Conquistando

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  Noté que Meteora no mostraba sus emociones reales, pero tengo la certeza de que está muy asustada y preocupada por su padre. Creí que que la situación estaba germinando un posible desastre. En mi interior deseaba arrancarle la Reginalda el gozo que tenía en su rostro, porque para sufrimientos y para descontentos ya estaba la muerte de la madre de Meteora.

Me hubiese gustado cambiar ese fin mezquino por un fin maravilloso, nada más. No puedo imaginar que Meteora se vea humillada con una madrastra malvada como todos perciben que será.

—Jethro, esa tipa personifica el drama. Me gustaría que intentes seducirla de algún modo. ¿Por qué no elaboramos un plan?

—Estás loco, man. Me irrita con sus miradas cuando me la cruzo en el supermercado —dijo y sonrió con sus palabras.

—Es solo una idea. ¿Acaso no te gusta? Si tienes razón, ella suele mirar a la gente con desprecio, pero no dicen que los rockstar siempre se ganan a todas las minitas ¿eh?

—La verdad que me dejaste helado en medio de tus sórdidas intenciones —masculló mi tío, mientras le daba play al reproductor de cd's de la disquería.

—Tío, todas las mujeres tienen una gran sensibilidad.

—Di lo que quieras. Nosotros los rockeros predicamos con una violencia carismática y esta mujer ejerce la violencia de un modo completamente diferente. Ella es como un tren eléctrico sin frenos —dijo curvando la comisura de sus labios.

—¡Qué diferentes que somos en realidad! Sin embargo, deberías intentar acercarte y ver que onda... —insistí.

Jethro me miró fastidiado y luego sonrió con una sonrisa pueril, mientras entraba por la puerta una clienta vestida de negro.

—Danubio, fíjate que palabras misteriosas están escritas en las letras de este disco.

Un silencio extraordinario se produjo en la tienda. Por la ventana entreabierta de vidrios brillantes penetraba la luz de la calle que cercenaba una atmósfera pesada.

—¿Usted tiene el disco de Attaque 77? —dijo la clienta con voz ronca.

—¿Cuál disco está buscando, señorita? —exclamó mi tío, mientras observaba el tatuaje que tenía la joven al costado de su cuello.

—Es uno con portada de color rojo... —dijo la muchacha mientras se masajeaba las sienes.

—Seguramente que es: El cielo puede esperar. ¿Cierto? —respondió mi tío.

—Así es. ¿Cuánto cuesta? —exclamó, mientras se mordía el labio inferior que estaba pintado con un color rojo furioso.

—Quizás te gustó el power ballad de la canción: Hacelo por mí —dijo mi tío, haciendo alarde de su sabiduría roquera.

Luego de charlar con mi tío durante unos minutos, la bella mujer compró el cassette porque era mucho más económico. Luego la mujer regresó y le preguntó si sabía donde estaba el antro llamado: Cemento.

—¡Ja! queda muy cerca de aquí, en el barrio de Constitución. Pero no te puedo recomendar ir sola... —respondió simplemente, esperando un comentario irónico.

Levanté los ojos. Jethro tenía la cabeza tendida hacia adelante, parecía que estaba eclipsado por esa muchacha.

—La verdad que nunca fuí. No soy de aquí, yo vivo en Paraguay. Vine hasta aquí buscando trabajo y aún no he encontrado nada que no este relacionado directamente con la prostitución —retrucó la mujer.

—¡Oh, que cosas tan horribles pasan en esta inmunda ciudad! —chilló mi tío.

—¿Me escribes la dirección? —insistió nuevamente.

—Te lo diré sin pelos en la lengua. Las cosas que pasan en ese local jamás estuvieron exentas de controversia. Los recitales de grupos de música Punk solían generar riñas, piñas y muchos alborotos por peleas de barrio. Muchas veces Cemento fue clausurado por presión de los vecinos de la zona, pero se volvía a abrir con operativos policiales en la puerta para controlar a la gente. Porque simplemente se matan a puñetazos en la vereda, como te dije —alegó mi tío con una sonrisa maliciosa.

—¡Carajo! No tienen respeto por las bandas de Punk que se presentan en ese antro. Qué raro que aún este funcionando —exclamó ojiplática.

—Es lo que quiero explicarte, muchacha. Las personas que conocemos el lugar, sabemos lo que pasa. Si vas sola te puede ir mal, digo... solo es una posibilidad. Me interesa que mis clientes estén a salvo. Entonces...

Luego de observar el desempeño de mi tío entendí que estaba intentando sondear prudentemente a la chica. Con razón le estaba diciendo solo las cosas negativas e intrincadas de la noche porteña.

—Entiendo perfectamente buen hombre. ¿Cuál es su nombre?

—Soy Jethro, mucho gusto —le dijo extendiendo su mano.

—¡Qué nombre inusitado! Solo diré que me recuerda a Jethro Tull —dijo emocionada.

Oh, sí. Aunque Jethro Tull no es una persona —objetó—. En verdad es una banda de Folk rock o como decimos aquí: rock progresivo británico. Esta bandita se formó en 1967, lo recuerdo porque ese año nació mi hermana mayor. Lo bueno es que hasta ahora siguen tocando, lo que la convierte en una de las bandas de rock más longevas. Es una agrupación buenísima y siempre ha sido liderada por el flautista escocés Ian Anderson, que ha sido el autor de prácticamente todas las canciones del grupo.

—Sí. Y es exactamente lo que mi padre me contó hace unos años atrás —dijo la muchacha mientras le guiñaba un ojo.

—¡Maravilloso! ¿Cuál es su nombre? —preguntó.

—Soy Maureen, igual que la groupie Maureen Cox —dijo lanzando una risilla al aire.

—¡Madre santa! Te juro que te pareces a ella y también usas el mismo peinado —le dijo con la voz ronca.

—Es que mi madre siempre fue muy fanática de los Beatles —inquirió la joven.

Mi tío comenzaba a jugar con sus anillos de hierro.

—Disculpe que haya demorado tanto —le dijo Jethro— pero ya estoy por cerrar el local.

Maureen se acercó más aún al mostrador, mirándolo fijamente a los ojos de mi tío y dijo:

—¿Quieres acompañarme a Cemento? 
También puede ir tu hijo adolescente —dijo y me señaló con su dedo.

Jethro abrió los ojos como platos y dijo:

—Ese chico es mi sobrino, es el hijo intrépido de mi hermana —cuchicheó entre risas— , luego se puso la chaqueta de cuero.

—¡Oh, que vergüenza! —sonrió la chica.

—Yo soy soltero, solterito sin hijos —dijo mi tío entre risas sofocadas—, iré contigo al antro.

Lentamente Jethro bajó las persianas metálicas de la disquería. Y ahora el tío se había puesto a ver la pollera negra de Maureen.

—¡Qué bonito atuendo! —dijo vibrando de emoción.

—¡Pst! —chistó la muchacha—, esta ropa es tan vieja como mi abuela.

Ella metió el dedo en un agujero de sus pantimedias y se oyó el crujir de la tela. Me esforcé mucho para no verle, pero la chica si que era merecedora de mi tío.

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