━ 𝐕𝐈: Os doy mi palabra

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

───── CAPÍTULO VI ─────

OS DOY MI PALABRA

────────────────

── 「 𝐁𝐇𝐄𝐈𝐑 𝐌'𝐅𝐇𝐀𝐂𝐀𝐋 𝐃𝐇𝐔𝐓 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

◦✧ ✹ ✧◦

        UNA RÁFAGA DE AIRE interrumpió el sueño de Neisha, que, tumbada en el suelo de aquella lóbrega caverna, se encogió sobre sí misma a causa de un escalofrío. Un sonido ahogado brotó de su garganta mientras abría los ojos; tenía los músculos agarrotados y la espalda le dolía horrores. Se incorporó como buenamente pudo y escrutó con la mirada las inmediaciones de la cueva, reparando en que la pareja de castores aún dormía, al igual que los futuros reyes. 

Su expresión se suavizó ante la tierna estampa que protagonizaban los hermanos Pevensie, quienes se habían acurrucado en una esquina para guarecerse del frío. 

Vistos así, tan jóvenes y vulnerables, costaba creer que fuesen la última esperanza de Narnia, aquellos a los que el mismísimo Aslan guiaría en la cruenta batalla contra la Bruja Blanca. Había escuchado tantas veces la profecía de los Hijos de Adán y las Hijas de Eva que había terminado imaginándoselos como cuatro valerosos héroes que no le temían a nada ni a nadie, ni siquiera a la muerte.

Viró la cabeza hacia la salida y clavó sus iris azules en el rincón donde Sirianne había hecho guardia las últimas horas. Al darse cuenta de que no estaba allí, se levantó de un salto y miró a su alrededor con la esperanza de encontrarla dormida en algún recoveco. 

Pero nada, no había ni rastro de ella. 

El corazón le latía con fuerza bajo las costillas y su pecho subía y bajaba a una velocidad desenfrenada, por lo que cerró los ojos e intentó tranquilizarse. Ya más relajada, cogió la espada de su padre, la aseguró a su cinturón y se dispuso a salir al exterior, a ver si allí tenía más suerte. No obstante, antes de que pudiera dar siquiera un paso, una figura encapuchada cruzó el umbral de piedra, provocando que una oleada de alivio la embargara de pies a cabeza.

—¿Te encuentras bien? —consultó Syrin, bajándose la capucha de su esclavina. El arco le colgaba del hombro izquierdo y de su morral sobresalían dos colas largas y peludas. La pitonisa enseguida supuso que había estado cazando.

—No vuelvas a hacer eso —murmuró Niss, tan pálida que casi parecía traslúcida—. No desaparezcas de esa forma... Tú también no, por favor. —Tragó saliva en un intento por deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta. La sola idea de verse envuelta en la más absoluta soledad, sin nadie cercano a ella, le ponía el vello de punta.

Sirianne compuso una mueca de desconcierto.

—Lo siento, no quería asustarte. Pensé que me daría tiempo a volver antes de que despertaras. —Se sacudió la nieve de la capa y avanzó unos pasos hasta situarse delante de Neisha, cuyas mejillas habían recuperado su color sonrosado de siempre. Le dedicó una sonrisa conciliadora y colocó detrás de su oreja un mechón de pelo—. Deberíamos partir cuanto antes, este sitio ya no es seguro. —Su hermana asintió, de acuerdo con ella. En cuanto los lobos se enterasen de que aquel zorro les había engañado, no dudarían en regresar para vengarse de él—. Comeremos algo y nos iremos. Ven, ayúdame a despellejarlas —pidió, sentándose en el suelo. 

Niss se dejó caer a su lado.

Sirianne se remangó la camisa y sacó de su zurrón una ardilla. Desenvainó su viejo puñal y empezó a cortar la piel de las patas traseras, tirando de ella hacia arriba hasta llegar a la cabeza. Le entregó la pieza de caza a su hermana y esta comenzó a destriparla. Syrin hizo lo mismo con la segunda ardilla, mucho más famélica que la primera. La despellejó, no sin esfuerzo, y realizó una incisión vertical desde la yugular hasta los cuartos traseros. 

Una vez que terminaron de limpiarlas, cortaron la carne en varias porciones y las colocaron encima de unas piedras que habían dejado sobre las brasas para así facilitar la cocción. Reavivaron el fuego, lanzaron las vísceras a las llamas y se enjuagaron las manos con la nieve del exterior. 

Diez minutos más tarde, la arquera se puso en pie y se aproximó a los humanos. Se acuclilló al lado del mayor y zarandeó su hombro con suavidad, recibiendo un gruñido de su parte. El chico abrió los ojos de golpe y dio un ligero respingo, desorientado. Echó un vistazo rápido a su alrededor y exhaló un grácil suspiro.

—Lamento molestaros, alteza —se disculpó Sirianne—. Necesitáis comer y recuperar energías. Todavía nos queda un largo camino por recorrer. —Asió su morral y sacó las bayas que había encontrado fuera en tanto inspeccionaba el perímetro—. Son un poco ácidas, pero os darán fuerzas para el viaje. También he cazado unas ardillas. —Se giró hacia la hoguera, donde Neisha vigilaba que la carne no se chamuscara.

Peter tragó saliva y asintió. Se incorporó, apoyando la espalda en la pared de sólida roca que tenía justo detrás, y despertó a sus hermanas. Estas, nada más abrir los ojos, bostezaron y se arrebujaron en sus respectivos abrigos, dado que el frío les calaba hasta los huesos.

Syrin le tendió a cada uno un puñado de frutas silvestres y los invitó a sentarse en torno a la hoguera. Peter y Susan pronunciaron un escueto «gracias», y Lucy le dedicó una radiante sonrisa. La pelirroja no pudo evitar enternecerse ante los hoyuelos que se formaron en sus mejillas. 

Y mientras ellos tomaban asiento junto al fuego, Neisha se encargó de despertar a los castores. Al principio, el fuerte olor a sangre los escandalizó, pero afortunadamente no tardaron en acostumbrarse.

—Cogí esto para vosotros. —Sirianne volvió a rebuscar en su zurrón. Apenas un instante después, sacó varias ramitas y raíces, cuyo olor a tierra mojada hizo que le rugieran las tripas al Señor Castor—. Espero que os sirvan.

—Muchas gracias, son perfectas —contestó la Señora Castor, esbozando una amplia sonrisa. Miró a su esposo y le dio un toquecito en el brazo en un mohín desaprobatorio—. ¿Dónde están tus modales? —le increpó a la par que adquiría una posición en jarras. A su lado, Lucy rio por lo bajo.

El aludido carraspeó, visiblemente incómodo.

—Sí, sí... Gracias. —Cogió un trozo de madera y se lo llevó a la boca, haciéndolo rechinar entre sus dientes anaranjados.

Sirianne sonrió para sus adentros. 

Esa bola de pelo era demasiado orgullosa.

En cuanto los hermanos Pevensie se acabaron todas las bayas, pasaron a las ardillas. Las arcanas comieron un poco —lo justo para que sus hambrientos estómagos dejasen de rugir—, puesto que apenas había carne para alimentar a dos personas y si de verdad querían llegar al asentamiento narniano, los humanos debían estar sanos y fuertes.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —inquirió Peter, que ya había terminado de comer. Sirianne y Neisha lo observaron con tal intensidad que consiguieron ruborizarle. Parpadeó varias veces seguidas y se mordió el interior de la mejilla, nervioso.

—Os lo dijimos anoche —respondió la mayor, encogiéndose de hombros con naturalidad—. Solo en el Campamento de Aslan encontraréis la ayuda que necesitáis. Pero debemos darnos prisa, ya hemos perdido mucho tiempo. —Se puso en pie y extinguió las llamas de la fogata con la suela de su bota.

—En eso tiene razón Sirianne —intervino el Señor Castor, dando un paso al frente—. Si hay alguien que puede rescatar a vuestro hermano, ese es Aslan. —Tras él, su esposa asintió con la cabeza.

—Sí. Y hasta entonces estaréis bajo nuestra tutela —secundó la arquera.

Susan enarcó una ceja.

—¿Tutela? —repitió sin dar crédito a lo que oía—. Si seremos de la misma edad. ¿Cuántos años tienes? ¿Uno o dos más que Peter? —Cruzó los brazos sobre su pecho en un gesto impasible. 

Aquello seguía pareciéndole una locura. ¿Cómo habían podido torcerse tanto las cosas? Lo único que quería era rescatar a Edmund y regresar a la mansión del profesor, a su monótona y aburrida rutina. ¿Era tanto pedir?

Sirianne respiró hondo y contó mentalmente hasta cinco, ya que la paciencia se le estaba empezando a agotar. Segundos después, cuando la rabia ya no burbujeaba en su interior, cuadró los hombros e irguió el mentón con soberbia.

—Puede que en eso llevéis razón —admitió, tratando de no perder las formas. Era evidente que se estaba conteniendo, y mucho—. No obstante, decidme, alteza. ¿Sabéis cazar o seguir un rastro? ¿Usar el arco o la espada? O, mismamente, ¿tenéis idea de cómo llegar al asentamiento? —Todos centraron su atención en la adolescente de ojos grises, cuyas mejillas lucían del mismo color que las amapolas. Ante su mutismo, Syrin suspiró—. En ese caso, ruego que confiéis en nosotras y que no pongáis en duda nuestro buen juicio.

Susan clavó la vista en el suelo, azorada.

—Lo que mi hermana quiere decir es que estamos aquí para ayudaros —se inmiscuyó Neisha, temiendo una mala reacción por parte de los Pevensie—. No lo olvidéis.

En los minutos posteriores nadie habló. Recogieron sus pertenencias en total y absoluto silencio, y abandonaron la cueva a paso ligero. El sol apenas rayaba el cielo cuando salieron al exterior, pero no tenían tiempo que perder.

Durante las siguientes tres horas caminaron y caminaron, haciendo pequeños altos cada cierto tiempo para no acabar exhaustos. Como los castores conocían un atajo, encabezaron la comitiva y los condujeron a una colina a las afueras del Bosque del Oeste. La subieron y, ya en la cima, otearon el horizonte.

—Bien, el Campamento de Aslan está cerca de la Mesa de Piedra —comenzó a decir el Señor Castor, mucho más animado que de costumbre. Se notaba que le gustaba estar al mando—. Al otro lado del río helado.

Los humanos se miraron entre sí, desalentados. Neisha inspiró por la nariz, consciente del largo camino que aún les quedaba por recorrer. Iba a ser duro, y sobre todo agotador.

—¿Es seguro? El río, quiero decir —consultó Peter.

—No os preocupéis, lleva congelado cien años —respondió la pitonisa, esbozando una sonrisa tranquilizadora—. Aguantará.

El mayor de los Pevensie arrugó el entrecejo y volvió la vista al frente, conteniendo un suspiro. Seguía pensando que aquello les venía demasiado grande. ¿Cómo iban a salvar un mundo mágico y a todos sus habitantes si ni siquiera sabían cuidarse los unos a los otros?

—Está muy lejos... —musitó.

—Es el mundo, querido. ¿Creías que sería pequeño? —intervino la Señora Castor.

Susan frunció los labios en una mueca desdeñosa.

—Piensa poco.

Lucy profirió un lánguido suspiro. Los pies le dolían bajo aquellos incómodos zapatos y sus piernas temblaban tanto que parecían estar hechas de gelatina. Además, entre el frío que le adormecía el cuerpo y lo mucho que resbalaba la superficie congelada del río, no dejaba de tropezar y caerse al suelo. Aunque, por suerte, Peter siempre estaba ahí para ayudarla a levantarse o, cuando andaba rápido de reflejos, evitar la inminente caída.

Neisha, que finalizaba la marcha, no pudo evitar enternecerse ante lo cariñoso y protector que era el mayor de los Pevensie con sus hermanas pequeñas. Cada vez que le revolvía el cabello a Lucy o le hacía alguna broma a Susan para sacarle una sonrisa, el corazón se le encogía de ternura. 

Fue entonces cuando el recuerdo de aquel pañuelo que encontraron en la casita del fauno acudió a su mente como un soplo de aire freso. Aligeró el paso y se situó al lado de la niña.

—Antes de encontraros en aquel árbol, vuestras huellas nos condujeron a la casa de... Tumnus, ¿cierto? —Lucy asintió, alicaída. La detención del fauno la había afectado bastante, tanto que sus ojos azules no tardaron en llenarse de lágrimas. Susan posó una mano en su hombro y se lo estrechó con cariño—. El caso es que... —añadió Niss mientras rebuscaba en el interior de su morral y sacaba el trozo de tela—. Encontramos esto entre sus pertenencias: «L.P.». Supongo que será vuestro.

Lucy cogió el pañuelo y volvió a asentir.

—Se lo di antes de regresar a mi mundo. —Lo dobló cuidadosamente y lo guardó en el bolsillo de su abrigo—. Él... se portó muy bien conmigo —murmuró con un hilo de voz apenas audible.

La pelirroja intercambió una rápida mirada con Susan, cuyo rostro destilaba preocupación, y luego con Peter. Este último le pasó un brazo por encima de los hombros a su hermanita y la apegó contra su pecho. 

Una vez más, el corazón de Neisha se empequeñeció hasta prácticamente no sentirlo.

—Los rescataremos. A él y a vuestro hermano. —Al escucharlo, los orbes de Lucy centellearon con intensidad—. Os doy mi palabra —pronunció la arcana, sustituyendo ese tono dulce y afable que tanto le caracterizaba por uno solemne.

La chiquilla sonrió, al igual que sus hermanos. Niss hizo lo mismo, sintiéndose más que satisfecha por haberles insuflado algo de esperanza.

—No hace falta que nos tratéis de vos, podéis tutearnos —repuso Peter—. Es... raro que alguien de tu misma edad te trate de forma tan cortés. —Se rascó la nuca con cierto nerviosismo.

—Oh, entiendo. —Neisha realizó un movimiento afirmativo con la cabeza—. En eso os... —Al darse cuenta de su error, se mordió la lengua y se apresuró a rectificar—. Quiero decir... En eso te pareces a mi hermana. A ella nunca le han gustado las formalidades. —Rezó a todos los dioses para que el rubor que se había adueñado de sus mejillas no fuera demasiado evidente.

El muchacho volvió la vista al frente y centró su atención en Sirianne, que encabezaba la expedición junto a la pareja de castores. Llevaba el pelo suelto y sus exuberantes rizos ondeaban al compás del viento. Al contrario que Neisha, cuya melena iba atada en una larga trenza que le llegaba a la cintura.

—¿Siempre es así de agradable? —soltó Susan, todavía molesta por lo sucedido en la cueva.

La pitonisa rio con suavidad.

—Tienes que disculparla, no lo hace con mala intención —dijo, alzando las manos en un gesto conciliador—. Antes no era así, tan desconfiada y retraída. Tendríais que haberla conocido hace tres años... —La sonrisa se le congeló en el rostro y su voz se fue apagando hasta no ser más que un susurro. Infinidad de recuerdos surcaron su mente, ocasionando que una dolorosa punzada le atravesara el pecho.

Los Pevensie guardaron silencio, rememorando lo que les había contado Sirianne la noche anterior: que los seguidores de la Bruja Blanca atacaron su aldea y exterminaron a muchos de los suyos. 

Sin saber muy bien qué decir, Susan se mordisqueó el labio inferior y Lucy se aferró al brazo de su hermano mayor.

—Lo siento —articuló Peter. Sus ojos volvieron a encontrarse con los de Neisha—. Los tres lo sentimos. —Las humanas asintieron, corroborando lo que acababa de decir.

—Gracias. —Los labios de la pelirroja dibujaron una sonrisa desvaída.

Habían transcurrido otras dos horas de insufrible caminata y los Pevensie apenas podían tenerse en pie. 

Habían formado una fila diseminada, con Sirianne y los castores a la cabeza y Neisha en la retaguardia. Los pasos de Lucy eran lentos y torpes, siendo ella, junto a Niss, la última del grupo. De vez en cuando Peter se volteaba hacia ellas y animaba a su hermanita a seguir adelante.

—¡Venga, humanos! Todavía somos jóvenes —los alentó el Señor Castor, cuyas patas se movían con una agilidad admirable.

La arquera, por su parte, aguardó a que los futuros reyes y su hermana le diesen alcance.

—¿Vas bien? —preguntó, una vez que la pitonisa se hubo posicionado a su lado.

Neisha asintió, pese a que su cuerpo expresara todo lo contrario.

—Como vuelva a decir que aligeremos, lo convierto en un sombrero de piel despeluchado. —Oyeron decir a Peter, que se había agachado para cargar a Lucy. Esta rodeó su cuello con ambos brazos y se subió a su espalda de un salto.

Susan sonrió.

—¡Aligerad, venga! —exclamó el castor.

—Cada vez está más mandón —dijo Lucy.

Niss dejó escapar una risita. Sirianne, en cambio, se puso alerta. Ancló los pies en el suelo y reclamó silencio, llevándose el dedo índice a los labios. Un sonido chirriante llegó a sus oídos, por lo que su frente no tardó en poblarse de arrugas. Miró por encima de su hombro y una mueca de auténtico pavor se adueñó de su semblante.

Un trineo acababa de aparecer tras ellos. Todavía los separaba una distancia considerable, pero no le hizo falta ver la cara de su ocupante para saber que se trataba de esa maldita bruja.

Mhallachd... («Maldición») —masculló Syrin entre dientes—. ¡¡Corred!!

Los demás no necesitaron más aliciente que ese para reaccionar y echar a correr hacia las lindes del bosque, que ya se divisaban a unos metros de distancia.

▬▬▬▬⊱≼≽⊰▬▬▬▬

N. de la A.:

¡¡Hola, corazones!!

No, no es ninguna alucinación. He actualizado x'D Los que me seguís, sabréis que he estado un poco (bastante) bloqueada. No tenía ganas de escribir y lo poco que avanzaba me parecía una mierda pinchada en un palo. Aún sigo de bajón, pero he sacado fuerzas para terminar el capítulo y publicarlo. Más que nada porque no sé cuándo volveré a actualizar =/ Estoy a dos meses de los exámenes y apenas voy a tener tiempo para escribir.

Este capítulo me ha traído por el camino de la amargura xD No sé cuántas veces lo habré editado jajajaja. Espero que os haya gustado, aunque sea de transición. Era necesario para asentar un poco la trama y ver cómo se desenvuelven las chicas con los hermanos Pevensie. Neisha parece haberse acercado un poco más a ellos, aunque no se puede decir lo mismo de Sirianne... Está claro que tiene que pasar algo para que nuestra sexy arquera se gane su confianza. ¿Vosotros qué pensáis?

Los tres próximos capítulos estarán basados en el pasado de las hermanas. Quiero que veáis cómo vivían antes de que los secuaces de Jadis atacaran su aldea, así podréis entender por qué Sirianne es como es. Drama is coming x'D

También quisiera comunicaros una cosilla. Lo he estado pensando y creo que después de publicar el noveno capítulo dedicaré un apartado entero a los arcanos. No sería un capítulo, sino unas aclaraciones para que no os perdáis con la jerga, jajaja. Hablaría de sus costumbres, su jerarquía, etc. Creedme, la historia de los arcanos tiene muchísima chicha. Decidme en los comentarios si os interesaría algo así.

Y eso es todo por el momento. No olvidéis darle a la estrellita y si os apetece, dejarme algún comentario. Me gustaría saber qué opináis de la historia hasta el momento =)

Besos ^3^

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro