El miedo paraliza

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Yo no lavo la ropa, no plancho, no voy a la playa, no veo a mis primos hace años, ya no me cruzo con mi ex novia cuando voy al supermercado, no tengo sexo, no me compro ropa de marca, no tomo mate, no me gusta tomar sol, no salgo a correr, no veo novelas en la televisión, no tengo auto y últimamente casi ni duermo —repliqué hasta el cansancio.

—Sí. Nada bueno o alegre pasa por nuestras patéticas vidas, ¿verdad? —eso fue lo que salió de la boca de Epifanio, que estaba en el escritorio de al lado intentando enviar unos emails.

Leopoldo, Epifanio, Elmer y yo compartíamos oficina con Raquel, la hija de la dueña que también ocupaba una computadora durante el horario nocturno porque tenía un negocio de Sex shop.

Raquelita era una muchacha de unos treinta y tantos años. Era muy linda de cara, usaba flequillo corto, pelirroja de ojos ambarinos, un poco regordeta, siempre vestía de negro y usaba camisetas de los Rolling stones.

El alquiler de la oficina tenía un precio módico y nos permitía tener teléfono de línea e internet las 24 horas del día. Mi tío Alberto me pagaba unos buenos pesos por hacer propagandas de su negocio de cárteles de neón para comercios.

Cuando era más chico iba con mi mamá a su taller y pude ver que el proceso de armado de un cartel es tedioso y no apto para gente ansiosa. Además de ser una labor costosa económicamente y bastante aburrida. Muchas veces pasé horas viéndolo soplar el vidrio, más específicamente los tubitos de vidrio al doblarlos. De grande pude entender los procesos técnicos del gas y la electricidad, y de como manejar el soplete correctamente sin quemarme el cabello o doblar el vidrio.

Yo era el que pasaba menos tiempo en el trabajo, mientras que Leopoldo solía venir a la oficina de madrugada para jugar pocker toda la noche. Con Raquel nunca cruzaban palabra porque el rubio le había prometido a Amira, su novia, que no se iba a poner a conversar con su compañera de oficina.

—Este trabajo es una mierda. ¿Sueno a perdedor? —gritó Epifanio enfurecido por no haber cerrado una venta.

Epi trabajaba para una importante casa de antiguedades y estaba en una sala de chats intentando vender algunos de los artículos costosos que eran difíciles de vender en la tienda.

—Looser —exclamó Leopoldo, mientras jugaba una partida de pocker en su computadora.

Hice una pausa. Luego: —¿Cómo siempre logras ganar? —Dime por favor —pregunté. No sé como mantienes tu departamento, pagas las cuentas, compras la comida diaria y mantienes a Amira feliz.

Él me miró y frunció el ceño.

—No te olvides de Hércules —dijo él.

—¿Quién?

—Mi golden Retriever —dijo y cambió de computadora, pero luego volvió a su asiento, para seguir su partida.

—Es ahí donde me pierdo, olvidé que tienes a Hércules en tu casa —agregué mientras me masajeaba mis sienes.

Leopoldo había ganado otra partida y eso significaba mucho dinero. Las señales luminosas en su pc le indicaban que había ganado, pero para mí esas señales eran  carteles que decían “peligro”.

—¿Me querías ver perder, eh? —dijo Leopoldo mientras esbozaba una sonrisa de oreja a oreja.

Raquel se sintió incómoda al escuchar que Leopoldo alardeaba, lo miró, agarró su cuaderno anillado y se fue.

—Tal vez le causas malestar —respondí.

—Pero... quería decir algo y las palabras no salían de su boca. Leopoldo no podía negar la profunda decepción que ella le provocaba con su indiferencia.

—Déjala, no le des pelota a esa amargada —dijo Epifanio mientras se reía.

—Chicos, vayamos a comer unos panchos o unos choripanes a la costanera —gritó Elmer desde su asiento.

—Sí, un asado de tira con una ensaladita de lechuga y tomate. Apaguemos todo y vayamos a ver que venden hoy en los food truck frente al río —dijo Epifanio mientras se ponía de pie y estiraba sus brazos hacía arriba.

—Vladimir, te cuento algo que me pasó hace poco y vos ni te das por enterado —balbuceó Elmer cerca de mi oido mientras estábamos en el ascensor de servicio.

—Dime.

—Amira se fue.

—¿Qué... qué dijiste?

Estaba desconcertado. No era la primera vez que Leopoldo fingía seguir con alguna de sus novias después de un rompimiento.

—El rubio la encontró infraganti con el tipo que limpia su edificio.

—¿Con el conserje de su edificio?

—Un día el ascensor estaba trabado en el sexto piso. Leopoldo subió a pie por las escaleras y abrió el ascensor a la fuerza. Se quedó parado del espanto y le dijo al tipo que se quede quieto o le volaría la cabeza.

Me quedé tan sorprendido que empecé a temblar de solo imaginar la escena que tuvo que vivir mi amigo.

—¡Qué hijos de puta estos dos! —exclamé aturdido.

—Es cierto. Me parece que al final el hombre escapó en un taxi y jamás volvió —dijo y asintió con la cabeza.

—Sí, pero ¿a dónde fue la chica? ¿Es verdad que no tiene familia? Después de todo ella es un ser humano y no quisiera saber que vagabundeando por las calles de esta inmunda ciudad.

—Eso no es problema de nuestro amigo —aclaró Elmer—. Leopoldo siempre le fue fiel y nunca levantó la vista del suelo cuando Raquel le preguntaba algo.

—No quiero que él termine con Raquel, la aburrida —agregué.

—¡Jua! Yo tampoco.

—¿Acaso te gusta Raquelita? —exclamé curvando la comisura de mis labios.

—Y... no sé. ¿Y si nunca me da bola? Mirá si empiezo a coquetearle y todo sale mal —dijo Elmer con un aire de resignación.

Su contestación sonaba un poco estúpida.

—Elmer, tenés a tu favor la altura con ese metro noventa que tenés. Tu pelo largo atrae mucho a las mujeres, eh.

—Pero, no tengo novia desde los dieciocho años... —dijo encogiendo sus hombros.

—¿Qué edad tenés ahora? —pregunté.

—Vladimir, no seas pendejo. Tengo veinticinco años como vos —chilló y se cruzó de brazos.

—Eso es mucho tiempo de no mojar la chaucha. Digo, de celibato... —dije lanzando una risa sacarrónica.

—Por lo mejos no me siento insatisfecho con mi vida amorosa, digo, es como si me sentiría bien conmigo mismo estando solo. ¿Qué puedo hacer a estas alturas? Yo he olvidado todo. No sé como ligar a una mujer, ¿cómo haré? —cuestionó Elmer preocupado.

—Si quieres te puedo ayudar, eso está en vos. ¿Te das cuenta que ella ni nos habla? Pero si vos querés la podemos invitar a una fiesta, ir a bailar, ir a tomar unos tragos o simplemente ir a tomar un helado —dije emocionado.

—No sé, no sé, el amor me paraliza y tengo miedo a parecer un tarado frente a ella —masculló.

—Trabajás para Missile Development corporation —añadí— , si conseguiste ese trabajo podés conseguir cual cosa o cualquier mina —continúe.

—¿Sí? ¿De verás creés eso? —dijo mientras estabamos en la vereda del edificio esperando que los demás bajen para ir a comer.

—Shhh. Me parece que viene alguien, cambiemos de tema —añadí.

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