iv. Elucubraciones constantes.

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❛ELUCUBRACIONES CONSTANTES❜

                         A Damien le gusta apostar. Podría decir que su don se trata de eso, pero sería omitir gran parte de este; lo que sí es cierto es que apostar con sus grandes análisis le ayudan a utilizarlo. Siempre fue bueno en el arte de interpretar a las personas, darles una historia en su cabeza para poder entenderlas y dar predicciones que terminarían acertadas, sin necesidad de acudir a Alice para recibir sus premoniciones.

Gracias a sus análisis es que puede incursionar en la memoria de las personas, ver recuerdos conforme lo requiere, con solo tener una idea de a qué se enfrenta. Así es como Damien termina por adentrarse en los recuerdos más frescos de Angela Weber, al verla salir de su clase con Jerome a un costado, caminando de puntillas como si fuera arrastrada por un campo magnético irradiado por su hermano que la eleva del suelo.

No es que necesite confirmaciones para la atracción de Angela hacia el rubio; no obstante, también sabe que Jerome es capaz de dudar y negar con capa y espada cualquier indicio de interés por él. Así que necesita evidencia para restregar en su cara; lo ha hecho por más de dos décadas y, ciertamente, espera poder hacerlo más de un siglo.

Los recuerdos de Angela son claros y frescos como el agua: ella hablando con Jerome en la sesión del comité del anuario, él prometiendo enviar poemas para que publique en el periódico escolar, ella irradiando alegría y las subsecuentes clases acompañándose.

Es así que por un momento, por sólo una milésima de segundo, en su mente cruza el pensamiento de que tal vez están llevando demasiado lejos la situación; pero también, en esa fracción de tiempo, llega la realización de que, considerando sus años convertidos en criaturas de la noche, no han vivido ni un cuarto de lo que Edward o su mismísima madre experimentó en sus primeros años como neófitos, como esos vampiros nuevos capaces de arrasar con la humanidad. Si en realidad el autocontrol y el deseo de pertenecer de sus hermanos y él es la clave a la armonía y éxito del clan frente a las leyes que rigen ese mundo secreto, Damien se decide a ignorarlo por completo. Es la primera vez en su vida que se siente libre, que predice un futuro prometedor sin necesidad de pruebas inmediatas.

Pronto, observa a Jerome contestar un mensaje de texto, silencioso y hábil, sin siquiera mirar dos veces el teléfono celular entre su mano, al mismo tiempo escuchando con atención una idea que Angela elabora nerviosa para él.

Damien, desde el otro lado del pasillo, recargado en su casillero, suelta un resoplido. La habilidad de Jerome de hacer varias cosas a la vez, confiando plenamente en su memoria, a veces le provoca dar malos desplantes; sin embargo, parece llevarlo bien esta vez.

—Te enviaré los poemas esta misma tarde, Angela —dice Jerome, con la mochila pendiendo de su hombro en amenaza de caer al suelo—. Tengo que irme, cuídate.

—Sí, sí, claro, gracias... —Damien la ve guardar aire, inflando sus mejillas. La castaña desea hablar más, el bombeo de su corazón incrementando de manera considerable, como si la oportunidad que tiene delante se le escapara por sus dedos como la arena del mar. Sabe que su hermano lo ha notado, pues pese a girarse con la intención de ir con él, se mantiene cerca de ella en el instante en que el pulso de Angela va por un pico de adrenalina, dándole la oportunidad de hablarle sin tener que correr tras él—. Jerome, ¿Te gustaría unirte al periódico escolar? Me vendría bien una mano y Eric no es de mucha ayuda que digamos... Sé que es demasiado trabajo, pero parece que te gusta el periódico y me vendría bien alguien que le guste realmente el contenido y...

—Angela, Angela —La llama con delicadeza, poniendo una mano sobre el delgado hombro de la chica, que es escasos centímetros más alta que él—. Sí, me gustaría. Te pediré los detalles al rato, si te parece bien, porque supongo que te gustaría que empiece pronto.

—Sí, sí, me parece bien —replica, obnubilada. Sonríe con amplitud y niega para sí, en un intento de despejar su mente—. Perdón, creo que tienes que irte.

—No te preocupes por eso... Y gracias por considerarme.

Jerome aprieta ligeramente el hombro de Angela, en despedida. Han pasado infinidad de pruebas juntos tratando de averiguar la fuerza necesaria que deben ejercer los vampiros para convivir con humanos y parece ser, por la expresión de Angela lejana al dolor, que lo han logrado.

—¿Pusiste a prueba la fuerza que calculamos? —inquiere, apenas el fornido rubio lo acompaña al iniciar el paso hacia el estacionamiento.

Niega—. Usé menos... Antes la he usado con Eric Yorkie porque lo alcancé a agarrar cuando se tropezó en el anuario, pero creo que le ha dolido.

—Mmmh —musita, interesado. Si bien han pasado años rodeados de humanos y saben tratar con ellos, disfrutan de conocer hasta el mínimo detalle de lo que convierte en exitosa su interacción—. Nueva hipótesis: algunos humanos resisten menos que otros. Será cosa de modificar la fuerza con ese valor de límite máximo.

—Sí, pero no quise poner a prueba la hipótesis con Angela... Aunque sería una buena práctica, ahora que estamos conviviendo como si el fin del mundo se acercara.

Damien enarca una ceja, riendo mientras se aproximan al auto—. ¿Es por eso que convives tan bien con Angela?

—¿De qué hablas? —Con el ceño fruncido, Jerome abre la puerta del auto, ante la mirada confundida del castaño, recargado en el capote listo para esperar a sus hermanos —. Deja las elucubraciones para al rato, tenemos que ir por Marius y Chandler. Fueron al supermercado.




























                     Esa misma tarde los cuatro asisten juntos al albergue, sin necesidad de mucha insistencia por parte de Chandler, el cual al ser observado cargar bolsas llenas de latas de conservas, se ganó con rapidez la simpatía de sus hermanos, que poco necesitaron para ir contra las regulaciones de sus demás familiares y cumplir así su deseo.

El albergue es un lugar tranquilo. Consta de un edificio estrecho de tres pisos en el lindero del bosque, cerca del centro del pueblo de Forks. La estación de bomberos se encuentra cerca y no es para menos, siendo el principal organismo que mantiene vivo aquel lugar, que todo el pueblo ha llegado a utilizar en caso de tormentas.

Las donaciones de la familia Cullen son regulares, no tanto así su papel como voluntarios, por lo que es una sorpresa para todo el personal base del albergue, que a su llegada proceden a separarlos en distintos puntos de trabajo.

Damien, consciente de que la mayoría de los habitantes de la Reserva deben estar advertidos sobre su conexión pasada con los vampiros del folclore quileute, los fríos, nota que no obstante, por parte de ellos es bienvenida su ayuda. Aquel lugar parece ser un verdadero territorio neutral.

A Damien y Chandler los conducen en dirección a las cocinas del comedor comunitario, pero mientras a Chandler le permiten cocinar parte de los enlatados que llevaron como donación, a Damien lo emparejan junto con otro muchacho que aparenta su edad.

El chico, de piel morena y ojos almendrados de color castaño, luce como la personificación de un rayo de sol, que le sonríe de inmediato ni bien le avisan que lo acompañará haciendo sándwiches de queso. Siente que son un total contraste, pues al colocarse a su lado percibe evidente su falta de habilidad para desenvolverse, contrario a la del muchacho, que no pierde ningún segundo en voltear a verlo.

—Soy Seth Clearwater, un gusto —Se presenta, con una emoción contenida que hace temblar sus extremidades débilmente. Se distrae con facilidad, siendo evidente cuando la tarea de hacer sándwiches pasa a un segundo plano—. ¿Tu cómo te llamas?

—Damien... —responde, titubeante, al reparar en que se trata de un chico de la Reserva—, Cullen.

Seth, sin reparar en las reservas del castaño, asiente satisfecho—. Siempre es bueno tener a alguien de mi edad aquí, vengo seguido con mi mamá y a veces también nos acompaña mi hermana mayor... —relata, con un posterior sobresalto, al notar que debe terminar su trabajo a medias cuando pasa una supervisora, cuyos ojos apuntan hacia él con una mezcla de severidad y cariño—. De hecho, ella es mi madre, Sue... Pero, eh, no te he visto por aquí antes.

—Mi familia no viene seguido, pero sí dona... —dice, tanteando el terreno, por si algo desagrada a Seth con su presencia. Es muy amigable, rápido de habla; se repite que el contraste es evidente, pero en cambio Seth se muestra interesado en que continúe ante su frase dejada al aire—. A lo mejor venimos más, a mi hermano le fascina.

—Oh, sí, ya los recuerdo... Cullen —Sonríe más amplio—, ustedes sí que saben donar. Será bueno que vengas, a nosotros los menores nos dejan las tareas más fáciles y como terminamos antes, si hay en el almacén, nos dejan comer sándwiches de mantequilla de maní y mermelada, ¿Te gustan?

—Sí, estaría bastante bien... —musita, con una genuina sonrisa que Seth corresponde, maniobrando hábilmente la conversación para cambiar otra vez de tema con rapidez.

Pero en su interior, con la misma velocidad, Damien comienza a analizar cuál sería el límite de mantequilla de maní y mermelada que soportaría comer sin asquearse para disfrutar junto a Seth. De nota mental se propone decirle a Jerome, fiel compañero suyo con el que realiza experimentos dedicados a entender la biología de los vampiros, la cual, lamentablemente, abarca una serie de cuestiones que los vuelve casi intolerantes a la comida de los humanos. Jamás han intentado, sin embargo, probar límites con aquella extraña mezcla.

—Espero verte mañana, fue divertido estar contigo —dice Seth, tras un par de horas armando, calentando y cortando sándwiches a la mitad, cuando finalmente retiran la comida para servirla en el comedor y, al anunciar que pueden irse, salen a la par atravesando el comedor.

—Yo también espero verte.

Al otro lado del comedor comunitario, Damien ve a Chandler hablar con un muchacho que también está por retirarse; los ojos de los hermanos se cruzan por un instante y, antes de que cada uno vuelva la atención a su acompañante, tiene la seguridad de que regresarán.

Más tranquilo, Damien mueve la mano en despedida, al ver que sus hermanos comienzan a congregarse a la salida del comedor, en el vestíbulo del albergue.

—Nos vemos entonces —Se despide Seth, aproximándose hacia él para darle un corto abrazo, que no hace más que juntar sus hombros.

Si Seth encuentra extraña la dureza de su cuerpo al propinar una suave palmada a la altura de sus omóplatos, es bueno ocultándolo tras una sonrisa, que no borra al acercarse a su madre y la que debe ser su hermana.

Traga saliva por instinto, pensando en que, pese a la rebeldía que están manifestando, debe controlarse con aquellos quileute de la Reserva, si es que quiere seguir viviendo en Forks. Por la mirada perspicaz de la madre de Seth, sabe que es así.

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