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ᴀʀᴄᴏ ᴜɴᴏ ——— ❛Tus ojos.❜

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OMNISCIENTE

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Colegio de hechicería, Japón.

ᴘʀɪᴍᴀᴠᴇʀᴀ

2006



Durante años, Satoru mantuvo viviendo un mismo sueño. Cada vez que podía recordar, sus ojos solían buscar con desesperación a quien irrumpía en sus sueños como si tuviera acceso en lo profundo de su alma. Satoru no era una persona emocional—, ni siquiera cuando debía serlo, era completamente sarcástico y bufón, como insensible—. Con diecisiete años tenia cosas en la cabeza que nadie más tenía, veía más allá de lo que otros podían ver, era poderoso y el más fuerte. Había un destello de luz fría en el invierno al que siempre volvía, esa memoria lo perseguía como una condena de la que no podía librarse. Jamás entendió la razón del porque soñaba con ese momento y es que el rostro de la niña se había vuelto borroso con el paso de los años—, lo único que veía era su cabello levantarse con la brisa como tal lo recordaba—. Deseaba tanto ver esa figura ancestral que vio aquel día, la misma que se le presentaba como una bendición, parecía un ángel que volvería pronto a su vida.

—Satoru.—se removió al oír su nombre, más aún cuando con brusquedad lo removieron de la silla donde se había quedado dormido.

—Es muy grosero quedarse dormido en medio de una reunión, Gojo.—comentó el hombre que estaba sentado detrás de aquel escritorio.

—Para mi justificación, no habías llegado, señor Masamichi.—indicó Satoru, antes de recibir un golpe en la cabeza por parte de este.

—Silencio. Los reuní para una misión importante que sé que solo ustedes podrán llevar a cabo.—indicó el profesor, mirándoles seriamente.

—Menosprecia el trabajo arduo de los demás... —murmuró Satoru en el oído de su compañero, Suguru sonrió de lado, manteniéndose sereno.

—Silencio.—volvió a repetir, mostrándose frío e estricto al respecto.—Los saqué de sus clases para anunciarles sobre esto, necesito que dejen de comportarse como ignorantes.—recalcó, para así Satoru rodear sus ojos.

—Yo no he hecho nada.—se justificó Suguru, mirando al profesor quien dio largas a su defensa.

—Es asunto confidencial y muy importante. Los peces gordos quieren que ubiquen a este chico.—entabló el adulto, para dar señalamiento a un retrato en la mesa de madera.

—¿Quién es?—se cuestionó Satoru con curiosidad, mirando el retrato de un joven con cabello rubio y mirada fría, parecía alto.

—Kimura Neo.—respondió Suguru con conocimiento.—Proviene de un clan bastante poderoso de hechiceros, pero se rumorea que venden a quienes no tienen poder.—añadió.

—No me sorprende, tu familia tenía vínculos con dicho clan, Suguru.—infirió el profesor.—Pero, su clan se equivocó. Este chico porta un gran poder, deben traerlo aquí.—afirmó.

—¿Donde podremos encontrarlo?—se preguntó Suguru, pareciendo interesado en la misión que le estaba proponiendo.

—Hoy habrá un festival en la ciudad de Tokyo. Deberán ir vestidos de manera tradicional, para así no levantar sospechas. Y a eso me refiero a ti Satoru.—señaló Masamichi.

—Es que tengo unos hermosos ojos.—respondió Satoru, pestañeando varias veces, hasta ver aún la seria expresión de su profesor.

—Vendieron al chico a la persona incorrecta. Es alguien que vende personas a las maldiciones más débiles para alimentarlas.—detalló el profesor, viendo a Satoru hacer una expresión de asco.—Por eso no podemos perder tal poder. Tráiganlo a salvo, antes de que lo vendan en el festival.—ordenó estrictamente.

—Si, profesor.—aceptaron ambos alumnos, quienes se levantaron al unísono para dar una referencia y retirarse de la oficina con firmeza.
















Tokyo, Japón.

ғᴇsᴛɪᴠᴀʟ ʜᴀɴᴀᴍɪ

7:00 pm.











Ambos jóvenes se habían vestido de una manera tradicional cuando la noche cayó. El chico sería difícil de encontrar entre la multitud de personas que venían a ver las flores de cerezo, conmemorando dicho festival que llevaba celebrándose durante décadas. Las personas se reúnen con sus amigos o familiares debajo del árbol, ese era el punto del día festivo que se celebraba en dicha primavera. Satoru portaba un yukata de colores azulados y blancuzcos lo que representaban a él. La noche no se sentía calurosa, así que no era un mal presagio tener dicho vestuario colocado para intentar pasar desapercibido. Era difícil. Sus ojos eran muy llamativos y las jovencitas que pasaban a su lado, le daban miradas sutiles y coquetas, que él sin duda alguna aceptaba de manera egocéntrica.

Lanzarían fuegos artificiales que alumbrarían aún más la noche. Paseaban por lo kioscos de comida rápida y tradicional—, compraron una que otra cosa—. No sería malo pasar un buen rato, mientras intentaban de encontrar al jovencito que se les envió a localizar. Era inevitable no sentir energía maldita por allí, tantas personas y bullicio llamaba mas la atención de las maldiciones que se escondían en la pudrición. Merodeaban por ahí como cucarachas, eran pequeñas, pero no significa que no pudieran convertirse algún día en en los peores horrores de la gente. En un lugar así era difícil ejecutar dicho plan sin levantar sospechas o llamar la atención de quienes merodeaban el lugar. Se veían varios peces gordos. Satoru se detuvo en seco mientras comía un dulce, buscaba la mirada de su compañero quien inspeccionaba todo.

—Parecías saber mucho del clan Kimura, Suguru.—indicó Satoru con una sonrisa de lado, lamiendo sus labios llenos de azúcar.

—Cuando era niño, el patriarca de la familia tocó la puerta de mi casa para ofrecer a un nuevo miembro para mi familia, pero a mi padre no le gustó la idea. Se fueron y no volvieron más.—respondió Suguru, mirando aún alrededor.

—Vaya Suguru, pudiste haber sido el hermano mayor.—comentó Satoru con gracia, hasta que Suguru levantó su cabeza e hizo una señal.

—Es el chico.—afirmó, codeando el codo de Satoru quien miró fijamente al círculo de personas que rodeaban unos kioscos.—Sigamos las instrucciones de Masamichi, rodeemos el lugar e integrémonos con las personas. Busquemos la forma de llegar a él, sin alterar a los demás.—sugirió Suguru.

—Si te da miedo estar solito, solo grita.—pidió Satoru, bromeando con su amigo quien denegó hasta soltar un bufido exhausto.

—Recuerda, nos pidieron evitar la pelea a toda costa. Solo si hay maldiciones de por medio.—indicó Suguru, alejándose.

—Que aburrido.—masculló Satoru, rodeando los ojos y haciéndose el desinteresado con esa actitud tan hostil como arrogante.

Se mezclaron entre las personas. Verlos llegar juntos y actuar de una manera sospechosa, sería lo que pondría en riesgo la misión. Ya habían localizado al chico. El joven yacía en el medio de varios hombres altos y con una flexión robusta. Escoger un lugar emotivo como festivo para llevar a cabo esta venta macabra era un deshonor. Las flores del cerezo eran alumbradas por varias luces colgantes a las que Satoru le ponía el ojo. Su color destello aún más. Un azul capaz de reflejar los azules del mar y el cielo, nadie tenía una mirada igual a la de él. Oía risas. Las personas charlaban de una manera grata y las familias se sentaban en el césped, debajo de los árboles de cerezos ubicados en aquel hermoso parque que quedaba casi en el centro de la ciudad. Satoru veía todo con detenimiento, era hermoso, el hecho de ver el árbol de cerezo y luces colgante, hacía que fuera mágico.

Se detuvo en aquel camino, en donde los quioscos hacían debut en ambos lados—, tanto derechos como izquierdos—. Algo había detenido su andar, como si un imán de energía lo atrajera por ahí. Luces adornaban los árboles de cerezo y traspasaban por los cables, alumbrando la acera donde niños corrían y sonreían. Los quioscos estaban repletos de personas, algunos tenían comidas exquisitas de las que Satoru desearía disfrutar, pero hubo un quiosco en particular que llamó su atención y no era referente a nada de comida. De espalda veía a una muchacha de complexión delgada y alta—, tenía un vestuario similar al suyo y un cabello ondulado de color rubio—. La manera en que la brisa de la noche levantó su cabello lo hizo tensar, como si en su cabeza se recreara una vieja imagen. ¿Era posible? Quizás enloquecía, así que se fue acercando al quiosco que tenía algodón de azúcar.

—¿Gusta?—le preguntó Satoru a la muchacha que yacía aún lado, aún no le miraba el rostro, así que solo se dedicaba a ver como hacían el algodón.

—No gracias, sólo observó como lo hacen.—respondió una serena voz que lo hizo girar y percatarse del rostro tan angelical como irreal que estaba viendo.

Parecía mentira las facciones de esa joven adolescente que debía pisar más o menos su edad—, del lado que la veía, podía observar como de reojo ella lo miraba con un orbe verdoso en sus ojos que se alumbraba con las luces colgantes. No supo cuánto tiempo la miró, pero se sintió satisfecho de creer encontrar a la musa y dueña de sus sueños. Era ella, definitivamente era ella. Lo descifro cuando su rostro afinado se giró a verlo de una forma confusa, donde él pudo atestiguar aquella otra tonalidad en su ojo izquierdo. Un color café, casi ámbar también era alumbrado por las luces que colgaban y se removían en los cables del parque. La brisa volvió a levantar el cabello de ella, conjuntó el flequillo y su vestuario, como si se desencadenara un evento sobrenatural que solo ellos dos podían sentir de forma genuina. Ella entre abrió sus labios color carmesí, los cuales se veían algo humedecidos. Satoru carraspeó la garganta y dejó de verla, rascando su nuca y riéndose como un tonto. Así que la energía que sentía proviene de ella, qué curioso.

—¿Viniste a ver los fuegos artificiales?—le preguntó curioso, volviendo a llevar su mirada al cielo estrellado y alumbrado por lo antes mencionando.

—Si.—respondió ella.—¿Y tú?—le cuestionó, eran cubiertos por un árbol de cerezo, el cual se removía con la brisa de la noche.

—A saber porque tienes tanta energía alrededor tuyo, ¿acaso no reconoces la mía?—ella se quedó en silencio, mostrando una expresión seria ante eso y viéndose alarmada.

—Disculpa, ¿te está molestando?—le cuestiono un hombre al acercarse, Satoru noto que parecía ser uno de los mismos que resguardaba al chico que habían venido a buscar.

—No. Solo vino a halagar mi atuendo, no hay porque alarmarse.—respondió la chica rápidamente, tímida y ansiosa, hizo a Satoru notar que algo no andaba bien en el ambiente.

—De hecho, la invitaba a tomar algo. ¿Debería ser problema? ¿Eres su padre u algo así? Aunque no se parecen en nadita.—pronunció Satoru, interponiéndose entre la joven y el hombre que frunció el ceño.

—Mocoso, aléjate.—pidió el hombre, para así dirigir su mano hacia Satoru, quien le apretó la suya antes de que tocaran su brazo; la chica jadeo.—Señorita Kimura, repórtese con los demás, ahora.—la mención y el apellido hizo a Satoru confundirse.

Debía ser una confusión de que esa chica portara el apellido del mismo joven a quien venían a buscar—, y para rematar la confusión, su color de cabello también era bastante similar—. Habían algo que no le dijeron, o quizás, que pasaron desapercibido. Se giró rápidamente para tomar por la cintura a la joven de cabello dorado, conjunto unos ojos tan únicos que él jamás había visto igual. Corrió cuando uno de los kioscos se quebró en mil pedazos ante el lanzamiento de una maldición que solo ellos como hechiceros veían. La gente entró en pánico sin saber que sucedía, aunque no había sido cosa de ellos, Satoru apostaba que sería reprendido por la atención llamada en dicho festival. Entrelazó su mano con la de ella, corriendo entre los árboles de cerezo y huyendo. No había razón para lastimar a otro que no lo había lastimado—, pero si sentía que corría peligro, debería buscar la manera de defenderse—. O eso creía.

—¿Qué haces?—le preguntó ella eufórica, cuando Satoru, una persona ajena a ella le sostenía la mano para alejarla del bullicio.

—Suguru, creó que nos equivocamos de persona.—pronunció Satoru cuando hizo una llamada de teléfono que no fue contestada.—Y que se dieron cuenta, porque las maldiciones me persiguen. Así que, si sigues vivito y coleando, llámame.—pidió, soltando su celular.

—Tú... —musito ella, sintiendo sus ojos deslumbrarse.—Viniste a salvarme.—afirmó la joven de ojos con heterocromia; era la magia en ella, lo que le había cautivado a él.

Satoru sintió la potencia de energía maldita abrumar el alambrado de césped, por lo que agarró de la cintura a la joven que sostenía de la mano para abrazarla cuando cayeron bruscamente por un acantilado. Él cubrió el rostro de ella como si fuera lo más preciado. Los atuendos tradicionales se dañaron, llenándose de hojas y tierra con rocas que igual rasgó una que otra de las telas. Satoru cayó con la espalda sembrada en el suelo, aferrando contra su cuerpo a la chica que no levantaba la mirada, pero fue expulsada de manera brusca por él cuando la maldición cayó cerca—, parecía un insecto, una lombriz con rostro de cucaracha—. Algo asqueroso, como monstruoso. Satoru se levantó de inmediato, era diestro y muy perfeccionista en sus técnicas malditas. Esta maldición debió haber nacido de alguna bobería, porque era débil.

No le llegaba a los talones a las de categoría especial—, con las cuales sería muy divertido para él exorcizar—. Saliva brotaba de la asquerosa maldición. La rubia, de un ojo verde y otro café miró perdida la escena. Había visto maldiciones, como pequeñas y grandes, pero jamás a alguien que quisiera enfrentarlas. Estaba diestra en su energía, aunque algo ajena con lo que estaba sucediendo. Tenía su muslo al descubierto por la ruptura de su atuendo, así que se levantó tímida para ver al joven de complexión alta y delgada que la había sostenido de la mano, hasta alejarla del castigo que había soportado por años. No era tanto él, su voz o el aspecto que tenía, si no la maravilla que habitaba en sus ojos azulados que podían opacar a cualquier otro que se acercara. Ella camino descalza, quitándose sus zapatos para así mirar a la maldición.

—Técnica maldita, prisión de odio.—murmuró al cruzar los dedos y hacer una circulación, la detonación se llevó a cabo y la maldición explotó frente a Satoru.

La brisa del viento levantó el cabello de la joven rubia, quien miró frente a ella las viseras de la maldición que la hizo sentir asqueada, solo por su olor. Ella llevo su mirada hasta los ojos azulados de Satoru, quien la miró con detenimiento. A su favor estaba el pensamiento anterior—, se habían equivocado, esta era la persona a quien venían a buscar—. Lo supo desde que la vio parada en el kiosco y sintió su energía. Además, estaba desprotegida y no había nadie asegurándose de ella como con la persona que venían a buscar. Debía ser una trampa—, las personas que habían ideado el plan sabían que enviaran a chamanes para buscarla a ella e hicieron que pareciera que fuera el chico—. Un plan muy diestro que terminó siendo nulo.

—Nozomi.—la mención de aquel nombre ante una voz desconocida para Satoru hizo que este se girara, viendo como por el acantilado bajaba el chico de cabello rubio con prisa.

—Hermano.—pronunció ella, dirigiéndose descalza hasta los brazos del chico quien la aferró no sin antes observar que luciera bien.

—¿Creerán que no fuimos nosotros?—Satoru miró a su compañero, Suguru parecía ileso y sin un rasguño, se acercó mirando la emotiva escena.

—Dime algo.—pidió Satoru, mirando a los hermanos reunirse, con similitudes y facciones tan similares, parecían gotas de agua, a excepción de los ojos de la fémina.—¿Nos equivocamos de personas, o ellos solo nos ponían a prueba?—se cuestionó.

—Creó que te ponían a prueba, Satoru. Y lo descifraste.—musitó Suguru, mirando como la luz de la luna reflejaba la mirada de la susodicha que se giró para verlos fijamente.

Ojo a ojo. Se veían ella y Satoru, quien se sintió acorralado por dicha mirada—, pero era peor para ella, porque Suguru tampoco la dejaba de mirar—. Era su belleza, conjunto unos labios carnosos y gruesos. Hubiera sido imprudente no salvarla, quizás no lo entendía en ese entonces ninguno de ellos podía entender el destino cruzado y la razón por la cual debió ser el chamán albino quien debía salvarla esa noche. Flores de cerezo caían en aquel acantilado. Era ese el tono de sus labios que él llegó a ver cuando los colgantes de luz alumbraban, con la adrenalina no pudo ser capaz de inspeccionar cada una de sus facciones faciales, pero ahora con la natural luz de la luna, Satoru podían verla más detenidamente y no sentirse cohibido por eso. Nozomi Kimura parecía ser el ángel vivo de sus dulces sueños.

80 votos para el próximo capítulo.
Próximo capítulo: Mi salvador.

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