♰・𝕮apítulo 𝐈𝐈: El Ascenso de la Rosa Blanca

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ະ𓄹 The Rise of the White Rose

No ignoro el honor que se me ha conferido
ni las responsabilidades que ahora cargo sobre mis hombros

Abadía de Westminster, 26 de mayo de 1465

El 26 de mayo de 1465, Elizabeth Woodville es coronada reina de Inglaterra, sellando la controvertida unión de la Casa de York con una familia de menor linaje, en un intento por consolidar la frágil paz tras años de conflicto entre York y Lancaster.

🌹 Eleonor Woodville 🌹

                𝐄𝐋 𝐀𝐈𝐑𝐄 𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐀𝐁𝐀𝐃Í𝐀 𝐃𝐄 𝐖𝐄𝐒𝐓𝐌𝐈𝐍𝐒𝐓𝐄𝐑 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐂𝐀𝐑𝐆𝐀𝐃𝐎 𝐃𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝐄𝐗𝐏𝐄𝐂𝐓𝐀𝐂𝐈Ó𝐍 𝐏𝐀𝐋𝐏𝐀𝐁𝐋𝐄, como si incluso las piedras milenarias respiraran la historia que estaba a punto de escribirse. Me encontraba en un rincón del gran salón, vestida con un elegante manto de terciopelo verde, un símbolo de nuestras raíces y de la herencia que llevábamos en la sangre. Era un día que cambiaría el rumbo de Inglaterra y el de toda nuestra familia así que me sentía abrumada por una mezcla de orgullo y temor.

El murmullo del gentío se colaba por las paredes, susurros que se mezclaban con el incienso y el eco solemne de los cánticos. Cada paso que mi hermana daba hacia el altar, resonaba una sentencia en mi pecho. Ella, aunque solemne y envuelta en terciopelo carmesí y dorado, sabía que un liviano hilo de ansiedad aguardaba en su interior ante la incertidumbre de los días venideros, sin embargo, la misma gloria de la realeza la cubría, proporcionándole un aspecto totalmente regio.

«Posee un porte digno de una auténtica reina».

A mi alrededor, muchos de los presentes no pensaban como yo, ciertas miradas de la corte eran como dagas, cargadas de una mezcla de asombro y resentimiento. La hija de un barón y conde de Rivers, en camino de ser consagrada reina de Inglaterra. Sabía que muchos la veían como una intrusa, y eso solo hacía que mi pecho se apretara con más fuerza. Porque aunque el pueblo amaba a los Woodville, viendo en nosotros un reflejo de sus propias esperanzas, la corte nos despreciaba. Para muchos de los nobles, mi hermana era poco más que una advenediza, y nuestra presencia en palacio era una afrenta a su sangre antigua y su orgullo.

Hice caso omiso a esas miradas y me centré en el arzobispo, quien se acercaba a Elizabeth, la corona dorada estaba postrada en sus manos, reflejando la luz de las velas que iluminaban la abadía. Todo parecía ralentizarse mientras observaba la escena. La compostura de mi hermana seguía siendo regia aunque podía ver la tensión en sus hombros y la rigidez en su cuello mientras se inclinaba para recibir la corona.

Mientras la corona descendía sobre su cabeza, las voces del coro se alzaron, llenando el espacio con una melodía sagrada. Pero para mí, el sonido parecía lejano, ahogado por la opresión en mi pecho. ¿Qué futuro nos aguardaba? ¿Qué sacrificios serían necesarios para mantener la posición que Elizabeth había conseguido tras un enamoramiento mutuo entre ella y Edward? Sabía que ese era solo el comienzo de una larga lucha por el poder.

Silencié mis pensamientos por un momento, la hora había llegado. El arzobispo le entregó un cetro a Elizabeth, símbolo de su poder y responsabilidad. Con el cetro en mano, la reina se giró para enfrentarse a la multitud. Su expresión era firme, y cuando habló, su voz resonó con la fuerza de una mujer consciente de su destino.

—Por la gracia de Dios y la voluntad de este reino, me presento ante vosotros como vuestra reina. No ignoro el honor que se me ha conferido ni las responsabilidades que ahora cargo sobre mis hombros. Prometo gobernar con justicia y sabiduría, siempre al servicio de mi esposo, el rey, y de esta tierra que tanto amamos. Mi único deseo es que Inglaterra florezca en paz y prosperidad, y que todos, desde el más humilde hasta el más noble, encuentren en mi reinado un tiempo de concordia.

Sus palabras fueron recibidas con un silencio reverente antes de que los vítores llenaran la Abadía, un sonido que casi ahogaba el eco de las promesas que Isabel acababa de hacer. Pero en medio de la algarabía, yo podía percibir la soledad que emanaba de su figura regia, la carga de las expectativas y las sombras de las intrigas que acechaban en cada rincón de la corte.

Elizabeth estaba ya coronada, y yo, a partir de ahora, debía ocupar mi lugar junto a ella, como su hermana, como su confidente dentro de la corte. Intuyendo mis pensamientos, la reina giró su cabeza levemente hacia mí, sus ojos se encontraron con los míos por un breve instante. En su mirada vi el mismo temor que sentía en mi corazón, pero también una determinación feroz. Me obligué a sonreírle, aunque mis labios se sentían pesados, incapaces de expresar el torbellino de emociones que me invadía.

Y mientras, los vítores llenaban la Abadía cuando Elizabeth se levantó y aunque ese era su día de gloria, en mi interior sabía que los desafíos que enfrentaría serían implacables a partir de ahora, y no solo para ella, también para el rey.

Mis ojos se dirigieron hacia Edward IV, su esposo, con su porte digno. Un hombre fuerte, pero también un hombre vulnerable, consciente de que su reinado dependía de la lealtad del pueblo y de su capacidad para mantener la paz en tiempos de tensión. Más aún cuando la reina se trataba de mi hermana, muchos esperaban que Edward hiciera un matrimonio político más ventajoso que consolidara alianzas internacionales poderosas, sobre todo, con Francia. En cambio, al casarse por amor con Elizabeth, una viuda y miembro de la nobleza menor, temía que Eduardo ofendiera a muchos de sus aliados.

Sobre todo, a sus hermanos y a su primo.

Elizabeth observaba a su esposo con aquellos ojos bajo el influjo de un destello de amor y determinación. Su belleza era innegable, pero lo que realmente brillaba era su espíritu indomable. Yo, en cambio, observé de reojo a los hermanos de Edward. Primero a George, que a pesar de su fachada de respeto, sus ojos revelaban un desdén apenas disimulado hacia la reina. Sus gestos, aunque sutiles, traicionaban un desacuerdo profundo. Su otro hermano Richard poseía una expresión cuidadosamente neutral, sin embargo, me inspiraba más confianza que George.

En cambio, cuando dirigí mi atención hacia Richard Neville, el primo del rey, pude atisbar cierta aceptación pero casi diría que se esforzaba por conseguir tal noble efecto en sus rasgos, lo mismo pasaba con George y aunque no los conocía demasiado bien a ninguno de los tres, había aprendido a leer los matices en sus miradas y gestos, sutiles señales de interés o desaprobación.

Mientras prestaba atención de forma disimulada hacia los familiares de Edward, la música comenzó a sonar y la música impregnó el aire. Mi hermana no tardó en estar rodeada de nobles, sonriendo con gracia mientras aceptaba los saludos de su nuevo reino.

Me acerqué a Elizabeth con una sonrisa cuidadosamente modulada cuando varios de los cortesanos se dispersaron de los alrededores del trono. Era mi oportunidad de darle mi bendición y mis respetos hacia la nueva reina.

Con una ligera inclinación de cabeza, me dirigí a ella.

—Su Majestad, en este día glorioso, mi corazón rebosa de orgullo al veros en el trono. Que vuestro reinado sea tan justo como brillante. —Me agaché en una reverencia profunda, un gesto de respeto que sé que ella apreciaría. Mientras lo hacía sentí una mezcla de nerviosismo y afecto, consciente de que ese momento definiría nuestra relación en el nuevo orden de las cosas.

La reina bajó la vista hacia mí y su sonrisa cálida iluminó su rostro.

—Levántate, hermana —dijo con un tono suave y lleno de afecto, no como una orden, sino como una invitación afectuosa.

Me levanté, regalándole la misma sonrisa que ella me había proporcionado.

A su lado, Edward observó la interacción con interés. Se inclinó ligeramente hacia Elizabeth y le susurró algo al oído. No pude oír las palabras exactas, pero la expresión de mi hermana cambió a una ligera sorpresa y gratitud, como si él estuviera expresando su apreciación por el apoyo que le brindaba a la reina, a mi hermana.

«¿Harían los hermanos lo mismo por él?», me pregunté, sin embargo, ya los había perdido de vista.

—Eleonor. —Edward me observó con un brillo juguetón en sus ojos—. Siempre he oído que las flores necesitan agua para florecer, pero nunca pensé que una reina necesitaría tanto de su hermana. ¿Seguro que no vas a pedir que te ayude a mantener el jardín del trono en orden?

Su humor desarmó mi reserva y me permitió relajarme un poco, sintiendo la calidez del momento compartido.

—No soy experta en jardinería, Su Majestad, pero mi hermana dispondrá siempre de mi ayuda cuando la situación lo amerite. En cuanto al jardín —respondí, sintiendo la frescura del momento ante el comentario del rey—: estoy segura que con el apoyo de todos nuestros allegados, el jardín del trono se mantendrá en orden, incluso las flores marchitas volverán a florecer.

En ese momento, George se acercó con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Esbocé la mejor sonrisa posible.

—Ah, Eleonor, siempre tan llena de esperanza. Es admirable ver cómo crees en la capacidad de restaurar incluso las flores que han visto días mejores. —Se dirigió hacia Edward, sin apenas ofrecer una mirada a Elizabeth—. Hermano, ¿o debería decir rey? Te felicito por tu matrimonio; estoy seguro de que esta unión aportará una nueva... perspectiva. Quizás incluso logrará que algunas flores, que antes parecían un poco desalentadas, encuentren un nuevo brillo, por mínimo que sea. Brindaré por ello. —Esta vez, sí dirigió la mirada hacia Isabel mientras alzaba la copa. Su tono, bajo una capa de cortesía, estaba cargado de burla sutil, insinuando que la situación de mi hermana, una vez viuda, no mejoraría con facilidad.

Edward miraba a George seriamente, en cambio, Elizabeth, sin dejarse perturbar por sus palabras, le respondió con una sonrisa genuina.

—Lo agradezco, Su Gracia el Duque de Clarence. Aprecio vuestra amabilidad. A veces, las flores que han visto más días grises son las que tienen la mayor capacidad de sorprendernos con su belleza renovada. Es un alivio saber que el matrimonio con Edward está destinado a traer vitalidad. Pues ciertamente, estoy segura de que también será efectivo en revitalizar la escasa capacidad que poseen algunos para ver el potencial en las flores y en las personas.

Me reí con disimulo ante la agudeza de mi hermana. George estaba a mi lado así que supuse que me había visto, después me lo dejó en claro cuando me fulminó con la mirada, antes de desaparecer entre la multitud, visiblemente irritado. Edward no pudo contener una sonrisa de diversión ante el ingenio de su esposa.

—Así es mi hermano —dijo con una sonrisa mientras sus ojos castaños brillaban con genuina sorpresa—. Pero no os preocupéis, se le pasará. Tiene un corazón grande, solo necesita un poco de tiempo para procesar el cambio.

«Eso espero».

Poco después, apareció su otro hermano: Richard. Parecía más leal que George, su presencia era tranquila con una actitud cauta y decidida.

—Sus Majestades. Eleonor —dijo con calidez, acercándose a nosotros con una expresión sincera de gratitud, inclinando levemente la cabeza—. Es un honor para mí ver cómo nuestra familia se une en estos tiempos tan convulsos. Quiero que sepáis que mi ayuda siempre estará presente en cuanto la solicitéis. —Su cabello negro estaba cuidadosamente peinado, además, tenía un porte agradable de ver. George y Edward también eran atractivos aunque el primero carecía de los buenos modales de sus otros dos hermanos.

—Vuestra lealtad es siempre apreciada, Su Gracia el Duque de Gloucester —se lo agradeció mi hermana Elizabeth desde el trono—. Gracias por estar aquí y propiciar nuestras mentes con vuestras palabras alentadoras.

Aún sin saber si debía confíar en él, yo también se lo agradecí, más por cortesía que por un verdadero sentir. Fue en ese momento cuando mi madre, Jacquetta de Luxemburgo, apareció ante nosotros con una presencia elegante y digna de presenciar. Su rostro, marcado por los años pero lleno de amor y orgullo, se iluminó al verme a mí y a Isabel.

Lady madre, he aquí a nuestra próspera reina —le dije con ternura. Ella me dio un abrazo y al separarse de mí, contempló a Elizabeth con un brillo palpitante en sus ojos claros, tan parecidos a los de la reina—. ¿Cómo la veis?

Elizabeth nos miró con cariño.

—Como una auténtica reina que sabe cómo llevar el cetro con elegancia y firmeza —respondió Jacquetta—. Y también cómo poner a ciertos hombres en su sitio. No pude evitar escuchar lo que pasó antes. —Se volvió hacia Richard y le dirigió una de sus mejores sonrisas—. Es un placer veros por aquí, Lord Gloucester, siempre tan atento y digno como se espera de un hermano del rey, mucho me temo que no todos los hermanos pueden ser iguales.

Mis ojos se volvieron hacia Richard, por temor a cómo sería su reacción ante los comentarios de mi madre en referencia a George, sin embargo, había más de diversión que de enfado en su rostro. A Edward le gustaba la actitud de mi madre, en cierto sentido, era muy parecida a Elizabeth. Ambas eran mujeres que no se escondían ante el miedo o la opresión. 

—El placer es mío, mi señora. —Richard le dirigió una sonrisa comprensiva—. Nuestro hermano George a veces carece de modales pero afortunadamente, sé que sus majestades serán comprensivos con él, mostrando un ingenio que compensa cualquier brusquedad que él pueda exhibir. 

—Mis encantadoras hijas. —Nuestro padre Richard Woodville siempre aparecía donde estaba lady madre. El matrimonio que tenían era largo y fructífero. Cierto es que había dado sus frutos porque en total, tenía catorce hermanos—. Cuanto me alegra que nuestra familia prospere.

Mi hermano Anthony y el resto de nuestra familia también aparecieron. Al ver a todos los miembros que conformaban la familia Woodville, me pregunté cuántos vástagos habría tenido Juan Grey de Groby con mi hermana si no hubiera sido asesinado en la Segunda Batalla de San Albano. No obstante, antes de la tragedia, el matrimonio fue bendecido por dos fieles y fuertes hijos, Richard Grey y Thomas Grey, quienes también se acercaron a nosotros. Al ser una de las hijas menores de Jacquetta, yo tenía dieciséis, en cambio, mis sobrinos eran menores que yo, Thomas tenía doce y Richard, ocho. Pese a la diferencia de edad, pasábamos la mayor parte del tiempo juntos.

En cuanto a la coronación, no fue horas más tarde hasta que me percaté que Richard Neville no había venido a dar su pláceme hacia sus majestades. ¿Qué tan decepcionado se encontraba de la situación?

Rezaba para que solo fuera decepción y no la ira, el sentimiento que corría por sus venas.

🌹 ¡Muchas gracias por el apoyo, los votos y los comentarios! Ya sabéis que entre más interacción haya en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones. 🌹

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