❇ Capítulo Dos

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Durante toda su vida, Yuuri escuchaba aquellos comentarios referentes al esfuerzo por llegar a ser alguien, por tener un trabajo digno y sobresalir. Sus padres constantemente le recordaban que tenía que luchar por conseguir sus objetivos, y Yuuri nunca pasó por alto todos esos consejos.

Yuuri llevó a cabo una licenciatura en contaduría. ¿Era ésa su verdadera vocación? Aparentemente no, pero los sueños del japonés eran confusos en ese tiempo y no sabía que quería, así que, como muchos, se había dejado llevar por la carrera que se veía mejor.

Al final, supo tomarle el gusto y sobre todo agradecer el haber sido reclutado antes de siquiera hacer su propio curriculum y andar vagando por ahí en busca de un puesto. Salía agotado de ahí todos los días, pero se repetía que todo fue productivo y exitoso.

También era el más joven entre los compañeros de su planta, pero no por eso menos capaz o inteligente.

Soñaba con ser algo que destacara: un escritor, un fotógrafo o un pintor: plasmar arte de alguna manera era lo que deseaba, pero conforme creció, fue perdiendo la esperanza de ser bueno en eso y se dejó guiar por lo que decía el test de habilidades.

Aun así, Yuuri no se quejaba en lo absoluto, porque había conocido gente muy buena y competente en ese lugar, que era muy diferente a cualquier empresa: podía vestirse de la forma que le fuera más cómoda, aunque existía esa pequeña advertencia de que "si se vestía demasiado llamativo, alertaría a los alfas y sus instintos".

Se consideraba afortunado por tener un puesto importante, por ser respetado por sus superiores y por tener un buen salario. En otros tiempos, a un omega jamás se le hubiera permitido semejante cosa.

—¡Yuuri!

Se dio la vuelta al escuchar su nombre, reconociendo de inmediato esa cabellera oscura y esa piel morena junto a un par de ojos profundos y negros.

—Otabek, ¿por qué estás corriendo de esa forma...? ¿Y qué estás haciendo aquí? Estás algo lejos de tu casa.

—Es que... Tú no llegabas, pensé que habías olvidado recogerme— Explicó el niño—. Mamá se fue a trabajar y vine a buscarte.

—¿Eh? —Yuuri abrió sus ojos ante esa declaración y se agachó a la altura de Otabek—. ¿Viniste desde tu casa hasta acá... tú solo?

—Sé... sé el camino. Y traje las llaves.

—Es peligroso. ¡Pudo pasarte algo, un accidente o qué sé yo! ¿Cómo habría reaccionado tu madre si te perdías o alguien te llevaba lejos?

—Ella no me pone tanta atención.

Las palabras de Otabek calaron profundamente en el corazón de Yuuri. Por Dios, ¡tenía sólo 8 años! Y estaba sintiendo la ausencia de su propia madre.

Diana, la madre de Otabek, mantenía una amistad estrecha con el japonés desde que estaban en la preparatoria, aunque cuando Yuuri recién ingresó a su primer año, ella ya estaba por terminar esa etapa de estudios. Yuuri la recordaba como una mujer con metas a largo plazo, muchas ganas de lograr todos sus propósitos y de mostrarle al mundo de qué estaba hecha.

Diana estudió diseño de modas y resultó tener ideas tan buenas y una capacidad extraordinaria para ello que no le costó conseguir referencias en pequeños trabajos hasta establecerse en uno.

En la cúspide de su felicidad, conoció a un hombre que la hizo sentir todavía más feliz. Ella le contaba a Yuuri que todo marchaba de maravilla.

Pero Diana se perdió por unos largos meses y aquella fue la última llamada que Yuuri tuvo de ella. Cuando intentaba contactarse, nunca lo lograba. Era como si sencillamente ella se hubiera esfumado así como así, ya que también se había cambiado de residencia.

Fue después de una de sus prácticas profesionales que la encontró caminando —¿hacia un supermercado, cargando entre sus brazos un bebé cubierto en una manta; Diana había quedado embarazada de su pareja, un alfa que no dudó en escapar de la responsabilidad al abandonarla apenas se enteró.

Se había deprimido tanto que cortó contacto con todos sus amigos y su familia, y no fue sino hasta después de dar a luz que decidió tratar de distraer su mente y su corazón de la soledad en la que se había sumergido con más trabajo.

Tuvo que quedarse unos meses en casa para atender del todo a su cachorro: darle de comer, revisarlo con el médico y conocerlo más. Ella lo amaba, pero Otabek le recordaba demasiado a su expareja y era como martirizarse constantemente.

La vida de Diana era privada, Yuuri sabía de sobra que no debía entrometerse, pero desde que conoció al hijo de su amiga, éste mismo buscó un refugio a su falta de cariño en él. Otabek trataba a Yuuri como si fuera su verdadera madre, y Yuuri no tenía el suficiente valor ni el corazón de piedra para negarle el amor que necesitaba.

El omega sonrió y lo abrazó con suavidad, dándole calor y apoyo en silencio mientras impregnaba al menor de sus feromonas para tranquilizarlo y quitarle la angustia de encima.

—¿Qué te parece si vamos por un pastel?

—Sí —respondió Otabek, tomando de la mano al mayor con una pequeña sonrisa. Una sonrisa que solamente podía mostrarle a Yuuri.

El nombre y el logo de "Creamy & Delicious" se iba haciendo más y más cercano conforme se iban acercando.

Desde que Yuuri vivía en Nueva York, ese lugar se había convertido en su pastelería favorita, y en cuanto Otabek tuvo edad, no dudó en mostrarle las delicias que servían.

Apenas Yuuri abrió la puerta, Otabek se apresuró a apartar su mesa favorita, al fondo y a un lado de uno de los ventanales con vista a la calle y a los demás restaurantes en la zona.

Como lo usual, las mesas estaban casi llenas... y había muchas parejas que no dudaban en expresar ese inmenso amor que se tenían entre besos y risas. Eso desganó sin querer al nipón, ya que, a pesar de vivir bien, Yuuri se preguntaba qué se sentiría estar enamorado. Con 23 años, desconocía totalmente la respuesta.

Caminó hasta Otabek y se sentó frente a él, acariciando sus cabellos al notar que lo miraba fijamente.

—Bienvenidos, ¿puedo tomar su orden?

—Mila, qué gusto verte.

—¡Yuuri! —Mila se tomó la confianza de abrazar por unos segundos a su cliente más querido—. Lo mismo digo. La última semana ni te pasaste a saludar.

—Perdona. Estaba hasta acá de trabajo y no podía ni moverme de la oficina...

—No te disculpes, entiendo —Aclaró la pelirroja, girándose hacia Otabek—. También trajiste al pequeño ¿Cómo estás, Otabek?

—Bien, gracias —contestó, apretando suavemente la mano de Mila cuando ella se la ofreció para saludarlo.

Mila era la dueña de la pastelería, y había conocido al japonés cuando apenas estaba deleitando a los neoyorkinos con sus postres. Podría decirse que habían estado juntos en todo el crecimiento de C&D.

Yuuri ordenó una rebanada de pastel de frutas con un café y Otabek un pastelito de chocolate con una malteada del mismo sabor.

—Excelente... Ya mismo te los traen —dijo Mila, guardando la pequeña libretita en la que había anotado los pedidos.

—Mila —La aludida dejó de caminar y puso su atención en el omega—. ¿"Te los traen"? ¿Tienes otro mesero?

—Oh, mi hermano y su hijo me ayudarán de ahora en adelante. Me encargaré desde hoy a tomar los pedidos y ellos entregarán. Ya los conocerás.

Oh, sí, Yuuri ya recordaba que Mila le había hablado de su hermano a quien hace años no veía. Él permanecía en Rusia según lo que lo dijo. ¿Qué lo habría traído hasta EE. UU? Seguro extrañaba a Mila, muy seguramente.

Otabek tomó las gafas de Yuuri con permiso del mismo y las acercó a sus ojos.

—Woh, en serio tienes mucho problema en tu visión, Yuri.

Dejó salir una risita antes de decir: —Dámelos. Te dañarás los ojos.

El niño dejó los lentes muy cerca de la orilla, y antes de que Yuuri pudiera tomarlos al darse cuenta, éstos cayeron al suelo.

El omega sólo rogó que los cristales estuvieran intactos y que el armazón no se hubiera dañado tampoco.

No podía agacharse completamente ya que la mesa se lo impedía, por lo que no tuvo más remedio que bajar su brazo lo más que pudo y tantear el suelo para buscar sus gafas.

Yuuri suspiró y cerró los ojos unos segundos. Los suficientes para sentir cómo las gafas subían por el puente de su nariz y aclaraban su vista nuevamente.

Cuando estaba a punto de agradecerle a Otabek, su mirada se encontró con unos ojos azules frente a él. Era, sin duda, el azul más bonito que había visto nunca.

Balbuceó unos segundos, estático. Creía estar viendo a la persona más hermosa en todo el mundo. 

Editado: 31/12/2019 💖

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