4. Día cuatro

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Tamara Masson: veintiocho años, corta melena negra de tirabuzones y ojos oscuros.

Odiaba su trabajo. Ella había salido de Lake City, Pensilvania, para estudiar Contaduría en la Universidad de Chicago para mucho más que atender llamadas e imprimir papeles.

Y tras un domingo desperdiciado en pijama todo el día, trató de olvidarse de Aaron Cowen con un par de series en su laptop y comida a domicilio.

La había llamado esa mañana y ella lo bloqueó para resistir la tentación de descolgar.

Sin embargo, volvía a ser lunes a las diez de la mañana. Tras atravesar las puertas de las torres Aphrodite y deslizar su carné por la ranura que chequeaba su ingreso, pudo cruzar hasta el mostrador, dejar su bolso en el suelo y desplomarse en la silla.

Jessica Gardner acababa de llegar. Casualmente vestían las dos un conjunto de chaqueta y falda de lápiz, aunque el de Tamara era negro; y el de Jessica, gris.

—Ha llamado dos veces —la informó su amiga mientras deslizaba los dedos sobre las teclas a un ritmo vertiginoso.

Tamara sopló porque se refería a Aaron Cowen y al teléfono de recepción.

—¿Tan temprano?

—Se ha bebido tres Cokes.

—¿Cuándo no? Dormir le estresa.

Tamara encendió su ordenador y revisó el correo. Como casi siempre, debía atender llamadas y pasar encargos, y notificar al personal. Aquel día habría otra sesión fotográfica para la temporada de invierno y debía confirmar que dos de las modelos estaban en el estado.

Por suerte, ninguna era Stephanie Hinault.

Miraba la puerta de cristal de reojo porque sabía que en cualquier momento podría entrar Aaron Cowen y no era su mejor mañana. No había dormido pensando en si borrar o no los recuerdos que tenía de él en el móvil y, a las tres y en un arranque de ira, se deshizo de todas las fotos y canciones que oyeron juntos, y lo bloqueó en las redes.

Pero no lo vio llegar.

Cuando quiso darse cuenta, eran las diez y cuarto y el chico había estampado sobre el alto mostrador una carta y una rosa blanca.

—No encontré tulipanes —se disculpó.

Tamara, que se había echado espantada contra el respaldo del asiento, soltó una risa floja.

—No das ni una.

—¿Y ahora qué?

—Que te rindas. No sabes nada de mí después de dos dichosos años. ¿En qué pensabas cuando te hablaba? Realmente me lo estoy cuestionando.

Aaron infló las mejillas, haciendo gestos con las manos y sin llegar a decir nada; sudaba tanto que ella creyó que se estaba derritiendo.

—Deja de poner caras raras y desaparece de mi vista.

Tamara agarró el sobre sin mirarlo y, tras buscar por su escritorio, se giró a Jessica para pedirle un mechero.

—¡Ni se te ocurra! —Aaron la señalaba amenazante con un dedo desde el pasillo a la izquierda—. ¡Eso lo escribí yo con mi puño y letra a las dos de la mañana y sin luz, para que no te quejes de que no te dedico tiempo, así que ábrela y descifra mis jeroglíficos, que no es un poema!

—¡Esto no es dedicarme tu tiempo!

Tamara se puso en pie, sintiendo la sangre burbujear en sus manos, y de apretar el sobre llegó a humedecerlo. Aaron alzó las cejas.

—He invertido tiempo, tinta, papel y dinero en explicarte...

—¿Tu aventura con Stephanie Hinault? ¡Me lo imaginaba! ¡Jess, fuego!

Su amiga no pudo negárselo: le pasó con los labios sellados el mechero y Tamara se lo arrebató de un manotazo. No esperó a prender la esquina del sobre. Luego lo alzó en dirección a Aaron para que lo viera consumirse.

Él entornó los ojos y se aferró la bandolera al hombro.

—No conocía tu lado agresivo —dijo monótono.

—Ni yo el estúpido tuyo —masculló ella.

Aaron se despegó el pelo de la frente.

—Tengo un plan B, mi amor.

—¿Se llama Stephanie?

El nombre de la modelo salió de sus labios con asco y entre dientes, y Aaron resopló.

—Esa ni siquiera entra en mis planes.

—¿Te parece poco que el mundo entero lo sepa?

—¿Saber el qué? No tienes ni idea de lo que ha pasado. ¿Por qué me echas en cara lo que te llevas callando hace meses en vez de decirme que te sentías abandonada? ¡Te estoy demostrando que me importas! Por cierto, ¿te cambiaste de número? Porque cada vez que llamo me salta con que el número no existe.

—¡Justo lo que quería! Y prepárate, porque estoy pensando en mudarme.

—Puedes irte a donde quieras, nunca te librarás de mí. Sé cómo recuperarte.

***
Holiii, acá con ustedes Tamara Masson:)

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