❇ Capítulo Siete [Segunda Parte]

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En una mesa algo apartada, Yuratchka veía cómo su padre disfrutaba la charla con el hombre que apenas había conocido ayer.

No podía negarse a sí mismo que estaba un poquito celoso. En toda su vida, nunca tuvo que preocuparse por no tener la atención de su padre. Sólo eran ellos dos, entonces cada uno se enfocaba siempre en el otro, sin excepción.

No tuvo el valor para regresar e interrumpir. Ahora que había dejado de llorar, Yuri no podía estar más avergonzado de haber hecho una escena así... Usualmente era un niño bien portado, pero su pecho dolía cada vez que pensaba en la posibilidad de no volver a Rusia y de no ver a sus abuelitos nunca más.

Enojado consigo mismo, puso los brazos sobre la mesa, frunciendo el ceño y soltando suspiros pesados. Se quedaría ahí hasta que Viktor terminara de hablar. No importaba que se sintiera... solitario y diminuto en un lugar donde no conocía a nadie.

—¿Estás bien?

Yuri giró su cabeza al escuchar que le hablaban. Otabek lo miró sin acercarse demasiado, respetando su espacio. Al igual que Yuuri y a pesar de su semblante serio, se preocupaba por los demás. Y claro que se preocupaba por el niño que, sin razón lógica a su parecer, quería conocer.

Yuratchka no supo si responder, así que sólo asintió y volvió a girarse, esperando que el otro se fuera. Pero para su sorpresa, el niño no desistió y finalmente se acercó hasta estar frente a él, donde sus ojos ya no pudieron evitarse.

—Soy Otabek. Nos vimos ayer —Empezó el kazajo. Era difícil que supiera si esa había sido una buena presentación, pero no tenía ni idea de cómo empezar una conversación para conocer a alguien más, y esperaba que con el buen aspecto y su vestimenta fuera suficiente para esa primera vez.

—Yo... no te pregunté —Reclamó Yuri, y aunque no quiso sonar grosero, con esa expresión de molestia era imposible no pensar que sí quiso serlo.

—Yuuri dice que cuando quieres conocer a alguien, primero debes... decirle tu nombre. Soy Otabek —Repitió, y con la mano que tenía escondida detrás de su espalda, jugaba con sus dedos, intentando calmarse.

El ruso pensó que este niño era muy raro. Pero ésta era la primera ocasión en la que alguien era tan directo con él. Y estaba tan solo y aburrido en ese momento que negarse también sería engañarse él mismo.

Pero como el cachorro orgulloso que era, no iba a dejarle fácil a Otabek la tarea de saber esos datos tan básicos y triviales para iniciar una amistad.

Se cruzó de brazos, fingiendo indiferencia, pero el sonrojo de sus mejillas dejaba en claro que en realidad no estaba tan desinteresado. Otabek, aún así, no era bueno captando indirectas.

—Yo no quiero conocerte —finalizó Yuri de golpe, y Otabek sintió que se le acabaron todas las ideas. No quería irse sin intentarlo con todo lo que tenía. Tal vez tendría más oportunidades: Yuuri visitaba la pastelería frecuentemente, y si el padre de este niño se quedaba, entonces significaba que se encontrarían más seguido de lo que ambos creían.

—¿Y si... nos preguntamos cosas? Prometo que si después de eso sigues sin querer conocerme, me iré.

Yuratchka seguía cruzado de brazos y suspiró. No entendía la insistencia, pero igual no le desagradaba. Si aceptaba y luego fingía que seguía sin importarle, entonces podría librarse de Otabek.

—Bien —Cortó Yuri, y le permitió sentarse frente a él. La mesa era sólo para dos, así que nadie más los molestaría.

—¿Puedo saber tu nombre ahora? —cuestionó Otabek.

—No.

—¿Y tu edad?

—Umm... —Dudó Yuratchka. Rechazar esta pregunta quizá sería demasiado—. Seis...

—Nos llevamos... dos años de diferencia. Yo tengo ocho. ¿Vives aquí?

—¡Más te vale no querer robarme! —Advirtió Yuri, pero sí que estaba algo asustado—. ¡M-Mi papi me buscará por todos lados y te meterán a la cárcel!

—No haré nada malo... Lo prometo. Pero Yuuri le preguntó eso a tu papá... Pensé que podía hacerlo también.

—¿Y por qué tú haces todas las preguntas? Es mi turno —Contraatacó el menor, forzándose para pensar en una buena pregunta—. ¿Él de allá es tu mamá?

—¿Quién?

—El que está hablando con mi papi en la mesa de allá.

—Él es mi amigo —contestó Otabek—. Se llama Yuuri. No es mi mamá, pero... quisiera que sí lo fuera...

—¡Díselo! —dijo Yuri luego de notar que decir eso aparentemente entristeció a Otabek.

—Yuuri dijo que... era un tema difícil...

Yuratchka no quería seguir hablando de un tema que pusiera triste a alguien más. Él entendía lo que era hablar de madres y que fuera complicado.

—Oye, Otabek —habló el rubio, llamando la atención del mayor—. ¿Qué tipo de nombre es el tuyo? Nunca antes lo había escuchado.

—No sé muy bien si viene de otro lugar. Yo soy de Kazajistán.

—¿Kazajus qué?

—Kazajistán —repitió el azabache con más calma—. ¿Y tú?

—De Rusia. Es un lugar donde hace mucho frío, hay nieve, ¡y muchas personas! —Contó emocionado el rubio. Hablar de su casa estando en otra parte lo hacía sentirse orgulloso de uss raíces.

—Suena genial... Aquí también hay nieve algunas veces —Sonrió Otabek. Yuri se había olvidado por unos segundos de que tenía que hacerse el difícil—. ¿Qué otras cosas te gustan?

—Los gatos. Son tan... esponjosos, bonitos, y adoro cuando ronronean —Yuri buscó su peluche de tigre. Por suerte, lo había llevado con él hasta la mesa y se lo mostró a Otabek—. Y eso incluye a todos los gatitos del mundo. Hasta los tigres.

—¿Sabes quiénes son esponjosos también? Los osos... Son mucho más grandes, pero igual... se ven suaves.

Los dos cachorros sonrieron al compartir un gusto en el que se parecían. A su manera, los dos eran muy reservados cuando se trataba de socializar y formar lazos. Yuratchka era un poco más joven, y ya que recién iniciaría la primaria, no tenía ni idea de cómo era estar con más chicos de su edad que tenían personalidades de todo tipo. Otabek sí lo sabía, pero nunca se dio el tiempo para conocer a muchas personas. Más bien, nunca tuvo la necesidad.

Igual que con sus respectivos adultos, ni Yuri ni Otabek podían decir con exactitud por qué se sentían tan alegres y cómodos en compañía de alguien que apenas conocían. Pero sus corazones, inocentes, no podían mentir. Que fueran pequeños hacía fácil la tarea de que ambos fueran sinceros uno con el otro.

—Si el señor de allá no es tu mamá, ¿entonces quién es?

—Mamá... Se llama Diana. Tiene el cabello café y unos ojos claros, de color miel.

—Pero Otabek no se ve así... 

—Creo que me parezco más a mi padre, pero... no estoy seguro. Nunca lo he visto —Otabek frunció las cejas levemente—. Y mamá no me habla mucho de él... Siempre se pone triste cuando lo menciono o pregunto sobre cómo era.

—¿Ah? Yo tampoco conozco a mi madre —contestó Yuratchka, y la forma tan tranquila en que lo dijo era porque esa nueva conexión con Otabek le hizo pensar que no era el único niño en el mundo con un padre perdido—. No sé dónde está, y tampoco me gusta preguntarle a mi papi... También se ve triste por su culpa. 

Los dos eran muy pequeños para verdaderamente entender las razones detrás de la ausencia de sus padres. Para ojos de ambos, esa madre y ese padre perdidos eran muy malos al hacer sufrir de esa forma a la madre y al padre que sí se quedaron a cuidarlos y amarlos.

Compartir una pérdida y así de profunda establecería un lazo mucho más fuerte entre Otabek y Yuri.

—¡Otabek!

—¡Yuratchka!

Al escuchar la voces de Viktor y Yuuri, los dos cachorros se levantaron de sus lugares. Cuando los adultos los pudieron ver completamente, se fueron acercando a ellos.

—¿Y... qué piensas ahora? ¿Todavía no quieres que seamos amigos?

—Hmm —Pensó Yuri, abrazando su peluche—. Tal vez, pero todavía... necesito pensarlo. Ven mañana a jugar conmigo y entonces te diré mi respuesta. Traeré unos juguetes geniales de la casa de mi tía, ¡y debes cuidarlos! Si los rompes, te acusaré con mi papi!

—Bien... —Otabek estiró su mano su mano hacia Yuratchka, lento y dudoso—. Vendré mañana, lo prometo. Y tú... me dirás qué piensas.

El ruso aceptó esa despedida de mano, que también era una forma de sellar su compromiso del día de mañana. O el de toda la vida.

—Pensé que estabas en el baño, Otabek... Es raro que te vayas sin avisarme.

—Perdona, Yuuri, yo sólo... —El cachorro miró al otro niño, y Yuuri entendió. Sólo asintió y le acarició el cabello con cariño.

—Y tú, jovencito, tampoco debes dejarme sin decirme nada. Menos mal... no te alejaste demasiado —Yuratchka se lanzó a los brazos de su padre con una sonrisa, y Viktor le sonrió de vuelta.

—Otabek, debemos irnos. Se hace tarde y creo que va a llover —dijo el japonés, tomándole la mano antes de enderezarse hacia el ruso mayor, que sin decir nada, le hizo una seña para indicarle que lo acompañaría hasta la puerta, como todo un caballero.

—Muchas gracias por todo, Viktor. Disfruté la charla.

—También yo. Espero que pueda repetirse.

—Es un hecho —sonrió Yuuri—. ¡Hasta luego, Mila! ¡Gracias por los pasteles!

—¡Adiós, te veo mañana! —respondió la pelirroja.

Justo cuando Yuuri abrió la puerta para salir junto a Otabek, Yuri lo detuvo.

—¡Oye! —Yuratchka apretó con más fuerza su peluche de tigre antes de proseguir. Con las mejillas rojitas, pero bien decidido, continuó—. Yuratchka. Mi nombre... es Yuratchka.

Fue justo eso lo primero que Otabek le había pedido saber. Ahí pudo haber comenzado todo, pero el cachorro rubio creyó que este era el mejor momento para revelarlo ahora que habían decidido dar el veredicto final al día siguiente.

Quizá, de hecho, la decisión ya estaba tomada. Sencillamente... mantener la emoción y el misterio también era parte de pasarla bien a esa edad.

—Nos vemos mañana, Yura.

Antes de que Yurathcka pudiera reaccionar y refutar, Otabek y Yuuri ya habían salido de la pastelería.

Viktor también estaba algo confundido, pero al igual que él, tal vez Yuri había podido desenvolverse en su segundo día y tendría, de ahora en adelante, a alguien con quien conocer este nuevo mundo. Él también quería conocerlo de la mano del amable japonés al que acababa de despedir.

Los próximos minutos, Yuratchka seguía preguntándose quién se creía Otabek como para cambiar su nombre de esa manera. ¡Le dijo que su nombre era Yuratchka! ¡No Yura!

Pero por más que lo intentaba, no le molestaba. El diminutivo de su nombre se escuchaba tan especial con la voz de Otabek... y ya que nadie más lo llamaba de esa forma, eso sólo significaba una cosa.

Que Yura era exclusivo para Otabek Altin.

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