al entorno, asegurándose de que no hubiese nadie más que ellos.

—¿Estás enfadada conmigo?

Angelina tuvo que parpadear un par de veces para tratar de digerir la pregunta. La vergüenza volvió a atacarla mientras recordaba la forma en la que había huido de él, corriendo como una cobarde; aun así, su intención no había sido hacerle pensar que estaba molesta.

Tal vez estaba enojada consigo misma —enojada por no poder manejarse con normalidad cuando él estaba cerca—, pero, ¿con Miguel? Sentía que eso sería imposible.

—No, no, enfadada no. Siento haberte hecho pensar eso —optó por decir, evitando dar una respuesta concreta—. ¿Por qué estaría enfadada?

—Pues... no sé, pero es que has estado muy seria desde que entramos al dojo. —Frunció el ceño, luciendo dolido—. ¿Es por lo que hice en el torneo?

«Bueno, al menos no ha mencionado nada que tenga que ver con el hecho de que me gusta», pensó, resistiendo las ganas de soltar un suspiro aliviado. Aun así, la expresión que vio en el rostro del chico le apretujó algo en el pecho.

—Miggy...

—Sinceridad, Ángel. Por favor.

Mordisqueó el interior de su mejilla, tomándose unos segundos para formular su respuesta. Cuando él se lo pedía de aquella manera, mirándola con esos ojos de cachorro, le daban ganas de contarle absolutamente todo lo que guardaba en su cabeza. Sin embargo, su parte más racional insistía en que no podía, así que se concentró en lo más importante.

—No me gustó lo que vi ese día. No eras tú —comenzó, sintiendo los primeros escalofríos recorriéndole la espalda—. Siempre has sido el peleador más fuerte, Miggy, pero en el torneo, e incluso justo después de lo que pasó en la fiesta... —Lo miró fijamente a los ojos, incapaz de apartar la mirada. Su voz se quebró—. Parecías una máquina, solo querías ganar. Y me dio miedo, porque estamos cambiando y... ¡Eso está bien! Sí, supongo que está bien...

Dibujó una pequeña sonrisa que acabó rompiéndose.

Después del accidente, se había acostumbrado a escuchar a la mayor parte de su entorno diciéndole que había cambiado, que debía recuperar a la chica que era antes, pero nadie entendía que eso era imposible. Se hizo la idea de que, tal vez, su nueva versión siempre sería una fea bestia frente al supuesto ángel con el que todos la comparaban: el ángel que solo veían cuando estaba sobre un escenario, el ángel que callaba y sonreía.

Las cosas habían cambiado. De un día a otro, sin previo aviso, en cientos de ámbitos diferentes.

Y le daba miedo el cambio, porque eso implicaba tener que adaptarse a algo nuevo, y había crecido pensando que nunca se puede saber con certeza si ese algo va a funcionar. Estaba fuera de su total control, y eso no le gustaba.

No quería que aquello que tenía con Miguel se quebrara por culpa de dicho cambio. Aunque le gustaba verlo más confiado, más seguro de sí mismo, no podía evitar pensar en que, en algún momento, él la dejaría atrás, únicamente pensando en ganar para recuperar a Sam.

—A veces el cambio implica perder cosas —añadió entonces; garganta seca, lengua en llamas, voz apagada. Tragó en seco—. No quiero perderte a ti.

Supuso que aquello era lo más similar a una declaración amorosa.

Supuso que eso sería suficiente para calmar sus sentimientos, que serviría como una especie de drenaje para sacar parte de todo el peso emocional que tenía acumulado.

Desnudar su alma, confesar lo mucho que le importaba. Si bien estaban siempre juntos, en escasas ocasiones Angelina se había atrevido a decirle lo que él significaba para ella.

Nervios, nervios palpitando y acelerando su pulso mientras esperaba una respuesta. Se sentía casi estúpida, como una niña pequeña incapaz de manejar sus emociones. Y entonces vio que Miguel tomaba una profunda bocanada de aire, que sus pupilas se dilataban y su mandíbula se tensaba.

¿Acaso él también se estaba conteniendo?

—Estaba enfadado —empezó. Angelina creyó que su voz sonaba más grave de lo normal, o quizas eran sus tímpanos los que habían dejado de funcionar correctamente—. Con Sam, con Robby. Supongo que me dejé llevar por eso. —Agachó la cabeza; frustración aumentando en su semblante—. Y lo mío con Sam... ya no sé ni lo que fue. Trato de pensar en lo bueno, pero creo que lo nuestro era... —Pausó. Miró al techo como si estuviera preparándose para hablar, como si estuviera buscando la palabra adecuada—... vacío.

» Solo quiero enorgullecer al senséi. Es él quien me ha llevado hasta aquí. Confió en mí.

—Lo entiendo. De verdad. Pero Johnny está orgulloso de ti, lo acabas de escuchar y...

también me has llevado hasta aquí —la interrumpió, dejándola con un nuevo nudo en la garganta y la palabra en la boca. Parecía nervioso, pero la convicción con la que hablaba lo cubría perfectamente—. Lo que quiero decir —continuó. Cerró los ojos, como si se estuviese preparando para algo—, es que no vas a perderme. —Los abrió nuevamente y, en ese instante, Angelina sintió que flotaba—. Te lo prometo.

Y, tan rápido como subió, cayó en picada.

—No hagas promesas que no puedes cumplir —murmuró.

El futuro era impredecible. Tarde o temprano, el destino iba a arrancarle a Miguel, o tal vez él mismo iba a decidir que estaba cansado de lidiar con ella: con su difícil personalidad, con su afán por guardarse las cosas, con sus traumas.

Con sus sentimientos.

Pero Miguel negó con la cabeza, como si estuviese leyéndole la mente. Se acercó más a ella, y entonces habló con total seguridad, tanto así que Angelina quiso creerle.

—La cumpliré.

Ella solo asintió.

Él lo dudó por un momento, mas tomó una de sus manos, entrelazó sus dedos.

—Sobre lo de Sam... —Angelina empezó a hablar antes de poder evitarlo. Hizo una necesitada pausa para poder forzar una sonrisa—. Estoy segura de que podrán arreglarlo.

Miguel le dio un apretón a su mano y, sin dejar de mirarla, se acercó, tanto así que su frente rozó la de la chica.

—Creo que no quiero arreglarlo.

Sí, las cosas habían cambiado, porque lo que Angelina quería era tenerlo más cerca que eso.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Tenía la mente tan espesa que apenas pudo hablar durante todo el camino en coche junto a Samantha LaRusso.

Aunque iniciaron una conversación superficial después de avanzar en silencio durante cinco minutos, ignorando lo que había pasado en los últimos días, Angelina no podía recordar lo que la castaña había dicho, ni mucho menos lo que ella había respondido. Su mente seguía estancada en Miguel y en el hecho de que, aparentemente, no lo conocía del todo bien.

Si lo hiciera, entonces hubiera sabido que Miguel no había estado realmente enamorado de Sam, al menos no en el último tiempo.

No tuvo tiempo para pensar en lo que eso significaba, sin embargo. El muchacho se había ido a entrenar tan pronto como ella se quedó sin palabras, y ella se había quedado ahí, varada, convenciéndose de que no debía ilusionarse, que Miguel parecía tan confundido como ella mientras hablaba de su relación con Samantha. Además, estar sentada junto a la castaña dificultaba aún más la tarea.

La confusión, al menos, sirvió para que el viaje pareciera más rápido. Cuando llegaron a una extraña localización ubicada a las afueras de Encino, la rubia solo pudo analizar el ambiente en silencio.

Una cerca de madera rodeando el territorio, una colección de autos antiguos postrados en la entrada. Siguiendo un sendero, Sam la guio hasta un área más extensa, cubierta de césped perfectamente cortado. Una pequeña casa de madera de estilo japonés reinaba frente a todo lo demás, acompañada de un escenario variado: rocas, muelles de madera, un pequeño estanque, bonsáis. Sintió que se había teletransportado a un lugar totalmente diferente al resto del Valle; emanaba paz, equilibrio, orden y naturalidad—algo totalmente opuesto al dojo en el que había estado antes de que Sam la recogiera, cuando Miguel le recordó que no tenía que hacer nada a lo que no estuviese dispuesta, que podía quedarse en su casa todo el tiempo que quisiera.

Ella rechazó la oferta, pues tenía que enfrentar sus batallas —hablar con los LaRusso siendo una de las más importantes—. Aun así, no pudo evitar preguntarse en dónde demonios se había metido.

Sintió de inmediato que no pertenecía ahí.

—¿Qué es este lugar? —preguntó a la nada, todavía ensimismada en el entorno.

—Por fin han llegado.

Detectó la voz del señor LaRusso a su derecha, sacándola de su ensoñación. A pesar de lo mucho que le avergonzaba el simple hecho de darle la cara después de lo que había pasado, acabó girando hacia él.

Se encontró con Daniel saliendo de la casa y, justo a su lado, Robby Keene la miraba con una expresión que no pudo leer.

El hombre le sonrió. Angelina ni siquiera intentó hablar, pues no sabía cómo empezar. Para su buena o mala suerte, Daniel tomó la delantera.

—Te presento Miyagi-Do Karate, Angelina.

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⊱  𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞

¡bienvenidos una vez más a otro capítulo!

tengo que admitir que soy fanática de poner la palabra "vacío" siempre que puedo en los capítulos, como un pequeño guiño al titulo de la historia (para aquellos que no lo saben, "void" es "vacío" en inglés) jiji.

también soy fanática de sus comentarios. muchas gracias por ellos, me alegran los días. ♡

de este capítulo solo puedo decir que me ha encantado que Angelina le haya dado la cara a Kyler. poco a poco, nuestra niña va creciendo, aunque todavía le queda un largo camino que recorrer y muchas batallas que enfrentar. tengan un poco de paciencia con ella; Miguel y Angelina tendrán su momento, créanme.

also Miguel poco a poco dándose cuenta de qué es lo que siente realmente >>>>
ya veremos si será fácil o no (;

recuerden decirme en los comentarios si tienen alguna recomendación, si están cansados de algún aspecto en específico de la historia o si se les ocurre alguna idea, que siempre es bienvenida aunque no pueda aplicarlas todas.

con esto me despido, y nuevamente les agradezco por todo el amor que le dan a esta historia. no puedo creer que hayamos llegado hasta aquí ¡!

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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