━ 𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈𝐈: Ella va a venir

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───── CAPÍTULO XXVIII ─────

ELLA VA A VENIR

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── 「 𝐓𝐇𝐀 𝐈 𝐀'𝐃𝐎𝐋 𝐀 𝐓𝐇𝐈𝐆𝐇𝐈𝐍𝐍 」 ──

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        LO ÚNICO QUE SENTÍA ERA FRÍO. Una gélida sensación que entumecía su cuerpo y nublaba sus sentidos, abotargándole la mente. No veía nada. No sentía nada más allá de aquel implacable frío mordisqueándole la piel y calándole hasta los huesos. Todo a su alrededor era oscuridad, una negrura impenetrable que la hacía sentirse perdida en la inmensidad, tan sola y desamparada que lo único que podía hacer era encomendarse a sus deidades para que la ayudaran. Para que la sacasen de aquel lugar en el que, por más que gritara pidiendo auxilio, nadie podía escucharla.

Con una templanza de la que hasta ella misma se sorprendió, esperó. Se abrazó a sí misma y cerró los ojos, aguardando algún tipo de señal que le indicara lo que debía hacer a continuación. Pese al embotamiento que se había adueñado de su cabeza, sabía que aquello no era real, que tan solo se trataba de una ilusión creada por su subconsciente. Lo que no tenía tan claro era si se encontraba en un sueño o si, por el contrario, estaba ante algo más.

El frío era cada vez más intenso, más insoportable.

Empezó a temblar como un alfiler, lo que la llevó a comprimir la mandíbula con fuerza para evitar que sus dientes castañearan los unos con los otros. Sus uñas, algunas de las cuales estaban rotas debido a sus entrenamientos con la espada, se clavaron con saña en las mangas de su vestido, brindándole aquel pellizco de dolor que tanto necesitaba para distraerse y no pensar en el hecho de que cada vez le costaba más sentir los dedos de los pies.

No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. Tampoco sabía con exactitud el tiempo que permaneció así, encogida sobre sí misma en tanto procuraba mantener sus inestables emociones bajo control. Simplemente se quedó quieta, totalmente inmóvil mientras trataba de dejar su mente en blanco.

Y entonces, como si el interior de su cabeza estuviera conectado con aquel extraño lugar, el manto lúgubre que la rodeaba y que sumía todo en una oscuridad perpetua comenzó a desaparecer, siendo sustituido lentamente por una sorpresiva claridad que la hizo entornar los ojos.

La muchacha se cubrió el rostro con las manos, a fin de proteger sus delicados iris de aquel rayo de luz nívea que había aparecido de la nada, engullendo todo a su paso. Instantes después, cuando el fulgor pareció mitigar su intensidad, se aventuró a apartarse las manos de la cara y a mirar a su alrededor.

Le desconcertó reparar en que se encontraba en pleno corazón del Campamento Rojo, concretamente a las puertas de la carpa del Gran Aslan. Podía discernir las figuras de varios narnianos congregados en la zona, pero sus semblantes estaban borrosos, al igual que todo lo que se extendía más allá del asentamiento. Sus voces también sonaban amortiguadas, como si se tratasen de un eco lejano.

El frío continuaba causando estragos en su menudo cuerpo, humedeciendo sus cejas y pestañas y retrotrayéndola a unas semanas atrás, cuando el eterno invierno todavía estaba vigente en Narnia. Sin embargo, el paisaje que los rodeaba era completamente primaveral, con cielos azules, prados verdes y flores multicolores. En otras palabras, lo que veía no se correspondía con la opresiva sensación que cargaba el ambiente.

Como si una fuerza superior la empujara a ello, avanzó un par de pasos, lo justo para poder tener una mejor perspectiva de la explanada. Todos los allí presentes parecían estar esperando algo, a juzgar por cómo miraban en una dirección en concreto. Sus murmullos no dejaban de sobreponerse los unos a los otros, creando una cacofonía de lo más crispante.

El aire se le quedó atascado en los pulmones cuando, de pronto, una nueva silueta —la cual iba acompañada por una reducida hueste— entró en escena.

Jamás la había visto en persona. Nunca había tenido la oportunidad de verla en carne y hueso, pero no lo necesitaba para saber que se trataba de ella; la mujer que tanto dolor y sufrimiento le había infligido a su pueblo.

Jadis.

Resultaba curioso que su rostro fuera el único que se veía con total nitidez.

Era una mujer alta —mucho, a decir verdad— e imponente, con tal expresión de ferocidad y orgullo que lo dejaba a uno sin respiración. No obstante, al mismo tiempo era muy hermosa, con una tez tan clara que sus orbes negros como una noche sin luna destacaban sobre su piel pálida. Vestía un voluminoso abrigo de pieles y lucía una corona de hielo en la cabeza.

Y a medida que tan temible hechicera se iba acercando, aquella gélida sensación que llevaba acompañándola desde que había aparecido en aquel recóndito lugar se fue haciendo mucho más palpable. Como si a cada paso que la mujer daba el frío fuese cobrando mayor fuerza.

El primer impulso de la joven fue marcharse de allí, alejarse de la Bruja Blanca lo máximo posible, pero fue incapaz de moverse. Sus pies se habían quedado anclados en el suelo terroso, negándole cualquier vía de escape. Así que todo cuanto pudo hacer fue observar, como si se tratase de una mera espectadora. Una marioneta cuyos hilos eran movidos por otros.

Hasta que sus ojos, de un azul intenso y radiante que bien podría compararse al de las aguas del Mar Oriental, se toparon con los oscuros de Jadis, quien, de entre todos los narnianos que había allí reunidos, había focalizado su atención en ella.

Todo su cuerpo entró en tensión cuando la hechicera, sin romper en ningún momento el contacto visual que las mantenía unidas, alzó su brazo derecho y la señaló con el dedo índice de esa misma mano.

La desazón que sintió la chiquilla ante aquel gesto fue tal que empezó a faltarle el aire. Poco después todo se emborronó a su alrededor. Las figuras de sus compatriotas, así como las de las tiendas que constituían el Campamento Rojo, se fueron disolviendo como manchas de color en un frasco de agua. Y la negrura que antes la había agobiado tanto comenzó a devorar nuevamente todo a su paso.

Pero ella seguía sin poder moverse, como si su cuerpo hubiera dejado de obedecerle. Como si ya no fuese la dueña de sí misma.

Todo empezó a darle vueltas, muchas vueltas. La muchacha volvió a abrazarse a sí misma mientras cerraba los ojos con fuerza y dejaba escapar un entrecortado sollozo, queriendo que aquello acabase de una vez por todas.

Lo último que alcanzó a vislumbrar antes de que sus energías la abandonaran por completo, fue cómo esa nube de oscuridad se abalanzaba sobre ella y la tragaba como al resto del asentamiento, sumiendo todo en un silencio turbador.

Solo entonces dejó de sentir frío.

Abrió los ojos en tanto un sonido ahogado brotaba de su garganta.

Neisha se incorporó como una exhalación, con la frente perlada en sudor y el pecho subiéndole y bajándole a una velocidad desenfrenada.

Estaba hiperventilando. Sentía que le faltaba el aire, que el oxígeno no abastecía sus pulmones, y aquello solo le generaba un mayor desasosiego. Porque tenía la impresión de que aquel manto negro continuaba cernido sobre ella, apresándola entre sus afiladas garras.

Jadeó mientras sus iris celestes saltaban de una punta a otra de la carpa, buscando desesperadamente cualquier indicio que la hiciera pensar que su mente aún estaba jugando con ella, regocijándose a su costa.

Gracias a los dioses no era así.

Una mano se posó gentilmente en su hombro izquierdo, lo que la instó a girar sobre su cintura para poder encarar a su progenitora, que la contemplaba con preocupación.

Hildreth, quien permanecía acomodada a su lado, se irguió hasta quedar sentada en el lecho de pieles que compartía con sus hijas. Acción que no demoró en ser imitada por una alarmada Sirianne, a quien también le habían sobresaltado los gimoteos de la menor de las tres.

—¿Niss? —Fue lo primero que pronunció la arquera. A pesar de que su descanso se había visto abruptamente interrumpido y que las últimas brumas del sueño todavía se aferraban a ella, su voz sonó desazonada—. ¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien? —preguntó al tiempo que se alzaba sobre sus codos. Su rizado cabello estaba más alborotado que de costumbre, al contrario que el de su madre y el de su hermana, quienes lo llevaban recogido en una sencilla trenza.

Neisha trató de hablar, de verbalizar todo aquello que le quemaba en la punta de la lengua, pero no pudo. Seguía estando bastante alterada y su agitada respiración le impedía articular palabra, de ahí que Hildreth no titubeara a la hora de arrimarse a ella y pasarle un brazo por encima de los hombros, buscando apaciguarla.

—Los dioses te han mostrado algo, ¿verdad? —inquirió la mujer, quien contaba con la experiencia suficiente como para saber que si su benjamina se encontraba así era porque había visto algo. Al fin y al cabo, ella pasó por lo mismo en su momento, cuando aún era una neófita a la que le costaba controlar su don—. Tranquila, cielo. Respira.

La susodicha así lo hizo. Inspiró lentamente por la nariz y luego expulsó todo el aire por la boca, como siempre hacía cada vez que sus visiones proféticas la asaltaban en sueños. Y repitió el proceso varias veces hasta que, finalmente, consiguió regular el ritmo de sus desbocados latidos. Su corazón dejó de aporrear con furia sus costillas y poco a poco la sensación de asfixia se fue desvaneciendo.

Tener a su progenitora y a su hermana mayor cerca era el bálsamo perfecto para ahuyentar todo lo malo. Siempre había sido así.

—Esta... Esta vez ha sido diferente —consiguió decir Neisha tras varios quiebres de voz. El brazo derecho de Hildreth continuaba envolviéndola como un escudo protector, haciéndola sentir segura y protegida—. Hasta ahora todas mis visiones las he... Las he visto desde fuera, como si todo pasase ante mis ojos —comenzó a explicar bajo la atenta mirada de las otras dos mujeres—. Pero esta ha sido distinta.

—¿En qué sentido? —quiso saber su madre.

La pitonisa tragó saliva antes de contestar:

—Estaba presente. Era como si yo formara parte de la visión. —Se llevó las manos a las sienes y las masajeó cuidadosamente, puesto que ya le empezaban a doler a causa de la característica jaqueca que solía acompañar a sus premoniciones—. Todo... Todo se sentía con mayor intensidad, como si fuera real.

Había sido tan extraño. Era la primera visión que tenía en semanas y también la más vívida que había experimentado hasta el momento.

Hildreth realizó un movimiento afirmativo con la cabeza, como si hubiera llegado a algún tipo de conclusión. Le apartó a Niss un par de mechones rebeldes que se deslizaban por su frente y le sonrió con afabilidad.

—Es el brazalete —manifestó la mujer a la par que tomaba la muñeca derecha de la más joven y acariciaba la pulsera de acero que lucía en ella, esa que, según le había contado, había sido un regalo del mismísimo Santa Claus—. Te está ayudando a controlar tu don, por eso ahora tus visiones se sienten más reales. Eres más fuerte a cada día que pasa, cariño. —Ensanchó su sonrisa, sintiéndose orgullosa de su pequeña.

En un acto reflejo Neisha bajó la mirada, clavándola en el brazalete. Sus falanges recorrieron con sutileza el frío metal, siguiendo el exquisito diseño de enredaderas y flores que embellecía la cadena. Todo ello mientras a su mente acudían las palabras que el hombre vestido de rojo le dedicó cuando le entregó el obsequio: «he oído que tienes un don muy especial, pero que aún no sabes manejarlo del todo. Este brazalete te ayudará a controlar tus visiones. Llévalo siempre puesto».

Su progenitora tenía razón.

La pulsera la estaba fortaleciendo como clarividente.

—¿Y qué es lo que has visto, Niss? —consultó Sirianne, quien se había mantenido relegada a un discreto segundo plano. En su voz todavía podía apreciarse un timbre nervioso, y es que estaba convencida de que lo que su hermana había augurado no era nada halagüeño. De lo contrario no se habría alterado tanto.

La menor alzó el rostro hacia ella.

No sabía qué hora era, pero la claridad del nuevo día ya se colaba a través de las finas rendijas conformadas por los pliegues de lona de la tienda. La intensidad de la luz dejaba claro que había amanecido hacía horas, aunque la actividad en el Campamento Rojo se había aletargado irremediablemente debido a la fiesta de la noche anterior, la cual había mantenido a la inmensa mayoría de los narnianos despiertos hasta bien entrada la madrugada.

—Ella va a venir —reveló Neisha tras unos instantes más de fluctuación. Pudo notar cómo las expresiones de su madre y su hermana se crispaban en consecuencia—. La he visto aquí, en el asentamiento. No sé muy bien cuándo ocurrirá... Pero tengo el presentimiento de que ya está en camino. —Apenas terminó de hablar, aspiró una temblorosa bocanada de aire.

Hildreth y Sirianne intercambiaron una significativa mirada.

—Era evidente que no se iba a quedar de brazos cruzados —declaró la de pelo rizado. Todo su cuerpo había entrado en tensión ante la mención de la Bruja Blanca, pero estaba más que preparada para hacerle frente—. Que venga si quiere. No le servirá de nada —añadió con convicción—. Aslan no le entregará a Edmund.

La expresión de Hildreth se ensombreció ante los dichos de su primogénita, lo que no le pasó desapercibido a Niss, que se removió en su sitio con cierta incomodidad. Aquello le había generado una extraña sensación de inquietud, dado que su progenitora no parecía estar tan segura de la incapacidad de Jadis como Syrin.

Ya había quedado demostrado que la hechicera era muy astuta e inteligente, además de codiciosa. Subestimarla era de necios.

—Tengo que avisar a Aslan —pronunció Hildreth, justo antes de apartar las mantas que las cubrían y ponerse en pie—. Si es cierto que Jadis está de camino, debemos informarle. Al igual que al resto del campamento.

Sin nada más que añadir, la mujer avanzó apresuradamente hacia uno de los arcones en los que guardaban sus escasas pertenencias y lo abrió, para después sacar de su interior uno de sus característicos vestidos escarlatas. En un abrir y cerrar de ojos se despojó de su camisón y se puso la túnica, la cual hacía juego con su flamante melena. Sirianne no lo dudó a la hora de levantarse y aproximarse a ella para ayudarla a acomodar la prenda a su esbelta figura.

Una vez que se hubo arreglado el cabello, dejándolo caer como una cascada de fuego por su espalda, Hildreth se despidió de sus hijas y, sin más preámbulos, abandonó la tienda a paso ligero. No había tiempo que perder.

Sirianne y Neisha, en cambio, se quedaron para poder asearse y vestirse como era debido. Durante los minutos que les tomó prepararse apenas hablaron, cada inmersa en sus propios pensamientos. Hasta que el sonido de un cuerno llenó el aire, haciendo que las dos cruzaran una rápida mirada con la que se entendieron a la perfección.

La Bruja Blanca había llegado.

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N. de la A.:

¡Hola, corazones!

Pues con este capítulo damos por iniciado el tercer acto de Canción de Invierno. Ya os he comentado que este último arco va a ser el más cortito, pero también el más intenso, jeje. Tengo muchas ganas de plasmar en Word todo lo que tengo pensado para estos últimos caps., así que espero estar a la altura de vuestras expectativas :3

Es un capítulo corto y de transición, pero también bastante importante para dejar constancia de la evolución de Niss como pitonisa. En caps. anteriores profundizamos en la utilidad del collar de Sirianne, de modo que he querido hacer lo mismo con el brazalete de Neisha. Poco a poco mi pequeña está aprendiendo a controlar su don, aunque todavía le queda un largo camino por recorrer =')

El caso es que la Bruja Blanca ha llegado al Campamento Rojo.

¿Sabéis lo que eso significa?

Efectivamente: salseo intensito.

El próximo capítulo va a ser... Ufff. No os lo podéis imaginar. La tensión se va a palpar en el ambiente y Syrin va a tener que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abalanzarse sobre Jadis :D Así que espero que estéis preparados, porque se vienen momentazos y encuentros que llevamos esperando desde hace mucho.

Por cierto, ¡hace unos días llegamos a los 7k votos! Pese a que muy poquita gente sigue leyendo esta historia, me hace muy feliz ver que los números suben. Cada vez falta menos para los 10k, así que mil gracias a todos los que seguís aquí <3

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado el capítulo. Si es así, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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