23 | a life is owed

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Se Debe Una Vida

—EMPEZÓ ANOCHE —informa Prudence a Hilda al día siguiente mientras ellas, Selene, Dorcas y Ambrose rodean la cama donde se encuentra acostada Agatha, que sigue tosiendo tierra.

—Ay, ya veo, ya —Hilda asiente, tocando con cuidado un poco de la tierra que Agatha había vomitado—. A ver, la Fosa de Caín es un milagro, es verdad... pero enfermas si vuelves demasiado pronto. Es una especie de síndrome de descompresión, lo que les pasa a los buzos. Si lo haces demasiado rápido vomitas medio cementerio.

—¿Y qué hacemos? —pregunta Prudence mientras Hilda intercambia miradas preocupadas con Selene y Ambrose.

—Bueno, seguro que tiene demasiada tierra en el organismo, así que hay que reequilibrar sus elementos. Yo sugiero un tónico de agua con gas, que le aportará agua y aire. Y un toque de cayena para el fuego. Tres veces al día, una semana. Y como una rosa.

Todo lo que dice Hilda es mentira, y es evidente que Prudence no se lo cree.

—¿Ya está? ¿Agua con gas?

—Oh, pero se la serviréis con amor, ¿verdad, cariño? —pregunta Hilda con una sonrisa. Prudence aprieta los dientes y asiente antes de que Hilda agarre a Selene y Ambrose por los brazos y los saque de la habitación. Cierra la puerta firmemente tras de sí, antes de que Ambrose se permita mirarla boquiabierto.

—No es por cuestionarte, tía, pero le has recetado Alka-Seltzer a una chica que ha vuelto de entre los muertos —exclama Ambrose mientras Selene se muerde el labio inferior con culpabilidad.

—Se me ocurrió eso para tenerlas ocupadas —susurra Hilda—. La tierra que está vomitando es prácticamente grava, lo que me dice que Agatha no debió volver de esta manera. A la tierra se le debe un alma y se la va a cobrar. Así que decidme, ahora, lo que estaba haciendo Agatha metida en esa fosa.

Selene y Ambrose se miran preocupados, antes de que la primera suspire.

—Contémosle todo.

Y eso es exactamente lo que hacen. Selene se lo cuenta todo a Hilda con todo lujo de detalles, desde el derrumbamiento de las minas hasta que envía a su familiar y al de Sabrina a vigilar a Agatha y a Tommy.

Pero aún así, Selene se siente culpable esa noche cuando Sabrina entra en la casa de los Spellman, completamente inconsciente de que Selene y Ambrose la habían delatado.

—¿Tías? ¿Selene? ¿Estáis aquí? Necesito vuestra—

—Me da exactamente igual lo que necesites, Sabrina —la interrumpe Zelda enfadada—. Pero lo que yo necesito es una explicación. De por qué una Spellman ha estado practicando la nigromancia con un mortal en Greendale.

—Les contamos todo —admite Selene desde donde está sentada junto a Ambrose en la escalera.

—¿Y de por qué demonios arrastraría a otros brujos a sus planes imprudentes, estúpidos y egoístas? —se burla Zelda, entrecerrando los ojos hacia Selene con desaprobación—. Y a Selene, de entre toda la gente. Se supone que debe protegerte, así que sabías que te ayudaría. Usaste a la única persona que literalmente haría cualquier cosa por ti.

Selene se mueve incómoda, porque en ningún momento había pensado que Sabrina la estuviera usando. Ayudó a Sabrina voluntariamente, pero al parecer la rubia sí cree que la usó, porque palidece.

—Lo hice por Harvey.

—¿Ah, sí? Y dime, ¿te pidió él que lo hicieras? —Zelda puso los ojos en blanco—. No, porque nadie en su sano juicio haría lo que has hecho tú. Esta única acción te convirtió en una asesina, Sabrina.

—¿Asesina? —repite Sabrina confundida.

—Mataste a una bruja, ¿no? —pregunta Zelda.

—Sólo fueron unos minutos.

—Esto no es cosa de broma, Sabrina —remarca Zelda—. Has alterado el equilibrio.

—Yo no —Sabrina sacude la cabeza—, Agatha y Dorcas. Ellas mataron a Tommy. No fue un desastre natural. Deshice lo que hicieron otras brujas.

—Lo único que hiciste fue empeorar las cosas —corrige Zelda a su sobrina.

—Voy a arreglarlo, voy a salvar a Tommy.

—¿Arreglar qué? —Zelda resopla—. No hay nada que arreglar, y no lo puedes salvar. Ya está hecho, Sabrina. Debe estar bajo tierra y es ahí donde irá.

—No si cruzo el limbo de los mortales y recupero su alma —aclara Sabrina—. Yo soy mitad mortal, puedo ir allí.

—¿Si haces qué?

—Sólo necesito que alguien me ancle aquí al plano físico —informa Sabrina, consiguiendo que a Selene le entren ganas de llorar. Esta vez han ido demasiado lejos.

—Sabrina... acabo de apurar la poca credibilidad que me quedaba con el Sumo Sacerdote —replica Zelda—... rogándole, rogándole que nos deje arreglar tu desastre, ocuparnos de esta atrocidad, para salvar a la familia ante los ojos del aquelarre. Tenemos un pie en la tumba, jovencita, todos nosotros, ¿y tú quieres cavar más hondo?

—No me importa el padre de Selene, tía Zel —le grita Sabrina a su tía—. Me importa hacer lo correcto. Y Harvey. Y su hermano. Claro que voy a cruzar.

—No eres capaz de usar la magia necesaria para cruzar la barrera.

—Tú no sabes de qué soy capaz.

—¡Eres una niña de dieciséis años, no una gran maga! —regaña Zelda.

—¡Tú no eres mi madre, Zelda, así que deja de actuar como tal! —le grita Sabrina, haciendo que Selene jadee, sabiendo que Sabrina ha ido demasiado lejos.

—¡Sabrina! —Selene interrumpe a su amiga, poniéndose en pie de un salto—. No─

—No pasa nada, Selene —insiste Zelda, con lágrimas brillando en los ojos—. Ya la has oído. Ni ella es una niña, ni yo soy su madre. Ya es una bruja adulta, y va siendo hora de que aprenda cómo funciona en realidad el mundo, los reinos. Todo tiene un precio. Edward aprendió la lección. Yo la aprendí. Y ahora te toca a ti. Intenta salvar a ese mortal, aunque con ello destruyas la membrana. Pero no finjas que no es por motivos egoístas. Y no me vengas llorando luego cuando te salga el tiro por la culata.

Zelda sale hecha una furia de la habitación, y Hilda se queda un momento mirando a Sabrina antes de ir detrás de su hermana. Ambrose y Selene son los únicos que no se mueven, así que Sabrina los mira desamparada.

—No hay nada que no haga por ti —Selene fuerza una sonrisa, secándose las lágrimas de la cara—. Pero no voy a ayudarte a que te mates, Sabrina.

—Nadie te va a ayudar, como dice la tía Zel —añade Ambrose, frotando suavemente círculos en el brazo de Selene.

—Os equivocáis —dice Sabrina, sintiéndose como si no pudiera moverse—. Hay alguien.

—Esta vez hemos ido demasiado lejos, Sabrina —Selene sacude la cabeza—. Si quieres arreglar esto de la forma correcta, dímelo y te ayudaré. Pero no voy a ayudarte a cruzar el limbo de los mortales, porque es una misión suicida.


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