━ 𝐈𝐗: Corazón de piedra

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N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que he enlazado al presente capítulo y seguid leyendo. Prometo que no os arrepentiréis.

IMPORTANTE: este es el tercer y último capítulo centrado en el pasado de nuestras protagonistas.

✹.✹.✹

───── CAPÍTULO IX ─────

CORAZÓN DE PIEDRA

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── 「 𝐂𝐋𝐎𝐈𝐂𝐇𝐄 𝐂𝐇𝐑𝐈𝐃𝐇𝐄 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        PARA CUANDO SIRIANNE RECUPERÓ LA CONSCIENCIA, la noche ya se había cernido sobre el reino y la luna se alzaba gloriosa en el cielo estrellado. Al principio se sintió bastante confusa y desorientada, pero en cuanto recapituló los últimos acontecimientos el sentimiento de congoja que la había acompañado durante todo el día volvió a apoderarse de ella. Había perdido tanto en apenas unas horas que, una vez más, el corazón se le encogió de la angustia y sus ojos se cristalizaron a causa de las lágrimas.

Con cuidado de no hacerse daño se incorporó y echó un vistazo rápido a su alrededor. Estaba oscuro, pero, por lo que había llegado a vislumbrar, se encontraba en una especie de cueva. La capa continuaba sobre sus hombros y sus armas descansaban a unos centímetros de distancia. Desvió la mirada hacia la entrada, donde una sombra bastante corpulenta acaparó su atención. 

Se trataba de su tío, que se había atrincherado en un rincón para hacer guardia.

Nada más posar la vista en Kalen una furia ciega se apoderó de todo su cuerpo. No había olvidado que fue él quien la obligó a abandonar a su padre. El maldito indeseable que, en contra de su voluntad, la arrastró lejos de su hogar y, por tanto, del fragor de la batalla.

Comprimió la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes, y cerró las manos en dos puños apretados. Se sorbió la nariz y, utilizando la pared de apoyo, consiguió levantarse. Casi de manera inmediata un vahído la embargó de pies a cabeza, haciéndola trastabillar. Cerró los ojos y respiró hondo, en un intento por no caer al suelo. 

Un minuto después, cuando dejó de sentir náuseas, se aproximó a sus efectos personales y asió el talabarte que le había entregado su progenitor antes de que Kalen la sacase de la Aldea Madre, antes de que aquel minotauro... Un nudo se aglutinó en su garganta y una desagradable presión se instauró en su pecho. Esa espada, forjada con el mejor acero de toda Narnia, era lo único que le quedaba de Kenneth.

Con manos temblorosas se ató la correa alrededor de la cintura y contempló su arco. En algunas zonas la madera estaba un poco astillada, pero por lo menos no había quedado inservible. Se echó el pelo hacia atrás y, sin más preámbulos, dirigió sus tambaleantes pasos hacia la salida.

Entretanto, Kalen permanecía sentado en el suelo, con las rodillas flexionadas y la mirada perdida en el cielo nocturno. Tenía los músculos agarrotados debido al combate y algún que otro hematoma repartido por el cuerpo, pero lo peor, sin lugar a dudas, era ese ardor que le sacudía el pecho. Ese sentimiento de culpa que lo había martirizado desde que había huido de la Aldea Madre para poner a salvo a su sobrina. 

Un tenue suspiro escapó de sus labios, agrietados por el frío. Dioses, el recuerdo de su hermano no hacía más que atormentarlo. Era consciente de que él mismo se lo había pedido: dejarle atrás para salvar la vida de Sirianne. Pero aun así no podía evitar tener cargo de conciencia.

Se pasó una mano por la cara y volvió a centrar su atención en las estrellas, que parecían brillar con más intensidad que nunca. Estaba tan absorto en sus cavilaciones que no reparó en que la pelirroja se había posicionado a su lado, con la espada de Kenneth colgándole de las caderas.

—¿Dónde estamos? —inquirió Syrin, rozando la afonía. Entre el incidente con aquel lobo, que casi la había ahorcado con su propia capa, y lo mucho que había gritado durante la trifulca apenas le quedaba voz para hablar.

Kalen dio un respingo, sobresaltado. Ya habían transcurrido varias horas desde que los esbirros de la Bruja Blanca habían arremetido contra su poblado, pero él continuaba alerta, como un soldado que nunca acaba su guardia. Ladeó la cabeza hacia su derecha y clavó sus iris aceitunados en los verdes de la muchacha, que permanecían hinchados de tanto llorar.

—¿Cómo te encuentras? —consultó, ignorando el tono huraño de su sobrina.

Sirianne bufó, hastiada. Adquirió una posición en jarras y se mordisqueó el labio inferior, procurando mantener la calma. En su estado no le convenía alterarse, pero a esas alturas todo le daba igual. Lo único que quería era descargar su frustración y librarse de esa rabia que le oprimía las entrañas.

—He dicho que dónde estamos —pronunció esas palabras tan despacio que cada una parecía una frase independiente. La joven se masajeó el cuello, allá donde las marcas ocasionadas por el broche evidenciaban que había estado al borde de la muerte.

Kalen estudió su lenguaje corporal sin cambiar la expresión abatida de su semblante. Era evidente que en aquellos momentos le odiaba con todas sus fuerzas. No la culpaba, hasta él sentía repulsión de sí mismo, pero eso no cambiaba el hecho de que le incomodase la forma en que lo miraba. Como si fuera un monstruo.

—Tranquila, estamos en un lugar seguro —respondió luego de inspirar por la nariz—. Aquí no nos encontrarán. —Una vez más, el arcano desvió la mirada hacia el exterior. Allí dentro todo estaba sumido en la más absoluta penumbra, pero fuera la luz de plata iluminaba todo a su paso. 

A pesar de todo, hacía una noche preciosa.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—No lo sé... Cinco horas, tal vez más. —Kalen se encogió de hombros.

Ante ese último comentario, las facciones de Syrin se crisparon en un gesto adusto. Maldita sea, ¿cómo podía haber dormido tanto? Se llevó una mano a la frente y suspiró en un arranque de desesperación. Tenía restos de sangre por toda la cara y la brecha aún le dolía.

—Tengo que regresar —anunció con la convicción grabada a fuego en sus titilantes pupilas. No le importaba que fuera de noche, y mucho menos que estuviese herida. En realidad, poco le interesaba lo que pudiera llegar a pasarle con tal de volver a su hogar.

Sirianne hizo el amago de abandonar la caverna, sin embargo, antes de que pudiera dar un solo paso, Kalen se puso en pie, acortó la distancia que los separaba y aprisionó su brazo. Tiró de él con suavidad, obligando a su dueña a que se diera media vuelta y lo mirase a los ojos.

—¿Te has vuelto loca? —le increpó el hombre, alzando la voz—. Apenas puedes tenerte en pie. ¿Qué crees que harían los vasallos de Jadis si te encontraran deambulando sola por el bosque, y más en este estado?

—¡Me da igual lo que puedan hacerme! —exclamó Syrin a la par que se zafaba de su agarre—. Los mataré a todos. —Sus orbes centelleaban de pura impotencia. Tal era la cólera que se reflejaba en ellos que el moreno no pudo evitar estremecerse.

—No seas ingenua. —Kalen volvió a apresar su muñeca, pero esta vez ejerciendo más fuerza—. Escúchame. No podemos regresar a la Aldea Madre porque a estas alturas ya no quedará nada de ella. Además, es muy probable que los narnianos estén rondando todavía por el perímetro, en busca de supervivientes. Sería un suicidio presentarse allí —explicó.

La frente de la chica no tardó en poblarse de arrugas, provocando que un hilillo de sangre manara de la llaga y se deslizase serpenteante por su nariz. Las palabras de su tío habían sido como una sacudida, un jarro de agua fría que la había devuelto a la realidad. Sus labios se fruncieron en un rictus amargo y una lágrima silenciosa rodó por su mejilla. 

Al verlo, Kalen suavizó la expresión de su semblante.

—¿Por qué? —De nuevo, Sirianne se liberó de su agarre. El hombre la miró con angustia, sabiendo a lo que se refería—. ¿Por qué lo hiciste?

Kalen se masajeó el tabique nasal en un gesto cansado.

—Tú le oíste tan bien como yo. Me lo pidió —solventó. 

Pese a que tenía ganas de gritar y aporrear el muro de piedra hasta que le sangrasen los nudillos, supo controlar sus impulsos y mantener la compostura. No quería empeorar la situación, no cuando su sobrina estaba tan vulnerable.

—¿Ya está? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —replicó la pelirroja, punzante—. No debiste abandonarlo, ni obligarme a ir contigo. De habernos quedado, ahora mismo esos minotauros estarían muertos y mi padre seguiría con vida —escupió esas palabras con rencor, aunque era evidente que se estaba esforzando para no romper a llorar.

—¡Demontres, Sirianne! —bramó el arcano, harto de reprimirse—. ¿Es que no te das cuenta? Tú te habías quedado sin flechas y nosotros estábamos agotados. ¡Habríamos muerto los tres! —Kalen se aproximó a la adolescente y la tomó de los hombros, ocasionando que esta lo encarase, desafiante—. Eres la futura líder de los arcanos, nuestra última esperanza... No podíamos arriesgarnos a que te ocurriera nada —musitó, empleando un tono más sosegado.

Syrin negó con la cabeza mientras se alejaba de él. Se sorbió la nariz y clavó la vista en el suelo, para después apresar la tela de la capa entre sus finos dedos. No fue hasta que su cuerpo empezó a convulsionarse y sus sollozos fueron audibles que Kalen se percató de que estaba llorando. Sin embargo, aquel instante de flaqueza desapareció tan pronto como vino, puesto que la joven, cegada por el dolor, desenvainó la espada que colgaba de su cintura y apuntó con ella a su tío.

—¡Eso no es cierto! ¡Podría haberlo salvado, pero tú me lo impediste! —le recriminó Sirianne, colérica. El aire ardía dentro de sus pulmones—. Debería matarte y vengar su muerte —farfulló al tiempo que avanzaba un paso.

Kalen se mantuvo impasible, incluso cuando el frío tacto de la hoja amenazó su cuello. Conocía a su sobrina y sabía que, por muy enfadada que estuviese con él, no se atrevería a hacerle daño. O al menos eso quería pensar.

—Amaba a Kenneth... Era mi hermano, sangre de mi sangre —pronunció sin apartar la mirada de ese par de esmeraldas que lo observaban con resentimiento. Contra todo pronóstico, echó a andar, provocando que la punta de la espada se clavase en su piel y que la sangre manchara de rojo su camisa. Sirianne tragó saliva—. Ojalá las cosas hubieran sido diferentes, pero por desgracia no es el caso. Y créeme cuando te digo que lo que hice, lo que me vi obligado a hacer con tal de salvarte la vida, me perseguirá el resto de mis días —remarcó, sintiendo cada vocablo como si fuera el último.

Syrin lo escuchó con atención. En el fondo sabía que llevaba razón, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Era demasiado terca y orgullosa, y necesitaba culpar a alguien.

Sintió que el peso de la espada la vencía, de manera que la soltó. Cuando esta tocó el suelo, un estrepitoso sonido inundó las inmediaciones de la cueva. Arrastró los pies hacia la esquina en la que había despertado y cayó de rodillas. 

Lloró como nunca antes lo había hecho, dando rienda suelta a sus emociones. Lloró hasta que sus ojos, ligeramente enrojecidos, dejaron de producir lágrimas. Lloró hasta que se quedó dormida, acurrucada en aquel oscuro rincón, mientras Kalen se maldecía en su fuero interno por no ser capaz de consolarla ni hacer nada para mitigar su sufrimiento.

Ese día el arcano estuvo seguro de dos cosas. La primera: que la relación con su sobrina jamás volvería a ser la misma. Y la segunda: que Sirianne no pararía hasta cobrar su ansiada venganza. 

Esa fue la primera vez que la vio derrumbarse de esa forma, y también la última.

Hildreth elevó un poco la falda de su vestido y echó a correr hacia la entrada de la enfermería, donde dos arcanos, que portaban a un tercero herido, acababan de cruzar el umbral de piedra. La mujer se aproximó a ellos y los condujo a una de las pocas camillas que quedaban libres. Con cuidado de no lastimarlo, los hombres depositaron a su compañero en el catre y se hicieron a un lado para que Hildreth pudiera examinarlo.

—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó la pitonisa en tanto comprobaba sus constantes vitales.

—Recibió una estocada en el pecho —contestó uno de los recién llegados, el que parecía menos fatigado. El otro, que permanecía de pie a su lado, asintió, corroborando sus palabras.

Hildreth rasgó la camisa de su nuevo paciente, dejando al descubierto su torso. Abrió desmesuradamente los ojos y tragó saliva, consciente de que aquello superaba sus escasos conocimientos médicos.

Poseía un corte bastante profundo que iba desde la clavícula derecha hasta el pectoral izquierdo. Estaba sangrando en abundancia y la piel de en derredor lucía tirante e inflamada.

Se volteó hacia la mesa de madera que reposaba a un lado del lecho, en cuya superficie había un cuenco con agua y varios paños limpios, y se hizo con uno de ellos. Lo humedeció y, tras escurrirlo, comenzó a hacer presión sobre la herida. En cuanto la tela tomó contacto con la carne, un grito agónico brotó de la garganta del hombre. Estaba ardiendo, y eso era un síntoma claro de infección. 

Al cabo de unos minutos, logró detener la hemorragia. Se secó el sudor de la frente con la manga de su vestido y tomó una bocanada de aire, aliviada. Acto seguido, miró a los otros dos arcanos, quienes no se habían movido de su sitio, y les pidió que abandonasen la enfermería, puesto que allí solo eran un estorbo. Estos obedecieron sin rechistar.

Hildreth dirigió sus apresurados pasos hacia las estanterías que se erigían al otro lado de la estancia, donde se hallaban todas las hierbas, gasas, raíces, vendas, ungüentos y demás materiales necesarios para la sanación. Inspeccionó todos y cada uno de los estantes, en busca de aguja e hilo, y masculló algo ininteligible cuando se percató de que no había. Tantos eran los arcanos malheridos que tras la emboscada de Jadis habían conseguido llegar a Fasgadh, un refugio oculto en las profundidades del Bosque Negro, que apenas quedaban útiles con los que poder atenderlos a todos.

La mujer cogió un bote de bálsamo y giró sobre sus talones, dispuesta a regresar junto a su nuevo paciente y aplicárselo sobre la llaga. No obstante, cuando clavó la vista en la entrada, una melena tan negra como el tizón acaparó irremediablemente su atención. 

Lynae irrumpió en la enfermería a paso ligero, con una capa de sudor cubriéndole la frente y la respiración entrecortada. Al verla tan agitada, Hildreth echó a andar hacia ella.

—Lynae, ¿qué sucede? —quiso saber, deteniéndose frente a la mencionada.

Esta se relamió los labios antes de hablar:

—Se trata de Neisha. —Nada más oír el nombre de su hija, el semblante de Hildreth se contrajo en una mueca de preocupación—. He ido a ver cómo se encontraba, pero no está en la cámara junto a los demás niños —comunicó, nerviosa.

Hildreth inspiró por la nariz. Dejó el botecito en la superficie de la mesa y se limpió las manos ensangrentadas con uno de los trapos.

—¡Éire! —Se tomó unos instantes para mirar a su alrededor, vislumbrando a la susodicha, quien, al igual que ella y otras muchas arcanas que se habían ofrecido voluntarias, no dejaba de atender a todos aquellos que lo necesitaban.

Ante el reclamo de la pelirroja, Éire, una mujer ya entrada en años, de cabello canoso y prominentes arrugas, curandera de la Aldea Madre, avanzó a grandes zancadas hacia ellas. Tenía las manos y la ropa llenas de sangre, pero ya estaba acostumbrada al amargo sabor de la muerte.

—Encárgate de él. He detenido la hemorragia, pero no he encontrado aguja e hilo con los que suturar la herida —dictaminó a la par que señalaba al hombre con un movimiento de cabeza—. Rezaré a los dioses para que pase de esta noche.

—No se preocupe, Derwyddon. Nosotras nos encargaremos —manifestó Éire.

Sin nada más que añadir, Hildreth abandonó la enfermería en compañía de Lynae. La morena le comentó que los guardias que vigilaban la entrada al refugio no la habían visto en toda la mañana, por lo que debía continuar en Fasgadh. Sin embargo, aquello no pareció tranquilizar a la vidente. Aquel sitio, una cueva de grandes dimensiones e infinidad de galerías y corredores, contaba con varias salidas, de modo que Neisha podía haberse escabullido por cualquiera de ellas.

Fasgadh fue descubierta siglos atrás por uno de los antepasados de Kenneth. Y ante lo guarecida que se encontraba a ojos de cualquier extraño y lo amplia que era, no lo dudaron a la hora de convertirla en su escondrijo. Acomodaron las diversas estancias según sus necesidades, tal y como habían hecho con la enfermería, y fueron abasteciendo la despensa con provisiones no perecederas. El resultado, sin duda alguna, había sido magnífico. Y es que, desde que había sido fundada, todos los arcanos sabían que, de sufrir un ataque o verse obligados a abandonar sus respectivas aldeas, se reagruparían en aquella caverna, en cuya entrada había esparcidas cenizas de roble blanco que los ocultarían de miradas indiscretas.

Hildreth y Lynae no cesaron en su búsqueda, irrumpiendo en cada sala y preguntando a todo aquel con el que se cruzaban. Media hora más tarde, cuando la desesperación comenzó a hacerse palpable en el rostro de la pelirroja, entraron en una cámara que permanecía iluminada por la luz del sol matinal, que se colaba a través de los numerosos agujeros que había en el techo, ocasionados por la erosión de la roca. Allí estaba Neisha, junto a un pequeño estanque, jugando con un montoncito de hojas secas y ramas. Nada más divisarla, Hildreth corrió hacia ella y la abrazó.

—¡Por todos los dioses, Niss! No vuelvas a hacer esto, ¿me has oído? Podrías haberte perdido, o algo mucho peor —la regañó la mujer, una vez que se hubo separado de ella. La pequeña rehuyó su mirada y frunció los labios en un puchero—. ¿Estás bien? —consultó.

Neisha asintió.

—Lo siento, mhà*... No era mi intención asustarte —se disculpó tras varios quiebres de voz—. Me aburría y quise salir a explorar —bisbiseó, cabizbaja.

Hildreth profirió un lánguido suspiro. Acarició la mejilla de su retoño con suma ternura y colocó un mechón rebelde detrás de su oreja. A veces olvidaba que tan solo era una cría. Una niña que, a sus escasos doce años, no merecía sufrir tanto como lo había hecho. Aquellos orbes azules eran tan jóvenes e inocentes... Pero habían visto tanto dolor y sufrimiento en un mismo día, tantas muertes, que cada vez que lo pensaba el vello se le ponía de punta.

—Echo de menos a sheanmhair —murmuró Neisha, ocasionando que un nudo se apiñara en el estómago de su progenitora—. Y a athair*, al tío Kalen y a Sirianne... —Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas, seguido de un hipido.

De nuevo, Hildreth la resguardó en el calor de sus brazos mientras luchaba contra sus propias emociones, que amenazaban con hacerla llorar. La meció y acarició su ondulada melena, sintiendo cómo las lágrimas de la chiquilla mojaban la tela de su vestido. 

Maeve, su madre y, por tanto, la abuela de Niss, había fallecido durante el asalto, delante de sus propios ojos. Pero aún mantenía la esperanza de que tanto su esposo como su primogénita y su cuñado hubiesen escapado con vida de la Aldea Madre.

Lynae contemplaba la escena con el corazón en un puño y los ojos vidriosos. Se mordisqueó el labio inferior y apretó con fuerza la empuñadura de su espada, que colgaba de su cinto. No era justo lo que les había sucedido. Ellos siempre se habían mantenido al margen de todo, evitando rencillas con cualquier otro narniano y, sobre todo, con esa maldita hechicera. ¿Y de qué les había servido? De nada, porque Jadis no soportaba que la dejasen en evidencia, y mucho menos que la rechazasen como aliada.

Clavó la vista en el suelo pedregoso. Todavía escuchaba los gritos, los llantos y el choque del acero contra el acero como si continuase en la Aldea Madre. Había sido horrible, una auténtica masacre. En cuanto dieron el aviso de que una hueste enemiga se aproximaba al poblado y dado que Kenneth, Kalen y Sirianne habían salido de cacería esa misma tarde, no lo dudó a la hora de ir a por Hildreth y Neisha. Jamás olvidaría la cara de terror que lucía la pequeña, que no dejaba de abrazarse a la cintura de su progenitora. Maeve también las acompañaba, pero resultó inevitable que una flecha enemiga se clavara en su pecho, matándola en el acto.

Ante el recuerdo de todos aquellos que habían perecido durante la batalla, el alma se le cayó a los pies y el corazón se le resquebrajó en mil pedazos. Habían ocurrido muchas tragedias en apenas unas horas, demasiadas. Pero al menos una de las familias más importantes de su clan se encontraba sana y salva.

Lynae volvió a centrar toda su atención en Hildreth y Neisha. La niña ya se había calmado y ahora charlaba con su madre, que seguía acuclillada frente a ella. En ese momento, un muchacho apareció a su lado. Jadeaba, por lo que debía portar noticias importantes.

Derwyddon. —La aludida lo miró, enarcando una ceja. Se irguió, tomó la mano de Neisha y avanzó hacia él—. Tiene que venir, deprisa —la apremió el chico sin poder disimular un timbre nervioso en la voz.

Hildreth y Lynae intercambiaron una rápida mirada y, sin más dilación, echaron a andar. El joven no tardó en adelantarlas, abriendo la marcha. 

Niss caminaba junto a su madre, temerosa de que fueran malas noticias. Su atolondrada mente no dejaba de imaginar un sinfín de posibilidades, cosas horribles que le ponían los pelos como escarpias. Por suerte para ella, dejó de pensar cuando llegaron al inicio de la cueva, donde un nutrido grupo de arcanos se había reunido cerca de la entrada.

La gente estaba alterada, pero las expresiones de sus semblantes no denotaban horror o preocupación, sino más bien todo lo contrario. No fue hasta que repararon en la presencia de Hildreth que guardaron silencio y se agruparon en dos flancos, creando un estrecho pasillo para permitirle el paso.

La mujer frunció el ceño, confusa. De pronto, una melena rojiza y extremadamente rizada entró en su campo de visión, provocando que el corazón le diera un vuelco. Apenas un instante después, sus iris azules se cruzaron con unos verdes que conocía a la perfección.

Un sonido ahogado brotó de sus labios al reconocer a Sirianne, que la esperaba junto a Kalen.

—¡Sirianne! —exclamó Hildreth al borde del llanto. Acortó la distancia que las separaba y la envolvió en un efusivo abrazo que enseguida fue correspondido por la adolescente—. Los dioses han escuchado mis plegarias... Te han devuelto a mí —le susurró al oído.

Syrin enredó los brazos alrededor de su cuello, aspirando el dulce aroma que desprendían sus cabellos. Necesitaba el calor de su madre más que nunca. 

Segundos después ambas se separaron. Hildreth acunó su rostro con desasosiego, fijándose en las múltiples heridas que tiznaban su pálida piel. Las marcas de su yugular, que habían adquirido un tono violáceo, hicieron que se llevase una mano al pecho, escandalizada.

—Tranquila, no es nada —musitó la joven.

—¡¡Syrin!!

Con una sonrisa de oreja a oreja, Neisha corrió hacia su hermana y se echó a sus brazos. Sirianne la recibió con lágrimas en los ojos, para finalmente cogerla en volandas y llenar su carita de besos. Y mientras ambas hermanas disfrutaban de su tan ansiado reencuentro, Hildreth se acercó a Kalen para darle la bienvenida.

—¿Dónde está Kenneth? —preguntó, puesto que no le había pasado por alto que su esposo no se encontraba con ellos. 

Kalen clavó la vista en el suelo, apesadumbrado. Al ver su reacción, Hildreth giró sobre sus talones y encaró a su primogénita, en busca de respuestas. No obstante, lo único que recibió por parte de Sirianne fue una mirada cargada de dolor.

#

—¿Dónde está mi marido? —exigió saber, temiéndose lo peor.

Ante los funestos semblantes que portaban su hermana y su tío, Neisha no pudo evitar asustarse. Agarró la capa de Syrin y tironeó de ella, reclamando su atención. No funcionó.

Kalen tragó en seco, dispuesto a contarle lo sucedido:

—Cayó durante el asalto. —Aquella alegación bastó para que todos los arcanos que había congregados a su alrededor estallasen en cuchicheos y exclamaciones de incredulidad.

Hildreth compuso una mueca vacía, sin vida. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no desplomarse allí mismo, dado que las piernas le habían empezado a temblar bajo la falda del vestido.

—No es cierto —pronunció la mujer, situándose delante de la arquera, que pareció salir de su trance—. Dime que no es cierto —suplicó con la voz quebrada.

Sirianne la miró directo a los ojos. Se sorbió la nariz y parpadeó varias veces seguidas, tratando de mantenerse serena.

—Es cierto.

A esas palabras le siguieron varios sollozos e infinidad de lamentos. Una desconsolada Neisha se aferró al cuerpo de Hildreth, quien no pudo reprimir más las lágrimas. Por otro lado, Lynae, que lo había escuchado todo desde la multitud, se aproximó a Syrin y la rodeó con sus brazos, mientras le repetía una y otra vez que todo saldría bien.

Esa noche no hubo festejos por el regreso de Kalen y Sirianne, sino una emotiva ceremonia para despedir a Kenneth, el que, hasta ese día, había sido el líder de los arcanos, uno de los caudillos más amados y respetados. Encendieron velas y antorchas, entonaron amargas melodías y se encomendaron a los dioses para que lo tuvieran en su gloria.

Durante los siguientes tres días no dejaron de llegar supervivientes. Poco a poco y pese a que el número de bajas había sido devastador, se fueron reagrupando. Consiguieron pasar desapercibidos durante los dos primeros años en los que Sirianne y Neisha fueron creciendo y madurando.

La mayor entrenaba cada día con Lynae, quien, aparte de su mejor amiga, se había convertido en su mentora. Había cambiado tanto, endureciendo su carácter y manteniendo las distancias con todo aquel que no perteneciera a su familia o círculo de confianza, que entre los miembros de su especie se ganó el sobrenombre de Cloiche Chridhe, traducido a la lengua común como «Corazón de Piedra». La más pequeña, por su parte, empezó a tener sus primeras visiones, de manera que Hildreth le fue contando todo lo que necesitaría saber en un futuro, cuando ocupase su puesto como pitonisa del clan. Por no mencionar que su interés por todo lo relacionado con la sanación la impulsó a forjar una bonita amistad con Éire, quien no puso ninguna objeción a la hora de enseñarle todo lo que sabía.

Dos años y medio después de la masacre a las Cinco Aldeas, la Bruja Blanca logró dar con su escondite y envió a una batida de narnianos para que arrasasen Fasgadh. Una vez más, la tragedia se cernió sobre los arcanos, que no pudieron hacer nada para evitarlo. Más muertes, más sangre derramada y más sed de venganza.

Como la cueva contaba con varias salidas, no les quedó más remedio que dividirse y huir de allí. Sirianne, que se había propuesto proteger a su madre y a su hermana a toda costa, no vaciló a la hora de tomar la iniciativa y alejarlas de aquel lugar plagado de infortunio. Escaparon con vida del refugio y se guarecieron en la espesura del Bosque Negro.

Desde ese día no volvieron a saber nada de Kalen, Lynae, Éire, ni del resto de sus compañeros, a quienes vieron por última vez haciendo frente a los narnianos. Desde ese día tuvieron que aprender a esconderse y a valerse por sí mismas para poder sobrevivir al eterno invierno y al yugo de Jadis. Y desde ese día Sirianne juró que esa maldita hechicera pagaría por todo el daño que les había causado.

Costara lo que costase.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

· ANOTACIONES ·

Mhà: «mamá».

Athair: «padre».

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡¡Hola, mis amores!!

Bueno pues con este capítulo cerramos definitivamente el pasado de nuestras hermanas. Espero que os haya gustado y que, ahora que sabéis todo lo que pasó, entendáis por qué Sirianne es tan desconfiada y reservada. No quería que tuviese ese carácter porque sí, sin explicación alguna, sino que me apetecía darle un poco más de trasfondo. Así queda mucho más realista, ¿no creéis?

Siento una especie de amor-odio por este capítulo. No sé, por un lado me gusta, pero por el otro no he quedado del todo conforme. Me da a mí que le daré un buen repaso este fin de semana para quedarme más tranquila xD Aun así, espero que haya sido de vuestro agrado. 

¿Qué os ha parecido Syrin en la primera escena? ¿En su situación os habríais comportado de la misma manera? Yo la quiero mucho, pero se ha pasado tres pueblos con el tito Kalen. Ya bastante tiene el pobre como para que ella le eche más mierda encima. Y, a todo esto, ¿qué habrá pasado con Kalen y Lynae?

Antes de que se me olvide, me gustaría aclarar que en estos tres últimos capítulos los personajes han hablado todo el tiempo en el idioma de los arcanos. Obviamente no iba a traducir todos los diálogos porque se habría hecho muy tedioso, pero os lo digo para que lo tengáis en cuenta, jajaja.

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Un besazo ^3^

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