Epifanía transitoria.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Veintisiete años más tarde, Beverly Marsh dejaría su apellido —por segunda y última vez en su vida— para remplazarlo por Hamscon, luego de contraer felizmente matrimonio con Ben, quién, en el pasado, no era más que un buen amigo de infancia.

Pero claro, él no estaba ni cerca de ser su primer amor. Más bien este le pertenecía a William Denbrough, otro de los chicos que formaban parte del club de los perdedores, como habían denominado a su grupo de amistad de la infancia.
      En aquella época, que rondaba a finales de los años 80, Beverly tendría un pequeño y breve noviazgo —si es que se le podría llamar así, considerando que eran apenas un par de preadolescentes que poco sabían realmente de relaciones— con ese chico. El hecho de que esa pareja no hubiera subsistido hasta su edad adulta nada tenía que ver lo el amor que sentían el uno por el otro. Porque sí: se llegaron a querer demasiado, con todo lo que su edad les permitía amar a alguien de forma romántica.
      El recuerdo del rostro avergonzado de Bill cuando se tomaban de las manos aún le hace reír, y la pelirroja cree ver con lujo de detalle el como el resto de sus amigos hacía bullicio burlándose de la empalagosa pareja —incluido Ben, de vez en cuando—.

Y, entre los que más que su burlaban, se encontraba Richie.

Ah, bendito Richard Tozier. Él, al igual que Bev, se encontraría profesando sentimientos de atracción por primera vez, claro que eran mucho más complicados que los de la chica y no hacían más que asustarlo.
     No, sin duda era muy diferente, pensó mientras veía como el chico se animaba a besar la mejilla de la pelirroja antes de que está sonriera, avergonzada.
     
Su madre siempre solía decirle que la envidia era una emoción mala, que nunca debía expresarla a nadie porque todos tenemos algo especial y, si quisieramos, podríamos conseguir eso que los demás tienen.
      Pero, cuanto más lo veía, más se aseguraba de que envidiaba a ese par de personas que mostraban sus sentimientos por el otro, disfrutando de la dicha de serntirse correspondidos. Y no podía más que odiarse por el hecho de pensar así.
       Luego, miraba a Eddie, quién analizaba el libro de aves que Stanley Uris llevó ese día, viéndolo señalar algunos y preguntar cosas al respecto. Y se daba cuenta, vaya que si, de lo enamorado que se encontraba.

Porque si, amaba a Eddie Kaspbrak como jamás volvería a amar en su vida.

Pero era algo imposible. Un escenario donde ellos actuaran expresando públicamente su afecto tal y como Bill el Tartaja Denbrough y Bervely Marsh lo hacían era, simplemente, algo imposible.
       Y por eso los envidiaba.

Vio a Beverly recostar su cabeza en el hombro del chico mientras que comían palomitas, perdidos en un mundo personal donde solo ellos existían a pesar de que el sitio estaba repleto de personas. Y él sabía cómo se sentía, porque ya lo había experimentado antes. Cuando Eddie lo miraba, cuando se reía de sus malos chistes, cuando inconscientemente se aferraba a su brazo por temor.

—Estás enamorado de ella, ¿No es cierto?

Le preguntaría Kaspbrak un día, cuando el fingía leer su historieta solo para pasar un rato más a su lado sin que pareciera extraño.

—¿De que hablas?

—De Bev; estás celoso de que salga con Bill, ¿Verdad?

Richie guardaría silencio como pocas veces en su vida. No se molestaría en pretender fingir siquiera interés en de dónde había sacado esa idea porque ya lo sabía. Quizá era un poco obvio. Pasó mucho tiempo mirándolos con la mirada cabizbaja desde que comenzaron a salir. Pero claramente no era por los motivos que Eddie llegó a concluir, para nada.
         Se le ocurrió pensar, por un instante, que por lo menos había algo de verdad en lo que dijo el chico que jugaba distraidamente con una pequeña pelota de plástico lanzandola hacia arriba y volviéndola a atrapar. Tal vez era verdad que estaba enamorado, pero no de ella. Tal vez era verdad que estaba celoso, pero era otra especie de celos.

—Supongo que lo estoy—respondería con la misma naturalidad con la que Eddie formuló su pregunta momentos atrás.

Pero esa espontaniadad casual se transformaría en nerviosismo cuando, contrario a lo que hubiese esperado —burlas, por ejemplo—, se hizo un silencio casi sepultral en el que tan solo la pelota chocando contra el techo podría escucharse, y, hasta eso, sonaría como un susurro lejano.

—¿Eds? —nada, ni su clásico "No me llames Eds" —. Hey, ¡Estoy bromeando, señorrr! Villa es todo con conquistadorrr—. La risita opacada del chico lo tranquilizó, pero no volteó a verlo, sabía que, fuera cuál fuese su expresión, significaría un total vuelco para su corazón. Eddie agradeció eso, porque de otro modo, habría visto que estaba al borde de las lágrimas.
        Pero Richie sabía que ya no había vuelta atrás, ya nada convencería a Kaspbrak de que en realidad no estaba interesado en la joven Marsh. Y, algo dentro de él, le dijo que eso era lo mejor para todos.

—¿Se lo dirás? —preguntaría un temeroso Eddie después de un rato.

—No, no lo haré —el suspiro que dejó escapar le erizó la piel y hizo sentir un vuelco nada agradable en su corazón—. Digo, es..., es claro que no siente lo mismo por mi. Y si le dijera de seguro comenzaría a ser distante, o tal vez me odiaría —Richie jamás creyó estar hablando de eso. Mucho menos con Eddie. Al cabo, pensó que hacía bien en expresar el miedo que tuvo desde que descubrió sus sentimientos,  pero no sentimientos hacia la pelirroja, sino al pequeño asmático que ahora sentía el corazón roto porque ese pequeño amor infantil, que Tozier consideraba imposible, era correspondido. Triste, pero con una pequeña desición surgiendo a su pecho.
       Al chico de lentes jamás se le habría pasado por la mente esa posibilidad, era algo que sonaba como un simple sueño. Así que cuando ambos abandonaron la casita subterránea y salieron de los Barrens impulsando sus bicicletas, creyó estar soñando. Solo estar en un sueño justificaría que Eddie le hubiese besado de la nada. Un simple roce, pero cargado de anhelo, de afecto, de amor.

—Creo que, si tú éstas celoso de Bill, yo lo estoy de Beverly.

Y subiría a su bicicleta para alejarse, avergonzado. Comenzando a arrepentirse de haberse animado a hacerlo. Mientras, Richie parecía estar a mitad de un asombro que le paralizó.

Cuando logró reaccionar, comenzaría a pedalear persiguiendo a su mejor amigo y primer amor, mientras gritaba su nombre con una gran sonrisa en labios.

Tal vez su madre tenía razón y nunca debía sentir envidia.

Tal vez él y Eddie podrían amarse libremente tal y como los demás lo hacían.

Y, mientras el sol se ocultaba tras de ellos, se sintió jodidamente feliz.

__________________
LizXinn. © 2019

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro