Nos vamos o nos vemos

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Pareciera como si el espíritu de la victoria se había apoderado del petiso.

—Si ponés a la verdad por delante, puedes llegar a donde vos querés —dijo Epifanio—, sobre todo en estas cosas del amor que por lo general son muy complicadas y retorcidas.

—¿Qué decís? —exclamó Leopoldo mientras tomaba una taza de café amargo frente a su computador.

—Es como si un espíritu o un angel apareciera para salvarte de meter la pata. Esa es mi fe —replicó Epifanio.

—Yo creo que dado a tu nivel de emoción te surgió la valentía. A mí también me salva creer en mí misma de vez en cuando... —explicó Raquel mientras tecleaba.

—Seguro que estás loco de contento y por eso estás desbordando felicidad —dije—, creo que vas por el buen camino con Dionisia.

—Amigos míos, voy a anunciarles una buena noticia: mi tío falleció y mi madre heredó su casa en Mar del plata —dijo Leopoldo apenas vino—, ¿ustedes aceptan que nos vayamos de vacaciones unos días?

Me ergui, tomé aire y dije:

—¿Cuando murió?

—Si, dinos por favor —masculló Raquel.

Leopoldo trás meditar un poco dijo:

—¿Eso es importante? 

—¿Tienes remordimiento por la muerte de tu tío por lo menos? —exclamó la pelirroja.

—Escuchen...
Se interrumpió a si mismo para pensar un poco más. Luego, resopló y dijo:

—Escuchen, el viejo murió a los 69 años. Que quede claro que murió por causas naturales, no fue asesinado y murió en su cama mientras dormía plácidamente.

—Pero... —repuso Raquel—, ¿qué pasaría si el espíritu del tipo aún anda vagabundeando por la casa?

—¡Qué graciosa! ¿Así que también crees en los fantasmas? Me acuerdo que de pequeño también creía oír a mi abuelo fallecido. Pensaba firmemente que un día me lo iba a encontrar en el porche trasero tomando mate —comentó el rubio apoyando con delicadeza sus manos en su teclado—. Si quieren vamos y si no... Lola— y diciendo eso se puso de pie y miró por la ventana.

Raquel suspiró. La miré y observé que estaba nerviosa porque no paraba de mover su pierna de una forma frenética.

—Yo estoy re cansado de la ciudad y de este trabajo de mierda —dije, y no era mentira—. ¿También vas a llegar a Hércules?

—Obviamente —respondió Leo.

—La verdad que el cielo de la costa atlántica, es el cielo científico que nos conecta con el universo, es el cielo celeste que se mezcla con el azul del mar —explicó Elmer, como si su teoría o razón sería suficiente para aceptar y tomarnos el palo hacía la playa.

—Todos esos cielos, son el mismo cielo, el cielo que nos cubre y nos cobija —explicó Leopoldo.

—El cielo del conurbano... —agregué mientras reía.

—Ustedes no toman en cuenta que el humo de la muerte puede alterar nuestra alma, porque ese humo no es transparente como el humo de la vida —inquirió la pelirroja—. Ese humo yace en esa vivienda.

—¿Qué humo es ese? —pregunté dudoso.

—Es un decir... —dijo ella mientras agitaba sus manos.

—Mi tío ha abandonado todo, las plantas, su máquina contestadora, su adornitos de navidad, el piano, sus pinceles y sus óleos, pero también abandonó la vida y su casa —inquirió el rubio apoyando su cabeza sobre su mano derecha.

—¡Jua! Este pibe está melancólico, finge ser fuerte pero esta abatido por dentro —dijo el petiso con vacilación.

—¡Déjate de hinchar las pelotas! —chilló Leopoldo mientras fruncia su ceño con fuerza—. Mi mamá tararea la amargura y quiero llevarla con nosotros para que pueda ver las cosas de su hermano. Mi familia y yo estamos al borde del final.

—Eso va a cambiar cuando tengas hijos —dijo Elmer esbozando una gran sonrisa.

—No me hables de eso por favor. Me recuerda a Amira. Ella no quería tener hijos porque decía que no quería cargas. Cualquier sueño o meta que yo tenía, ella lo ahogaba como si fuese un submarino. Ahora solo me quedan sus plantas, una maceta con un palo de Brasil y un pino que está al borde de la muerte —dijo el rubio rápidamente mientras esbozaba una sonrisa falsa.

—Lo sé muy bien —dije asintiendo.

—No. Eso no es cierto —gritó Raquel—. Ella te engañaba con el portero de tu edificio.

La observé y estaba extasiada o enojada.

—¿Por qué quieres cagarme el momento?

—Por que cuando estemos juntos ella nunca más importará. ¿Acaso tu amor es falso? —chilló la pelirroja.

—No es falso. Solo que el olor de ella aún está en mi casa. En el botiquín del baño están sus peines, sus hebillas del pelo, sus perfumes y sus jabones en forma de corazoncitos —explicó el rubio.

Con un resoplido Raquel dejó caer tu taza de café al piso.

—¿Para qué mierda te ponés a contar esas estupideces? —bramó la pelirroja mientras levantaba los trozos de cerámica de la taza rota.

—¡Jua! Sos re boludo —chilló Epifanio—. No ves que Raquelita se está poniendo celosa y te va a pegar una piña en medio de tu cara.

—Lo siento, pero hablar de mi ex no es un tema tabú —dijo y ladeó su cabeza en dirección a Raquel.

—¡Qué poco conocés a las mujeres! —gritó Elmer.

Llevados por la excitación que les había producido todo lo que había dicho el rubio, habían pasado de las confrontaciones a los chistes.

—¡Eres irremediable como hombre! —dijo Raquel—, aún así te perdono, pero a cambio debes invitarme a tu casa.

—Parece la riña la puso candente. ¡Jua! —gritó Epifano con un tono risible.

—Cállate tarado —murmuró Raquel.

—Tal vez Leopoldo mintió.

—Por supuesto que no. Voy a tirar todas las cosas de Amira a la basura —balbuceó Raquel y puso un dedo frente a sus labios.

—Vladimir...

Miré hacia los lados al oír mi nombre y miré por encima de mi hombro. La mañana estaba oscura y la cara de amargura de Raquel se iba intensificando.

—¿Podías...? —Epifanio tomó aire antes de continuar —. Esa chica es Encanto.

—A ver —dije y me asomé por la ventana del pasillo de la oficina.

La aparición jovial de la chica de Anagrama  le privó de dudas. Ella estaba en la vereda de en frente con dos maletas grandes de color azul. Parecía que se iba o volvía de algún lado.

—Seguro que está esperando el colectivo que va hacia el aeropuerto —dijo Raquel.

—Corre Epifanio, corre antes que se mude de país —chillé y empujé al petiso por la puerta.

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