El amor después del amor

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—Convendría que nos juntemos en el Nightclub —dijo Maureen a Meteora—. Será mejor que vayan para que puedan ver que el ambiente es distinto.

—¡Eso, reunámonos este sábado! —exclamó Meteora, mientras tomaba un cassette de las bateas de la disquería de mi tío—. No es que me haya olvidado de Cemento, Danubio; aún quiero ir a conocer el antro del underground.

—Pues pasaron muchas cosas y no tuve tiempo para llevarte —expliqué—. Si te invité es porque quería tener una cita contigo.

—¡Oohhh! —exclamó Maureen—. Definitivamente ustedes dos necesitan tener citas. Sé que ahora viven en la misma casa y se comportan como hermanos fraternos, pero vale la pena salir a un sitio donde se pueda hablar en privado, beber y bailar.

—¡Uf! —gruñó Jethro—. Deberíamos ir los cuatro.

—Será imposible —añadió Maureen.

—¿Por qué?

—Por que trabajo de noche.

—....

—¡Guau! —intervino Meteora— ella tiene razón.

—Ya sé, ya sé que puedes pedir un día de franco —dijo mi tío, peinando su cabello sedoso con los dedos.

—Pues no sé. Ahora que cambiaron de firma no puedo pedirles ningún favor... —objetó Maureen—. Vayan ustedes. Lleva a tu madre para que mi amor no esté solo.

—Con tal de salir de juerga llevo hasta a mi hermana —dijo Jethro lanzando una carcajada—. Vamos a ver: no quiero ser un mal tercio.

—El estómago me hace ruidos extraños —dije.

—Danubio para mí tienes una solitaria así de grande —dijo Meteora—. Comes como un animal.

—¡Ja! Qué chistosa —cuestioné—. Bueno, bueno, se te esta yendo la mano con los chistes. Te voy a mandar a dormir al altillo.

—Danubio eso no es gracioso —replicó Meteora—. ¿Querés dejarte de joder? ¿No te das cuenta que yo duermo en el lavadero? Hace tres días que acumulo cólera contra vos. Ya no me dá gracia dormir al lado del lavarropas y la secadora.

—Pero, chica, ¿qué te ocurre? ¡no eches a perder este bonito día! —dijo Maureen.

—¿Acaso piensas que podrías estar mejor con Lee? —exclamé desorientado—. Si quieres puedes volver con él.

—Ay, querido, no seas machista y ofrécele tu habitación —exigió Maureen.

—¡Qué hinchapelotas que están! —chilló mi tío mientras iba a atender un cliente.

—Yo soy el ser más amable de la tierra —dije en un tono risible—. Ella tiene razón puedo compartir mi pieza y mi cama.

—¡Perdón! —dijo Meteora elevando una ceja.

—Me pregunto por qué te alteras. Sos una chica inteligente, linda, comprensiva... —dije intentando sondear a mi vecina.

—Mirá —dijo Maureen—. Tenés que ser más amable con ella. Y vos Jethro, la puta madre, deberías darle un consejo a tu sobrino. No puede ser que la tenga durmiendo en el cuarto de lavado.

—Hace siglos que no voy a su casa. ¡Yo no tenía idea! No me culpes por favor —dijo Jethro mientras abría la caja registradora.

—Nos visitaste ayer —masculló Meteora poniendo los ojos en blanco.

—Pero yo te vi entrar a la habitación de él. Incluso pegaste un portazo —protestó Jethro.

—¡Qué gracia! ¡ustedes no me entienden en absoluto! —bramó Meteora.

—¿Creés que debería saber donde esta tu cama?  —retrucó mi tío.

—¿Oyen eso? ¡Está cayendo granizo del cielo! ¡Vamos a ver! —dije, para desviar la atención.

Fuimos a la puerta del local y vimos como la lluvia golpeaba los vidrios con violencia. Las piedras se hielo estaban abollando a los autos que estaban estacionados en la cuadra. Las alarmas se habían activado provocando un sonido aturdidor.

—En estos momentos me alegra no tener un vehículo —dijo Jethro mientras resonaba un trueno.

Otro poderoso trueno hizo estremecernos.

—Dios mío, que vida roñosa —agregó Meteora mientras fruncia el ceño.

En voz baja le susurré a Meteora para que se calle.

—¿Cómo dices? —preguntó Maureen.

—Nada, digo que la calle quedará roñosa con todas las ramas y hojas que han caído —dijo Meteora.

—Mirá lo que son las cosas. Precisamente hoy leí en el diario que iba a haber un sol radiante. Estos que dicen el pronóstico del tiempo no saben nada de nada...—dijo mi tío.

Era verdaderamente emocionante ver todo ese granizo caer. La puerta del local se abrió con tanta violencia que el vidrio esmerillado se rajó por el tremendo portazo.

—¡La puta que los re mil parió! —chilló mi tío, mientras se agarraba la cabeza con ambas manos.

—¡Qué mal clima se respira aquí! —exclamó Maureen—. No me refiero al mal tiempo, sino a la mala vibra que siente.

—Yo no comparto esa exótica idea —añadí.

—Oime, tengo que llamar al vidriero por teléfono —dijo mi tío con el semblante endurecido—. Danubio, tráeme las páginas amarillas.

Le entregué la guía telefónica y los tres charlaron ensimismados un largo rato, mientras oía música punk rock en mi walkman.

—Meteora, vamos a casa, mi estómago está desesperado —chillé.

—Pues aguanta —inquirió— ¿No ves que ahora está cayendo un aluvión?

—Es verdad. Pero me estoy volviendo loco porque hoy no desayuné —dije mientras me frotaba mi estómago.

—¡Ay! ¡Te daría un sopapo! —replicó Meteora—. Tu madre te mima como el niño de mamá.

—¿Donde aprendiste a ser tan bruta? Mi madre me tiene una santa paciencia... —dije mirándola por el rabillo del ojo.

—¿Y supuestamente estas enamorado de mí? —preguntó Meteora.

—Ustedes sos son tal para cual... —dijo Maureen mientras se masajaba las cienes.

—Ella es demasiado diplomática, Maureen —expliqué—. Basicamente tiene mal carácter.

—¿Insinúas que tengo un carácter de mierda? 

—No —dije y negué con la cabeza.

—¡Ustedes van a terminar juntos! ¡Los que se pelean se aman! —dijo Maureen esbozando una gran sonrisa.

—Ojalá me quiera como yo la quiero a ella —dije mientras le guiñaba el ojo a Meteora.

—A vos el corazón te dice mucho, pero de tu boca solo salen puras blasfemias —reflexionó Meteora.

—¿Quién dice que el amor es perfecto? —repuso Maureen—. Bueno, todos tenemos momentos violentos, donde queremos mandar todo a la mierda... creo que todos tenemos algo para reprocharnos. Nadie dijo que en las relaciones amorosas no hay momentos de tedio, indecisión y desconfianza... yo no entiendo su situación. ¡Imagínate! Yo dejé todo en el Paraguay y me vine aquí con una mano adelante y la otra atrás. Confiar en tu tío me salvó. No sean hipócritas y quieranse.


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