━ 𝐕𝐈𝐈𝐈: Siempre estaré contigo

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N. de la A.: cuando veáis la almohadilla #, reproducid el vídeo que he enlazado al presente capítulo y seguid leyendo. Así os resultará más fácil ambientar la escena.

IMPORTANTE: este es el segundo de los tres capítulos que conforman el pasado de nuestras protagonistas.

✹.✹.✹

──── CAPÍTULO VIII ─────

SIEMPRE ESTARÉ CONTIGO

────────────────

── 「 𝐁𝐈𝐃𝐇 𝐌𝐈 𝐀𝐍-𝐂𝐎̀𝐌𝐇𝐍𝐀𝐈𝐃𝐇 𝐂𝐎̀𝐌𝐇𝐋𝐀 𝐑𝐈𝐔𝐓 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        SIRIANNE SE SORBIÓ LA NARIZ y se secó las lágrimas que salían en tropel de sus ojos. Respiró hondo, tratando de serenarse, y clavó la vista en sus manos. Estas permanecían manchadas de sangre y no dejaban de temblar, al igual que el resto de su cuerpo. Se sentía ida. Su mente saltaba de pensamiento en pensamiento como se salta un río de piedra en piedra. Sus padres, su hermana, su tío, los esbirros de la Bruja Blanca atacando su aldea, la punta de la flecha perforando el cuello de Ghaoth... Un nuevo nudo aprisionó su garganta, aunque esta vez hizo todo lo posible para no dejarse llevar por las emociones. Su madre y Neisha estaban en peligro. Debía encontrarlas cuanto antes y llevarlas a un lugar seguro. No tenía tiempo que perder.

Apartando los dedos del suave pelaje de Ghaoth, se tomó unos instantes para poder mirar a su alrededor. Gracias a los dioses había pasado desapercibida. Los narnianos estaban demasiado ocupados quemando casas y haciendo frente a los arcanos —quienes defendían la Aldea Madre con uñas y dientes— como para reparar en su insignificante presencia.

Comprimió la mandíbula con fuerza y cerró las manos en dos puños apretados, descargando así toda su frustración, que no era poca. Aquellas bestias estaban destrozando su hogar y aniquilando a su gente, y ahí estaba ella: tirada en el suelo como una muchachita enclenque y vulnerable, sin poder hacer nada para evitarlo. 

Se maldijo en su fuero interno y, tras regular la entrada de oxígeno a sus pulmones, decidió seguir luchando. Porque, ¿qué clase de líder sería si no defendiera a los suyos y protegiese sus tierras? Todavía no ostentaba el cargo, pero lo haría en un futuro. Y no estaba dispuesta a deshonrar a su familia, mucho menos a los dioses.

Hizo el amago de levantarse, no obstante, un escalofrío la dejó paralizada. Sus ojos rojos e hinchados fueron a parar a una figura demacrada, vestida con harapos y repleta de surcos en la piel. Su boca terminaba en una especie de pico y su esclerótica era tan negra como la noche, acorde con el iris y la pupila. 

Syrin parpadeó varias veces seguidas, nerviosa. Debido a la caída su visión no era del todo nítida, pero, pese a ello, pudo distinguir que se trataba de una arpía. 

Un ser repugnante. 

Sin apartar la mirada de la estrambótica criatura, buscó con su mano izquierda su arco y, al no dar con él, inspeccionó la zona. Transcurridos unos segundos, lo encontró a unos metros de distancia, mimetizado con la tierra y la escarcha del suelo. Por suerte para ella, no se había roto. 

La aljaba continuaba colgada a su espalda, así que no lo dudó. Se arrastró hacia su preciada arma y cogió una saeta de plumas verdes y amarillas. Se dispuso a tensar la cuerda y a disparar, pero no logró reunir las fuerzas suficientes. Estaba demasiado débil. La conmoción le había obnubilado los sentidos y abotargado la mente.

La arpía esquivó a un par de arcanos que se interpusieron en su camino y se detuvo frente a ella. Aún sentada en el suelo, Sirianne comenzó a retroceder, totalmente indefensa. Podía percibir la satisfacción en el decrépito semblante de su adversario, que disfrutaba teniéndola a su merced.

En un arranque de desesperación recordó que siempre llevaba encima su daga, de modo que la desenvainó y apuntó con ella al esperpento. La arpía carcajeó y se la arrebató de un manotazo. A continuación esbozó una sonrisa triunfal y enarboló su espada, dispuesta a asestarle el golpe de gracia.

Pero este nunca llegó. 

Antes de que pudiera tocarla, un grito desgarrador brotó de su garganta. Se quedó estática en el sitio, con los brazos alzados y los ojos abiertos de par en par. Realizó un movimiento brusco, seguido de un crujido, y se desplomó sobre el suelo. Tras ella apareció Kalen, su verdugo.

Sirianne dejó escapar todo el aire que había estado conteniendo, aliviada. El hombre, por su parte, avanzó unos pasos y se acuclilló a su lado. Una gruesa capa de sudor cubría su frente y varias gotas de sangre salpicaban su piel tostada, confiriéndole un aspecto temerario. Examinó a la pelirroja de arriba abajo en busca de heridas graves y acunó su rostro con dulzura.

—Hey, ¿te encuentras bien? —consultó con la preocupación relampagueando en sus dilatadas pupilas. Contempló el rostro de su sobrina con sumo detenimiento, centrándose especialmente en las lesiones ocasionadas por la caída. Tenía un corte bastante profundo en la frente y un hilillo de sangre manaba de su labio inferior. Solo esperaba que no tuviese ningún hueso roto.

La aludida bajó la mirada y la dirigió al cadáver de Ghaoth, que se hallaba a su derecha. Ante el trágico destino que había sufrido el animal, Kalen emitió un suspiro. Posó una mano en el hombro de Syrin y lo estrechó con cariño, brindándole todo su apoyo. Acto seguido, la ayudó a levantarse. 

Con cuidado de no hacerse daño, la joven se apoyó en su tío para ponerse en pie. El cuerpo le dolía horrores, pero aun así hizo un esfuerzo y consiguió incorporarse.

—¿Seguro que estás bien? —insistió el moreno, que no dejaba de escrutar con notable nerviosismo los alrededores. Esa zona ya no era tan transitada por los vasallos de Jadis, pero los gritos, los llantos y el choque del acero contra el acero seguían escuchándose por todo el poblado.

Sirianne asintió, aunque fuese mentira. Estaba demasiado aturdida. La cabeza le daba vueltas y las náuseas no habían cesado. Tenía la impresión de que en cualquier momento sus piernas fallarían y se sumiría en un estado de inconsciencia. 

Entretanto, Kalen recuperó su hacha, la cual había dejado enterrada en la espalda de la arpía.

—¿Dón... dónde está mi padre? —Su voz sonaba tan lejana, tan extraña, que ni ella misma la reconocía. Sentía que todo aquello no era real, que se trataba de una simple pesadilla, una ilusión de su subconsciente. Sin embargo, enseguida desechó esa idea, pues el dolor que la azotaba por dentro era demasiado intenso. Demasiado veraz.

Antes de que pudiera contestar, Kalen giró sobre sus talones y, blandiendo su portentosa arma, acabó con el lobo que se le había acercado por detrás. Hundió la hoja con tanta fuerza que el cráneo del animal se partió en dos, produciendo un espeluznante chasquido. Al oírlo, el vello de Sirianne se erizó y un escalofrío recorrió su espina dorsal.

El arcano se volteó hacia ella.

—Se fue en busca de tu madre y tu hermana —respondió, echándose el pelo hacia atrás—. Me dijo que nos reuniríamos en vuestra casa. ¿Puedes caminar? —Ante su pregunta, Syrin asintió—. En ese caso, no te separes de mí. ¿De acuerdo? —Kalen clavó sus iris aceitunados en los verdes de la adolescente, a la espera de su aprobación.

—Está bien. —La pelirroja se agachó y, tras recuperar su puñal, cogió su arco junto con una flecha de su carcaj, para posteriormente echar a andar.

Kenneth y Kalen se habían visto obligados a dejar atrás a los caballos, ya que estos eran el principal objetivo de los narnianos; los herían, tal y como habían hecho con Ghaoth, para así derribar a sus jinetes y que fuese más fácil abatirlos. De manera que, para evitar posibles riesgos, no les quedaba más remedio que desplazarse a pie.

Recorrieron la aldea en absoluto silencio, con las armas en alto y los sentidos bien alerta. Sirianne no se despegaba de su tío, que no lo dudaba a la hora de acabar con la vida de todos aquellos que no pertenecieran a su especie. De vez en cuando ella también disparaba alguna saeta, no obstante, sus fuerzas siempre flaqueaban al reparar en los numerosos cadáveres que yacían en el suelo. Se obligó a sí misma a ser valiente y a no ceder a la desesperanza, pero le resultó imposible. Cada vez que vislumbraba el cuerpo de algún conocido el corazón se le encogía de la angustia y las lágrimas descendían sin control por sus pálidas mejillas.

El fuego seguía consumiendo las viviendas de la Aldea Madre y, aunque los arcanos también se valían de las llamas para hacer frente a los intrusos, estos no cesaban en su empeño de reducir el pueblo a cenizas. 

Una de las veces en las que Kalen y Sirianne pasaron junto a una casa incendiada, ella creó una bola ígnea que lanzó a uno de los muchos minotauros que sembraban el caos en las calles. Y es que los lobos, los enanos y las arpías eran fáciles de combatir, pero no se podía decir lo mismo de aquellas bestias con cuernos. Eran enormes y muy fuertes, por no mencionar sus armas. Tan colosales y afiladas que cortaban con solo mirarlas.

Tras varios minutos de exhaustiva carrera, divisaron la casa de Sirianne. Esta, a diferencia del resto, era más grande y sofisticada, en consonancia con los altos cargos que desempeñaban los miembros de su familia. 

El hombre y la adolescente anclaron los pies en el suelo. Jadeaban y sus ojos no se apartaban del imponente edificio, cuya puerta permanecía entreabierta. Al ver que en la jamba había restos de sangre, Syrin ignoró a su tío y avanzó hacia el que había sido su hogar, con el arco listo para disparar y el corazón en un puño. Llamó a su madre y a su hermana, y al no obtener respuesta a su padre.

Estuvo a punto de adentrarse en la vivienda cuando la puerta se abrió de golpe, revelando la corpulenta figura de Kenneth. El hombre, nada más posar la mirada en su hija, se aproximó a ella y la envolvió en un efusivo abrazo, elevándola varios centímetros del suelo. La muchacha no tardó en corresponder al gesto, pese a que le hiciera daño con sus fuertes brazos. Apoyó la cabeza en su pecho y dejó que acariciara su rojiza melena.

—¿Te han herido? —preguntó, separándose de ella. Tal y como había hecho su hermano antes que él, Kenneth inspeccionó el cuerpo de la chiquilla. Las heridas de su rostro, tan puro e inocente, le provocaron una punzada que lo dejó sin aliento.

—No es nada. —Sirianne se apartó de él, para después mirar por encima de su hombro. Aquel lugar se estaba convirtiendo en una maldita ratonera. Como no se dieran prisa no saldrían vivos de allí—. ¿Y mamá y Neisha? —Su voz se quebró al mencionarlas. El hecho de que no se encontrasen en casa solo podía significar una cosa: que habían salido al exterior. Y en esos momentos las calles de la Aldea Madre eran un auténtico infierno.

—No las he visto por ninguna parte —contestó Kenneth sin poder disimular su desasosiego—. Se habrán guarecido en la floresta —añadió.

Sirianne se pasó una mano por la cara, componiendo una mueca de dolor cuando sus dedos rozaron la brecha. Quiso replicar, alegando que debían inspeccionar más a fondo el pueblo, pero no le dio tiempo a hacerlo, puesto que una manada de lobos apareció frente a ellos, con las fauces bien abiertas y los dientes, tan afilados como cuchillas, impregnados en saliva.

Sin bajar su hacha de doble filo, Kalen reculó unos pasos y Kenneth desenvainó su espada, colocando a Syrin detrás de él. No fue hasta ese preciso instante que la joven se percató de que un arco y una aljaba colgaban de la espalda de su progenitor.

Los tres adquirieron una posición defensiva, generando risas y mofas entre sus contrincantes. Uno de los lobos, quien a juzgar por sus aires de superioridad parecía ser el jefe, echó a andar hacia ellos.

—Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? —pronunció con una sonrisa aviesa. Su voz era profunda e intimidante, aunque iba acompañada de un deje burlón—. Kenneth, viejo amigo.

Los músculos del susodicho se tensaron en el acto.

—Nunca hemos sido amigos, Maugrim. —El arcano escupió su nombre con desprecio, como la basura que era—. Y menos después de esto —dijo al tiempo que abarcaba con su mano libre el asentamiento—. Tu ama, esa bruja a la que servís y que se hace llamar «reina», ha roto su juramento. Teníamos un trato, pero ya veo lo poco que significaba para ella —espetó, sintiendo cómo la ira burbujeaba en su interior.

El capitán de la Policía Secreta carcajeó.

—¿Debo recordarte que todo esto es culpa tuya? De no haber rechazado la oferta de mi señora, ahora tu gente no estaría ahogándose en su propia sangre —siseó, desafiante.

Ante ese último comentario, la frente de Sirianne se pobló de arrugas. De nuevo una furia ciega recorrió todo su ser, impulsándola a abalanzarse sobre ese maldito traidor y hacerle callar de una vez por todas. Apretó la mandíbula con fuerza, haciendo rechinar sus dientes, e intentó serenarse. No podía perder el control.

—Te cortaré esa sucia lengua y te la haré tragar a puñetazos —bramó Kalen, fuera de sí. Maugrim fijó su atención en él y esbozó una sonrisa desdeñosa—. Os arrepentiréis de esto, todos vosotros. Juro por los dioses que lo haréis.

Más risas cargaron el ambiente.

—Lucháis por una causa perdida, vuestra gente no tiene nada que hacer contra el ejército de Jadis. Estáis en el bando perdedor —apostilló el lobo, siendo secundado por sus camaradas.

Harta de tanta palabrería, Sirianne se separó de su padre y avanzó unos metros, posicionándose delante del narniano. Su mirada verde como el pasto en primavera destilaba rabia e impotencia. Su arco continuaba alzado y la flecha que sostenía apuntaba a la cabeza de Maugrim, que gruñó al verla acercarse.

—Eso no es cierto —contradijo—. Luchamos por una causa justa, por un mundo mejor. Por Aslan y por una Narnia libre de brujas crueles y avariciosas. Por nuestra libertad, lejos de la opresión y del eterno invierno. Por todo eso, y mucho más, luchamos. —La voz dejó de temblarle, permitiendo que las palabras salieran solas de su boca. Hasta ella misma se sorprendió de la seguridad con la que hablaba—. Dile a tu ama que, mientras quede un solo arcano en pie, Narnia nunca le pertenecerá. Y que pagará con sangre su traición —dictaminó, irguiendo el mentón con soberbia.

Kalen aferró su brazo y la alejó de Maugrim, que no había perdido detalle de su discurso. La sonrisa se le había congelado en el rostro y su ceño permanecía fruncido de puro hastío. Esa mocosa les había desafiado tanto a ellos como a su reina sin tan siquiera titubear.

—Conque esta es tu hija —habló el lobo, centrándose nuevamente en Kenneth—. Sí... Tiene la misma lengua afilada que tú. Pero, dime una cosa, ¿no tenías otra? —Debido a su pregunta, el semblante del hombre se crispó en un gesto adusto—. Oh, ya veo... ¿Dónde están tu ramera y tu otro cachorro? Me encantaría arrancarles la yugular de un bocado.

Sin más dilación, Maugrim se abalanzó sobre Kenneth, que esquivó su ataque por muy poco. El resto de la manada, ante la intervención de su líder, no tardó en unirse al combate. 

Kalen blandió su hacha con una fiereza admirable y acabó con el primer narniano que se le acercó. Sirianne no se quedó atrás. Eligió un blanco móvil y disparó una de sus flechas. Los primeros minutos fueron los más sencillos, pero la cosa se torció cuando a la Policía Secreta se le unieron varios enanos y alguna que otra arpía.

En un descuido, un lobo saltó hacia Syrin. No le dio tiempo a sortearlo y ambos cayeron al suelo entre continuos forcejeos. El animal se colocó encima de ella y gruñó, salivando ante el embriagador olor que desprendía su nueva presa. 

Con los antebrazos haciendo presión en su cuello, Sirianne logró contenerlo a duras penas. Ladeó la cabeza hacia su izquierda y vislumbró su arco, del que la separaban unos palmos de distancia. 

Reuniendo las pocas energías que le quedaban, le propinó una patada al lobo y después lo golpeó en la mandíbula. El animal gimió y se apartó de ella, concediéndole unos segundos para poder escapar. La muchacha se puso en pie, tambaleante, y corrió hacia su arco. Sin embargo, antes de que pudiera llegar hasta él, algo tiró de ella, enviándola de nuevo al suelo. 

Sirianne cayó de espaldas, ocasionando que otro vahído amenazara con hacerla vomitar. Un quejido escapó de sus agrietados labios, justo antes de girar la cabeza y encontrarse con el lobo, que mordía rabiosamente la tela oscura de su capa. Tiró de ella con una fuerza descomunal, provocando que el broche se le clavara en el cuello. Con manos temblorosas, la pelirroja trató de desengancharlo, pero este se había hundido tanto en su piel que no fue capaz de cogerlo con los dedos.

Una vez más, todo le daba vueltas. La sangre empezaba a acumularse en su cabeza y el corazón le latía desbocado bajo las costillas a causa de una leve taquicardia. Una vez más sintió que la vida se le escapaba de las manos, mientras Kenneth y Kalen gritaban su nombre. 

Quiso desenvainar su puñal y cortar la tela que la mantenía prisionera, pero no podía hacer otra cosa que intentar respirar. Fue entonces cuando, de pronto, aquella presión desapareció y el oxígeno volvió a abastecer sus pulmones.

Sirianne se llevó las manos a la yugular y tosió, sintiendo que el pecho le quemaba con cada bocanada de aire. Todavía tendida en el suelo, se incorporó como buenamente pudo y miró por encima de su hombro, topándose con el cuerpo inerte del lobo que había estado a punto de arrebatarle la vida. Una segunda silueta apareció en su campo de visión. Tenía restos de sangre en la cara y empuñaba una espada larga y un escudo.

—¡Phrionnsa! —Un arcano de más o menos la edad de su tío caminó hacia ella y la ayudó a levantarse—. ¿Se encuentra bien? —consultó, preocupado.

El rostro de la aludida seguía rojo y en su cuello podían apreciarse las magulladuras generadas por la presión del broche contra su delicada piel. Se masajeó la zona herida y asintió, azorada. El hombre, a quien reconoció como Neil, el herrero de la Aldea Madre, no se separó de ella bajo ningún concepto, velando por su seguridad y encargándose de todos los enemigos que se acercaban a ellos.

Cuando Sirianne volvió a alzar la mirada, luego de recobrar el aliento, los lobos que les habían acorralado estaban muertos, a excepción de Maugrim, que huyó antes de que su padre pudiera ajustar cuentas con él.

Kalen fue el primero en reunirse con ella, seguido por Kenneth. Se habían librado de la Policía Secreta, pero eso no significaba que la emboscada hubiese terminado. Por desgracia, aquella horda de traidores no hacía más que aumentar en número. Estaban por todas partes, de modo que si no querían acabar hechos trizas, no les quedaba otra que abandonar el poblado y refugiarse en el Bosque Negro.

—Neil, ¿has visto a Hildreth o a Neisha? —preguntó Kalen. El filo de su hacha, al igual que su ropa, estaba cubierto de sangre.

—Vi cómo Lynae se las llevaba lejos de aquí —contestó el mencionado, generando expectación en los semblantes de sus interlocutores—. Se habrán refugiado en el bosque, junto a más de los nuestros —puntualizó en tanto se secaba el sudor de la frente con la manga de su camisa.

Sirianne suspiró, aliviada. Aquello eran muy buenas noticias: su madre y su hermana habían huido de la aldea e iban acompañadas de Lynae, una de sus mejores guerreras. La joven de cabello azabache y ojos turquesa era valiente y audaz, aparte de una buena amiga. Syrin confiaba plenamente en ella y era consciente de que protegería a su familia hasta exhalar su último aliento.

—Tenemos que salir de aquí. No resistiremos mucho más —los apremió Kalen.

Kenneth asintió y, tras dar unas últimas indicaciones, comenzó a andar, gesto que imitó Neil. Kalen le dio a Sirianne una palmadita en la espalda, sacándola de su ensimismamiento e instándola a seguir a su padre. Y así, con Kenneth a la cabeza y Kalen en la retaguardia, los cuatro recorrieron la Aldea Madre como sombras, procurando hacer el menor ruido posible y no llamar demasiado la atención.

Durante el trayecto arremetieron contra varios narnianos, entre ellos un minotauro al que pillaron por sorpresa. Apenas les quedaban veinte metros para salir de allí y adentrarse en la espesura cuando una flecha enemiga hirió de gravedad al herrero. Neil profirió un estridente alarido y cayó al suelo, soltando su espada y el escudo de madera.

Casi de inmediato, Kenneth se dio media vuelta y buscó con la mirada al causante, divisando a lo lejos a un enano que le sonreía con malicia. Se descolgó el arco del hombro, asió una flecha y, a una velocidad pasmosa, disparó, acabando con su miserable vida. Kalen se agachó para tomarle el pulso a Neil, pero ya era demasiado tarde. La punta de la flecha había dañado su corazón y, por tanto, detenido sus constantes vitales.

Sirianne se secó las lágrimas y se sorbió la nariz. De forma inconsciente, sus ojos se desviaron hacia el otro extremo de la calle, donde dos minotauros, uno negro y otro de pelaje castaño, acababan de reparar en su presencia. Todavía los separaba una distancia considerable, pero en cuanto les dieran alcance los harían pedazos. 

La pelirroja chilló, acaparando la atención de su padre y su tío, quienes enseguida descubrieron lo que tanto la había alarmado.

—Maldita sea... —masculló Kalen.

Las dos bestias echaron a correr hacia ellos. Al verlo, Kenneth se volvió hacia su hija, cuyo rostro era la viva imagen del horror. Después miró a su hermano, que permanecía en constante tensión. Y, por último, clavó la vista en el bosque. Aquel era el único sitio donde podrían despistar al séquito de la bruja y reagruparse con los demás supervivientes a la masacre. Era su salvación, su única vía de escape. No obstante, con esos dos minotauros pisándoles los talones no llegarían muy lejos. Sirianne se había quedado sin flechas y a Kalen ya le flaqueaban las fuerzas.

Debía tomar una decisión, y tenía que hacerlo ya.

—Kalen, llévate a Sirianne y ponla a salvo —dictaminó el líder de los arcanos sin vacilar lo más mínimo. El moreno arqueó una ceja, confundido—. ¡Es una orden! —exclamó ante su mutismo.

Kalen lo miró, perplejo. Los ojos de Kenneth se clavaron en él con tanta intensidad que no necesitó ningún apoyo verbal para comprender a lo que se refería, lo que estaba dispuesto a hacer con tal de salvar a su hija.

Con un nudo en la garganta se aproximó al castaño y posó una mano en su hombro, accediendo a su mandato. Era su hermano, sí, pero ante todo era su líder. Desobedecerle a él era como desobedecer a los dioses. Además, en esos momentos su prioridad era Sirianne. No podía dejar que le ocurriese nada malo.

—¡¿Qué?! No, ni hablar... No pienso dejarte —protestó la chica, situándose delante de su padre—. Si seguimos juntos, podremos con ellos. Estoy segura. —Apretó el arco entre sus dedos y frunció el ceño, provocando que más sangre manara de la brecha.

Kenneth se giró, pudiendo comprobar que dos arcanas se habían interpuesto en el camino de los minotauros. Aquello les otorgaba un poco de tiempo, pero no el suficiente para escapar los tres. No podía arriesgarse, no cuando Sirianne era su sucesora, la futura líder del clan. Por lo que se volteó hacia ella y acunó su rostro, aprovechando los últimos segundos que les quedaban juntos.

—Nunca lo harás —musitó a la par que esbozaba una sonrisa desvaída. Las lágrimas comenzaron a agolparse en los orbes de la pelirroja debido a sus palabras—. No importa lo que me pase. Siempre estaré contigo, siempre. —Dicho esto, depositó un beso en su frente y, cuando se distanciaron, se desató el talabarte del que colgaba su espada—. Cuida de esto por mí —pronunció, abrochándoselo alrededor de la cintura—. Sácala de aquí, Kalen.

—¡Padre, por favor! —gritó ella. Apenas un instante después, sintió la mano de su tío apresando su muñeca—. ¡¡No, suéltame!! ¡¡Lo matarán!!

#

Kalen enganchó el hacha a su cinturón y cogió en volandas a la adolescente, que no hacía más que resistirse. La cargó sobre su hombro izquierdo y, sin más preámbulos, echó a correr. Sirianne golpeó su espalda con todas sus fuerzas y lo maldijo en todos los dialectos que conocía mientras las lágrimas descendían por sus mejillas.

Volviendo a empuñar su arco, Kenneth cogió una flecha del carcaj y giró sobre sus talones, quedando cara a cara con los minotauros, que ya se habían deshecho de las arcanas y corrían nuevamente hacia él. Montó la saeta en la cuerda, la tensó y deslizó los dedos por ella. El proyectil se clavó en una de las criaturas, allá donde la armadura no la protegía, haciendo que bramase de dolor, aunque eso no la detuvo. 

El líder de los arcanos se hizo con una nueva flecha y repitió la operación, esta vez dando de lleno en su globo ocular derecho. Aquello bastó para derribar al minotauro de pelaje castaño, que se desplomó sobre el suelo con un ruido sordo.

En la lejanía Sirianne pudo ver cómo su progenitor abatía a uno de los narnianos, sin embargo, antes de que pudiera hacer lo mismo con el segundo, este se abalanzó sobre él. Sintió un enorme vacío en el pecho cuando la cabeza de aquella horripilante bestia impactó en el estómago de Kenneth, que se encogió de dolor. 

Chilló hasta desgarrarse la voz, implorando a su tío para que diera la vuelta y lo ayudase, pero fue en vano. Kalen estaba decidido a conducirla a un lugar seguro, incluso si eso significaba abandonar a su propio hermano.

Ya se habían internado en el Bosque Negro, por lo que cada vez le costaba más vislumbrar lo que sucedía en la aldea. Aunque hubo una imagen que se le quedó grabada a fuego en la mente. Su padre, desarmado y herido, se hallaba de rodillas, con el collar que le identificaba como líder colgándole del cuello, mientras el minotauro, con hacha en mano, sonreía victorioso. No vio nada más después de eso, puesto que el follaje se lo impidió.

Fue entonces cuando un silbido cortó el aire, seguido del aleteo de las aves, que habían iniciado el vuelo despavoridas. El corazón de Sirianne se apretujó hasta prácticamente no sentirlo, temiendo lo peor. Su magullado cuerpo no aguantó más la incertidumbre y, antes de que pudiera sollozar de la angustia, dejó que el agotamiento la venciera. 

Lo último que escuchó antes de desfallecer fueron las disculpas de Kalen, quien, por cómo le temblaba la voz, había cedido también a las emociones.

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N. de la A.:

¡¡Hola!!

No os podéis quejar, ¿eh? Esta vez no he tardado tanto en actualizar y, además, os he traído un capítulo bastante extenso y cargado de acción (cómo se nota que estoy de vacaciones, jajaja).  Decidme, ¿qué os ha parecido? No os voy a mentir, lo he pasado bastante mal mientras lo escribía, pero, por el momento, tanto este como el anterior son mis favoritos <3

También quisiera comentar que me ha decepcionado la poca recepción que tuvo el capítulo anterior. No sé si es porque algunos no os enterasteis de que había actualizado (Wattpad va como el culo) o si, simplemente, no os interesan este tipo de capítulos. Si es el primer caso, por favor, no olvidéis seguirme y agregar la historia a vuestra biblioteca para no perderos ninguna actualización. Y si se trata de lo segundo, solo os voy a decir una cosa: estos capítulos son vitales para la compresión de la trama, así que no le encuentro mucho sentido saltárselos. Pero bueno, vosotros veréis =/

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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