Aficionados por la verdad

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   —Te gustaría un compromiso conmigo, ¿eh? —dijo Jethro con la cajita en la palma de su mano.

—No, no —dijo Maureen con los ojos abiertos como plato—. ¡Hay Dios mío, estás loco!

Mi tío le puso la alianza de oro en su dedo.

—¿Aceptás comprometerte conmigo? —dijo Jethro con los ojos cristalinos.

—Si, pero no... —tartamudeó la pelinegra mientras retorcía la punta de su camisa.

—¿Si o no? —preguntó intentando no fruncir rostro—, dime que esta pasan..., por favor. —Nena, solo es un anillo de compromiso. No me hagas asustar.

—En realidad pensé en que me lo propondrías, pero admito que me decepciona que me hagas la gran propuesta en la cocina de la casa de tu hermana—objetó—. Esperaba un escenario más romántico, algo más elaborado y más íntimo.

—Nena, el compromiso es algo que me emociona por completo. Todos mis seres queridos están aquí. ¿Estás segura que no quieres incluir a tu familia en esto?

Maureen lo miró inquisitivamente. Como les suele suceder a las personas que ocultan algún secreto, su silencio me estaba inquietando y me sentí obligado a meterme en la conversación.

—Maureen —le dije descaradamente—, él te ama de verdad y no le importa si el escenario es propicio. Tu mirada me desconcierta demasiado, no parece que estés emocionada con el compromiso.

—Yo también lo amo, pero... —balbuceó nuevamente.

—¡Ay! Esta mujer me pone los pelos de punta —chilló mi madre—. ¿Acaso no te sientes demasiado elogiada? 

Alcé mi chopp de cerveza y le di un largo trago. Mi tío comienzó a temblar, luego sacó la cajetilla de cigarrillos del bolsillo de su chaqueta de cuero y se llevó uno a la hendidura de su boca.

—¡Aja! —. Eso fue lo que dijo Jethro. Ocultando su mirada de tristeza.

Mamá le mostró su cara de resentimiento.

—Hazme cualquier pregunta. Solo para demostrarte que, al fin y al cabo, no soy una mala mujer —murmuró Maureen.

—No tengo porque hacerte preguntas. —Eso sonó bastante duro y el lenguaje corporal de mi madre no parecía nada agradable. Se cruzó los brazos y arrugó su frente con fuerza.

—Bueno, dame un consejo —retrucó la pelinegra.

—¿Un consejo? —Mi madre tomó asiento en la silla y cruzó las piernas—. ¿Qué pretendes con todo esto?

—¿Tío, estás seguro que comprometerte es todo lo que necesitás? —pregunté mientras me servía más cerveza.

—Oh, Danubio, ¿Lo dices en serio? ¿Es un chiste? —respondió, locuaz—. ¿Por qué no vas a ver a Meteora por la ventana? La veo desde aquí, gritale que la amas.

—Tío, baja la voz. —Me asaltaron unos remordimientos en la conciencia—. Está bien, me callaré.

Si Meteora es tu pasion, andá y encarala de una puta vez —gritó mi tío a viva voz sacando la cabeza por el ventanal— ¡Danubio te ama!

—¡¿Quééé?! —chillé y lo empujé—. ¡No puedes hacerme esto a mí! ¿Por qué gritaste a viva voz! Esto es como un puño en mi cara.

Jethro empezó, de manera literal, a sacarse los anillos de hierro de sus dedos: sus manos comenzaron a temblar y estaba muy nervioso.

—Danubio, no es culpa suya —replicó Maureen, mordaz.

—¿Qué decís?

—Vos te la pasas cuestionando nuestro amor y ahora te asustás porque tu tío le gritó a tu vecinita —masculló la pelinegra.

—Pe...pero —tartamudeo. Ya no soporto estos arrebatos en el seno familiar... —concluí de una forma poco convincente.

—¡Cállate, baja la voz carajo! —susurró mi madre mientras miraba por la tela de cortina—, Don Rodolfo está en la puerta.

Mamá abrió la puerta desconfiada y el hombre dijo:

—Señora, me estoy hartando del gusano rocanrolero de su hermano... le gritó algo raro a mi hija. Estoy demasiado cansado por estar de pie en la farmacia. Todo esto me revienta. No soporto que un viejo verde le diga cosas a Meteora.

—Don Rodolfo, usted esta equivocado —chilló mi madre.

—No estoy acostumbrado a que las mujeres me levanten la voz, pero debe hacer algo al respecto o tendré que llamar a la policía —dijo el hombre sin vacilación o temor.

—Estoy pasmada —repuso mi madre—. Quién gritó el nombre de su hija no fue mi hermano... Fue mi hijo.

—Me gustaría saber quien de los dos le gritó a mi hija —dijo con ferocidad—: si fuese Danubio quién vociferó tendrá que hacerse cargo de sus actos.

Al oirlo mi corazón dió un vuelco. Ya me sentía listo.

—Sí —respondí al cabo de un momento—adelante, pase.

—Es que mi hijo esta enamorado de Meteora —agregó mamá con rostro enrojecido—, usted sabe como es el amor juvenil.

De repente el auto de Reginalda estacionó frente a la casa tapando el fondo de un despejado anochecer. El hombre enmudeció, parpadeó y se fué.

—¡La villana te ha salvado! —dijo mi tío lanzando una carcajada.

—Tal vez —asentí con un aire distraído—, pero tu cara no tiene buen aspecto, tío—. Vacile, y me pregunté por dentro como nos salvamos del traspié—. Me temo que el farmacéutico le dirá la verdad a su hija. Eso me deja un mal sabor de boca, me destabiliza. Y es demasiado pronto para que ella lo sepa.

Jethro levantó el brazo para decirme algo y luego calló. Luego hizo otro gesto y añadió en un susurro:

—Amigo, estás perdido.

—Mi cuerpo se siente pesado, como un trozo grande de madera. Me duele el cuello y los hombros —inquirí.

—Bueno, los pormenores siempre existen, pero este solo es un detalle no tan desagradable —concluyó mi madre mientras cerraba la puerta.

—Con certeza la lengua te quema o más bien la conciencia o la culpa —repitió Maureen con un tono de desaprobación.

Mi tío parpadeó.

—Claro que no —dijo Jethro, y luego volvió a reirse por los nervios—. No me critiquen, ya era hora que mi sobrino diga la verdad.

—Acaso hablas de mi verdad —dije arrastrando las palabras de mi boca—, eres un gran hijo de pu... ¡Idiota!

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