Capítulo I

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Buscó con la mirada a su amiga que estaba, al igual que ella, escondida detrás de un árbol torcido. De lejos escuchó una rama romperse y maldijo a Elián que corría por esa dirección. A unos pasos más adelante que ella, observó a su hermano en lo alto de una rama y rezó para que no se rompiera en ese mismo instante.

Los cuatro iban con ropa negra, de los pies a la cabeza. Escondió un mechón rubio por detrás de la oreja y corrió hacia el árbol donde estaba su hermano. La rama donde se sostenía Astian casi no aguantaba su peso, aunque éste estaba casi de puntillas.

Unos pasos que venían hacia ellos hacían crujir las hojas secas que caían de los árboles cercanos. Sonrió ante ese ruido. Pasos débiles, asustadizos. Había llegado.

—¿H-hola? —sonrió aún más ante la voz de su próxima víctima. Astian dio un salto, cayendo de pie enfrente del hombre asustándolo aún más. Se desvaneció al lado de su hermano, al igual que sus amigos que estaban detrás de la víctima.

—Llegas tarde —el hombre miró hacia atrás al escuchar una voz detrás suya. La voz de su amiga.

—L-lo siento, no pude venir antes —se disculpó mirando al suelo temblando como un cachorro asustado.

—Sin excusas. Se ha acabado el plazo, ¿Tienes nuestro dinero? —dijo Elián sin paciencia acercándose más al hombre a lo que éste retrocedió dos, casi chocando con Astian. El hombre intentó ver su rostro pero fue en vano, solo vio sus ojos de distinto color. El derecho era de un tono verdoso que le dio escalofríos y el izquierdo de un marrón avellana cálido como el otoño.

Del bolsillo de su abrigo sacó una bolsita de tela atada con una cuerda vieja de cáñamo, repleto de monedas. Sylver se lo arrebató de la mano antes de que pudiese decir algo y deshizo el nudo con un movimiento ágil.

—¿Dónde está el resto? —alzó la cabeza enfadada, faltaban diez monedas de oro. El hombre balbuceó algo que no llegó a entender. El miedo le quitaba las palabras.

—Por favor, es todo lo que tengo. Mi familia ya no tiene nada, por favor aceptadlo —suplicó casi de rodillas, sollozando. Sylver vio como su amigo apretó las manos furioso. Estaba harto de esto, de este hombre—. Dadme más días, os devolveré lo que falta.

—Ya no hay más días, el plazo acaba hoy —la voz de Astian resonó por todo el bosque como espadas atravesando un cuerpo. Acorraló al hombre en el árbol más cercano y le dio una mirada a su amiga ojiazul. Por el brillo de sus ojos pudo notar que quería hacer esto desde que se despertó esta mañana.

Posó una mano en el pecho del hombre que se puso a llorar como un niño al que le habían arrebatado su caramelo, y susurró unas palabras en su oído que no llegó a entender. Opus tuum hic fit (tu trabajo aquí ha terminado).

—¡Iros al infierno! —bramó el hombre intentando apartarse de las garras de Astian. El joven por su parte apretó aún más su agarre.

—Ya estamos en él, cariño —comentó Sylver sonriendo complacida viendo como los ojos del hombres se hacían blancos cada vez más. Cuando Roxanne acabó de susurrar se apartó del hombre, al igual que Astian. El cuerpo sin alma cayó en seco casi a los pies de la chica—. Nos quedamos con esto, ya no te hará falta.

Se pasó de una mano a otra la bolsita de tela que contenían las monedas. Astian y Rox caminaron agotados, Elián pasó un brazo por la cintura de Sylver. Caminaron detrás de ellos haciendo crujir las hojas sin mirar hacia atrás. Cinco minutos más tarde salieron del bosque y se quitaron la capucha dejando ver sus rostros sin importar que alguien los descubriera en ese mismo instante.

—Me caía bien ese hombre —dijo Roxanne peinándose con los dedos varios mechones anaranjados. Sylver le lanzó la bolsita de tela a su hermano que lo atrapó con una mano.

—¿Ese idiota? —Astian se guardó la bolsita en un bolsillo de su pantalón—. Se acostó con Alana teniendo esposa e hijos. Era un cerdo —dijo Sylver mientras se encaminaban hacia el pueblo. Hizo una mueca cuando el olor a pescado podrido penetró sus fosas nasales. Tragó saliva y las ganas de vomitar en ese instante.

—¿La panadera? —se sorprendió Roxanne mirando a su amiga, ésta asintió. Se apartó a un lado para dejar pasar a dos niños que corrían apresurados.

—Al parecer el pan no es lo único bueno que se le da bien —dijo ella acompañada de una risa de Rox, ésta saludaba a los niños con un movimiento de manos.

—Ten cuidado Elián, he oído que su hija va por el mismo camino —se burló Astian caminando hacia atrás para ver a su amigo e ignoró el brazo que rodeaba por la cintura de su hermana. Elián le hizo una peineta.

Sylver observó como varias mujeres pintorescas se quedaban viendo su vestimenta negra. Con discreción sacó una daga de plata de su cinturón y sonrió al ver sus caras de pánico. Las mujeres huyeron despavoridas. Jamás en su vida hizo algo con esa daga, pero le encantaba ver como tenían miedo de ella tan solo verla. Siguió con la mirada a aquellas mujeres, tuvo que darse la vuelta haciendo volar su capa y sonrió divertida.

Cuando las mujeres ya no estaban a la vista siguió observando el mercado principal, odiaba estar en medio de tanta gente. La sonrisa de su rostro se borró cuando su vista quedó en la entrada del bosque donde salieron anteriormente. Una silueta negra la miraba fijamente, a ella y a sus amigos, con unos ojos rojos que brillaban sedientos de sangre. Nunca en su vida había visto unos ojos así. Entrecerró los ojos para poder ver bien pero fue en vano. No sabía quién era. Apretó la daga por instinto.

—¿Estás bien? —la voz de Elián le produjo escalofríos tan cerca de su oído. Vio como su amigo intentaba ver lo que ella había visto pero al volver su mirada al bosque ya no había nadie. Sylver asintió ante la mirada de él.

—Estoy algo agotada, necesito descansar —Elián sabía que no era del todo cierto pero no dijo nada, simplemente asintió y volvieron a caminar. Él también estaba cansado de tanto estar de pie.

Sylver hizo caso omiso a su amiga que se quejaba de los precios del mercado durante el camino. Solo podía concentrarse en esos ojos rojos como rubíes llenos de sangre y oscuridad. ¿Los habría descubierto en el acto? Y si fuera así... ¿llegaría a delatarlos? ¿Cuánto tiempo estuvo mirando? Negó mentalmente. Seguro era una alucinación por el agotamiento.

Estuvo tan inmersa en sus pensamientos que se preguntó como habían salido de la plaza tan rápido y como sus pies seguían caminando. Sylver olvidó todas aquellas preguntas que le vinieron tan rápido como vio la casa de la tía Janeth a lo lejos, casi a las afueras de la otra punta del pueblo. No era de extrañar que estuviera en las afueras, a Janeth siempre le gustó la privacidad lejos de cualquier peligro.

A parte de Astian, la tía Janeth era lo único que le quedaba de sus padres, aunque no fuesen parientes de verdad; de pequeña, entre la tía Janeth y su hermano, le contaban cualquier cosa que recordaban de sus padres. Observó a Astian que caminaba a paso firme en dirección a la casa charlando animadamente con Elián. Tenía el pelo alborotado gracias a la capucha y sus ojos color miel brillaban de diversión con cada estupidez que le decía al pelinegro; Elián, acostumbrado a las idioteces de su amigo, asintió como si estuviera al pendiente de la conversación.

—¡Mamá ya hemos llegado! —avisó Roxanne entrando ella primero. La madera crujió a cada paso que daba—. Hola abuela —la abuela de Roxanne, Breena, estaba sentada en una butaca leyendo un libro viejo y arrugado. Rox le dio un beso en la mejilla. Sylver vio que el libro estaba al revés, supuso que los había estado esperando y para disimular abrió el libro sin ni siquiera percatarse de que estuviera al revés.

—Ya era hora de que vinierais, querida —dijo ella sonriéndole dulcemente, cuando vio a los chicos su sonrisa disminuyó hasta acabar en Sylver, quien solo le dio una mirada fría y sin sentimientos. Volvió a centrarse en su nieta con quien empezó a hablar animadamente. Sylver suspiró, ya estaba acostumbrada a las miradas de la abuela de Roxanne pero aún así sé preguntó porque la odiaba tanto. Los cuatro se quitaron las capas y las dejaron en el sofá.

El techo crujió seguido de gritos por parte de la tía Janeth, corría por el segundo piso. Varios segundos después una rana bajaba por las escaleras dando saltos y croando siendo perseguida por Janeth.

—¡Vuelve aquí! —Elián se apartó antes de que pudiera ser empujado por Janeth. La rana dio un salto y la mujer la atrapó al vuelo antes de que pudiera volver a escaparse—. ¿Quién es una ranita traviesa? Sí, eres tú —le acarició la cara viscosa. Sylver posó la mirada en su amigo que intentaba no reírse detrás de Janeth apoyado en la pared. Janeth por fin se dio cuenta de los chicos—. ¡Oh, habéis llegado! Que pronto. Vamos, la cena ya está hecha.

Janeth se encaminó a la cocina seguida de Astian y Elián con la rana en sus manos. Sylver pudo escuchar como empezaban una conversación sobre setas alucinógenas que encontró la tía Janeth esta mañana, ignoró esa conversación. Ya no se creía nada de lo que dijera su tía, la quería mucho pero algunas veces Sylver pensaba que estaba un poco, bastante más bien, loca.

Se sentó en una de las sillas del medio y se estiró. Estaba agotada de tener que hacerle favores a la gente. Roxanne se sentó a su lado derecho mientras que la abuela se sentó enfrente de su nieta dejando el sitio del padre de Rox vacío.

Sylver sintió la mirada de la anciana como una daga clavada en el pecho. Ignoró a la abuela y su intento de asesinato con la mirada y se fijó en el plato que tenía delante.

《¿Eso es... pollo?》 pensó ella al ver los trozos de carne nadando entre el caldo.

《No es pollo》La chica alzó la cabeza justo cuando Elián dejó un cuenco lleno de fruta en medio de la mesa y se sentó al lado de la anciana, enfrente de Sylver. Entrecerró los ojos mirando el plato y luego a su amigo, sus ojos brillaron maliciosos al chocar miradas.

《¿Por qué tuve que acceder a que invadieran mi cabeza? Deja de meterte en mi mente》

Varias semanas después de dejar Anarthian atrás, Roxanne encontró un libro antiguo y grueso en un baúl de su madre que mencionaba todo tipo de criaturas que habitaban en cada parte del reino y sus características, incluso tenía una sección de hechizos. A Sylver le extrañó que tuviera bastantes páginas en blanco al final como si alguien no lo hubiera terminado de escribir. La idea de ser cobradores de almas fue de Elián cuando lo encontró en una página del libro mientras husmeaba en él, y así ayudar a la tía Janeth con los gastos de la cabaña. Cuando Janeth se enteró se horrorizó de inmediato al punto de casi desmayarse; Roxanne poco tiempo después encontró un hechizo que les permitía hablar unos a otros mentalmente sin decir ni una palabra, a Sylver no le agradaba la idea pero finalmente accedió.

La chica apretó los labios y le echó una mirada de pocos amigos, Elián no apartó la mirada.

《Porque así nadie nos escucha mientras... jugamos》 Sylver miró a su amiga que se acomodaba mejor en la silla.

《¿En serio, llamas jugar a arrebatar almas?》 La voz de su hermano hizo que le prestaran atención mientras se sentaba al lado de su hermana.

《¿Se te ocurre algún nombre mejor?》dijo Roxanne mientras observaba como su madre se acercaba a ellos y dejaba la rana encima de la mesa.

《Sí queréis discutir ahora por mí bien, pero hacedlo fuera de mi mente》 dijo Sylver, suspiró agradecida al notar que había vuelto a estar sola con sus pensamientos. Observó como la rana saltaba por la mesa, no se inmutó ni le pareció extraño; después de vivir diecinueve años con la tía Janeth, ésta no era una de las cosas más raras que había presenciado.

—¿A quién le habéis arrebatado hoy el alma? —preguntó la anciana como si estuviese hablando del tiempo. Sylver dio una cucharada a la sopa, bajo la atenta mirada de su amigo pelinegro.

Lo ignoró y siguió comiendo hambrienta. Saboreó los trozos de carne, estaban deliciosos. Elián miraba atento a cada uno de sus movimientos.

—Mamá mientras estamos comiendo no, por favor —Janeth le dio una severa mirada a su madre y se llevó una cucharada de sopa a la boca. No le agradaba la idea de que su hija y sus amigos fueran por ahí robando el alma a la gente. Sylver se fijó en Janeth; Roxanne era una réplica diminuta de su madre salvo por sus ojos azul cielo, que los había heredado de su padre, su madre los tenía de un marrón oscuro parecido al chocolate. Los años no pasaban en Janeth, seguía siendo una mujer hermosa, no obstante el hinchazón de sus ojos delataron que había vuelto a llorar la noche anterior, como cada noche. El cansancio se notaba desde lejos. Janeth siempre se excusaba diciendo que era por causa de la vejez pero no era así, había algo más y Sylver lo sabía. Lo sabía en todas esas veces que se despertaba por los sollozos de la mujer cada noche, en cada mirada que le daba por hacer cualquier gesto que le recordase a su difunta amiga o cada vez que quería hablar de su madre—. Elián, ¿no comes?

—Lo siento, no soy muy fan de las ancas de rana —dijo con una manzana verde en la mano. Sylver soltó la cuchara en un golpe seco. Quería matar a Elián en ese mismo instante.

《Te odio》 repitió la frase tres veces más y del cuenco de frutas cogió un plátano. Giró la cabeza hacia su hermano que se limpiaba la boca con una servilleta o, mejor dicho, escupía las ancas de rana en ella, con discreción.

《Es mejor que envenenarte, ¿no?》 En ese instante quiso atragantarlo con la manzana.

—¿Dónde está papá? —preguntó Rox apartando el plato de su vista y mordió una manzana roja. Miró a su madre.

—Trabajando —en su voz percibió que era mentira, otra mentira más sumándose a la lista. No dijo nada más y se centró en su manzana.

Aún con doble manta siguió teniendo frío. Observó la cama donde dormía su amiga plácidamente, varios mechones anaranjados se expandían por su almohada.

Cerró los ojos para intentar dormir. De pronto unos ojos rojos color rubí invadieron su mente, esos ojos... los mismos que había visto esta mañana en el bosque. Sylver no supo si tiritaba del frío o del miedo.

《¿Me tienes miedo?》Su risa hizo cosquillas en su cuello. Se tensó más. Estaba tan cerca... y a la vez tan lejos 《Lo tomaré como un sí》 Se rió aún más fuerte. Quiso abrir los ojos, aquello no era real. Tenía que abrir los ojos, pero por alguna razón no pudo《¿No te agrada mi compañía? Y yo que me la estaba pasando bien...》

Abrió los ojos y se sentó de golpe. Inspeccionó la habitación y, por instinto, buscó a ciegas su daga plateada. Al ver que solo estaban ella y Rox, aún dormida, se calmó poco a poco.

Un golpe retumbó por toda la casa, asustándola. Otro golpe, y otro, y otro. Salió de la cama y el frío penetró en su cuerpo al instante; se puso sus botas negras y una chaqueta lo más rápido que pudo y salió de la habitación.

—¿¡Qué está pasando!? —Rox se despertó alterada, no tuvo respuesta ya que vio como su amiga bajaba las escaleras de dos en dos. Sylver se paró en el último peldaño y vio a los padres y a la abuela de Roxanne mirando por la ventana.

—¿Qué sucede? —detrás de la rubia había un Elián adormilado con el pecho a descubierto, su pelo azabache estaba más alborotado de lo normal. Astian y Rox llegaron segundos después. Los adultos los ignoraron.

—¡El campo de fuerza está fallando! —gritó el padre de Roxanne preocupado, esa respuesta era más bien dirigida a su esposa que para los chicos. Afuera una gran cúpula invisible brillaba con intensidad acompañado de un estruendoso ruido a cada golpe que le daban—. Nos han encontrado, están intentando romperla.

—¿Campo de fuerza, que campo de fuerza? —Rox se encaminó hacia sus padres, ellos por fin notaron su presencia. La joven pelirroja observó los ojos de su padre a través del cristal de aquellas gafas viejas. Dirigió la mirada a su madre, por el rostro de la mujer pudo adivinar que había vuelto a tener pesadillas, otra noche que se había despertado llorando. Al contrario que sus padres, que temblaban ante la situación, su abuela estaba muy calmada como si no pasase nada, como si no le importara nada de lo que sucedía en aquel momento.

—No hay tiempo para explicaciones, cariño. Astian llévate a tu hermana y a los chicos a otro lugar, Zolnar ya no es seguro—. Janeth observó al joven con los ojos aguados, su voz se quebró impidiendo que siguiera hablando. El padre de Rox salió de casa lo más rápido que pudo.

—¿Otro lugar, a dónde? —preguntó Elián al ver cómo su amigo subía las escaleras sin decir nada. Sylver tragó saliva, no tenía palabras para lo que estaba sucediendo, solo siguió mirando a la nada intentando entender lo que pasaba en cuestión de segundos, no sin pasar por alto la mirada de la anciana.

Zolnar ya no es seguro.

Las palabras de Janeth resonaron en su cabeza. ¿Ya no es seguro? Sylver no entendió a qué se refería la tía Janeth con eso. ¿No era por eso por lo que se habían mudado de Anarthian, porque era más seguro? Y era verdad, Zolnar era el pueblo más alejado del reino, rodeado de bosques donde era muy fácil perderse si no sabías bien el camino hacia los otros pueblos; pero aunque fuese el más seguro no se salvaba de ladrones y carteristas que abundaban en los mercados, a pesar de eso no había nada malo del pueblo... salvo ellos. Los cuatro cobradores de almas.

¿Y sí alguien quería vengarse por haber arrebatado el alma a algún familiar suyo? Esa pregunta rodó por la mente de la joven. ¿Tenía algo que ver con aquellos ojos rojos? No, era imposible y ridículo, ¿no? Entonces, sí así fuera ¿para qué sería el campo de fuerza? Nada de esto tenía sentido.

—Mamá, ¿¡Qué está pasando!? —gritó Rox casi llorando de la histeria. Astian bajó con dos chaquetas para Elián y para Rox, él ya llevaba puesta una, y dos pares de botas para cada uno—. ¿A dónde ha ido papá?

—No tenemos tiempo para hablar, cariño. ¡Tenéis que iros, tenéis que iros ya! —abrigó a su hija mientras ésta se ponía las botas como podía. Janeth sacó de debajo de la butaca el libro de hechizos y se lo tendió a Astian—. Protegelos, por favor—. Astian asintió confuso. Rox quiso decir algo pero su madre le besó la frente y dijo:—. ¡Huid, rápido!

Astian guardó el libro en una pequeña mochila antigua que encontró arriba y se la enganchó al hombro, después cogió la muñeca de su hermana y salieron hacia la otra parte del bosque, seguidos de Elián y Roxanne. Se desvanecieron hasta que ya no pudieron ver más la pequeña cabaña donde pasaron una gran parte de su vida. Las casas que rodeaban el mercado y Zolnar en general fueron reemplazados por árboles frondosos y abundantes cada vez que se adentraban en lo más profundo del bosque.

《¿A dónde vamos ahora?》 Pensó Rox una vez que dejaron de correr para conseguir fuerzas. No tuvo tiempo de despedirse de sus padres ni de su abuela... ¿Y si les pasaba algo y no los veía más? O peor, ¿y si les pasaba algo a ellos por estar en el bosque?

No tenían a dónde ir. El amanecer brilló entre los árboles del bosque, a Sylver siempre le encantó verlo desde un sitio alto para poder admirarlo. Hacía tiempo ya que no se quedaba a contemplarlo desde que se fueron de Anarthian.

¿Y si era posible...? El rostro de Sylver brilló antes la idea que pasaba por su cabeza.

《A Anarthian》 Anunció ella. 《A visitar a unos viejos amigos》.

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