Bye bye

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—Adiós, brother —Aoi lloró asfixiando a Yuuji en un abrazo y se limpió la nariz con el dorso de la mano—, volveré pronto. Te lo prometo, mejor amigo. Nada ni nadie podrá nunca separarme de ti.

El día tan esperado por Megumi y Nobara había llegado: los de Kioto regresaban a su escuela por fin. Yuuji sonrió y le dio a Aoi unas palmadas en la espalda, mientras Miwa miraba la escena, al borde de las lágrimas. Utahime, cansada de esperar, le consultó a Mechamaru la hora y apuró a sus estudiantes faltantes. 

Cuando de las habitaciones salieron Noritoshi, Momo y Mai arrastrado sus maletas, Megumi sonrió para sí mismo, embargado por un sentimiento de alivio. Nobara, aprovechando el momento en que las dos hechiceras pasaron por su lado, lo sujetó del brazo y rió sin disimular ni un poco su alegría.

—¡Adiós, chicas! ¡Vuelvan pronto! —Les movió la mano.

Mai gruñó y, tras darle un puntapié a la persona que tenía enfrente, a Momo (la desafortunada) se le cayó el equipaje al suelo. Toge fue a socorrerla y, al ver tal acción que consideró amable, Mai creyó que era buena idea arrojar lo suyo al piso también.

—¡Ay, no puede ser! —Lo fingió un accidente y se inclinó a agarrar el asa de su valija encontrando, como había deseado, unas manos rozando las suyas.

Su rostro adquirió color y ella alzó la mirada con la esperanza de descubrir el rostro de Megumi a centímetros de su nariz. Sin embargo, la sonrisa soñadora que había esbozado desapareció de golpe al percatarse de que a quien tenía enfrente no era nadie más que el otro niño de primero: el recipiente de Sukuna.

—Están muy pesadas —Yuuji mencionó, sin soltar el agarre—. ¿Te ayudo a levantarlas?

Mai se las arrebató de un tirón.

—Yo puedo sola —dijo y, a pesar de que le dolían las palmas, lo aguantó.

Finalmente, tras la conclusión de los directores, acerca de que les llevaría bastante tiempo establecer la paz entre los estudiantes de Tokio y Kioto; los últimos salieron escoltados por los de segundo, Yuuji, Gojo y el director Yaga.

—Por fin —Nobara suspiró y se dio la vuelta para regresar a su habitación—. Me tenían harta.

—¡Kugisaki, espera! —Megumi la llamó estirando el brazo hacia ella—. Quiero saber... ¿iremos a tomar café mañana por la tarde?

—¿Tomar café? —Nobara sonrió y bajó los peldaños de la escalera, volviendo hacia él—. Ahora no tengo buenos chismes, Fushiguro. Nosotros éramos el mejor de esta semana, pero si descubriste algo nuevo, adelante.

Megumi retrocedió y giró la cabeza para evadir su mirada.

—No, no quiero chismear.

—¿Quieres hablar conmigo, Fushiguro? —Nobara ladeó sus caderas—. Qué extraño, no sueles ser muy conversador. Anda, confiesa, ¿de qué quieres hablar?

—De... no lo sé —Megumi se sobó la espalda—. La verdad, solo —Suspiró— quiero tu compañía.

El rostro expectante de Nobara se iluminó, pero ella lo disimuló arqueando una ceja.

—¿Ahora sí es una cita?

—Tómalo como quieras.

El corazón de la hechicera brincó.

—Entonces, sí es una cita —dijo y, al percatarse de que sus compañeros estaban regresando, se aproximó a Megumi para sorprenderlo con un corto beso en los labios—. Te veo mañana.

—Mañana, exceptuando esta tarde y noche, donde seguramente iremos a misiones.

—Hasta mañana porque allí sólo seremos tú y yo.

Megumi batió las pestañas y se frotó los labios con el pulgar, donde los de Nobara habían dejado su esencia, su sabor: el recuerdo de ella.

—Oye, ¿qué haces, Megumi? —Gojo le preguntó y sobó su cabeza.

El alumno ignoró a su maestro esta vez. Estaba demasiado ocupado pensando en lo sucedido con Nobara como para pensar en algo más.

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