DIECISÉIS

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Disclaimer: la obra es completamente de mi autoría, tomando elementos de Avengers endgame y la serie falcon y el soldado del invierno. Prohibida su copia u adaptaciones.

•••

Sharon jamás en su vida había pisado o siquiera pensó estar en la casa de Bruce Banner, no pasaba por su mente volver a Nueva York para ser precisa. Todos parecían estar concentrados en sus propios asuntos así que eso no la hizo sentir tan mal, pero eso no quería decir que no se encontraba fuera de lugar.

Para variar no había hecho más que mantenerse en silencio, incluso durante el viaje de vuelta a Estados unidos. La vista a través de la ventana creyó que sería solo un recuerdo borroso. De alguna manera, en el fondo, sabía que estaba en casa... ¿Pero qué pasaba con lo que dejó atrás? No era sencillo dejar una vida y retomar otra. No tenía la seguridad de que podría retomarla de todos modos. Quizá solo estaba sobre pensando.

Ellos caminaban delante de ella, incluso Sam que parecía estar enfadado; lo podía notar por la posición rígida de sus hombros. No le dijo nada, se limitó a permanecer en silencio, de brazos cruzados y apoyada en la pared en un rincón poco visible; aunque no era necesario todo eso, seguía siendo invisible...

«Maldición, no había ni un maldito vaso de Ron».

Su pie comenzó a agitarse ansioso y si no soltaba un solo comentario sarcástico era por respeto. Después de todo...Romanoff y Steve lo merecían.

Apretó los labios al verlos juntos.

No porque le doliera o prefiriese ocupar el lugar de ella, sino porque había sido lo bastante estúpida como para no notarlo antes. Steve resplandecía estando cerca de Natasha, la miraba y se aferraba a su mano como si no quisiera soltarla jamás.

Lo que removió algo en ella, lo que le causó una incomodidad que hasta le provocó nauseas fue el pensamiento de estar irremediablemente sola. De que nadie la querría, jamás, de esa manera. Y ya que tomaba en cuenta el tema de la soledad, comenzaba recordar por qué.

«Seguía siendo fugitiva del gobierno».

Todo su cuerpo se estremeció. Si antes no reconocía estar asustada, lo hacía ahora. El senado de seguro ya estaba al tanto de su situación y Sam no había dicho absolutamente nada después del incidente con Karli.

Lo siguió con la mirada; él tomó asiento, parecía estar meditando y lucía miserable.

«Bien, eso era un poquito reconfortante, dada su situación». Sharon elevó las cejas y esbozó una sutil sonrisa. Y entonces, como si lo hubiera llamado con el pensamiento y le hubiera dicho "Oye, aquí estoy", Sam se fijó en ella por un par de segundos. Eso bastó, supuso Sharon, para que analizara su expresión.

Era demasiado entrometido, pero no podía hacer nada en contra. Era su estúpida naturaleza. Pero luego desvió el rostro. La volvió a ignorar. Estaba en una posición ligeramente encorvada, exhausto. Y era evidente que no podía lidiar con más de dos cosas a la vez así que Sam terminó fijándose en Steve.

—Lo van a relevar y con suerte no estará tras las rejas por tratarse de un criminal. — Sam escupió lo último con ironía.

—¿Y qué sucederá con Steve? —Bucky se sentó a su lado, pareciendo incluso más mortificado que el propio Sam—. Debemos explicarles que fue una confusión, que está bien.

—Por si no lo has notado, has violado la única condición por la que se te permitía estar en libertad.

Sam lo miró fulminante. Bucky solo se encogió de hombros.

—No es la primera vez en la que tengo que burlar la seguridad. Lo dices como si no lo hiciéramos todo el tiempo. Primero somos la amenaza y luego somos su única alternativa. Somos su única alternativa, Sam. Al demonio con sus malditas restricciones.

Steve y Natasha se habían mantenido en silencio durante bastante tiempo, especialmente ella. Solo parecía contemplar el peso de sus palabras. Natasha llegó a la conclusión de que Barnes tenía razón. Luego del espectáculo que había protagonizado eso era lo único a lo que podían aferrarse.

—Nat...—Sam la llamó, buscando seguridad. Su nombre fue una pregunta sutil.

—Steve está vivo, lo quieran o no. El escudo le pertenece; conservarlo en un museo o buscar a un incompetente de su conveniencia no les servirá de nada— su mirada vengativa pudo haberle helado la sangre a cualquiera—. ¿No les parece que está decidido el tema? Si Steve quiere volver como el capitán América, nadie tiene derecho a refutar una maldita cosa.

—Entonces— Bucky vaciló con un movimiento tentativo de la cabeza—, si eso ya está decidido, tal vez podamos pasar al siguiente tema de importancia, ¿Qué pasará con Wanda? En este momento quizá sea la mujer más peligrosa y ellos quieren su cabeza.

La aclaración lógica de Bruce se abrió pasó entre todos por primera vez y respondió a la pregunta de Barnes:

— No podemos hacer nada con los poderes de Wanda. Son inevitables. Más si es posible que Wanda canalice su energía y sea capaz de controlarlos, nadie más que ella puede y debe hacerlo. Quizá el tipo de ayuda que ella necesite sea...distinto.

—¿Qué quieres decir? Ella está a salvo con nosotros, no necesita otro tipo de ayuda. — remarcó James con notable molestia brillando en sus ojos.

Bruce exhaló un suspiro que se asemejó a una risa ahogada, lo que le crispó los nervios a Barnes. Wanda sin embargo, se mantuvo expectante, quería oír la explicación de Bruce. Lo único que quería era dejar de ser una amenaza y al parecer él sabía cómo.

—Lo Que trato de decir es, que si aseguramos que tendrá ayuda con esto, puedan aceptar a dejarla en libertad. Es como tu caso, Bucky. Ayuda psicológica para tu indulto. Quizá ella necesita lo mismo. Solo debemos convencerlos de que ella está dispuesta.

—No, no creo que eso...

—Lo haré—Wanda lo cortó de pronto—. Todos ellos creen que soy una amenaza, ¿No? Se refieren a mí como si fuese a acabar con el universo—soltó una risa irónica—. Solo se trata de una pequeña cosa que debo hacer bien. No me costará nada.

—No es simple volver a lidiar con todo eso, Wanda.

—No puede ser peor que esquivarlo como si el dolor nunca hubiera existido, ¿No lo crees?

Ella sabía bien que debía hurgar en sus memorias pasadas y no era nada que alguien como ellos ansiara recordar.

—Los bufones del gobierno creen que pueden controlarlo todo y moldearlo a su beneficio— Barnes bufó —. Ellos mienten todo el tiempo y nos usan como su maldita cortina de humo. ¿Qué carajo quieres que piense de ello? Cuando aceptes te harán quedar como su obra de caridad con la humanidad.

—James...—Wanda lo llamó con cautela y él negó evitando su mirada. De alguna manera, Wanda estaba agradecida con él. De que la defendiera con tanta fiereza—. No me importa la forma en como me vean los demás, sé que mi equipo me respalda. Esto no será nada comparado con lo que he tenido que pasar. Comparado con una prisión submarina, hablar de mi pasado no significa nada.

Bruce le hizo un gesto a Barnes para que se calmara y asintió para que confiara en ella.

—Está bien...

Sam dirigió otra vez su mirada hacia Sharon. Parecía incómoda con la escena, mucho más concentrada en la lámpara colgante que en la conversación aparentemente. Se protegía rodeándose a sí misma con los brazos.

Steve captó el momento exacto en el que Sam se dirigió a ella y volvió a mirar a Natasha, otorgándoles privacidad. Aunque con exactitud, no sabía que tanto se había perdido.

—Esta casa es condenadamente fría, me gustaría beber algo fuerte, toda esta cursilería de equipo me está mareando.

—¿En serio? A mí me parece bastante cogedora.

Sam sonrió. Ella se miraba enfurruñada. Estaba molesta y él lo sabía, pero también, de alguna manera percibía su melancolía. Así que tomó su mano y, demonios, ella estaba fría.

—No he olvidado lo que prometí.

Ella lo ignoró, principalmente porque así era más sencillo evitar un sonrojo involuntario, el calor que transmitía la mano de Sam era algo que bien podría hacerla sentir menos sola...Que no era tan invisible como estaba pensando. Pero era momentáneo. Así que la retiró. Eso era lo correcto.

Sam entendió el sutil mensaje; la esperanza no era algo que ella albergara. Entonces se giró hacia el equipo con decisión.

—Sharon. No la dejaremos sola. Ahora más que nunca.

El resto, incluida Sharon lo miraron con sorpresa; no por lo que dijo, sino por la decisión con la que Sam se expresaba.

Sharon sintió la presión en su cabeza, algo desagradable; pero que la obligó a recordar desde el primer momento en que decidió ayudar a Steve hasta el instante en que aceptó aliarse con Sam. La diferencia era mucha, sus sentimientos habían cambiado, al igual que sus ideales; pero él.

Él en verdad parecía querer empeñarse en que ella recuperara la fe.

— Diremos la verdad. Ella no tiene la culpa de los errores que nosotros cometimos. Tiene derecho a su libertad. Y no vamos a descansar hasta que sea completamente libre. 

Una visita a la doctora Raynor era el último de los pendientes en la lista de James. Se repetía una y otra vez que esa terapia absurda no lo estaba ayudando en una mierda y las pesadillas seguían ahí, no se irían por charlar con alguien sobre que había desayunado esa mañana.

Estaba inquieto, la idea lo tenía frustrado porque si no había funcionado con él, tampoco creía que funcionara con ella...con Wanda.

No hacía falta preguntarle para saber que estaba rota y recordar sería doloroso, no haría más que volverla trizas. Pero Wanda no esperaba ser salvada, en absoluto, menos por él.

Bucky sonrió de mala gana. «Claro, ¿Por qué ella lo esperaría? No era un héroe».

Ahora que Bruce les abrió las puertas de su casa, temía por lo que ellos pudieran presenciar. Podrían hallarlo en aquellos momentos en los que se perdía por completo. Donde no tenía noción de ser él mismo, si la pesadilla se había vuelto realidad, si era seguro...

Era mejor mantenerse solo y silencioso en la habitación. Y la había cerrado con llave por su propia seguridad para luego abandonar el brazo metálico en un rincón cerca del armario.

Tomó asiento al borde de la cama, de cara al ventanal. La ciudad era hermosa, brillaba frente a sus ojos y aún con el sonido amortiguado de las sirenas de los autos, era...de alguna manera, pacífica.

Suspiró, soltando el aire de a poco. Tratando de serenarse, intentando sentirse normal no jodidamente loco. Disfrutar de la soledad aun encasillado en una habitación.

Pero la perilla se movió despacio, tan despacio que jamás podría haberlo percibido; sobre todo porque si alguien quisiera entrar, aun si era Steve, habría tocado antes.

De pronto la presencia tras él se sintió pesada, y pudo verla en el reflejo de la ventana, cerrando la puerta despacio.

— ¿Cómo es?— preguntó ella, acercándose despacio.

James disimuló su sorpresa y ahogó la respiración un segundo mientras contaba hasta diez. Se mantuvo impasible, sosteniéndole la mirada a través del cristal.

— Frustrante.—arrastró las palabras.

— Así que, ¿Ahora solo debo mirarle la cara a una mujer por dos horas mientras apunta en una libreta?— bromeó con una expresión cínica y sus ojos verdes brillaron con malicia. Él lo entendió y agachó la cabeza, asintiendo.

— Sí. Eso creo.

— No parece muy terapéutico.

— Bueno, tú no parecías tan rebelde, niña.

Eso le sacó a ella una sonrisa y se acercó a la ventana, apoyándose contra esta, justo frente a él, bloqueándole la vista de la ciudad a propósito.

— Sí, lamento no tocar. Supongo que eso contribuye a mi perfil de perra psicópata o a mis episodios maníacos altamente peligrosos.

—Bueno, sin duda, si fueras otra persona, aun sin un brazo puedo ser letal. Claro, hablo en el caso de ser consciente de que estoy...solo...en casa. Ahora que estamos todos creo que me inventaría cualquier cosa para que ninguno de ellos supiera...

—¿Qué intentas parecer normal?

—Así que lo sabes.

—No es muy complicado de averiguar.

James la miró con una ceja por lo alto, escaneándola de pies a cabeza; desde sus medias negras altas que le rozaban las rodillas hasta su coleta despeinada. Parecía una nena después de la siesta y con un chasquido de sus dedos podría hacerlo pedazos. No tenía la apariencia de parecer un ser destructivo, al contrario, en sus ojos solo había melancolía por como todo el mundo parecía querer acabar con ella. Wanda solo se había defendido. Ella solo trataba de encerrarse en el único lugar que encontró seguro; su mente. Hasta que descubrió que esa había sido alterada hace mucho tiempo. Entonces se detuvo.

—Así que me estuviste estudiando entonces.

—Mucha falta no hizo— rió. Su risa era suave y sutil, casi tímida. Ella se rodeó el vientre medio descubierto con los brazos, como si de pronto sintiera vergüenza—. Lo único que está bastante loco es todo este asunto de la persecución.

—Más que nosotros, sí. Al menos estamos juntos. Todos, es decir.

— Cierto. James...

— ¿Sí, muñeca?

El susurro enronquecido de James era casi inconsciente, solo murmuró lo primero que tuvo en la punta de la lengua al escucharla a ella. Fue cauteloso, natural, de la misma manera en la que Wanda recitaba su nombre.

Cuando él buscó el rostro de Wanda, notó como sus mejillas se tornaban de un tenue rosa.

Bueno, pensó que él avergonzado, de alguna manera, debía ser él. Estaba admirándola tanto, perdido en el momento, en sus movimientos, la complicidad, la manera en cómo su figura se delineaba por el contorno con las luces del exterior que no creyó que Wanda estuviese escuchándolo en realidad.

— ¿No te deja en paz, cierto? Nunca. Estás tan alerta todo el tiempo que...—él elevó una ceja cuando ella hizo una pausa—, que es imposible tomarte un descanso de ti mismo y solo olvidar...Ni siquiera has notado que lo acabas de hacer.

—¿Has entrado en mi cabeza, niña?—parecía serio, pero Wanda sabía que no era en serio.

Ella negó.

—¿Tienes miedo de que lo haga?

—Hay cosas que quizá, alguien como tú, no está preparado para ver...

—No me asustas, James.

Él se puso de pie, enfrentándola, su figura cubría la de ella haciéndola parecer frágil.

—¿Segura? Puedo volverme loco en cualquier segundo. ¿Eso te asustaría?

Wanda, por un instante, se fijó en el lado donde faltaba su brazo izquierdo. Al notarlo, James se giró y bufó

— Si hubiera una manera de quitarlos, quizá fuera más fácil. Pero no la hay. Y todo el maldito tiempo estoy sobre pensando. Estoy jodido, Wanda. Yo mismo me conduzco fuera de mi mente.

— Podría ayudar—al notar que se tensó, sabiendo que la oía claramente, continuó—. No por completo, pero sí a que se vayan por un buen tiempo. A menguar la sensación de culpa, James.

Él giró despacio hasta enfrentarla. Culpa era lo que sentía todo el tiempo.

Wanda lo entendió. Él pareció, por un segundo, que rompería a llorar. Sus ojos lucían cristalinos, pero tenían un color azul metálico que aun en medio de la profunda tristeza que albergaban eran hipnóticos, encantadores.

Él de pronto soltó una pregunta que, internamente, la desarmó.

— ¿Por qué no hiciste eso con los tuyos?

Wanda tragó pesado.

— Lo intenté. Logra calmarlo. Es solo el vacío en mí, parece simplemente no irse.

—¿Y si sucede lo mismo conmigo?

— No, porque encontraremos el modo de arreglarlo.

James asintió con más ánimo.

—Entonces...seguro podremos encontrar la manera de arreglarlo para ti también.

— ¿Me ayudarás?— preguntó burlona, pero conmovida por dentro.

— Lo haces tú conmigo.

— Cierto.

Ella sonrió. Solo sonrió. Fue simple, a labios cerrados, pero sincera. Su rostro cambió a la conmoción en cuanto él tomó con delicadeza su mejilla derecha.

Ese movimiento no estaba previsto, no creía siquiera que James fuera capaz de hacerlo. Él simplemente le deslizó el pulgar por la mejilla y fue como si tuviera cuidado de romperla.

La respiración de Wanda se quedó atascada en su garganta.

Pero, en la mente de James, no había manera de detener el impulso cuando ella se veía, simplemente, como la criatura más bella. Digna de devoción. Y quizá lo era, no había manera de expresar lo que ella había decidido hacer por él. Y tenía toda la fe.

James se inclinó para depositar un beso sobre su frente que se sintió tan intenso al grado de hacerla cerrar los ojos y despejar su propia mente por, al menos, un par de segundos en cuanto mantuvo sus labios presionados sobre ella.

Se aferraría a eso.

— Gracias. — murmuró él.

Wanda no había notado el momento en que dejó que sus manos reposaran sobre los hombros de él y una se deslizó por el lado donde hacía falta el brazo de metal, rozándole el costado antes de volver pesada hacia ella.

— No hay de qué—tragó pesado. Tomándose un momento para reponerse—. Ahora, cierra los ojos.

La luz roja comenzó a emanar de sus dedos y a actuar sobre la cabeza de James, sumiéndolo en un estado de relajación. Sus ojos se cerraron, las pestañas espesas le rozaron los pómulos. Y ella no hizo más que contemplarlo con el ceño fruncido.

Jamás, en su vida, aún después de visión, había visto un hombre como él; rudo, con el alma rota, con tantos pecados sobre su espalda que el peso no lo dejaba inclinarse por la redención, y al mismo tiempo lucía como un ángel.

—Pasará, James...Confía en mí. 

Sharon necesitaba un respiro, pensó que volver a los viejos hábitos sería fácil, pero no sentía nada. Estaba vacía por dentro. Era como estar en el sótano de su edificio en Madripoor. Sin ruido, sin nadie que al menos la mire, sin nadie en especial... Estaba sola. No importaba cuántas veces Sam se empeñara en hacerle creer lo contrario.

Cuando Steve Rogers tomó el escudo la tarde de ayer, solo podía pensar que hizo lo correcto en ayudar a Sam cuando este le pidió que lo respaldara. Y cuando vio a Steve ir hacia Natasha y abrazarla con desespero, se reprendió por haberlo besado hace tantos años, por estar ahí y por invadir ese momento.

Ese definitivamente no era su espacio y estaba terriblemente incómoda. Sí, estaba feliz por él. Estaba...Esa era la vida que Steve merecía, junto a Natasha. Pero entonces no dejaba de pensar en que lo había ayudado dos veces y ella seguía enterrada en el fango, y no solo eso, sino que ahora también corría peligro.

«Cuando alguien a quien aprecias está en peligro, simplemente haces lo que sea». Él lo hizo por Romanoff.

Y ella lo hizo por Sam. ¿Por qué carajo tendría aprecio por Sam?

Tenía que quitarse esas estupideces de la cabeza lo más pronto posible.

— Si sigues dando tantas vueltas vas a marearme.

Su voz la paralizó. ¿Es que acaso el tipo la espiaba? ¿Cómo demonios sabía que estaba en la maldita cocina?

— ¿Cómo quieres que esté si estoy a horas de ir al senado? Mierda, Sam—rió irónica—, en serio trato, pero estoy asustada, ¿De acuerdo? Jodidamente asustada ¡Y tú..!— se detuvo en seco.

Sharon respiraba con tanta fuerza que su pecho subía y bajaba con brusquedad. Sus ojos estaban enrojecidos y su mentón temblando. Se sintió patética. Y él no hacía más que mirarla. Así que buscó serenarse por todo medio posible, tomó una honda bocanada de aire y le dio la espalda.

Sam, por supuesto, tenía que rodear la isla para estar frente a ella. Sharon lo maldijo internamente. Muchas, muchas veces una vez que él la miró a los ojos. Ignorarlo no le estaba sirviendo de nada.

Podía con el acercamiento, pero no con el escrutinio. Los ojos oscuros de Sam estaban puestos sobre los suyos sin darle oportunidad de escapar o se delataría a sí misma y no hablaba de su audiencia con el senado. No. Hablaba solo de él.

— No va a pasar nada malo. Arreglaremos el mal entendido. Steve está aquí ahora y...

— Ahora que está aquí es como si todo volviera a un perfecto balance, ¿No?— le brindó una sonrisa cínica.

Sam relajó sus facciones, casi parecía que sentía compasión por ella. Y Sharon lo odió. Lo que necesitaba era aire, algo de beber, quizá recurrir a ese tono ácido...

— Bueno, si no hubiera sido por Natasha, definitivamente estaríamos jodidos. —Sam sopesó sus palabras, quizá fue algo brusco al decirlas, como si debiera replanteárselas— ¿Cómo estás con eso? Por cierto...—murmuró entre dientes.

Sharon se detuvo, esta vez lo miró como si le hubiera brotado una segunda cabeza. Ella no pudo evitar soltar una risa con ganas, descolocándolo.

— Sam, ¿Qué rayos estás diciendo?

— Nada que no tenga lógica.—se encogió de hombros.

—No, no tiene...—suspiró, quedando la frase a la mitad.

—Bueno, olvídalo.

— Wilson, lo único que compartimos Steve y yo fue un beso, un beso tímido que ni siquiera fue... No sé cómo describirlo. Estuviste ahí. Quizá fue el momento o quizá no. Simplemente no lo sentí conmigo— bufó irritada—. La cabeza de Steve estaba a kilómetros de ahí cuando sucedió, era evidente que no estaba pensando en nosotros— le restó importancia con una mueca—. No hubo nada más entre él y yo.

Había dado demasiados detalles, una explicación que tenía más de dos palabras era demasiado. Se sentía como una chiquilla idiota. Así que se cruzó de brazos, enfurruñada. Era lo más maduro, claro, después de todo.

— Te quedaste callada allá afuera.

— No tenía nada que aportar. Me conmovió, sí, quizá...Pero no le digas a Romanoff o va a fastidiarme por el resto de su vida.

Él asintió, casi ausente, y extendió su mano con la vaga excusa de hacer un trato alrededor de eso, por su silencio, una broma pequeña. En realidad solo quería volver a sentir su piel tibia.

Para fortuna, ella la estrechó. Vaciló al comienzo, pero, finalmente, Sharon apretó su mano a la de él por un momento. Apenas dos miserables segundos en los que Sam dudó de soltarla.

— Entonces, ¿No has besado a nadie desde Steve?

—Oh, por favor.— ella rodó los ojos.

—Entonces es cierto. — se burló él.

— La peor parte de todo eso es que en verdad fue un beso malo. Era como los besos en la mejilla. Fugaces, suaves... Nada especial, ya sabes— se alejó, dándole la espalda para apagar el interruptor de la cocina—. Bueno, Wilson, que descanses. Iré a ver si Wanda necesita compañía.

Su idea era fugarse lo más pronto posible, estar lejos de la presencia de Sam, pero la realidad era que se sentía extrañamente tensa y sus pies no eran capaces de seguir avanzando. «¡Demonios, no ahora!». La cocina había quedado a oscuras y el frío otoñal ya se hacía presente calándole los huesos.

El silencio se sintió fatal, pero no más que cuando Sam oyó los pasos suaves de ella retirándose.

¿En verdad iba a permitírselo? Aun sabiendo que ella, no importa cuánto quisiera aparentar lo contrario, estaba asustada.

Ágilmente cruzó la corta distancia del lugar y la tomó del brazo.

Sharon se detuvo al instante, solo dejando a su agarre sobre ella. Sintiéndolo a través de su ropa.

El aire brotó suave por entre los labios de ella y aún temblorosa, y esperaba que él no lo notara, se giró. No esperaba chocarlo con la punta de la nariz.

La rozó despacio, apenas sentía la tibieza de su respiración, un escalofrío la recorrió. Ella buscó sus ojos, apenas podía verlos con la tenue luz que venía del patio.

Sharon se descubrió a si misma esperando...¿Qué? ¿Qué la besara? No. No podía ser...

Pero ella misma empuñó las manos en la chaqueta de él.

—Sam...

Él atacó sus labios, voraz, con hambre, con ganas de derretirla entre sus brazos. Se le grabaron sus suspiros en la mente, el toque de sus manos tentándolo sobre su chaqueta y la camiseta con fuerza para poder sostenerse y no flaquear. Él mismo podía sentir su propio corazón palpitar acelerado. Ya no era tan ruda como quería hacerle creer, ella simplemente era una mujer que estaba disfrutando de un beso en la oscuridad bajo la idea de que alguien pudiese entrar y verlos en cualquier momento y eso a él le gustó.

Sus lenguas conectaron al instante y el jadeo de ansia por sentir más, pero la exigencia brotó de los labios de Sharon, y tan pronto como eso sucedió la propia Sharon reaccionó.

Esa era la señal.

Se separó de él, buscando su mirada antes de alejarse y correr escaleras arriba como una cobarde y ocultarse tras la puerta de su habitación.

¿Por qué continuó?

¿Por qué no lo dejó seguir?

¿Por qué no lo dejó tomar más?

¿De qué rayos tenía miedo? Y se refería a él y solo a él. Al demonio el senado.

Mordió su labio con una sonrisa tenue.

— Maldito seas, Sam Wilson.

Natasha y Steve llegaron al viejo apartamento de él. Natasha no lo había pisado en un buen tiempo. Pero parecía...igual que siempre. Nada había cambiado excepto que había más cosas de ella de las que vagamente recordaba.

Incluso había una manta arrugada sobre el burdo sofá beige de en medio de la sala. El diseño era espantoso, el mismo Tony se habría desmayado ahí mismo solo de verlo. En su defensa, a Steve no le convenía ser demasiado extravagante y no es como si alguna vez se le hubiera dado el diseño de interiores.

Sonrió al recordar a Tony. Él era teatral, pero no pensó que extrañaría tanto sus formas sobreactuadas.

Además, era un sofá cómodo. Siempre entraba al apartamento sin tocar y se lanzaba sobre esa polvosa cosa vieja y ella y Steve veían alguna película que él tenía anotada en su lista (las muchas que ella había anotado en su lista, porque era un crimen tener tan pocas). Él solía quedarse dormido a la mitad y ella dejaba de verlas para poder observarlo a él. Hasta que su juego inocente se fue transformando en noches de confidencia, su apartamento en un refugio entre misiones. Podía verse recostada sobre el sofá y él sobre ella, acariciando cada centímetro de su cuerpo.

Sus mejillas se sonrojaron sin poder evitarlo y sonrió melancólica.

Steve se percató de ello, Steve estaba atento a cada minúsculo detalle. No parecía querer perderla de vista ni un segundo.

Él nunca pudo decirle como se sentía, pero estaba seguro de que ella lo sabía. Ella siempre lo sabía. Porque lo conocía.

—Lo siento.

—¿Eh?—ella se giró hacia él. Steve tenía la cabeza baja, parecía avergonzado—¿A qué te refieres?—sonrió desconcertada.

—A tus cosas. Traje todas hasta aquí...No podía dejarlas en el complejo cuando...

Steve tragó pesado y ella lo escuchó aclarar su garganta, como si la voz se le hubiera cortado de repente.

—Steve, no tienes que...

—Natasha, cuando Clint regresó...cuando él regresó sin ti yo...—negó, incapaz de procesar que ella estuviera frente a él—, me volví completamente loco. Perdí la cabeza y lo lamento. Maldije a todos, maldije a todo, a Thanos, a Clint, incluso a Dios, a mí. Estaba enfadado, estaba tan enfadado porque sabía que fue una decisión tuya; pero jamás podría haberte culpado a tí. Y ahora se siente tan irreal el hecho de que estés aquí.

Él caminó despacio hasta apoyar sus manos en el respaldo de la silla donde reposaba la chaqueta de cuero de Natasha y sonrió inconsciente, como si le sonriera a su recuerdo. Entonces la miró, y sus ojos parecían más intensos que nunca. Profesaban amor, profesaban dicha. Aquello solo duró un instante, volvió a cerrar los ojos, tan fuerte, intentando retener las lágrimas.

Natasha se acercó a él, tocó su hombro y lo sintió rígido bajo la palma de su mano. Pero Steve soltó un suspiro, casi imperceptible, tratando de relajarse. Natasha lo acarició buscando reconfortarlo.

—Sam entró a mi habitación esa noche y, después de horas asimilándolo, cuando me dijo que habías muerto yo solo lo tuve que aceptar. Pero nunca, Nat, dejé de buscar una forma de traerte de vuelta. Nunca dejé de luchar por ti. Solo podía aferrarme a un recuerdo tuyo. Y...en tu funeral, fui incapaz de decir una sola palabra. Estaba ahí, aguardando a que ocurriera un jodido milagro con esas malditas piedras del demonio para que volvieras. Por eso dejé un espacio a mi derecha. Para ti. Porque tú siempre estás a mi derecha—sonrió. Pero a Natasha le partió el alma verlo. Steve estaba destrozado, con los ojos inyectados en sangre y con las mejillas húmedas por las lágrimas saladas. No se había dado tiempo de llorar tan libremente como en ese momento—. Te extrañé tanto que ni siquiera era sano. Si no me desmoroné luego de ese día fue porque había una guerra que pelear. Incluso ahí sentí que podría morir, pero si moría, entonces podría estar finalmente a tu lado. Entonces ganamos...y a cambio también perdimos a Tony. Y supe que no me podía quedar de brazos cruzados y debía hacer un último intento. Tenía que buscar la forma de devolverte. De tenerte de nuevo conmigo.

Natasha tragó el nudo en su garganta y limpió las lágrimas del rostro de Steve tan suavemente que su toque parecía una ilusión. Olvidando por un momento que ella misma estaba llorando. Lo obligó a mirarla a los ojos y afirmó con seriedad:

— Nunca más vas a perderme, Steve, ¿Oíste? Nunca.

— Quiero pensar que será así, Nat. He vivido tanto gracias a ti, por ti, que sin ti estaría perdido— tomó su mano y la acercó a sus labios para besarla con devoción, luego la apresó contra su pecho, justo sobre su corazón—. Eres toda mi vida, Natalia Romanova. ¿Te das cuenta lo miserable que sería si no estás? No quiero vagar vacío por el mundo eternamente— su mano libre acomodó sus mechones rojos tras su oreja con cuidado, logrando que ese simple gesto la estremeciera—. Estoy enamorado de tí, Nat. Te amo tanto que no quiero que pase un segundo más sin que lo sepas.

— Yo lo sé, yo lo sabía— aseguró, sonriéndole ampliamente, maravillada por el sonido de su voz sedosa—. Pero escucharlo es todo lo que quería. Todo lo que siempre esperé después de tantos, tantos años. Steve... Ahora no hay nada que nos impida estar juntos, ¿De acuerdo, soldado?

Ella se puso de puntillas y las yemas de sus dedos se pasearon por la barba espesa cuando él la tomó de la cintura aferrándola a él; juntándola hacia su cuerpo tenso, listo, ardiente y desesperado por su toque.

El olor de Natasha lo embriagó hasta el delirio, no podía resistirse a besarla; pero cuando la tocó, cuando paseó las manos ásperas bajo su camiseta tan lentamente sentía el efecto que tenía en ella; erizándole la piel.

Steve sonrió complacido. Ella jadeó sobre sus labios, ansiosa, y él no dudó en atraparlos entre los suyos para probar de ellos como si aquella fuera la primera vez, paseando su lengua por el borde inferior, sintiendo como temblaban por la impaciencia.

Natasha se inclinó para morderlos y arrancarle un gemido desesperado que desentonaba con sus movimientos parsimoniosos; pero él ya estaba tirando de su playera hacia arriba, dejando al descubierto el sujetador deportivo. Lo hizo recordar a las veces que se enredaban luego de los entrenamientos, esperando a que nadie los escuchara en la tranquilidad de las duchas.

Natasha envolvió las piernas alrededor de su cintura, Steve la tomó a ella por las muñecas y las ancló a la pared justo sobre su cabeza. Natasha soltó un gemido suave contra sus labios y se restregó con toda la intención contra él. Steve la tenía sujeta con fuerza sin llegar a lastimarla y a la vez, su otra mano recorría sus muslos torneados. De pronto él se acercó a su cuello, calentándole la piel con su respiración, su lengua paseando por el largo de este hasta llegar al valle de sus pechos turgentes y morderlos sobre la tela antes de retirarla.

—Dios, Steve...— ella jadeó con urgencia.

—¿Impaciente?—sonrió él.

Steve sabía que sí, la tomó de la cintura para recostarla sobre la cama y tiró de sus jeans, quitando las botas en el proceso y paseando su mirada por las curvas de su cuerpo.

Se detuvo, Steve la contempló desde el final de la cama, cada centímetro con su mirada ardiente. Natasha mordió su labio inferior y su mirada se tornó dudosa; Steve parecía estar fuera de su mente.

—¿Sucede algo?

Él negó y volvió para cubrirla con su figura para reemplazar los lugares por los que su mirada había paseado y con sus labios, succionando los pequeños lunares que salpicaban por su vientre, mientras las manos pequeñas de ella iban a parar traviesas a su abdomen y luego llegaban a reconocer los músculos de su espalda.

Natasha echó la cabeza hacia atrás y gimió tan bajo, casi en agonía, gracias a que la respiración de Steve había ido a parar a la parte más íntima de su cuerpo.

Él retiró las bragas despacio, separando sus piernas con cuidado y le dio una última mirada antes de perderse entre ellas. Natasha por fin pudo soltar ese grito de satisfacción que se había quedado atorado en su garganta una vez que su lengua la acarició.

Steve la hacía sentir especial, le demostraba cuanto la conocía por dentro... y por fuera. Él volvió hacia su boca, perdiéndose en ella. Natasha dejaba el rastro de sus uñas sobre la sobre la piel de sus hombros, su abdomen bajo y algo más... Ahogó los sonidos obscenos que venían desde lo profundo de su garganta contra el cuello de Steve cuando él se sumergió con facilidad, con ella lista y acogiéndolo de manera cálida.

Natasha dejó que se moviera en su interior y pronto sus pieles chocaban a un ritmo demencial, dejando que sus cuerpos ondulantes se complementaran hasta saciarse.

Más tarde, ella descansaba contra su pecho, recibiendo un beso sobre su frente húmeda por el sudor que perlaba sobre ella. Se sentía por fin completa. Sentía su tacto pesado aún sobre su cintura y la fuerza de sus brazos apresándola.

— ¿Qué opinas del retiro, Soldado? ¿Es lo que quieres?

Steve suspiró, dejó que ella siguiera dibujando espirales invisibles sobre su pecho descubierto.

—Lo he pensado...Muchas veces. Es solo que a veces creo que fuimos hechos para esto, cuando creo que hemos terminado con un problema y luego aparece un nuevo y es un ciclo de nunca acabar. Pero ahora, con todo lo que ha pasado, contigo aquí, Nat, no hay nada que anhele más.

Él besó su mano y los ojos de ella resplandecieron con esperanza renovada.

— ¿Entonces aceptarías mudarte?

—¿A donde?

—No muy lejos— se encogió de hombros—. No saldríamos de Nueva York, solo... Alejarnos del centro de la ciudad, a una de esas cabañas como la que tenían Tony y Pepper. Tú y yo, una linda casa. Tal vez algo más...—murmuró. Ella elevó su mirada verde para engancharse a la de él—. Steve, no hay nada más que quiera que no sea una vida contigo. ¿Eso te queda claro?

— Eso está perfecto, preciosa.

Natasha se irguió sobre él, quedando a horcajadas sobre su regazo y dejando que su cabello rojo cayera a los costados de su rostro como una cortina. Para Steve fue la visión más encantadora que hubiese presenciado jamás. Y era completamente suya.

— Steve...—pronunció ella, cautelosa, como si fuera a decir algo extremadamente delicado. Steve le hizo saber que tenía toda su atención acariciándole el mentón con mucha suavidad e incorporándose despacio. Entonces ella solo lo dijo. Y fue la cosa más fantástica que había oído en todos esos años—. Te amo.

Y luego, él la volvió besar una de las muchas veces, esa noche.




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