iii. ¡Buenos días Olimpo!

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Volar en dragón no estaba en la lista de cosas por hacer de Alysa, por mucho que negara lo contrario. Pocas personas sabían que la muchacha tenía un ligero miedo a las alturas. No llegaba al nivel de pánico de Thalia Grace, pero si temía caer.

Suponía que aquello era una de las consecuencias de haber llegado tan alto, temía la caída. Temía desaparecer y no haberle importado a nadie. Temía no ser recordada.

— Estamos llegando al Empire State.— Leo anunció mientras observaba las coordenadas en uno de sus aparatos— ¿Cómo pretendes bajar? Porque no podemos aterrizar así como así en el medio de la calle.

— Tú acércame lo máximo posible a la cima y después ya me las arreglaré yo.

Alysa cogió aire y lo exhaló con tranquilidad. Aquel era un de esos momentos en los que tenía que realizar un acto peligroso y que podría desencadenar consecuencias graves relacionadas con su miedo a las alturas.

— No irás a...— Jason dejó la frase a medias al ver a la chica subirse de pie al dragón— Tú estás loca, podrías matarte.

— Ya les gustaría a muchos, hijo de Júpiter.— en el rostro de Noah se formó una sonrisa sarcástica— Pero por desgracia para ellos, no va a ser el caso.

Alysa les sonrió por última vez, golpeando con dos dedos su frente a modo de despedida y dejándose caer hacia atrás.

El tiempo parecía ralentizarse, y para cualquier persona normal aquello supondría una muerte inmediata. Para cualquier persona normal, pero ella era una semidiosa, no era normal.

Cuando parecía que iba a impactar contra el piso de la planta alta, una red dorada la recogió, dejándola en el suelo. Tenía que agradecerle a aquella Diosa-Cazadora de Artemisa haberlas inventado.

Alysa caminó hasta el ascensor, pulsándo el botón de espera.

— ¿A qué piso señor...?— el botones dejó su frase a medias al reconocerla— Oh señorita Stein, ahora mismo la subo al Olimpo.

El paisaje del Olimpo era sobre todo blanco y dorado. Había edificios enormes que realizaban diferentes funciones: bancos, centros comerciales, supermercados... Todo parecía una ciudad normal, pero cubierta de cosas caras.

La espada de Alysa tintineaba a su espalda cada vez que daba un paso y atraía las miradas de las ninfas que coqueteaban con los dioses menores.

— ¡Lyssie!— una voz la llamó, y al girarse se encontró con uno de los dos dioses que soportaba.

— ¡Tío Deimos!— Alysa corrió hacia el hombre, que la levantó en volandas y la giró— ¿Qué haces aquí? Papá dijo que estabas de guerras por ahí con el abuelo.

— Tu padre me contó la profecía que te ha tocado, y conociéndote, no me quiero perder el espectáculo que les vas a montar.— Deimos se rió, dejando en el suelo a su sobrina y pasándole un brazo por el hombro— Siento que te haya tocado Apolo, es tan...

— ¿Reluciente? ¿Narcisista? ¿Un capullo integral?— Alysa enumeró, haciendo que Deimos se riera— Ya lo sé. Voy a tener que comprar gafas de sol para tratar con el.

— En el fondo no es de los más capullos que hay, ya lo sabes.

Tío y sobrina se encaminaron a las puertas del panteón principal, donde se suponía que estaban reunidos los Dioses.

Alysa se despidió de Deimos, que desapareció para ocupar su puesto y disfrutar del espectáculo, y se retocó el maquillaje. Luego, abrió las puertas con fuerza, de par en par, y caminó hacia el interior de la estancia.

— ¡BUENOS DÍAS CAPULLOS ARROGANTES QUE NO SABÉIS HACER OTRA COSA QUE JODERME LA VIDA!— Alysa caminó hacia el centro de la estancia, con varios dioses asombrados mirándola.

— Stein, no pued...— Zeus fue cortado por la mortal.

— Puedo y lo haré, al fin y al cabo, vosotros me habéis fastidiado la existencia.— Alyssa los observó con atención— Además, según esa estúpida profecía, de mi depende que no os extingais, así que podríamos empezar mostrando un poco de respeto.

La sala se quedó en un silencio absoluto, Fobos y Deimos, situados a ambos lados de Ares, sonreían con orgullo.

— Ahora bien, esto es lo que vamos a hacer. Vosotros, encontraréis una forma de arreglar todo este lío.— Alyssa señaló a Atenea y Zeus— Y yo, disfrutaré de mis merecidas vacaciones en el Olimpo.

— ¿Y si no aceptamos?— preguntó Hades desde su trono.

— Pues yo daré media vuelta, y os tendréis que arreglar sin mí.— la chica se encogió de hombros— Yo no soy la que tiene la posibilidad de desaparecer. No tengo nada que perder, vosotros sí.

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