₀₀. crimson mirage

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˚ ༘ 𝒟𝐀𝐖𝐍 🌅
꒰‧⁺ ⇢ ❝ 𝒫RÓLOGO ¡! ❞ ˊˎ
- ̗̀ ๑❪( ◌⁺ ˖˚ ಿ espejismo carmesí.

( estética del título encima del gif, así como en los
demás capítulos, hecha por trgdycoils )

MORANA ZORESLAVA MATÓ A SU MADRE.

Bueno, tal vez eso fue sólo una mera exageración. No había asesinado a su madre. Y para ser justos, culpaba a su padre de maldecir a Yelena Zoreslava con una hija que corrompería su ser, dejándola frágil para morir finalmente a manos de una mera plaga que había envenenado las calles de Ketterdam.

Un día estaba allí y al siguiente ya no. Su cuerpo había sido trasladado a la Barcaza del Segador y, más pronto que tarde, Morana había sido desalojada de su pequeño piso de Stave Oriental. Los barrios bajos de la ciudad empezaban a pudrirse a causa de las enfermedades, los cadáveres llenaban las calles y el pánico se extendía por todos los rincones de la ciudad cerrada.

Encontrar un navío que saliera de la ciudad fue más difícil de lo que pensaba, pero Morana consiguió abandonar las decadentes calles del Barril sin contagiarse de la plaga, o mejor dicho, sin morir a causa de ella.

Y así, la Plaga de la Dama de la Reina había arribado y Morana se había marchado. No podía haber dos plagas corrompiendo las calles de la torcida ciudad. Su madre había muerto, así que realmente, ¿qué tenía en Ketterdam que la llevaría a quedarse?

Morana era joven cuando salió de Kerch por primera vez y viajó a Shu Han, escondida entre los barriles de pescado salado y especias del barco mercante. Y en Shu Han, bueno, se las apañó con mentiras bien urdidas y trucos que sólo el haber crecido en Ketterdam podría haberle enseñado. Además de un par de buenas ilusiones, que eran su especialidad.

No llegaría tan lejos como para llamarse Grisha, los Santos lo sabían, su madre nunca se atrevió a hacerlo, Yelena prefería llamarla abominación. A Morana le parecía bien lo segundo, tenía su gracia, la hacía sonar antinatural, lo cual no debía de estar muy lejos de la realidad.

Morana Zoreslava podía doblar y manipular la oscuridad y la luz a su alrededor a su antojo, tejiendo hilos de luz y sombra para crear deslumbrantes despliegues de luz que podían engañar al ojo desnudo. Ilusiones. Espejismos. Imágenes enloquecedoras que dejaban a hombres adultos chisporroteando a su paso.

Estaba segura de que era la Pequeña Ciencia, tenía que serlo. No podía invocar de la nada, y en completa oscuridad no podía controlar la luz, y viceversa. Descubrió que al amanecer era cuando era más poderosa, cuando era más rápida y fuerte y sus heridas se curaban con una rapidez antinatural. En esos momentos, cuando el sol se elevaba en el cielo, Morana se sentía más viva y, sin embargo, cuanto más poder utilizaba, más la afectaba.

Por eso, ella no iría tan lejos como para llamarse Grisha. No brillaba por usar la Pequeña Ciencia, palidecía. No la dejaba sana y alegre, más bien le pasaba una factura extenuante a su mente y a su cuerpo, como si hubiera estado corriendo durante horas.

Pero con sus ilusiones, vivir en Shu Han funcionó durante unos años. Permitiéndose a sí misma intentar arreglárselas sin alboroto, sin corromper a otra madre con una plaga; no es que tuviera de sobra, su única madre ya se había ido. Funcionó bien hasta que dejó de hacerlo. Hasta el día en que la encontraron.

«Las mentiras sólo te alcanzan si las dejas», solía decirle su madre. «Corre más rápido, Morana».

Y lo hizo. Huyó de la gente que la perseguía en Bhez Ju, llamándola por el nombre de su madre a través de la oscuridad de la noche. Porque nadie sabía que existía, y su madre, su pobre y difunta madre, era a quien perseguían.

Afortunadamente para Morana, parecía la viva imagen de Yelena Zoreslava. Afortunadamente en el sentido de una completa putada.

A la queridísima madre le encantaba recordarle a Morana, entre lecciones de vida y consejos de muerte, que ella era la única razón por la que su vida estaba arruinada. Que los espías de su padre sólo la perseguían porque tuvo que huir de él cuando descubrió que estaba embarazada. Que quería demasiado a Morana como para dejar que él la corrompiera, pero que eso no significaba que no fuera la pequeña y adorable abominación destructora de vidas de su madre. Yelena Zoreslava tenía mucha labia.

Ahora su madre estaba muerta, la ruina completa, y perseguía alegremente a su hija desde la tumba, asegurándose de que si alguien miraba hacia ella lo único que viera fuera una novia a la fuga (no es que Yelena hubiera estado a punto de casarse con el padre de Morana). Y los espías no podían notar la diferencia. Su madre había sido Grisha, la vida había planeado que envejeciera lentamente, y que tardara más tiempo en pudrirse a diferencia del ser humano normal; lástima que había sido envenenada por su hija.

Morana entró a trompicones en el puerto de Bhez Ju tras perder al par de personas que la perseguían en las abarrotadas calles de la ciudad. El olor del océano le llegó a la nariz mezclado con el miserable olor del pescado crudo y podrido. Arrugando la nariz, Morana jadeó, mirando a través de los muelles, en busca de un barco sin bandera, uno privado. Sus ojos se entrecerraron cuando miró al final de los muelles, donde un barco se mecía en el agua, con dos largos mástiles izados, las velas de color negro y la madera podrida claramente en la noche. La temida bandera de calavera y huesos cruzados de un barco pirata ondeaba al viento.

Suspirando y mirando hacia el callejón por el que había venido, Morana sacudió la cabeza.

—Más vale un "ups" que un "y si..." —murmuró para sí mientras corría hacia el barco pirata, recitando las palabras que su madre le había enseñado tan amablemente, palabras que solían ir seguidas de una mirada de reproche en su dirección.

Morana no tardó en entrar en el barco, pero en cuanto puso un pie en la cubierta principal, una espada atravesó el aire y se detuvo en su garganta. La sensación del frío metal y el olor a ron que rezumaba su portador no ayudaron a Morana a asegurarse de que había tomado la decisión correcta al adentrarse en un barco pirata.

—¿Está perdida, señorita?

Sus ojos miraron a un lado y se encontraron con la sospechosa cara de un pirata barbudo que posiblemente la doblaba en tamaño y que necesitaba desesperadamente una dentadura nueva. Morana hizo lo posible por no mirar demasiado su oscura barba, que goteaba (lo que supuso que era) ron alrededor de la boca.

Hizo una mueca.

—¿Parlamento?

El gran pirata soltó una carcajada como un ladrido y retiró la espada, haciendo un gesto con la cabeza a un par de tripulantes que estaban detrás de ella, y en cuanto se vio libre de la espada, los brazos de Morana fueron agarrados por la espalda por dos tipos que parecían no conocer el significado de un baño o del espacio personal. Ella resopló molesta.

—Parlamento —repitió el gran pirata con una sonrisa. Abrió los brazos e hizo una reverencia—. Aquí está el capitán, señorita. Barba Azul a su servicio.

—Su barba es negra.

—No solía serlo.

—¿Cómo es que ha cambiado? —preguntó Morana, tratando de mantener la mordacidad de su tono, la sonrisa burlona de sus labios, y la fulminante mirada de sus ojos mientras los hombres que la sujetaban de los brazos parecían estar demasiado cómodos sujetándola.

—Los mares estaban celosos de su color.

—Naturalmente —Morana asintió, frunciendo los labios mientras miraba de reojo a los hombres que tenía detrás—. Capitán Barba Azul, si no le importa, prefiero hablar sin ser manoseada.

Barba Azul se encogió de hombros y se apoyó en el mástil del centro de la cubierta principal.

—No os hacen daño, señorita. Y yo prefiero no tener extraños no bienvenidos en mi barco —entrecerró los ojos—. ¿Qué quiere?

—Un lugar temporal en su tripulación —respondió Morana al instante. Su mirada se detuvo un instante en el puerto, y sintió alivio al no ver a nadie más que a los pescadores de unos muelles más allá y al borracho errante que había conocido en el callejón.

—¿Y qué es lo que ofrece? ¿Aparte de mala suerte en mi barco?

—¿Buena suerte? —ofreció Morana dócilmente.

Barba Azul soltó una carcajada e hizo un gesto con la espada. Entonces los dos hombres que la sujetaban empezaron a arrastrarla hacia el borde del barco, los listones de madera crujían bajo sus pies mientras intentaban devolverla al puerto. Los ojos de Morana se abrieron de par en par.

—¡Espere! ¡Puedo ayudar! Le garantizo que si me mantiene en su tripulación... em, ¡será más rico por la mañana!

Los hombres dejaron de moverse y Morana fue empujada fuera de su alcance, hasta la cubierta principal, donde fue rodeada por los miembros de la tripulación, a cada uno le faltaba más miembros que al siguiente, cada uno la miraba con sospecha en los ojos y aprensión. Morana encontró a Barba Azul con la cabeza ladeada, evaluándola.

—Muy bien, señorita, ¿y cómo hará eso?

Morana apretó la mandíbula y suspiró antes de hablar:

—Su tripulación y usted mismo tienen que jurar por el código guardar mi secreto entre los mares. No puede llegar a oídos importantes, de lo contrario, cualquier riqueza que tengáis desaparecerá.

Él frunció los labios y miró alrededor de la cubierta. Había murmullos entre la tripulación, pequeños gritos de quejas y acuerdos imperceptibles.

—¡Juremos y arrojémosla a los tiburones! —gritó un hombre y Morana se quedó boquiabierta.

Finalmente, Barba Azul cedió.

—Lo juramos, señorita, pero si no somos ricos por la mañana paseará por la plancha, ¿entendido?

Entonces el barco zarpó y Morana fue conducida al interior del camarote del capitán. Era más grande por dentro de lo que parecía por fuera. Las riquezas llenaban todas las superficies, las monedas de oro servían de pisapapeles y los collares de perlas decoraban los respaldos de las sillas. Una cosa era cierta, Barba Azul era un pirata condenadamente bueno. Y también uno tacaño. Su barco se caía de sus bisagras y él utilizaba el oro como decoración.

—¿Y? —Barba Azul levantó una ceja expectante hacia ella, quitándose su tricornio pirata y poniéndolo sobre la mesa, revelando una calva llena de tatuajes de tinta azul— ¿Cómo nos hará ricos?

Más ricos —corrigió ella—. Ese es el trato.

Barba Azul puso los ojos en blanco y le restó importancia con un gesto de la mano.

—¿Cómo nos hará más ricos?

—Puedo conjurar ilusiones —respondió Morana mientras recorría la habitación y dejaba que sus dedos rozaran el cuadro de la pared—. Soy una bruja del mar —añadió, porque sabía que los piratas llevaban la superstición en la sangre y que el mar era su religión. Las brujas del mar eran míticas entre ellos, temidas.

—Sin embargo, os encontramos en tierra firme.

—Me gusta vagar —respondió Morana.

—¿Y se supone que debo creer en su palabra?

Morana se volvió hacia él con una sonrisa socarrona, y sus ojos recorrieron las velas encendidas del camarote, las sombras que acechaban en cada rincón al que no llegaba la luz, el resplandor de la luz de la luna que se colaba por la ventana. Fue suficiente para que se convirtiera en un espejismo perceptible.

Levantando las manos, Morana entretejió luz y sombras a su alrededor, creando un destello azul frente a ella, y al disiparse vio el rostro pálido de Barba Azul mientras la miraba. Morana creó una ilusión de sí misma con tentáculos por piernas, y más grande de lo que era, aunque sólo era a los ojos del capitán y en realidad lo único que era era ella, de pie ante él, con las manos levantadas y la cabeza empezando a dolerle por el esfuerzo.

Entonces hizo aparecer de nuevo el destello azul y, cuando se disipó, sólo quedaba su propia persona, con los brazos bajados, vestida con ropas propias de las tertulias de la tienda de té de Shu Han, y una sonrisa burlona jugueteando en sus labios.

Avanzó hacia el capitán y se alegró al ver que se apartaba de ella. Morana cogió una moneda de oro de su escritorio y la hizo girar en su mano.

—Ha sido inteligente al escucharme, no me haría mucha gracia que me arrojara al mar. Ahora —volvió a dejar la moneda sobre el escritorio—, puedo usar mis poderes para confundir al barco que quiera, así podrá entrar y dejar que sus babosos deditos de pirata arrebaten todo el oro que tengan. Sólo pido un lugar temporal en su tripulación y que ataquemos al amanecer. ¿Entendido?

Barba Azul tartamudeó y se aclaró la garganta, moviendo la cabeza arriba y abajo.

—De acuerdo, señorita. Nosotros nos hacemos más ricos y usted puede quedarse con los camarotes de los oficiales.

—Gracias, Capitán. Ahora, ¿qué barco le gustaría saquear?

Sturmhond era infame. En Kerch, Shu Han, y claramente en el Mar Auténtico. Le habían dicho que era la pesadilla de los piratas. Un pirata que se escondía tras una licencia de corsario y una verdadera amenaza del mar, porque lo que hacía Sturmhond era todo lo que hacía un pirata, y consiguió adquirir una licencia para ello. Un pirata legal. Azote del Mar Auténtico.

También era el único al que el capitán Barba Azul le gustaría robar y saquear, porque era difícil de usurpar, mantener a la Grisha y no Grisha en la tripulación le daba una ventaja injusta.

Y Morana sólo tenía unas horas antes del amanecer para inventar una ilusión que les ayudara a alcanzar el barco de Sturmhond, o tendría que pasear por la plancha (también necesitaba una ilusión para evitar eso).

Barba Azul había oído el rumor de que Sturmhond viajaba por el sur del Mar Auténtico con un montón de kruge más grande que el Látigo de Mar. Morana dudaba de la comparación entre ambos, pero no dijo nada al respecto.

Ahora, estaba de pie en la parte delantera del barco, mirando al horizonte mientras el cielo nocturno empezaba a aclararse en un azul más claro, con tonos amarillos y anaranjados asomando mientras el sol comenzaba su viaje de regreso al cielo sobre sus cabezas. Sentía que el dolor de cabeza que le había dado antes desaparecía a medida que la renovación del amanecer la llenaba de fuerza. «Abominación», la voz de su madre resonó en su mente, «los verdaderos Grisha no necesitan el amanecer para renovarse, lo hacen a través de la Pequeña Ciencia».

Morana podía ser una abominación, pero al amanecer era poderosa. Una criatura antinatural de la naturaleza que se curaba diez veces más rápido, que tenía la fuerza de unos cuantos hombres combinados y la velocidad de... un Látigo de Mar. Durante esos minutos del amanecer, Morana era imposible.

El barco de Sturmhond ya estaba a la vista, cerca de ellos, y en mucho mejor estado que el de Barba Azul; tal vez el hecho de ser corsario marcaba realmente la diferencia. Este último barco ya estaba oculto a la vista por uno de los espejismos de Morana. Y entonces comenzó el verdadero espectáculo.

Cerrando los ojos, Morana imaginó una armada de barcos carmesí, su imagen temblando en el mar, sus tripulantes ninfas del mar tan despiadadas como hermosas, danzando y sangrando en su silenciosa flota. Cuando abrió los ojos las vio, navegando por el océano, donde la niebla se había acumulado según su petición.

El caos estalló cuando los marineros del barco de Barba Azul y del de Sturmhond empezaron a inquietarse y a gritar profanidades.

Algunos de los Grisha de Sturmhond intentaron atacar a la armada de barcos en vano. Algunos se agarraron a las cuerdas y se arrojaron a cubierta sólo para caer a través de ellas y al agua. Sus espejismos eran sólo eso, espejismos. Barcos fantasma navegando por aguas vírgenes.

—Deje que nos vean, señorita, no hay honor en atacar detrás de las sombras —ordenó Barba Azul y Morana asintió, bajando el espejismo que los mantenía ocultos a la vista.

Y entonces la tripulación de Barba Azul atacó y la lucha estalló en la cubierta de Sturmhond. Morana, mantuvo la treta de la armada carmesí, desvaneciéndola ligeramente minuto a minuto a medida que salía el sol y su cabeza empezaba a sentirse débil.

Sus ojos se cruzaron con los de un hombre rubio que luchaba en la cuarta cubierta del barco de Sturmhond, él la miró con el ceño fruncido y Morana bajó las manos, limpiándose la sangre de la nariz mientras le sonreía. Y la distracción que le causó, le hizo perder la concentración y caer inconsciente por un golpe en la cabeza del pirata con el que estaba luchando.

El kruge de su barco pronto fue colocado en la cubierta del barco de Barba Azul y zarparon mientras la tripulación de Sturmhond recogía a los suyos de las aguas del mar (los que habían caído en el espejismo) y procesaban el hecho de que les habían robado a ciegas y llevado a la locura en cuestión de instantes.

Barba Azul se unió a ella en la parte delantera de su barco y le levantó el brazo en el aire mientras miraba a su tripulación.

—¡Escoria! ¡Tenemos una nueva miembro en la tripulación! ¡El Espejismo Carmesí ha venido a bendecirnos!

Morana dejó escapar una risita y se giró hacia Barba Azul mientras este dejaba caer su brazo a un lado.

—¿Dónde está la cama que me prometísteis, capitán?

En cuanto llegó al camarote, Morana cerró la puerta tras de sí y se dejó caer en la cama, desmayándose de golpe, con la energía agotada, dejando que el balanceo del barco contra las olas del mar la adormeciera, donde los piratas rubios caían inconscientes a sus pies.

Aquel día nació el mito del Espejismo Carmesí. Y Morana Zoreslava encontró un refugio en el océano, en algún lugar donde no se reconocía el rostro de su madre, donde podía ir por la vida sin ser una plaga.

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