Unos ojos marrones se esconden tras el pilar de la cocina.
El padre, con una cinta roja alrededor de su cuello, deja su aparatito en la mesada, toma dos tazas y las llena de agua caliente mientras habla con impaciencia.
La madre llega inadvertidamente por detrás del espectador, y tras revolver unos finos cabellos rubios, va con cansancio al sofá, y prende la tele en un canal con mucho rojo y pocos dinosaurios.

Pequeños pies descalzos avanzan con cuidado hasta la heladera. Se sirve dos tazas de leche de frutilla fresca, sienta a su osito en la silla de la mesa y se va a la alacena. No hay galletitas ricas, de las que le gustan con chocolate y crema, solo están las blandas que son de agua y no de vainilla.
El padre tira un gruñido de frustración. Se mueve rápido, frenético. Se tropieza y golpea la mesa, largando un grito al cielo, enojado con el reloj.

Un golpe seco se escucha.

El vaso de leche de leche de frutilla se derrama sobre el oso, quien ahora llora lágrimas rosadas.
Los ojos marrones se abren, y su cara está tan shockeada como la que aparece en la tele.

Su madre sigue en el sofá, su osito sigue mojado en el piso. Queda solo una taza de leche en la mesa pero ya no tiene ganas de tomarla.

Su padre vuelve por la puerta, cortaba roja aún sin atar, buscando su celular, aún más irritado que antes. Su madre sigue dormida en el sofá, en la tele se siguen viendo las noticias; tal parece que se ha muerto un niño.
Y sin poder tener mucha lástima, el rubio solo se atiene a tomar la taza restante de café de la mesada y retirarse.

El osito se queda mojado, olvidado en el piso.

Fin.

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Decidí publicar esta cosa que tengo en borrador desde principios de 2019. Es un trabajo de escritura creativa que tuve que hacer para mi clase de literatura, así que no es anda muy dramático. Gracias por leer :D/