Confesiones

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Mis amigos no se cansaban de decirme que soy un buen muchacho y que lo que ocurrió entre Jey y yo no tuvo la menor importancia, que esto no debe opacar mi camino o mi futuro y que que por ello nada será modificdo. Leopoldo me entendió hasta que le pregunté porque se había chapado a Eclipsa, esa chica que él previamente había besado espontáneamente en Anagrama. Yo estaba por salir a la calle y denunciarla al destacamento policial, pero a su vez pensaba que estaría siendo un idiota.

Estuve encerrado en mi casa a oscuras pensando, reprochándome todas las cosas que hice y que no me habia dado cuenta. Mientras tanto los demás viajaban a Mar del plata con Leopoldo. Me quedé en casa para que Epifanio y Encanto pudiesen viajar cómodos con el perro de Leopoldo en su auto.

Cuando me enviaban mails contándome que estaban paseando de lo lindo y tomando sol tirados en la playa, me sentí el hombre más desafortunado del planeta tierra y necesitaba escupir todo esa decepción que llevaba atorada en mi pecho. Tenía que charlar con alguien pero no se me ocurría a quien llamar, incluso pensé que debería hablar con Jey, pero ni siquiera tenía su número telefónico o su dirección.

Cada error mínimo, ponía mi vida en riesgo, pero también sabía que solo los idiotas ignoran los peligros. Cuando uno busca respuestas con todo el corazón, el esfuerzo siempre dará sus frutos. Sin embargo, decidí olvidarme de todo e ir al taller de mi tío para ver el depósito de cárteles de neón.

—¿Pero que carajo hacés aquí Vladimir? —dijo mi tío.

Mi corazón galopaba a toda fuerza. No podía creer que mi tío estaba nuevamente aquí. Él se refregó la cara, parecía que estaba durmiendo en la silla.

Tío Alberto ¿no ves que casi más me mataste del susto? —dije, posando mi mano sobre mi pecho.

Miré las manos de mi tío y vi que sus manos se habían endurecido y cuarteado en las yemas. Tenía la piel con desolladuras.

—Volví al país para seguir trabajando.

—Despacio, Alberto —dije—. ¿Por qué lloras? De acuerdo. Decime lo que sucedió en Asunción.

Mi tío hizo una pausa y fue a llenar la pava de agua para el mate.

—Sé que dije que me iba a quedar de por vida en Paraguay...

—Vamos, tío. No me traigas el cuento viejo de que no te adaptaste al lugar y que no quisiste empezar de cero junto a tus hijos. ¿Cuándo volviste? —pregunté entonces.

—Es que en el Paraguay me tenían como el chico de los mandados, Vladimir. Eso, mierda, no lo aguanté, mi hijo tampoco aceptó que vuelva a aquí contigo. Solo traté de librarme de ser un repartidor en una ciudad que no era la mía.

—De acuerdo. Ya me estoy dando cuenta de que estás nuevamente depresivo. Ahora: ¿por qué no me avisaste que estabas en este taller trabajando a mis espaldas? 

—Te lo diré rápidamente, porque tengo que terminar esta noche este cartel para la licorería de la esquina...

—Bueno, quiero saber, porque si tuviese un arma algún día de estos te podría haber disparado pensando que eras un vil ladrón —dije, aunque mi tío no parecía afligido por esto que le decía—. Por favor, dame un mate —repetí y me acerqué a él.

Entonces mi tío me ofreció unas medialunas que tenía en una canastita de mimbre, tapada con un viejo repasador. En forma mecánica comenzó a embalar el pedido con cartón corrugado y nylon. Con prisa levantó el cártel y me pidió que lo llevara a su nuevo dueño.

—Oh, no, está lloviendo —terció mi tío y entrecerró sus ojos al mirar por la puerta del local—. Mejor quédate aquí, lo llevaré mañana, no sea que te resbales en la acera con esta preciosa mercancía que tanto me costó hacer.

—Tienes razón, Alberto. Mis amigos están en la costa atlántica disfrutando unas mini vacaciones y yo estoy aquí disfrutando de tu grata presencia. Hoy recibí por correo electrónico algunas fotos de mis amigos en la playa y no tuve ninguna reacción al verlos felices sin mí.

Dije y mi tío puso una miraba de desaprobación.

—¿Se puede saber porque razón no fuiste a pasarla bien con ellos? —preguntó.

—Es que todo ha cambiado en mi vida... Sucedió algo que me marcó de por vida y en consecuencia quise quedarme aquí para cuidar el negocio. Pero no es solo eso. No, en definitiva sucedió algo que no quiero asimilar todavía. Por otra parte también tú volviste. Supongo que ahora vos y yo podremos manejar el negocio juntos y a la par.

—Y ¿qué te pasó ahora? —preguntó, mientras barría el local con una vieja escoba.

—Es algo muy inusitado, pero te contaré. Solo prepárate para abrir tu mente...

Le conté lo que había pasado con Eclipsa y la intención de mi tío Alberto fue de consolarme.

—¿Creés que esa chica/chico ha cambiado su punto de vista para contigo? —fue lo primero que salió de su boca.

—La verdad que no tengo la mínima idea. Pero a partir de ese día tuve que tragarme el orgullo y admitir que estuve enamorado de una persona que era incorrecta para mí —así respondí la pregunta de mi tío.

—Vladimir, tiene usted razón, las cosas deben ser claras desde el comienzo. En consecuencia, te pasan estas cosas locas, sobrino —insinuó Alberto.

No entendí lo que me quería decir.

—Tío... —La situación era demasiado confusa; la muchacha que toca el oboe como los dioses, yo la había contemplado con el corazón —. Hubiese aceptado hasta ser su lacayo con tal de haber tenido una relación romántica con esa muchacha. Pero aquí... después...

—Tal vez pensó que no te importaría el género. Pero si es un hombre ¿por qué nunca viste su nuez?

—La verdad que nunca miré su cuello.

—¿Qué hay de su voz?

—Tiene una voz gutural, como tenía mamá.

Me puse rojo como un tomate y me sentí un estúpido por no haber percibido nada.

—Entonces te dejaste llevar por la magia de su esplendorosa figura... ¿masculina?

—Claro que no. Definitivamente, no.

—No quiero parecer un completo extraño indagando sobre tus problemas, pero es lo que es y lo hecho, hecho está —dijo mi tío mientras fruncia el ceño.

—Pero yo no quiero, ni acepto que Eclipsa sea un macho —dije, mientras sorbia la bombilla del mate.

—¡Qué desgracia!

—Leopoldo dice que el amor viene en distintos paquetes... —dije pensativo.

—Lo sé. Detrás de todo esto hay una razón.
Puede ser cualquier cosa, incluso que todo sea mentira —dijo mi tío.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro