Los enfriamientos de la cabeza

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   El sexo puede asustar a algunas personas si sucede muy pronto. Debería ser algo progresivo y sin arrepentimientos.

Es un poco extraño ver a Meteora con nuevas expectativas sobre mí, parece ser una buena persona, es bastante directa y honesta, y no intenta fingir en nada, nunca intentó ser mi mejor amiga, ella no actua y no es demasiada agresiva, es cordial y básicamente es una chica normal que está alojada en mi casa.

La ausencia de su madre la había motivado para seguir adelante pese a los problemas. Meteora siempre estaba al acecho de los ruidos que había en mi casa, ella sentía muy cerca la presencia de su progenitora.

Nada nuevo había pasado, pero mi madre seguía insistiendo que vayamos al nightclub para trabajar de lo que sea. No era la primera vez que insistía con eso y tras agotar los últimos ahorros tuvimos que trabajar. Maureen le propuso a Meteora que fuese bailarina exótica hasta que haya una vacante para otra cosa. Meteora había sostenido una corta conversación con uno de los nuevos dueños y aceptó el puesto de trabajo.

Era la primera vez que Meterora iría a bailar vistiendo unas pocas prendas diminutas frente a un público, pero era más fuerte la necesidad de ganar dinero que ya no le importaba demasiado.

En los días iniciales de su experiencia trabajando de bailairina, sentí que había caído bajo por los efectos de los celos que empezaban a florecer en mi cabeza. Después de dos fines de semana, Maureen me ubicó para trabajar como ayudante de la barra de tragos junto a ella.

Para ese entonces, Meteora ya había adquirido ritmo y confianza. Sus movimientos eran frenéticos y violentos. Marixa, la hija del carnicero del barrio, era una de sus compañeras y le había enseñado unos pasos sensuales que hacían que los hombres le arrojaran dinero al escenario.

Andando en el tiempo, y gracias a Maureen, ya teníamos un sueldo, o como había dicho Meterora: «una pequeña fortuna». Tal abundancia habían cambiado el estado de ánimo de todos nosotros. Así, durante los meses posteriores, decidimos buscar un segundo empleo durante el día. El motivo era que queríamos alquilar un piso en el centro. Aunque todavía actuabamos como mejores amigos, yo tenía una leve esperanza de que ella se enamore de mí.

Conseguimos trabajo como personal de maestranza en una escuela primaria. Juntos lavavamos los pisos de las aulas, limpiabamos los baños y los pizarrones, pasando el tiempo en ocupaciones agradables por la camadería. Era preciso no olvidar que todo lo hacíamos para tener una vida más cómoda.

Por otro lado supimos que Maureen y Jethro se habían convertido en seres indiferentes e incluso hostiles. Jethro se había sentido malhumorado a causa de lo que él consideraba una traición. Él descubrió que su ex esposo Mortimer, aún le enviaba cartas desde Asunción. Por más que ella le explicaba la situación, él estaba menos predispuesto para entender la situación.

—Yo hablaré con Jethro —dije— debe tener más confianza.

Meteora se levantó para poner los cubiertos en la mesa y dijo:

—¿A qué hora van a venir a cenar?

—A las ocho y media —añadí—, tengo que enseñarte unas recetas de cocina que te van a encantar.

—Yo voy a hacer pizza —repuso— no jodas.

Ella echó la masa en una asadera y luego espació la salsa de tomates.

—De acuerdo.

—¿Puedes llamar a tu mamá? —exclamó—, ella está regando las plantas en el fondo.

—Yo te ayudaré —dije—, iré a comprar los champiñones y el ananá.

—Danubio, no te olvides de comprar las cervezas —gritó—, la pizza con jugo en polvo no es buena combinación.

—Si, mi reina. Mi reina la potentada... —dije en un tono risible.

—Chicos, por favor no pongan mala cara cuando llegue mi hermano —dijo mi mamá— es que el clima está caldeado y andan tiroteados.

—¿Ti-ro-te-a-dos? —inquirió Meterora.

—Significa que no están bien en su relación —dijo mi madre.

—No estamos con mala onda —dijo Meteora—, simplemente estamos cocinando. Aunque tu hijo solo estorba. ¿No tenías que ir al almacén, Danubio?

—Voy yo, no se preocupen —dijo mi madre— de paso aprovecho para tomar aire.

—Mamá, llevá el changuito, las botellas pesan un huevo —chillé.

Mamá agarró el carrito de las compras y salió por la puerta.

—Danubio, tu madre tiene más juventud que yo —dijo lanzando una carcajada.

—Probablemente sea cierto —dije poniendo en blanco mis ojos.

Cuando llegó Jethro y Maureen parecían extraños, había un metro de distancia entre ellos dos. Aquellos amantes, hoy parecían dos extraños, solo lo identifico a mi tío por su cabello largo y su chaqueta de cuero negra. Desde que llegaron a mi casa, tomaron asiento uno más distante de donde se había sentado el otro. Sin duda y a simple vista ellos estaban peleados.

Mi tío puso en el mini componente un disco de Black sabbath, entonces el aire comenzó a cambiar y se tornó más brutal. El ambiente denso y sofocado pasó a ser liviano y mágico. Comenzamos a comer pizza, a beber cerveza, riendo y jugueteando como si nada hubiese pasado.

Después de cenar, Meterora, como de costumbre, se llevó a Maureen a la cocina para chusmear un poco. Su conversación giraba en torno a si habría un engaño real. Al final Maureen dijo:

—Te diré un secreto...
Meteora aguantó la respiración por las ansias que tenía.

—Esas cartas son antiguas —dijo la muchacha.

Esa mentira la hizo estallar de risa y preguntó:

—¿Por qué finges que estas cartas son actuales?

—No lo sé —dijo Maureen mientras buscaba el destapador de botellas en el cajón.

—Te gusta que Jethro muera de celos ¿eh?

—Para tener menos de veinticinco años, tú eres toda una Sherlock Holmes —dijo curvando la comisura de sus labios.

—Es que tengo la mente límpida y virgen, no como otras personas... —dijo Meteora sin vacilación.

Las dos se sentaron juntas en la mesa del comedor, cruzaron las piernas y pude notar que su fisionomía jamás traiciona a su estado de ánimo. Esto me dió la pauta de mi Meterora había resuelto el gran asunto que atormentaba a Jethro.

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