Un hechizo mal resuelto

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Este cuento fue realizado para el desafío "Esta imagen me inspira" del perfil FantasíaES. 


    En la fuerte neblina grisácea se encontraba un pequeño pueblerino perdido, encandilado en el bosque que antes estaba repleto de tonalidades jade, pero que ahora se sumía en tonos pálidos y oscuros.

    El chico, iluminado por la tenue luz blanquecina de la luna de invierno, se adentraba en la espesura nocturna.

    Lo que había hecho desde un principio que el jovencito se acercara al lugar, era el crepitar de la hojarasca acumulada en el suelo boscoso, la cual se movía por el viento y le causaba curiosidad.

    Como nubes descendidas del cielo, la niebla hacía que el lugar se perdiera y que solo se pudieran ver siluetas.

    — ¡Ey! ¡Loquillo!—se escuchó.

    El niño divisó a un hombre robusto, que parecía ser de edad avanzada por su gran barba blanquecina con tinte azulado y su falta de pelo en la cabeza.

    — No me tomes por tonto, que tengo un gran poder—advirtió el hombre y luego prosiguió— a mi amada no la molestas.

    El renombrado Mizarcu, el hechicero, ensimismado en la ira que le tenía al cruel crío por haber ofendido a su esposa (la maga controladora de magia amatista) continuó renegando — a parte ¡¿Cómo te atreves a quebrar su honor de tal forma?!—reprochó.

    El niño se quedó perdido en el leve movimiento de la capa negra carbón del hombre. Ésta se movía de arriba para abajo, de abajo para la izquierda, de la izquierda para la derecha, y de la derecha para arriba, todo repitiéndose en un atrapante loop que solo a él pescaba.

    El honor de la esposa del mago había sido roto en un evento público, por un niño de corta edad. A ella se le había marcado una falla en un hechizo... de primer nivel y por eso había salido avergonzada de la situación.

    El señor de mirada seca, soltó aire y empezó a susurrar sortilegios que parecían ser de difícil comprensión auditiva, igualmente decía palabrerías no relacionadas con lo que hacía. Quería dar la impresión de que conjuraba hechizos engorrosos, pero en realidad era un embustero sin vergüenza. El aparentaba invocar un espíritu.

    Una tenue luz invadió la punta oeste y desde allí hubo una aparición monstruosa que se había centrado en el niño de cabello pelirrojo quien observaba el opaco paisaje del bosque con recelo. La criatura arremetió, invocada para hacerlo.

    Era algo casi indescriptible, porque su apariencia cambiaba constantemente.

    El niño se giró asombrado y pudo ver que la cosa estaba a punto de clavarle los dientes en la cabeza, pero no tuvo la reacción que el estafador esperaba.

    Un estrepitoso sonido (el de una explosión) tomó de improviso al de barba blanca.

    Se pudo escuchar un suspiro.

    —Como tu trataste de exagerar, yo voy a hacer lo que querías lograr, pero mejor— desafió el pequeño — la verdad es que ya sé porque defiendes a tu mujer, es por la simple razón de que ambos no saben bien magia, y simulan saberla con efectos visuales— sentenció. Eso era cierto, la pareja usaba un aparato miniaturesco basado en un kinetoscopio para generar imágenes proyectadas en el firmamento nocturnal. Igualmente ya no iban a poder estafar más, su artilugio estaba hecho pedazos a raíz de la explosión que dio fin a la pantomima tramposa y que había sido causada intencionalmente.

    Mizarcu renegó— ¡Pequeñín ya vas a estar en grandes problemas! ¡Vas a morir!— Espetó  ofendido.

    El amenazador espécimen de poca edad, negó lentamente con la cabeza.

    — ¡Lo vas a estar! ¡Eso era de mi bella amada Parlis! — lamentó el hechicero.

    La profusa fosca espesó y la visual del niño disminuyó otra vez.

    Se pudo escuchar una risa.

    El suelo empezó a temblar brutamente y un olor nauseabundo llenó el bosque.

    Estruendosamente surgieron hoyos de donde empezaron a salir criaturas muertas. Algunas mantenían un aspecto de vida y otras eran puro esqueleto. Había humanos, canes, alces, cucarachas, cuervos, osos... Prácticamente cualquier ser que hubiera fenecido por la zona.

    Mizarcu retrocedió, asustado. Pero algo no permitió que se fuera.

    El hombre empezó a moverse frenéticamente y a emitir el mismo ruido que las ratas sueltan. Su pantalón se estaba arrugando por esas manos esqueléticas que lo tenían y que lo llevaban hacia su penoso final en el lago.

    El muchachito, había encontrado tiempo atrás, un libro de nigromancia enterrado en un baldío y fue tal su fascinación al leerlo que decidió conseguir un báculo para conjurar y poner en práctica sus hechizos, en secreto. Decían los ocultistas, que nueve libros de nigromancia diseminados en lugares desconocidos conllevaban el mayor de los poderes al unirse, pero tan solo uno, podía corromper la más generosa de las almas y así fue.

    El pequeño nigromante con su gran inteligencia y en su afán por aprender y en especial magia, que era su gran vocación, no supo en su momento, el gran poder que tenía en sus manos y que quedaría atrapado eternamente en la cárcel de las tinieblas.

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