₀₁. sturmhond

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˚ ༘ 𝒟𝐀𝐖𝐍 🌅
꒰‧⁺ ⇢ ❝ 𝒞APÍTULO 𝒰NO ¡! ❞ ˊˎ
- ̗̀ ๑❪( ◌⁺ ˖˚ ಿ sturmhond.

ERA UN VERDADERO MILAGRO QUE MORANA SIGUIERA VIVA. Vivía entre criminales del mar, el flagelo y, en general, gente bastante peligrosa; y sin embargo, Morana consideraba que lo más peligroso de ellos era su aversión colectiva a un baño en condiciones.

A medida que crecía el mito del Espejismo Carmesí, también lo hacía su credibilidad entre los piratas del Mar Auténtico; los únicos que sabían que el Espejismo Carmesí no era una armada, sino una persona.

Bueno, no sabían toda la verdad. Nadie se había acercado a descubrir que todo era una farsa por su parte, ilusiones bien colocadas para hacer creíble su afirmación de que era una bruja del mar. Y así, la Bruja del Mar, el Espejismo Carmesí, se convirtió en una figura entre los piratas, respetada y temida.

Morana no había permanecido mucho tiempo en el barco de Barbazul, en cuanto él había anunciado que pisarían tierra, ella había abandonado su barco por otro barco pirata que estaban en proceso de saqueo y había hecho el mismo trato con su capitán.

Al cabo de unos años, se había convertido en alguien que hacía que la escoria del mar, lo peor de lo peor, se estremecieran en sus botas, asustados y a la vez anhelando que bendijera a su tripulación con su presencia, con su magia, con su poder para hacer a cada tripulación más rica que la otra.

Lo curioso era que, si alguien descubría lo mentirosa que era Morana, la dominarían fácilmente y la abrirían en canal para arrojarla por la borda como cebo para los tiburones.

Sus problemas, en su mayor parte, no radicaban ahí. Eran más bien de codicia y ambición. Algunos capitanes intentaron mantenerla como rehén, encerrada en una jaula como un mono de circo. Sin embargo, seguían sin ser conscientes de sus ilusiones y de su verdadera esencia, por lo que se les recordaba fácilmente por qué la temían en primer lugar.

Era rápida tejiendo luces y sombras, creando espejismos que les hacían dar tumbos, intentando averiguar cuál era la verdadera, dónde estaba realmente el suelo, y entonces la tripulación estaba toda flotando en el mar y Morana estaba de pie sobre ellos con su ilusión de bruja marina con tentáculos, burlándose.

En realidad, todo era diversión y juegos. Rara vez moría alguien.

Normalmente, la recibían con los brazos abiertos. A Morana le encantaba ayudar a saquear buques mercantes, balleneros, otros barcos piratas, etcétera. Y su capitán favorito con el que meterse no era un pirata en absoluto.

A Sturmhond, el pobre iluso, le gustaba creerse corsario. Así que, como otros, sufría de falta de conocimiento y, al igual que los barcos con bandera, creía que el Espejismo Carmesí era una armada fantasma de barcos que engañaba a los marineros al amanecer. Y creía que Morana era una hija del mar, una chica que saltaba de barco pirata en barco pirata, siempre allí para ver cómo le daban un golpe en la cabeza.

La primera vez que Morana Zoreslava había sido debidamente presentada a Sturmhond, este la había secuestrado.

Había estado en medio de un ataque a un buque mercante, uno por el que él pasaba casualmente. No había amanecido. La armada fantasma no estaba allí, y cuando se unió a la tripulación de piratas con la que había estado en la cubierta del buque mercante fue agarrada por detrás y arrastrada al barco de Sturmhond.

La habían llevado a la fuerza hasta su camarote, y mientras tanto no paraba de soltar excusas, afirmando ser rehén de la tripulación pirata, a cualquiera que quisiera escucharla.

Morana había sido empujada a una silla frente a su escritorio por una mujer bastante bruta. Resoplando molesta, se echó la trenza que llevaba sobre un hombro y se quitó el polvo de los pantalones mientras esperaba a que Sturmhond la honrara con su presencia.

—Cariño, ¿qué te trae por aquí? —su voz llenó la habitación, suave y encantadora, y absolutamente exasperante. Morana enarcó una ceja ante su familiaridad mientras rodeaba su silla e iba hacia su escritorio.

—Le estaba diciendo aquí a tu amiga que me han secuestrado. Con esta ya van dos veces —añadió ella, dándole una mirada aguda.

—¿Te secuestraron? —preguntó él, apoyado en el escritorio frente a ella, con la sonrisa divertida siempre presente en su cara, la ondulación de su pelo rubio burlándose de ella como si pidiera que le pasara los dedos por él y lo desordenara. Era guapo, en eso no podía mentir— ¿Y te dieron una espada?

Ella alzó la barbilla y asintió.

—Querían que fuera capaz de defenderme. Contra tipos como vosotros.

—¿Tipos como nosotros? —preguntó, cruzándose de brazos, con una sonrisa ladeada y divertida estampada en la cara mientras sus ojos color avellana la observaban— ¿Te refieres a secuestradores de segunda?

—Sí.

Sturmhond tarareó asintiendo con la cabeza y Morana tuvo que luchar contra el impulso de mirarle los brazos, que estaban desnudos con las mangas de la camisa remangadas. Morana podría haber querido arrojar al bastardo al mar, pero no podía negar que tenía un encanto. Lo fulminó con la mirada.

—No he pillado tu nombre, cariño.

—No lo he tirado.

—Por eso no lo he pillado, sigue el ritmo —le dijo con una sonrisa condescendiente mientras inclinaba la cabeza hacia ella.

Morana levantó una ceja poco impresionada y miró a la chica que la sujetaba en la silla. Llevaba el pelo corto, lo que permitió a Morana echar un vistazo al amplificador que tenía detrás de la oreja; Grisha, qué encantadora.

—Hola, preciosa —dijo Morana con una sonrisa mientras miraba a la mujer y las cejas de esta última se elevaban hasta su frente— ¿Puedes decirle a tu capitán que no daré ningún problema? Sólo necesito volver al barco de mis secuestradores de primera.

—Tamar no te será de mucha ayuda, no eres su tipo —interrumpió la conversación Sturmhond y Morana se volvió hacia él con el ceño fruncido mientras Tamar resoplaba.

—Soy el tipo de todo el mundo —le dijo ella. Luego frunció los labios y puso los ojos en blanco—. Simplemente haz que vuelva con mis secuestradores.

—No va a poder ser, preciosa. Hace mucho que nos fuimos —dijo Sturmhond mientras abría la persiana de la ventana de la habitación y Morana divisó el barco en que viajaba lejos en el horizonte. Suspiró con fastidio.

Le había costado horas de negociación que el capitán del barco que se alejaba la perdonara por dejar que sus mejores hombres se arrojaran a los tiburones en un encuentro anterior en el que ella no había estado de su lado. Y ahora, se habían ido, y ella había quedado a merced de un corsario.

No es que Morana despreciara la legislación, pero en verdad... no obedecía las leyes de la naturaleza por existir, todo su ser era algo no regido por las leyes de la naturaleza. Una Grisha que jugueteaba con la Pequeña Ciencia y aún así sufría por ello, una chica que tenía un poder específico para sí misma. Por lo tanto, Morana no despreciaba las legalidades, simplemente prefería cuando las reglas podían romperse sin pensárselo dos veces; lo hacía todo más fácil, al menos en el mar y en Ketterdam.

Sturmhond volvió a su lugar contra el escritorio frente a ella.

—Entonces, ¿cuál es tu nombre, cariño?

—Anastasia.

—Está mintiendo —dijo Tamar desde su lado y Morana gimió, dándose cuenta de que la chica era una Mortificadora.

—Es una rehén y una mentirosa —Sturmhond chasqueó la lengua y sacudió la cabeza—. Menudo personaje estás hecha.

—Sí. Bastante.

—Lo preguntaré otra vez, ya que nos hacemos los difíciles. De verdad, cariño, esto —señaló alrededor del camarote— es un lugar de confianza. Puedes compartir tus secretos más profundos y te doy mi palabra de que los venderé al mejor postor y dividiré el beneficio contigo.

—Qué generoso —dijo Morana secamente. Sturmhond asintió.

—Una de mis mejores cualidades.

—Junto con la humildad, estoy segura.

—Esa es por poco la segunda —dijo él—. La primera es que soy endiabladamente guapo.

—Qué pirata más superficial has resultado ser —replicó ella con un suspiro de decepción, haciendo un punto por equivocarse en su título para, con un poco de suerte, hacerle perder el rastro—. Pensé que tu mejor cualidad sería tu ron.

Él tarareó con una inclinación de cabeza.

Corsario. Y sí, el ron está bastante bueno. ¿Un vaso te ayudaría a decir tu nombre?

—No confío en que no me vayas a envenenar. Soy Morana. —dijo apretando los dientes y Sturmhond le sonrió, una sonrisa ladeada que le dio ganas de darle un puñetazo. Apretó los labios— ¿Y eres?

—Me sorprende que no me conozcas —le dijo—, ¿acaso tus secuestradores te golpearon en la cabeza?

—Mi cabeza está perfectamente, gracias. Es sólo que es difícil llevar la cuenta de todos los gilipollas que conozco en mi vida.

—Eres bastante ágil para alguien que ha sido tomada como rehén. ¿No deberías estar alegando tu caso? ¿Contarme una historia de infortunio para que te salve? —dijo Sturmhond mientras Morana se recostaba en la silla y miraba a un lado cuando la puerta se abrió para ver a un hombre que entraba en la habitación y se colocaba junto a Tamar. Eran parecidos, hermanos tal vez a juzgar por los collares a juego y la falta de intimidad.

—¿De verdad te importan las historias de infortunios? —preguntó volviendo a centrar su atención en el corsario.

—Para nada.

—Entonces, ¿para qué molestarme?

Se encogió de hombros y cruzó las piernas delante suya, poniéndose cómoda. Miró a su alrededor por un momento, observando el camarote bien decorado. Asintió con la cabeza antes de volverse de nuevo hacia él y hacerle la pregunta más inútil que pudo encontrar, puesto que ya sabía la respuesta.

—¿Cómo te llamas?

—Yo, querida Morana, soy Sturmhond, el flagelo del Mar Auténtico.

—¿Sturmhond?

—Sí.

—¿Ese es tu nombre?

—Sí, Morana.

—¿Qué has hecho para merecer un nombre tan horrible? —preguntó Morana, haciendo todo lo posible por mantenerlo hablando para que olvidara que formaba parte de la tripulación pirata y se limitara a dejarla en algún lugar indemne y no entregarla a las autoridades; los corsarios y su legalidad.

—Le di de comer a un perro.

—¿No tienes un nombre de verdad? ¿Uno quizás que no sugiera que tus padres te odiaban?

—Lo tengo.

—¿Y es?

—Sturmhond

—No te voy a llamar así —le dijo y oyó a los dos hermanos que estaban detrás de ella resoplar con diversión.

—Puedes llamarme como quieras, preciosa. Me encantan los nombres de mascotas.

—No hace falta que lo jures. Sturmhond es un nombre de perro.

—Un perro bastante peligroso —dijo Sturmhond con una sonrisa, y Morana se burló.

—O uno sobrecompensado.

—¿Me estás llamando perro?

—¿Estás admitiendo que estás sobrecompensado por algo?

—Oh, ahora lo veo —Sturmhond chasqueó la lengua y asintió con la cabeza, levantándose de la mesa y dando vueltas alrededor de su escritorio para servirse una copa. Morana enarcó una ceja.

—¿Ah, sí?

—Sí. Tu rápido ingenio. Así es como sobreviviste a la tripulación de Barba Azul; mis condolencias, oí que el Espejismo Carmesí llegó a él.

—¿Perdona?

—Sí. Tú estabas en su tripulación. Y en todas las otras tripulaciones piratas. No eres muy buena mentirosa, Morana. Si quieres fingir ser secuestrada al menos deshazte del atuendo pirata. Y esa actitud.

Morana bajó la mirada hacia los pantalones que llevaba metidos dentro de las botas hasta la rodilla, atadas con cordones, y la camisa que llevaba debajo del corsé. ¿Atuendo pirata? Estaba vestida para deprimir, como para que todo el mundo cayera en una depresión al verla tan bien. Lo único pirata que llevaba era la espada en la cadera.

—¿Qué? ¿Cómo se supone que estar desnuda va a argumentar mi caso? —preguntó incrédula y el hombre que estaba junto a Tamar se echó a reír.

Ella le da mil vueltas —dijo en Shu a su hermana y Morana se burló.

Deberíais pensar en averiguar si vuestros prisioneros hablan Shu —les dijo en Shu, y ambos se giraron para mirarla con expresión de sorpresa.

El hombre le sonrió ampliamente y le ofreció la mano.

—Soy Tolya.

—Morana —respondió mientras le estrechaba la mano, sólo para ser llamada de nuevo la atención del corsario en el camarote cuando se aclaró la garganta.

El resto de la conversación había sido más de lo mismo. Y al final del día, Morana estaba charlando con la tripulación de Sturmhond mientras se dirigían a los puertos de Shu Han, donde la dejarían, afortunadamente no ante las autoridades.

Y con el paso de los años siguieron encontrándose en la misma línea, ya que Morana se empeñaba en apuntar a los barcos de Sturmhond con las tripulaciones piratas en las que estaba, acechándolo con su Espejismo Carmesí, y casi siempre alguien trataba de secuestrarla.

Rara vez lo conseguían, pero cuando lo hacían se repetía el proceso. Sturmhond intentaba sacarle respuestas y viceversa y luego la dejaban en el puerto más cercano para que se las arreglara sola. Y cada vez ella le robaba algo, algo que ellos tendrían que recuperar en su siguiente encuentro de secuestro.

Sturmhond se había convertido en la pesadilla de su existencia —los piratas tenían razón—, pero sus encuentros eran la mejor parte de sus años en el mar, sobre todo cuando lograba distraerlo lo suficiente como para que recibiera un golpe en la cabeza y su barco fuera saqueado; sobre todo cuando compartían una botella de ron y, de discutir como rivales por posesiones robadas y secuestros, pasaban a bromear amistosamente mientras sus palabras se mezclaban.

Y ahora Morana estaba a punto de decir adiós a su rutina, a sus días en el mar.

Una mañana se despertó con un leve zumbido en los oídos y un tirón en el estómago, y enseguida se dio cuenta de lo que significaba. Estaba siendo atraída por algo que llamaba a su lado antinatural, algo que se sentía de la misma manera. La llamaba el pasado del que había huido su madre, el pasado que había sido la causa de su muerte.

El pasado que creó a Morana a partir de la oscuridad y el poder desequilibrado. Obligando a la naturaleza a intervenir y darle vulnerabilidades, para darle debilidades.

Algo la llamaba, una conexión ahora más fuerte que nunca. Y Morana no podía ignorarlo, porque cuanto más se alejaba, más fuerte sonaba el zumbido en sus oídos, más fuerte era el tirón en su estómago, hasta el punto de que una vez que había intentado ir a Ketterdam había sido como si la hubieran apuñalado.

Algo tiraba de ella en dos direcciones. Una que funcionaba como una marea, cada vez más fuerte, olas de poder que la recorrían y la llamaban... «Lo semejante llama a lo semejante», solía decir su madre. La otra, siempre tan presente, siempre tan segura; esa era la primera que seguiría.

Y Novyi Zem era el lugar donde debía estar, cada vez que giraba en esa dirección, el estruendo en su oído se hacía más silencioso. Algo la atraía hacia Novyi Zem y la misión de Morana era matarlo, así podría ser libre para vagar por el Mar Auténtico una vez más.

Podía soportar la conexión con la marea, no le importaba la sensación de ser apuñalada de vez en cuando, ni el zumbido en sus oídos (era un despertador bastante bueno si lo pensaba); pero el único hilo que tiraba de ella de forma implacable, ese necesitaba ser cortado.

Así que, por primera vez en mucho tiempo, Morana Zoreslava pisó tierra firme y recorrió el puerto de Weddle con ojos curiosos mientras aferraba la brújula que colgaba de su cuello como amuleto de la suerte; un pequeño recuerdo del corsario al que vivía para vejar.

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