Causas perdidas

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Finalmente, mi tío cedió y su novia comenzó a trabajar en el nightclub. Jethro se hizo a un lado y dejó que Maureen elija lo que realmente quería. Jethro se dió cuenta del vínculo dependiente que había forjado entre ambos. Pero más allá de su miedo de que haya un contacto físico y sexual en ese ámbito de trabajo, tenía ese temor latente que terminó generando en un proceso depresivo en muy poco tiempo.

Él dijo que sintió que su relación se había roto con esa persona que él quería y convivía. Era como si miles de señales brillantes indicaran «danger» y esos carteles estarían por todos lados.

Ha sido estresante para ser sincero, ha habido mucha tensión en mi casa y no sé como puedo explicártelo. Tuve una discusión con una vecina y fue por una estúpida lista de invitados vip en el antro y dijo que Maureen era solo una asistente en las barras de tragos —dijo jethro en un tono hostil.

—¿Cual vecina dijiste?

Es la hermana menor de Reginalda —repuso—, es otra Vanderpump. Trabaja o administra la boîte donde trabaja Maureen.

Bueno tío, tranquilo.

Yo no quiero estar bancándome a una pendeja que ni siquiera terminó el secundario me diga que mi novia es de cuarta —dijo Jethro, al fin—. Yo no quiero saber que pasa ahí porque me pone a pensar negativamente.

A lo mejor el padre de las Vanderpump es el propietario del local bailable —añadí.

Desde luego... —convino Jetro. Y añadió, cambiando su expresión—: Bueno, eso no tiene relevancia. A mi solo me importa la seguridad de mi novia.

Vamos, tío —dije emitiendo una risita—, lo que te importa es que no te la roben.

Nosotros no podemos adelantarnos al futuro. Lo que tenga que pasar, pasará.
Se sentó en su taburete y se puso a mirar el techo. Luego añadió:

Sucedió durante la noche.
Seguidamente refirió que Maureen había actuado raro. Explicó que dormía durante el día, pero los días de semana dormía de noche. Que ella había comenzado a hablar durante el sueño, entre una mezcla de ronquidos y jadeos.

¿Hablaba dormida? —exclamé dudoso.

Escuché que ella nombraba a un tal Rodolfo —dijo con una voz gélida.

¡Ja! Rodolfo es el farmacéutico dije mientras sonreía maliciosamente.

¡Ay, cállate!

Lo siento. Sigue contando —inquirí.

Ella decía que tenía que ir con Rodolfo a la góndola de lácteos para comprar un yogurt de tapa verde —dijo y bizqueó.

Eso es muy extraño —agregué—, se me ocurre que puede ser causa del sonambulismo—. La falta de sueño y la ansiedad.

No tengo idea de que significa, pero deberías ayudarme a descubrir que anda pasando...—dijo mientras pasaba un trapo con lavandina en el mostrador.

Es que no entiendo nada y no te puedo ayudar. No soy scooby-doo para andar resolviendo problemas y misterios —dije mientras masajeaba mis sienes.

¡Ha! Danubio, siempre me pareciste un chico muy amargo... —agregó lanzando una risa irónica.

Acto seguido, me miró fijo con los ojos chinos. Pero me estremeció, no podía creer que un tipo tan duro y seco este totalmente enamorado.

¿Quieres confesiones, tío?

Ya estoy re podrido de todo —siguió Jethro— . No entiendo que tiene que ver el yogurt light con ese hombre.

Tío, hay miles de Rodolfos en el mundo —le dije.

Lo sé, pero no puedo preguntarle nada al respecto porque se va a poner con los pelos de punta —inquirió Jethro.

De pronto entró un cliente a la disquería y nos quedamos estáticos. Fijé la vista en un disco de Green day. Jethro se volvió a sentar y cruzó sus piernas y tomó el diario que estaba en el mostrador como si fuese un acto mecánico. Giró su cabeza tratando de ver que veía el hombre. El tipo se acercó y dijo que tenía que hacer un regalo para el cumpleaños de su hermano manifestando que no sabía que elegir.

Al final compró dos cd's de música clásica y al momento de pagar el tipo se quedó mirando con una expresión de duda a aquel portarretratos que estaba en el mostrador.
Fue tan evidente cuando fijó la mirada en la foto de Maureen que nos hizo dar una mala impresión. Finalmente, el cliente saludó cordialmente y volvió a darle un vistazo a la imagen mientras fruncia el ceño.

Al carajo, al carajo con todo —chilló mi tío—. ¿Viste cómo miraba este portarretratos?

Si, que raro... —mascullé.

¿Viste como se puso nervioso? —gritó Jethro—. ¡Me estan cagando, posta que me están cagando!

Yo que sé. No sé que pensar —repuse—, él tipo deformó su sonrisa de una forma muy insólita.

Jethro quería ir a su casa para descargar sus inseguridades en la cara de su novia, pero finalmente logré contenerlo y su irritabilidad descendió.

Este tipo vive hace poco en el barrio y es un jugador de paddle profesional —dijo con una voz desgarrada—, y también es paraguayo como Maureen.

Tal vez la conoce de su país. Puede que sea una extraña y loca coincidencia... —dije tratando de suavizar las aguas.

Danubio —dijo y tosió—. ¿Te olvidas de que trabajaba en Asunción?

¿Quién?

¿Quién va a ser? —pronunció.

Bueno, tío. El pasado es algo que no se puede modificar —dije con la voz débil y floja.

Jethro se puso de pie para ir a buscar la cajetilla de cigarrillos, encendió un cigarrillo y comenzó a toser.

No ves que estas casualidades podrían derivar en sexo casual —dijo Jethro con la voz impostada.

Tío, no digas boludeces —agregué—, estás creando paranoias en vano.

¿No te gusta mi forma de ver las cosas?, no podés cambiarme —chilló con la voz sosa.

Obviamente, no puedo, ni podré.

—Solo te importa Meteora y nadie más —añadió disgustado.

Jethro sacudió su cabeza con un gesto involuntario. Se puso de pie otra vez y puso un cd de los Ramones a todo volumen.

Tío, no voy a jugar al juego que me proponés —grité—. No puedo con tus manías.

Jethro tenía herido el ego más que sus propios sentimientos, él no quería entender que estaba equivocado.

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