Capítulo_03

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•|| CAPÍTULO 3 ||•

Jimin sintió su sangre congelarse cuando se detuvo mirando a la cara desconcertada de Yun Hee.

—No… por favor no se lo digas a nadie —dijo, desviando su mirada
hacia los estudiantes en frente de la biblioteca.

—No lo entiendo—murmuró Yun Hee—. Pareces tan…
Sus palabras se apagaron.

—¿Normal? —terminó por ella, su tono amargo.

Su piel se enrojeció, y tuvo que admitir que adivinó correctamente.

—¿Cómo lo… cómo lo haces?

Lamió sus labios, mirando alrededor. No podía hablar con ella aquí, no con todos mirando, a lo mejor escuchando.

—¿Podemos ir a algún lugar, lejos de aquí? —preguntó, su tono
suplicante.

—Si, por supuesto.

Se sintió aliviado de que aceptara inmediatamente. Asintió, y caminó por el patio interior, su mandíbula apretada, tensión ondeando de él.
Ella tuvo prácticamente que correr para alcanzarlo mientras Jimin caminaba con pasos largos a través del campus.

—¿A dónde vamos? —preguntó, sin aliento.

No respondió, pero pronto se dio cuenta que la dirigía hacia el estacionamiento de estudiantes.
Casi pierde la compostura cuando caminó hacia una brillante, moto negra. Estirándose hacia una de las alforjas, sacó un casco y se lo pasó sin un comentario.

—Um, nunca he hecho esto antes —dijo, moviendo su mano sin poder contenerse hacia la máquina, y mordiendo su labio.
No respondió.

—¿Alguna vez has andado en bicicleta?

—¡Por supuesto!

—Es como eso. Solo sostente.

Balanceó su pierna sobre la motocicleta con gracia y le tendió la mano. Aceptándola, puso su mano sobre la suya, y depositando su confianza en él, Yun Hee subió detrás. Se estiró alrededor, buscando por la barra de agarre. No tenía una, y para hacer el punto claro, Jimin agarró
con las manos sus muñecas y jaló sus brazos alrededor de su cintura.
Su cuerpo se sentía cálido y muy sólido mientras lo sujetaba apretadamente, cerrando los ojos cuando el motor comenzó un rugido gutural. Rugió cuando pateo el soporte y salió a la carretera, y sus ojos se abrieron de golpe.
Aceleró, y Yun Hee se aferró, aturdida por la velocidad, euforia y un poco de miedo.

Manejaron alrededor de quince minutos, Jimin zigzagueando descuidadamente dentro y fuera del trafico ligero. A pesar del asalto a sus sentidos, gradualmente comenzó a acostumbrarse a la sensación
y
comenzó a disfrutar de estar cerca de Jimin. Luego el recuerdo de las
circunstancias que los llevaron ahí regresó de golpe, y su garganta se cerró.
A lo mejor lo entendió todo mal, pero entonces ¿por qué la miró de
esa manera? ¿Por qué le rogó no decirle a nadie? ¡Como si lo fuera a hacer!
¿Por qué se hallaba tan molesto?
La motocicleta comenzó a ir lento, y Jimin estacionó a un lado de una cafetería de aspecto barato, diseñada para parecerse a un viejo vagón de tren.
El repentino silencio mientras apagaba el motor fue alarmante.

Yun Hee tomó una respiración profunda y de mala gana liberó sus manos
de su cintura.
Sin una palabra, él desmontó y se quitó el casco.
Ella trató de tragar, cuándo la ira y el dolor en la cara de él fueron remplazados por una máscara de frialdad. Le pasó el casco en silencio, después lo siguió dentro de la cafetería. Se sorprendió cuando le sostuvo la puerta abierta.

Ese pequeño acto de educación la ayudó a aliviar la opresión que se construía en su pecho.
Se dejó caer en una cabina en la parte de atrás, y lo siguió, reacia a la próxima confrontación, pero ansiosa por conocer la verdad acerca de este hermoso y complicado chico.

Una mesera de mediana edad inmediatamente caminó con una jarra
de café que lucía lo suficientemente fuerte para curvar el cabello del pecho
de un búfalo, y llenó dos tazas sin preguntar.

—Gracias, Maggie —dijo Jimin, cansadamente.

—Cualquier cosa por ti, guapo —dijo, con una afectuosa sonrisa y un guiño a Yun Hee.

Se alejó antes de que tuviera el valor de pedir crema. Miró con fascinación mientras Jimin agregaba tres paquetes de azúcar a su café, estimulando la humeante infusión de mala gana.
Tomó su propia taza y le dio un sorbo. El café era fuerte, pero no tan desagradable como pensó.

Jimin se recostó en la cabina y cerró sus ojos.
Lucía perdido y vulnerable, pero cuando sus ojos se abrieron y la miró, su expresión una vez más era fría.

—¿Qué quieres de mí?
Repitió las palabras que le soltó en el patio, pero ahora su voz era monótonamente fría.
Yun Hee tembló.

—Solo quiero saber… si me encontraba en lo correcto.

—¿Por qué te importa?

—Solo… podría ser peligroso… si la gente no sabe sobre… ti.
Elevó sus cejas con incredulidad.

—¿Peligroso?

—Sí —dijo, tratando de contener sus nervios—. En la biblioteca, no oíste la alarma de incendios, ¿o sí?

—¿Me estas preguntando o me estás diciendo?

—Um, ¿preguntándote?

Suspiró, y estudió la mesa con injustificado interés. Necesitando algo que hacer con sus manos, puso una pequeña pila de sal en la mesa y comenzó a dibujar patrones con sus dedos. Trató de ordenar sus
pensamientos, preguntándose cuanto le podría contar, cuánto podría
confiar en ella.

Yun Hee retuvo las triviales palabras que quería decirle para que dejara de hacer un desastre en la mesa. Daniel iba a hablarle, lo sabía, y no quería interrumpirlo.

—Usualmente me siento dándole la espalda a la pared así puedo ver lo que los demás están haciendo —dijo finalmente—. Eso usualmente me da una pista.

Lo miró.

—No te quisiste mover, y tuve que sentarme frente a ti así podía leerte los labios para saber lo que decías. —Se encogió de hombros—. Soy más cuidadoso cuando estoy solo.

Se sintió horrible. Su negativa a cambiar asientos, su mala actitud, todos los injustos pensamientos que tuvo sobre él. No era un
mentiroso. No era un idiota. Pero ella, Yun Hee, era una perra de primera clase con una actitud engreída y egoísta de un kilómetro de ancho.

—Lo siento —susurró.
Asintió y suspiró otra vez.

—Sí, me dicen eso seguido.
Bajó la vista, y empujó la pila de sal en otra dirección.
Puso su mano sobre la de él, forzándolo a mirarla.

—Lo siento porque he sido una perra contigo.

Le dio una pequeña sonrisa, y gentilmente deslizo fuera su mano, dejándola en su regazo.
Avergonzada, también jaló su mano, y ambos sorbieron sus cafés para tener algo que hacer, algo que aliviara el espantoso silencio.

—Así que… ¿Puedes leer los labios? —dijo, por último.

Asintió, mirando su cara.

—¿Es… es por eso que no tomas notas durante las conferencias?

Asintió otra vez. —Si trato de tomar notas, me perdería media conferencia.

—¿Pero no es eso realmente difícil?

Se encogió de hombros. —Soy muy bueno recordando cosas: escribo las notas más tarde, me ofrecieron una computadora de asistencia de captura en tiempo real, pero… prefiero hacerlo a mi manera.

—¿Así que tus maestros saben?

—Sí.

—¿Alguien más?

—¿En la escuela? Solo tú.

—No entiendo, ¿por qué estás tratando de mantenerlo en secreto? No es algo por lo que sentirse avergonzado. Quiero decir, lo has hecho impresionantemente para llegar tan lejos…

—¡No! —gruño—. ¡Malditamente no actúes de manera condescendiente conmigo!

—¡No lo hacía! Yo…

—Sí, lo hacías, maldición. Sólo eres como el resto. Lo has “hecho impresionante” ¿es lo que dices? ¿Por qué tendría que ser algo más que “impresionante” el que vaya a la universidad? Soy sordo, no estúpido.
Era la primera vez que alguno de los dos decía la palabra, y Yun Hee
palideció.

—¡No quería decirlo así! Lo siento, yo…
Miró dentro de su taza de café y sintió lágrimas escocer sus ojos.
Parecía que no podía decir nada sin empeorarlo. No podía imaginarse cuán
difícil era para él. Sabía lo difícil que era buscar universidad, pero por lo menos era normal. Luego se odio a si misma por pensar de esa manera.

Aun así, su desafío debió de haber sido más difícil que el suyo. Y luego se dio cuenta de cuán terriblemente debió de haber sido, no ser capaz de unirse a un grupo de conversación, no ser capaz de hablar sobre la últimas canciones o bandas, no escuchar por casualidad los chistosos o
raros comentarios que la gente hacía, no ser capaz de tocar su violín, no ser capaz de oír su propia voz, su propio canto. No se podía imaginar la vida sin su música, sin sonidos.

Pero esa era la realidad en la vida de Jimin. Con razón se envolvía a sí mismo en una fachada de hostilidad, tratando de mantener a todos alejados de él.

—Te vi bailando en el club —dijo, de repente recordando su sucio baile, y sintiéndose confundida—, con tú nov… con la chica. ¿Cómo lo…?

Sonrió rígidamente. —Puedo sentirlo —dijo—. Puedo sentir el ritmo de la música a través del piso, las vibraciones. Nadie nunca lo ha notado… que estoy sordo… cuando estoy en un club, tampoco nadie puede escuchar ni una mierda en esos lugares. Encajo bien. Es el único lugar en
el que podrías decir que tengo una ventaja. Otras personas tienen que gritar para ser escuchadas, yo puedo leer sus labios.

Su tono era mordaz.
—¿No puedes… um… no puedes escuchar nada? Me preguntaba
porque suenas tan…

—Ibas a decir “normal” otra vez, ¿verdad? —dijo, acusadoramente.
Yun Hee mordió su labio y asintió lentamente.

—Lo siento —
murmuró.

—¿Y todavía te preguntas porque no quiero que nadie lo sepa?

Levantó la mirada, viendo solo dolor y frustración en su mirada.

—Porque no quiero ser definido por esto —dijo, con voz suave—. Cuando la gente sabe que tienes… una discapacidad, Cristo, odio malditamente esa palabra, te tratan diferente. La mitad del tiempo ni
siquiera se dan cuenta que lo están haciendo. Odio todos los malditos
estereotipos. —Dejó caer la cabeza en sus manos—. Lo odio. Lo odio,
maldición.

Ella no sabía qué decir o cómo comportarse. Era difícil el entender
que tenía esto en su vida… problema, asunto, discapacidad… ¿Cómo se
suponía que lo llamara?

—Soy malditamente patético —murmuró—. Dos semanas, lo logré… solo por dos semanas antes de que alguien, antes de que tú, lo adivinaras.
Lo miró a los ojos.

—Si no hubiera sido por la alarma de incendios, no estoy segura que
lo hubiera notado. —Le dio una pequeña sonrisa—. Solo pensé que eras un idiota por ignorarme, algunas veces.

Su cara se suavizo ligeramente y trató de sonreír, aunque parecía quedarse atorada en las esquinas de su boca.

—Pero Jimin, no entiendo por qué prefieres que la gente piense que
eres un idiota… en lugar de que sepan que eres sordo.

Se encogió de hombros.
—Los idiotas son normales. Ser sordo… me hace diferente. No quiero
ser diferente.

Yun Hee pasó sus ojos por sus tatuajes y fijó su mirada en el arete en su ceja.
—Creo que lo quieres.

—¿Qué?

—Creo que quieres ser diferente. Por la forma que luces.

La miró y negó con la cabeza lentamente.

—No lo entiendes.

—Lo estoy tratando.

—Sí, supongo que lo estás.

—¿Me… me dirías sobre eso? ¿Cuándo comenzó? Quiero decir no
naciste sordo, ¿verdad?

—¿Qué es lo que quieres, mi jodida historia de vida?

—Sí, si puedes manejar no maldecir entre cada palabra.

La miro con asombro, luego rio en voz alta.

—¡Eres chistosa!

—¡Encantada de hacerte reír! —Resopló, aunque no se hallaba molesta. Era bueno verlo sonriendo otra vez.

Pero su sonrisa se desvaneció rápidamente.

—No quiero que nadie más lo sepa.
Quiero decir, nadie.

—Lo prometo, Jimin. Además, es tu secreto para contar, no mío.

Asintió lentamente.

—Supongo que tendré que confiar en ti.

—Supongo que sí.

—Bien, pero necesitaré otro maldito café.

—Oye, ¡Sin maldecir! ¡Lo prometiste!

—¿No puedo decir maldito?

—Prefiero que no lo hagas.

—¿De casualidad tu padre es un pastor?
Yun Hee rodó los ojos. —¡Tan cliché! ¿Pensaste que por qué no me gusta maldecir tengo que ser Holy Roller? ¿Ahora quien está estereotipando?

Fue salvado de contestar cuando Maggie llegó para llenarles sus
tazas de café.

—¿Quieres comer algo con eso, Minie? ¿O tú amiga?

Jimin miró a Yun Hee. —¿Tienes hambre?

—No realmente, pero gracias.

—Estamos bien aquí, gracias, Maggie.

—Te traeré lo usual —dijo—. Y no me ruedes los ojos Park Jimin. Sé que no tienes nada de comida en casa.

—Gracias Maggie —murmuró, sonando disciplinado mientras la mesera se alejaba.

Yun Hee elevó sus cejas.

—Minie, ¿eh?

Sonrió. —Sí, bueno, me conoce desde que era un niño. Es la única
que me dice así.

—No lo sé, creo que te queda, Minie.

—Sigue así, hija del pastor.

Frunció el ceño y Jimin no pudo evitar reírse de ella otra vez.

—Así que, ¿Cómo escogiste esta universidad? —dijo, tratando de
hacer conversación.

Se encogió de hombros.

—Tiene un gran programa de negocios, soy bueno en economía. Y tengo una beca parcial, ¿tu?

—Fue más decisión de mamá y papá. Sabía que quería hacer música y hay un programa de música, así que me estoy preparando para ser maestra de música.

—¿Es eso lo que quieres?

—No realmente, pero es lo suficientemente cerca.

Cuando Maggie llegó con un plato de huevos, tocino y polenta, Jimin se apresuró a comer como un hombre famélico.

—Guau, supongo que realmente estás hambriento —dijo, sus ojos a punto de salirse de su cabeza, sorprendida por la velocidad con la cual absorbía todo en un suspiro.

—Mmm —dijo, en medio de un bocado de huevos y tocino—. No tuve la oportunidad de comer algo ayer.

—¿Qué? ¿Nada de nada?

—Uh. Uh —murmuró, negando con la cabeza.

—¿Por qué no?

Tragó el último bocado y se estiró por su café.

—No he comprado comestibles. Además, nunca duran mucho, así que no vale la pena hacerlo.

Yun Hee negó con la cabeza, confundida.

—¿Tu mamá no compra los comestibles?
Tan pronto como hizo la pregunta se dio cuenta que otra vez metió la
pata enormemente.

—Mis padres murieron, hace como dos años —dijo, mirando a un punto en la pared detrás de ella—. Ahora solo somos yo y NamJoon, mi hermano.

La respiración de Yun Hee salió fuera de sus pulmones.

—¿Cómo?

—Accidente de auto.

Todo lo que podía hacer era asentir en simpatía. Jimin nació con inteligencia y buena apariencia, pero en unos pocos años perdió a sus padres, su audición, una gran parte de su orgullo y dignidad, junto con esperanza, al parecer.
No podía comenzar a entender cómo funcionaba, levantarse solo por la mañana e ir a la escuela a estudiar. Debe de ser fuerte, decidió. Muy
fuerte.
Su corazón creció con admiración por él, luego fue consumido con dolor por la vida que le fue dada.

—Lo siento —repitió, sin poder evitarlo.
Se encogió de hombros.

—La vida apesta.

Estiró sus brazos por encima de su cabeza, su playera se elevó y apretó sobre su pecho. Las mejillas de Yun Hee comenzaron a arder, y luego se sintió horrible por tener pensamientos lujuriosos cuando él había desnudado su alma. Era una persona horrible.

—¿Qué hay sobre ti? —dijo—. ¿Cuál es tu historia?

—Nada interesante —dijo rápidamente.

—Dime de todas maneras.

—Realmente no hay nada que decir.

Frunció el ceño. —Así que me interrogas sobre mi vida, pero no quieres decir nada a cambio.

—No, quiero decir… es aburrido. ¿Qué quieres saber?

—Dime sobre tu familia.
Suspiró.

—Mis padres son Haneul y Hyung. Ambos son maestros de secundaria, matemáticos. Tengo un hermano menor, JungKook, tiene trece años. Es un completo dolor en el… bueno, un dolor, pero lo extraño de
todas formas. Está interesado en las cosas usuales, fútbol, juegos de computadora, e interesándose sobre las chicas. —Se estremeció—. Tiene un poster de Megan Fox en su pared. Mamá le dijo que deshumanizaba a las mujeres, pero creo que a papá le gusta, el poster, quiero decir.

—Sí, bueno, ¡Ella es caliente!

—¡Ugh! Eres tan chico —se burló.
Le guiñó, y no pudo evitar sonreírle.
—¿De quién tienes posters en la pared en tu casa? —se burló.

—¿Por qué? ¿Quieres ver mi habitación? —le preguntó, elevando una ceja, la que tenía el arete en ella—. Porque tengo que decirlo, no creí que fueras ese tipo de chica.

Lo miró, completamente sin palabras.
Sonrió, concluyendo que ganó esa ronda de batalla verbal.

—¿Te han besado, YH? —dijo, inclinándose hacia adelante y mirando
sus ojos, una sonrisa escondida detrás de ellos.

—¡No seas un tonto! —espetó.

—Creo que no —dijo con suficiencia.

—Si me han besado —tartamudeó—. Mucho.

Era una maldita mentira, pero no existía ni una manera en que admitiera eso.

—Es bueno saberlo —dijo recostándose, sonriendo.

—Bien, ¿qué hay sobre ti?

—Sí, me han besado. Mucho.
Rodó los ojos.

—Quiero decir, ¿Tienes novia?

—¿Por qué, te estás ofreciendo?

—No sé porque me molesto —dijo.
Le devolvió la sonrisa.

—No, no tengo una novia. ¿Algo más que quieras saber?

Yun Hee mordió su labio.

—Pregúntame —motivó—. No contestaré si no quiero.

—Me parece justo. —Hizo una pausa—. Bueno, me preguntaba… cuando, um, cuando tu… cuando… lo siento, no importa.

Su expresión juguetona se desvaneció, y podía patearse a sí misma.

—Seguimos volviendo a la misma mierda, verdad —dijo, su voz enojada—. Esto es el por qué estoy harto de esto, porque odio hablar sobre esto. Es tan malditamente fascinante para todos los demás, pero esta es mi vida y sé lo que he perdido. Cada maldito día se lo que he perdido. Veo
que vas a ir a ensayar con Roy y los chicos, y jodidamente me mata. Nunca tendré eso de nuevo; nunca escucharé esa música. ¿Y sabes qué? Estoy comenzando a olvidar. Algunas veces creo que escucho música en mi cabeza, pero ya no estoy seguro.
Cerró sus ojos, después habló otra vez. —¿Crees que es lo mismo para las personas ciegas? Quiero decir, si solían ser capaz de ver… ¿Pueden recordar los colores? ¿Piensan en colores, sueñan con colores? Algunas veces pienso que puedo escuchar música en mis sueños…
La garganta de Yun Hee se cerró severamente, y se sintió responsable
por hacerlo sentir así. Y tenía la responsabilidad de contestarle.

—Sí, creo que lo hacen. Quiero decir, creo que yo lo haría. Sabes, Beethoven siguió componiendo aun después de que quedó sordo.

—Si, como si nadie alguna vez me lo hubiera dicho —dijo, mordazmente.

—No lo hace menos verdadero —dijo, en voz baja.

Suspiró.

—Mi… condición… es llamada perdida idiopática neurosensorial de la audición, lo cual significa que no tienen ni una maldita pista. Creen que a lo mejor fue un virus, pero realmente no lo saben. Comenzó después de que empecé la secundaria. Lo primero fue que me metí en problemas, los
maestros decían que no me concentraba, o que estaba siendo un listillo no
respondiéndoles. Una maestra realmente lo tomó en mi contra, la Srita. Francis. Tenía una de esas malditas voces agudas, y no podía escuchar ni una mierda de lo que decía. Pierdes los sonidos altos primero, la recepción de tonos bajos toma un poco más. Era tan tonto para decirle a alguien que tenía problemas.
Se detuvo y bajó la vista.

—Luego mis calificaciones comenzaron a bajar. Me metí en peleas y mis padres fueron llamados muchas veces. Uno de mis maestros fue el primero en adivinar lo que pasaba. Fui enviado a hacerme exámenes… para el momento que tenía quince años. Tenía de moderada a severa
perdida de la audición.

Restregó sus manos por su cara.
—La escuela dijo que no podían “lidiar” conmigo. Así que… mis padres me enviaron a una escuela especial. Cuando ellos… cuando murieron, me quedaban solo dos años más, así que… me gradué, y juré que nunca viviría así. No quería esa etiqueta de “discapacidad”,

“diferentemente capaz” maldita sea. Malditamente lo odio. —Se pausó—.
Entonces perdí toda mi audición. Tengo algo de audición en mi oído izquierdo, pero ya no estoy seguro de eso. No escuché la maldita alarma de incendios. A lo mejor no podría escuchar una estúpida bomba siendo lanzada, no lo sé.
Yun Hee no se dio cuenta de que contenía la respiración hasta que sus pulmones comenzaron a doler.

—¿Y las prótesis auditivas no ayudan?
Jimin hizo una mueca.

—Seguro, si quieres que la gente te trate como un maldito retrasado.

—¡No toda la gente!

—No me digas como es, joder. La gente dice mierda como: “Oh, hablas realmente bien”, como si me estuvieran dando una palmada en la espalda o algo así.

—¿Así que… no hay… no hay esperanza? ¿Los doctores…?

Negó con la cabeza. —Nah. Soy uno de sus “casos en el peor escenario”. Memorable, podrías decir.

Yun Hee se sintió ligeramente enferma, pero se detuvo.

—No deberías de renunciar a la esperanza, Jimin. Los científicos hacen avances todo el tiempo. Podrías… no lo sé… ser parte de un ensayo o algo. ¿Qué hay sobre esos implantes de los cuales he escuchado?

Negó con la cabeza otra vez.

—Solía pensar así, pero he tenido suficiente de ser una maldita rata
de laboratorio. He pasado demasiado tiempo en hospitales y clínicas,
hecho diferentes exámenes, he sido medido para diferentes prótesis de
audición, cada una más malditamente inútil que la anterior. No podría soportar pasar por todo eso otra vez… la esperanza. Malditamente te mata.

Lucía tan roto, que no quería nada más que tratar de consolarlo, pero antes que pudiera pensar en algo, negó con la cabeza, como si fuera
demasiado claro.

—Jódeme —dijo—, eso sonó como una maldita telenovela. ¿Quieres ir a hacer algo divertido?

La cabeza de Yun Hee giraba por su cambio de humor.

—Está bien —dijo, con incertidumbre—. ¿Cómo qué?

—¿Confías en mí?

—No.

Sonrió.

—¿Qué es lo que puedes perder?

—Um, ¿Mi vida, mi reputación, mi cordura?

Jimin se rio.

—¿Eso es todo? Vamos. Te devolveré a tu dormitorio en una pieza. Sin embargo, no puedo decir sobre tu reputación si eres vista conmigo.

Yun Hee pretendió suspirar.

—Supongo que tendré que vivir con eso.
Media hora después, miraba con la boca abierta sorprendida, su quijada firmemente en el piso.

¿Realmente? ¿La llevó a los videojuegos?

—¿Cuántos años tienes? ¿Trece? —dijo en completa incredulidad.

—No, bebé, soy todo un hombre —lo dijo con una sonrisa, guiñándole—. ¿Quieres que lo pruebe?

Cruzó los brazos sobre su pecho y trató de lucir severa.

Jimin solo le sonrió.

—Aw, ¡Vamos! Será divertido. Podemos comer papas fritas, beber refrescos, y dispararle a algunas cosas. ¿Cómo puede no gustarte?

Tomó su mano y la llevó dentro. Su emoción era contagiosa, era como un pequeño niño, sus ojos brillando. Tenía que admitir que le gustaba su lado juguetón. Era muy serio la mayoría del tiempo.

Cambió diez dólares en fichas y le entregó una pila.

—Uh-uh, creo que te miraré.

Le sonrió y se dirigió a una máquina llamada MotorStorm Apocalypse.

—Esta es asombrosa.

Por casi una hora, Jimin jugó en varios juegos. Se hallaba asombrada mirándolo actuar como un niño hiperactivo, le recordaba a su hermano. Cada vez que ganaba o que su marcador fue alto, se giró y le dio una enorme sonrisa. Inclusive persuadió a Yun Hee de jugar juntos en
Project Gotham Racing, y luego le pateó el trasero en todas las cuatro
pistas de la ciudad.

Negándose a la revancha, se alejó para conseguir la promesa de papas fritas y refrescos con un billete de diez dólares que él insistió que tomara de su cartera, luego se sentaron en un par de sillas de plástico y
miraron a un grupo de chicos de último año de secundaria pelear en Ridge
Racer.

Tenía que admitir que a pesar de ella misma, se divirtió. Lo único que la perturbaba era que era muy fácil olvidar que Jimin era sordo.

Muchas veces le hablaba cuando se encontraba de espalda, antes que
recordara tocarle el hombro.

Podía ver lo fácil que sería para las personas el encontrarlo indiferente o grosero. En cierto modo podía entender lo que dijo sobre no querer que la gente supiera, pero realmente no podía entender por qué prefería que la gente pensara que era un idiota. Recordó el proverbio que
su mamá le repitió tantas veces: tienes que caminar un kilómetro en los zapatos de otro hombre antes de juzgarlo.

Suspiró, dándose cuenta que tenía mucho que aprender.
Eventualmente decidió que se hacía tarde y que le prometió a Min Hye que saldrían juntas esa noche. Una gran parte de ella habría sido feliz de quedarse con Jimin, pero una promesa era una promesa.

Se ofreció a llevarla a su dormitorio, y Yun Hee aceptó con gratitud.

Pero cuando la dejó, su cara era ansiosa.

—Um, Yun Hee, no le dirás nada a nadie, ¿verdad?

—No, lo prometí. Como dije, no es mi secreto por contar —repitió.
Parecía aliviado.

—Así que, deberíamos de reprogramar nuestra sesión de estudio —le
recordó.

—Sí, supongo que deberíamos. Dame tu teléfono, agregaré mi
número.

Sin palabras, le pasó su teléfono al chico más caliente de toda la universidad, tratando de no sonreír mientras tecleaba su número en su lista de contactos.

—Solo ponme un buen tono, ¿Está bien? —dijo, una mirada entretenida en su cara.

—Te pondré a Celine Dion —dijo—. Nunca lo sabrás.

Una mirada de incredulidad pasó por la cara de Jimin, luego echó su cabeza hacia atrás y rio.

—Eres una mujer dura, me gusta.
Después deslizó la pierna por encima del asiento de su motocicleta, y despegó hacia el cielo oscuro.

Con sus palabras sonando en sus oídos, se abrazó a sí misma, y después se fue dando saltitos a su dormitorio.
¡Le gusto!

Antes de que pudiera poner su llave en la cerradura, la puerta se abrió y Min Hye la arrastró dentro.

—¡No me digas que acabas de tener una cita de estudio de cinco horas con el Sr. Alto, moreno y deliciosamente peligroso! —gritó.

Yun Hee se rio nerviosamente.
—Algo así. Estudiamos por un rato… —Un muy corto rato, pensó—. Luego salimos por un rato. Eso es todo.

—¡No me digas! ¿Así que, fue como una cita? ¿Te besó? ¿Tuviste alguna acción con lengua? ¡Escúpelo!

—¡No! Te lo dije, estudiamos y luego tomamos un descanso.
Es…agradable.

—¡¿Agradable?! ¡Oh, no te vas a salir con la tuya con decir que el chico más caliente de todo el campus es agradable! ¡Por favor!

—Um, bueno, me dio su número de teléfono, pero solo para que podamos programar otra cita de estudio.

Los ojos de Min Hye casi se le salieron de su cabeza, demasiado
abiertos.

—¿Te dio su número de teléfono? ¡Oh mi dios! ¡Estoy tan celosa! Prométeme que la próxima vez lo vas a follar sin sentido hasta que esté con los ojos cruzados y no pueda caminar sin muletas, luego me darás
todos los detalles, con notas escritas. ¿Está bien dotado?

—¡No puedo creer que dijeras eso! —chilló.

—Estoy recopilando un expediente —dijo Min Hye, sacando una brillante carpeta morada—. Enlista los nombres de veinte chicos calientes del campus con todos los detalles. Jimin y el Sr. Camisa Roja están
empatados en primer lugar, y necesito estadísticas vitales. ¿Qué tan alto
es?

Se rindió, decidiendo que era más fácil seguir el loco plan de Min Hye que tratar de pelear.

62

—Um, bueno, es más alto que mi papá, supongo, pero no mucho, así
que debe de medir alrededor de un metro ochenta.

(Nota admi: si claro, ustedes haga de cuenta que Jiminie mide 1.80 xD)

—Excelente —dijo Min Hye, lamiendo la punta de su lápiz y escribiendo en su cuaderno—. ¿Color de ojos?

—Avellana con tintes dorados y verdes, y pestañas realmente largas.

—Hmm, así que estuviste muy cerca —dijo Min Hye, levantando una ceja.

Un ligero tono rosa calentó sus mejillas.

—Estuve sentada enfrente de él en la biblioteca por mucho tiempo, no pude evitar darme cuenta.

—Oh, está bien. ¿Tatuajes?

—Bueno, sí. No vi bien todos esos, obviamente…

—Obviamente…

—Pero los tiene en ambos brazos y a lo mejor a través de su espalda.
No estoy segura.

—Hmm, interesante. ¿Aretes en los pezones?

—¡¿Qué?!

—Ese es el rumor, que tiene dos aretes en los pezones.

—Yo… yo…. —tartamudeó.

—Oh, bueno, ve si puedes averiguarlo la próxima vez. Y averigua si tiene otras perforaciones, otra aparte de su ceja, por supuesto.

La cara de Yun Hee era escarlata. —¡No le puedo preguntar eso!

—Te puedo dar una copia de la lista para que se la des si quieres —dijo Min Hye, luciendo casi seria.

Negó con su cabeza tan duro que temía que desplazaría su cerebro junto con toda conversación racional.

—¿Qué tan frecuente le echan un vistazo otras chicas?

Esa pregunta era fácil de contestar.

—Huh, todo el tiempo.

—Así que diez de diez por ser visualmente follable —confirmó Min Hye.

Tenía que otorgarle esa.

—¡Oh! ¿Tiene una perforación en la lengua?

Yun Hee levantó la vista tratando de recordar si vio alguna señal de un arete en su lengua.

—No lo creo.

—Lástima. Probablemente tendré que quitarle puntos por eso.

—Sí, pero tiene una motocicleta.

—¡Oh Dios, sí! No puedo creer que montaste en ella. Eres tan
afortunada, Yun Hee.

El comentario la puso seria inmediatamente. Sí, tenía suerte. Era
una maldita afortunada. Tenía una familia que la amaba; tenía su audición. Y tenía su música.

Jimin perdió todo eso.
El expediente de Min Hye fue creado para ser divertido, pero no podía evitar preguntarse qué diferente sería juzgado Jimin si la gente supiera la
verdad.
* * *

Jimin no tenía otra opción que confiar en Yun Hee. El pensamiento lo molestó como el infierno. Sabía por experiencia que la mayoría de la gente te defraudaba más temprano que tarde. Seguro, parecía como si estuviera al nivel, parecía agradable. Pero no la conocía, y eso lo ponía
nervioso.

Todo lo que podía hacer era esperar y ver.

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