iii. De cartas y albergues

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❛DE CARTAS Y ALBERGUES❜

                         Chandler y Marius se encuentran en el estacionamiento de la preparatoria temprano por la tarde, siendo los primeros en terminar sus clases del día. Es normal que esperen fuera del auto, al agobiarse en el interior, o que se desvíen hacia el centro del pueblo y paseen un rato hasta que sus hermanos salgan, dado que les gusta la rutina que significa compartir el viaje en auto de ida y de regreso a casa.

—¿Crees que acepten mi propuesta de ser más activos en el albergue? —inquiere Chandler, con los brazos cruzados delante del pecho y sus manos frotándolos, como si le fuera posible experimentar el frío e intentara preservar el calor—. Sé que asistimos lo suficiente para dar buena impresión, pero si seguimos con éste teatro, ¿Esto no podría considerarse rebeldía? Con un buen resultado colateral, por supuesto...

—Le estás dando muchas vueltas, precioso —dice Marius, con una sonrisa amplia y contagiando su buen humor al menor—. Nadie en su sano juicio te diría que no, corazón de melón, pero si quieres asegurar que lo hagamos... —Chandler lo mira con atención, esperando que continúe su oración al haberse detenido abruptamente. Una sonrisa avergonzada cruza por las facciones del más alto, mientras levanta la mano pidiéndole un minuto para pensar; pasa seguido que el habla de Marius vaya dos veces más rápido que sus pensamientos y, al final, pierda el hilo—. Entonces hay que ir a comprar los donativos y que no les quede de otra más que seguirnos... Ya sabes que no debemos desperdiciar. De paso, también quiero ir a la oficina de correos.

—Premio doble —exclama Chandler, con júbilo. Proceden a emprender el camino, disfrutando de andar a una velocidad humana para alargar un poco el trayecto y regresar a tiempo a la salida de sus hermanos—. Tu amigo está especialmente comunicativo considerando la cantidad de cartas que te llegan. Sería más fácil si atendiera el teléfono.

—Sí, pero no le gustan los teléfonos al viejito anticuado... Continúa devolviendo cada celular que mando y me llama por el fijo solo para avisar que no es necesario, así es como procede a mandarme un centenar en compensación... Pero no le digas que te dije, tiene una reputación que mantener.

—Al menos te lo compensa, ¿Quieres que me adelante al supermercado para que hagas tus cosas en paz?

Marius sopesa la propuesta por un par de segundos y asiente—. No tardo, te veré en la tienda... Iré corriendo tan rápido que ni te darás cuenta que me fui.

—No es necesario —carcajea Chandler, recibiendo un apretón en el hombro antes de ver a su hermano desaparecer por la rapidez vampira que emplea para ir a la oficina de correos.

Chandler, en cambio, decide mantener el paso. Le gusta actuar lo más humano posible: caminar y no sentir que el mundo es un vídeo grabado en cámara lenta, caminar y sentir que pertenece al flujo invisible de las personas siguiendo rutinas. Así es como se acerca al supermercado de Forks, lento pero satisfecho, tomando un carrito de compras en la entrada, listo para escoger las cosas para el albergue.

Sus obras en el albergue empezaron a su llegada, como parte del plan de integración de la familia Cullen a la sociedad, de modo que fuera más fácil su aceptación. A veces solo donaban ropa, a veces solo víveres, a veces ambos y muy pocas ocasiones prestaban una mano para las comidas diarias que daban a los necesitados; lo único constante era su presencia en las recaudaciones de fondos que organizaba la oficina de bomberos, donde se aseguraban de donar. Pero Chandler siempre quiere dar más, porque tienen el poder de decisión en sus manos; de no ser por Edward, que aseguraba que su figura constante en dichas actividades les traería problemas, Chandler sería un miembro oficial de los voluntarios.

No obstante, demostraron aquella mañana que no por interactuar ponen en peligro su fachada; a la gente no podría importarle menos.

De tal modo que Chandler se permite derrochar en las sopas enlatadas, que con solo ver le traen recuerdos de sus años humanos. Sabe cuáles son las favoritas de los que atienden constantemente al albergue por su dotación, no por nada se asegura siempre de que Jerome esté a su lado al entregar las cajas con los víveres para así tener los datos exactos de los gustos de la gente para la posteridad.

Sopa de tomate, de cebolla, de champiñón, de espinaca. Pronto en su carrito ocupan gran parte del espacio las latas, por lo que decide ir por voluminosos botes de aceite y así no quedarse sin espacio después.

Procura comprar las cosas más caras de una despensa. Si no lo hiciera, de nada serviría su donación, al menos para nada más que aportar a una dotación de por vida de cosas con las que la gente no puede vivir a base de. Cuando está por dirigirse hacia las conservas dulces, percibe la presencia cercana de Marius, cuyo paso debe adecuarse a la lentitud humana.

Mas no es la única presencia que se distingue del resto. Contrario a la de Marius, ésta se encuentra a pocos metros. Chandler levanta la cabeza cuando los pasos se intensifican hasta colocarse a su lado; un chico se encuentra observando los estantes de latas de sopa que acaba casi de vaciar. El chico, alto de piel morena rojiza y cabello negro, repara pronto en su presencia; lo mira por un segundo, con una expresión que no puede descifrar, mas no extraña intuyendo que viene de las personas de la reserva cuya advertencia sobre ellos fue hecha a su llegada.

Pronto, Chandler sonríe en saludo, dispuesto a irse antes de provocar incomodidad. Si bien los de la reserva pueden o no creer en la leyenda detrás de la advertencia sobre los Cullen, lo cierto es que la aversión a ellos puede ser natural. Sin embargo, la expresión del chico se suaviza, siendo casi amistosa por una fracción de segundo, y corresponde a la sonrisa.

—Ya vi quién se llevó la sopa de espinaca —bromea el desconocido. Chandler se sobresalta ante el comentario, al haberse movido dispuesto a irse a otro pasillo para no topar con el muchacho.

—¡Oh, lo siento! Toma las que quieras, puedo llevar de otras...

La extrañeza del más alto invade cada una de sus facciones, duras y serias pese a tratarse de alguien tan joven. Chandler está seguro de que entra en el aspecto de un chico rudo, pero su reacción a él parece fuera de lugar.

—Te tomaré la palabra —dice, inclinándose para tomar tres latas de la sopa que quiere—. Normalmente no preguntaría, pero ¿Para qué quieres tantas? ¿Eres de los que coleccionan para el apocalipsis?

—No, no, yo... —Chandler se pone nervioso. Si tuviera la capacidad de enrojecer, su piel quemaría de la vergüenza que está atada a él; no habla demasiado con la gente y, si lo hace, no por mucho tiempo. A su nerviosismo influye el aroma de la sangre del muchacho que, si bien no lo llama, huele tan dulce como probablemente piensa que es él en el interior. No ayuda que crea que es lindo—. Eh, es para donar... Al albergue.

El desconocido abre grande los ojos en sorpresa, pero no le parece extraño viniendo del castaño, si bien entiende que se trata de un Cullen.

—Tal vez te vea ahí... —comenta el chico.

—Chandler —Se presenta, extendiendo la mano para saludar formalmente.

—Paul —Al estrechar la mano del chico Cullen un escalofrío lo recorre. No sabe si es la fría temperatura de su piel que hace contraste con la suya, hirviendo más con cada día que pasa, pero la aparta con rapidez intentando que no sea evidente su incomodidad. Chandler, sin embargo, la percibe y da un paso atrás, avergonzado—. Gracias por la sopa.

Chandler asiente y, al alejarse por el pasillo, se encuentra con Marius, que observa con demasiada atención una espátula de cocina.

—No quería interrumpir —admite, con una amplia sonrisa—. ¿Quién era? Tenía un aroma curioso.

—Paul... Por accidente me llevé toda la sopa que él quería.

—Qué suerte tienes de no sonrojarte —Con un suave codazo en las costillas, Marius bromea y pronto lo insta a avanzar—. Sí, es lindo... Pero ¿Qué te hace falta?

—Oh, las conservas... —contesta, con un deje de desesperación en su voz por la omisión, deteniéndose abruptamente y viendo hacia atrás—. Olvidé tomarlas cuando hablé con él.

—Volveremos cuando se vaya, no sea que crea que vuelves por él.

—No estaría mal si piensa eso —musita para sí, como si Marius no fuera capaz de escucharlo aunque esté a un kilómetro de distancia—. Deberíamos llamar a Jerome para que venga por nosotros.

Y es que, viendo las compras y lo les que falta por recoger, no es humanamente posible que entre ambos se lleven las cosas a pie de vuelta al estacionamiento de la escuela. Marius, asintiendo, saca su teléfono para mandar mensaje a su hermano y, de paso, a su amigo por correspondencia, en espera de que ésta vez sí conteste.

—Dice que llegan en quince, hay que apurarnos.

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