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Una vida llena de errores
no solo es más honorable,
sino que es más sabia que una
vida gastada sin hacer nada.

George Bernard Shaw

*¨*•.¸¸☆*・゚•*¨*•.¸¸☆*・゚

Esperé el golpe. Esperé ese sobresalto que venía después de una pesadilla, el sudor que cubría mi frente y el corazón acelerado que me indicaba que acababa de despertar. Lo esperé. 

Pero nunca llegó. Y me decepcioné como nunca cuando recuperé mis sentidos y me vi cara a cara con la realidad.

Lentamente, abrí mis ojos para encontrarme con una pared perfectamente blanca y plana que se alzaba encima de mí. Mi cabeza empezó a palpitar conforme iba paseando los ojos por la pintura. Estos se cerraron antes de dar siquiera la orden, y se negaban a colaborar, por lo que no tuve de otra que dejarlos como estaban. Como si abrirlos fuera una acción demasiado difícil.

Pero en cuanto oí voces cercanas a mí, di la gracias a mi poca voluntad y permanecí lo más quieta posible.

—¿Entonces es normal? —resonó una voz próxima.

Me esforcé por parecer una enferma todavía demasiado afectada por los sedantes como para despertar.

—Totalmente, el cóctel de drogas que detectamos en su organismo lo explica todo —respondió otra voz, esta más rasposa y áspera que la otra. Estaba segura de que pertenecía a alguien mayor.

Afiné el oído cuando percibí el ruido de hojas de papel moviéndose entre sí haciendo eco en la habitación.

—Pero se pondrá bien pronto, ¿no?

Unos cuantos pasos se oyeron contra el suelo cerca de mí e inevitablemente apreté el puño bajo la fina sábana con la que estaba cubierta.

—Así es, le hemos hecho un lavado de estómago y hemos logrado eliminar la sustancia de su cuerpo. Por suerte, ahora está totalmente estable. 

Noté que alguien me observaban, pero no abrí los ojos.

—Me alegro, porque el interrogatorio no se puede aplazar más.

El olor del detergente con el que se había lavado la sábana llegó a mis fosas nasales, y fue algo nuevo. Después de esas horas en las que mis sentidos no percibieron literalmente nada, esto resultó ser milagroso.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —hubo un momento de silencio —. ¿Qué es lo que hizo?

Otro silencio en el que ninguno de ellos habló. Frente al silencio, mi pulso aumentaba por momentos.

—Mató a su propia hermana a sangre fría, es lo que sospechamos.

—Me parece muy extraño, es muy joven —declaró la otra voz, la del hombre más mayor.

—Lo sé, pero estamos casi seguros de que ella es la culpable. Todas las pruebas la señalan, y como jefe de la policía es mi deber hacer que pague.

Otro silencio se apoderó del ambiente, esta vez uno doloroso, causante del sabor amargo que inundó mi boca. Oírles hablar de mí como si fuera una criminal no era algo fácil de digerir.

Era tan difícil asimilar la realidad y mentalizarme de que debía luchar para demostrar que era inocente. Pero lo primero de todo era Riley, mi hermana. La chica que tanto me hizo sufrir y que había perdido apenas unas horas atrás. Debía enfundar mis pensamientos desordenados en algún lugar de mi cabeza hasta saber la verdad.

—Myles, te conozco desde hace años y no creo que quieras que esta pobre chica s...

Se oyó un suspiro quejumbroso y varios pasos pasando por mi lado.

—Soy el jefe de la policía, ¿crees que me quedaré de brazos cruzados por su apariencia frágil? —la voz sonó notablemente árida.

—Lo sé, pero que no se te olviden tus valores, que no te ciegue tu trabajo, hijo...

—Con todo el respeto, doctor Harrison, creo que no tiene derecho a opinar sobre el tema —el tono del hombre joven, que había podido reconocer como el agente que me interrogó, había cambiado y se había transformado en puro hielo —. Asegúrese de que la chica está en perfecto estado para dentro de una hora, no le daré más tiempo.

Tras eso, escuché el ruido de una puerta al abrirse y cerrarse con fuerza, dejando un silencio sepulcral en el ambiente, un silencio que me hizo exhalar todo el aire que, sin ser del todo consciente, aguantaba en mis pulmones.

Permanecí muy quieta, hasta que oí como el hombre se acercaba hasta mi lugar y empezaba a toquetear cosas de la máquina a la que estaba conectada. Lentamente, abrí mis ojos como si me acabase de despertar y me encontré a un hombre de mediana edad junto a mí. Tenía el cabello oscuro con partes canosas, unas gafas monofocales sobre la nariz y una blanca e impecable bata puesta que no hacía más que dar luz a su expresión. Las arrugas de su rostro me indicaron que tendría, como mucho, cincuenta años.

—¿Cómo estás? —me preguntó él quitando la manos de la máquina que no paraba de pitar a cada segundo.

Me toqué la cabeza para descubrir que ya no palpitaba incontrolada, y me acomodé mejor en la camilla, mirándole.

—Estoy mejor.

—Me alegra oír eso —fue hacia el otro lado de la habitación —. Dentro de poco vendrán un par de guardias a escoltarte hasta la sala de interrogatorios, solo te lo digo para que te prepares.

Miré de reojo como tiraba un termómetro a la papelera de la esquina.

—Yo no hice nada.

—Lo siento, pero eso no lo decido yo —recalcó sin darse la vuelta.

—Eso lo decide el tal Myles, ¿no? —mi voz sonaba frustrada, y no me molesté en ocultarlo.

El doctor se giró hacia mí y, mientras me miraba como si fuera una niña pequeña que acababa de hacer un berrinche, negó con la cabeza varias veces. No dijo más, simplemente recogió un par de papeles repletos de palabras en letra pequeña, los apiló con desdén y salió por la puerta, dejando ver a los dos guardias que protegían la entrada. Cuando me vi a solas de nuevo, por decirlo de alguna forma, me dejé caer en la almohada tratando de pensar en lo que iba a hacer a continuación.

No sabía qué pensar, ni qué hacer para que toda esa gente creyera en mi inocencia o, al menos, dudara de mi culpabilidad. A pesar de que no recordaba ni un solo detalle, a pesar de que yo y Riley no nos llevábamos bien, a pesar de todo, mi corazón me decía que no había sido yo.

Pero el caso era; ¿Quién lo había hecho? ¿Y por qué me estaba echando la culpa a mí?

Eran preguntas nuevas que surcaban mi cabeza intensamente. No sabía cómo había llegado a ese lugar, ni cómo habían sucedido las cosas, ni siquiera tenía claro haber tenido contacto con alguien más ese día. Solo recordaba estar en mi casa bebiendo un té y de repente...

Abrí mucho mis ojos mientras me levanté como un resorte.

Acababa de recordar una llamada a mi teléfono fijo.

Pero por más que retrocedí en el tiempo, no logré esclarecer la incógnita de quién había sido la llamada. Me pasé la media hora siguiente haciendo esfuerzos sobrehumanos para recordar tan siquiera un detalle. Traté de no desanimarme, pues aunque no recordaba el contenido del recuerdo, ya había dado un paso importante. Era algo tan pequeño, tan insignificante, pero también fue algo que me hizo sentir un poco menos perdida.

Por desgracia, no fue el único recuerdo que trajo mi mente, ya que vino acompañado de otros, estos resultando ser mi tormento constante.

Nada más y nada menos que mis traumas.

Mi padre había muerto cuando yo era pequeña, y meses después de cumplir los dieciséis años, mi madre se suicidó frente a nuestras narices. Quizás todos mis traumas internos venían del hecho de que, siempre que podía, Riley me culpaba por la muerte de mamá, me echaba en cara que yo la había matado. Y por esa misma razón nunca fuimos muy cercanas, sus acusaciones y su desprecio nos separó. Estábamos solas en el mundo, y no hicimos nada mejor que tomar distintos caminos. No sabíamos de la existencia de algún tío, tía, o abuelo cercano, básicamente solo nos teníamos la una a la otra. Vino en una ocasión a visitarme y fue tan incómodo que no se volvió a repetir. Cada una buscó su vida y salió adelante como pudo. Yo, después de una de las peores etapas de mi vida, empecé a tomar unos cursos mientras trabajaba para lograr mantener un pequeño pisito en la parte cutre de la ciudad. Y ella, según tenía entendido, vivía en la residencia de la universidad en la que estudiaba su carrera de economía. La última vez que nos vimos fue hacía más de seis meses, y sinceramente ni en mis peores pesadillas habría podido imaginarme acabar así; con ella muerta y yo siendo la presunta culpable. Pues según todos decían aquí, era tarde para Riley, parecía estar muerta en boca de todo el mundo, y con ella descubrí que habían muerto muchas otras cosas.

Localicé en la esquina de la mesita un par de prendas que en un principio no quise ni ojear. Pero cuando percibí el hedor que mis trapos desprendían, corrí a cambiarme. El atuendo estaba compuesto por unos vaqueros anchos, seguramente varias tallas más que la mía, y una blusa blanca lisa. Olían al mismo detergente que impregnaba la sábana con la que me habían envuelto.

Tras más o menos una hora en la que me pasé dando vueltas por cada rincón de la habitación, la puerta se abrió y con ella entró un guardia, dándome a entender que ya era la hora de seguir con lo que había dejado a medias. Me bajé de la camilla y no puse objeción cuando me encadenó las muñecas a la espalda. Me tomó por los brazos mientras me sacaba de la habitación con olor a medicamentos para luego llevarme a la misma sala en la que había estado ayer.

Me llegó un flashback de la última vez, y esperando el empujón, tragué saliva.

Sin embargo, y para mi sorpresa, no hubo empujón. Mi entrada a la habitación fue normal. Todo parecía tranquilo, el caos que me había rodeado antes parecía haberse disuelto con mi dolor de cabeza.

El agente de antes me hizo una señal hacia la silla que había enfrente de él, y no esperé mucho para tomar asiento.

—Lo intentaremos de nuevo, ¿de acuerdo? —susurró, inclinándose sobre la mesa. No pude dejar pasar el detalle de que lucía cansado.

Mi deducción no se basaba únicamente en las profundas sombras bajo sus ojos, ni por su barba sin afeitar, sino porque respiraba como si le costara.

Asentí levemente, queriendo agilizar todo el proceso.

—¿Cómo te llamas?

Me aclaré la garganta antes de hablar, pensando que tal vez si lo hacía mi voz ya no sonaría como un susurro.

—Tess Cloud.

—¿Tu nombre completo? —arqueó una ceja.

—Tess Cloud —repetí.

Él se me quedó mirando como si intentara averiguar algo, pero pareció caer en que estaba diciendo la verdad. Era cierto que no era la primera persona que me lo decía, pero mi nombre no tenía su origen en ningún otro, era Tess, a secas.

—Perfecto, Tess —tomó aire y procedió a hablar nuevamente —: Encontramos en tu cuerpo una sustancia desconocida. Es la culpable de tus dolores y tu estado de aturdimiento, ¿puedes explicar eso?

Fruncí el ceño.

—Eh... creo que sí, pero es muy raro porque no recuerdo nada. Solo recuerdo despertarme en medio de la nada y observar todo ese desastre a mi alrededor, con Riley y... —me aclaré la garganta —el caso es que no sé cómo llegué allí ni lo que pasó. La verdad es que, desde que desperté, me empecé a sentir muy mal. Era como si... como si mis sentidos estuvieran congelados. No era dueña de mi cuerpo. No sé explicarlo...

Cerré la boca antes de agregar nada más, ya que su mirada sobre mí me obligó a hacerlo. Sus ojos me miraban con desconfianza, atentos a cualquier indicio de mentira en mí.

Su cabello marrón, casi negro, le caía sobre la frente despeinado y le hacía ver como una persona ajena a todo, como una de esas personas que te cruzas por la calle una sola vez en tu vida, pero es suficiente como para fijarte en él.

—¿Entonces dices que no te acuerdas de nada? —asentí vacilante.

—Nada, solo recuerdo estar en mi casa y recibir una llamada...

—¿De quién? —su curiosidad renació.

—No lo recuerdo.

Miré a mi alrededor y me detuve en un par de cristales totalmente negros que se extendían por toda la pared, y casi automáticamente fui consciente de que nos observaban, igual que en las películas, detrás de esos cristales polarizados.

—¿Usted cree...?

—Lo que creemos es que por culpa de esa droga no te acuerdas de nada, ¿por qué te la tomaste?

Su directa acusación dejó un sabor amargo en la boca.

—Yo no me drogo, nunca lo he hecho. No por voluntad propia.

—¿Qué afirmas? —interrogó levantando una ceja oscura.

—Afirmo que me han tendido una trampa, que terceros están metidos en esto —defendí firme —. No recuerdo nada, y además de eso, sé que no lo hice yo. Era mi hermana, ¿Cómo puede pensar que haría algo para lastimarla?

Realmente me basaba en un argumento sin cimientos, lo sabía, pero no pude callar a la vocecita de mi cabeza.

—Según tengo entendido, no erais muy cercanas —soltó en un tono suave, sin titubear. Como si no se estuviera metiendo en mi vida.

¿Cómo sabía eso?

—Eso no quiere decir que yo la haya matado —protesté más alto de lo que pretendía.

Decidí dejar esos nervios que crecían por momentos a un lado y tratar de mantener la cabeza fría. No me gustaba la dirección que había tomando la conversación, pero tampoco pretendía exaltarme y hacer que mi testimonio perdiera credibilidad.

—Todas las pruebas apuntan a ti —sentenció —. El arma tiene tus huellas, el cadáver tiene tus huellas, todo te señala.

Alternó la mirada entre mis dos ojos, realmente quería hacerme entender la gravedad de mi situación.

—¿Entonces está oficialmente muerta?

—Así es.

Pude ver su mandíbula contraerse sutilmente antes de desviar mi mirada hacia la pared que había a mi izquierda. Mis ojos empezaron a arder como nunca, y sin yo quererlo, se inundaron de lágrimas. Pero no las dejé caer, se quedaron ahí, quemando bajo mis ojos y haciendo que el escozor en el corazón aumentase a cotas preocupantes.

—Nos llevábamos muy mal, lo admito. Pero de ahí a matarla hay un largo camino, un camino que, se lo juro, nunca me atrevería a cruzar.

Detestaba mi voz cuando estaba al borde del llanto. Se rompía en pedazos que me costaba mucho juntar.

Su silencio no ayudó a amainar mi acelerada respiración.

—¿Cómo puedes afirmar eso si no recuerdas nada? —preguntó irritado.

—¡Porque yo no soy así! —espeté, levantándome de mi sitio. Él reaccionó a mi impulso de la misma forma. Nos quedamos mirándonos fijamente, yo llena de furia y él alarmado por la brusquedad en mi reacción.

Me tranquilicé antes de seguir perdiendo el control y volví a sentarme, mirando hacia otro lado de la habitación menos a él. Mis ojos se perdieron tratando de adivinar cuántos pares de ojos nos vigilaban desde los cristales.

—Eso dicen todos... —escupió entre dientes.

Giré mi cabeza hacia él, rabiosa. Estaba pasándose de la raya, y su trabajo no era excusa, no para mí.

—Myles ¿no? —y fue entonces cuando perdí el control —. Tu trabajo es defender a los inocentes y descubrir la verdad, ¿no es así? Pues lo único que te pido es que lo hagas. Te estoy jurando que soy inocente. Y tú, sin tomar en cuenta todo lo que te estoy diciendo, das por sentado que soy la culpable. No conozco mucho el deber de un policía ni los protocolos que hay que seguir, pero creo que estás haciendo algo mal. Tenéis a la persona equivocada y no voy a quedarme callada porque mi pellejo es el que está en juego.

Me callé para tomar aire, y esa fue la pausa que necesité para volver a tomar las riendas del asunto. Era ese típico momento en el que te das cuenta de que has metido la pata y no sabes qué hacer para arreglarlo.

Sus ojos se abrieron impulsados por la sorpresa, y fue como otro golpe a mi estúpido arranque de osadía.

—No estás en posición de hablarme así, yo soy la autoridad aquí. Así que cierra el pico si no quieres que esto se ponga peor para ti —amenazó. Luego, como si estuviera desconcertado, se aclaró y tomó de nuevo su postura inicial —. Yo hago las preguntas, y tú respondes. Quiero la verdad.

No contesté nada, solo permanecí inescrutable.

—Necesito que me cuentes con lujo de detalle el día de ayer. Desde el principio.

Suspiré.

—Ayer no fui a clases y tampoco al trabajo, decidí quedarme en casa.

—¿Por qué? —bramó suspicaz. Sabía que eso sonaba sospechoso.

—Porque tenía deberes atrasados y no tenía que ir a trabajar ese día, ¿tan raro es? —me sorprendí a mí misma hablándole así a alguien tan intimidante, pero era tarde para solucionarlo —. Me quedé en casa haciendo alguna que otra tarea del hogar y estudiando. Luego recuerdo estar tomando un té en el salón cuando el teléfono fijo sonó sobre la mesa.

—¿Vives sola?

Asentí.

—Contesté al teléfono, pero no recuerdo lo que pasó después. Todo está borroso.

Se mordió los labios unos instantes, invitándome a llevar mis ojos allí. Miré mis manos para evitar mirarle demasiado.

—¿Conoces a alguien que quiera hacerte daño o algo por el estilo? Necesitamos saberlo todo.

Sus ojos transmitían esa clase de calor, esa confianza que transmiten solo algunas personas, esa que hace que cuentes todos tus secretos. Aposté que esa era la razón por la que ejercía la tarea de sacarle la verdad a los criminales.

—Eh... no, no me relaciono con casi nadie, y tampoco he tenido conflictos recientes.

Sus ojos me aniquilaron lentamente, tomándose su tiempo en el proceso de análisis de mi expresión facial. Si quería ponerme nerviosa lo estaba consiguiendo. Aunque no dejé que lo comprobara.

—Y ahora dime, ¿por qué tú y tu hermana no teníais una buena relación?

Hablé casi por inercia. Su interrupción en mi vida podía pasarme por alto siempre y cuando mi testimonio me favoreciera para salir de todo este lío.

—Desde que nuestra madre se suicidó nos distanciamos.

Él colocó una mano en su mentón a la vez que afirmaba con movimientos suaves, asimilando toda la información que le acababa de proporcionar. Y yo solo pude pensar en todo lo que me quedaba por soltarle.

—Entiendo... ¿Y vuestro padre?

—Muerto.

—¿Me podrías decir con detalles como fueron sus muertes?

Lo miré algo anonadada y saboreé el amargo sabor del dolor por centésima vez en las últimas veinticuatro horas. Recordar y contarle todo eso no era nada fácil y me lo estaba diciendo como si fuera lo más sencillo del universo.

Se recalcó con rapidez, tratando de suavizar el golpe de alguna forma.

—Sé que suena raro, pero es mucho más raro que tres miembros de una misma familia estén muertos.

Asentí lentamente, pensando que tenía toda la razón. Sonaba sospechoso y lo sabía. Al instante una bombilla se encendió en mi cabeza, pero no supe descifrarla correctamente, así que la ignoré y me centré en la mesa, observando como el reflejo de la luz del techo brillaba con intensidad sobre la madera pulida.

Con una gran bocanada de aire, procedí a contar la fatídica historia de mi vida;

—Según mamá, papá murió cuando Riley y yo teníamos seis y cinco años respectivamente. Nos contó que sucedió por un cáncer de pulmón que le fue matando lentamente, era algo así como una enfermedad hereditaria degenerativa, y como encima era fumador... los médicos no dieron esperanzas a la quimioterapia. Los recuerdos que tengo con él son muy escasos, y tal vez por eso no me dolió como debería. Me dolió, sí, pero lo asimilé. Nunca fui a visitarle a su tumba, pero sé que mamá lo hacía siempre que podía. Y Riley siempre la acompañaba.

La luz le iluminaba solo un lado de la cara y creaba una extraña sombra entre su nariz y sus labios.

—¿Vivíais aquí en ese entonces?

—Sí, teníamos una pequeña casa en la zona más tranquila de la ciudad, cerca del Murphy Ridge. Éramos... una familia normal, mamá trabajaba mucho y apenas estaba por casa, y debido a eso Riley y yo tuvimos que cuidar la una de la otra desde muy pequeñas. Cuando cumplí los dieciséis, un día, al volver del instituto, me encontré con la casa completamente sola. Riley llegaba tarde de su entrenamiento de natación y mamá estaba supuestamente trabajando. Estaba preparando mi merienda cuando oí un ruido que provenía del sótano, e inevitablemente fui a investigar, a pesar de que tenía un muy mal presentimiento. Sabía que no debía bajar, pero lo hice. —el agente se mantuvo atento a ms palabras, mientras que yo me forzaba a recordar todos los detalles por más dolorosos que me resultaban —. Bajé las escaleras de madera mientras tenía la linterna de mi móvil en la mano. Lo que me encontré se me quedó grabado en la retina a fuego. Mamá colgaba de una cuerda muy gruesa, y debajo de ella había una silla caída... Tenía los ojos abiertos, mirando hacia la puerta, como si me estuviera mirando a mí y...

El ruido lastimoso que salió de mí me tomó por sorpresa, pero logré controlarlo aclarándome la garganta. Debía continuar. 

Me recompuse un poco, y con la voz más fina y sedosa, continué:

«Mi primer instinto fue gritar, grité y lloré hasta que Riley llegó y escuchó todo el ruido que venía del sótano. Al encontrarme y ver a mamá balanceándose sobre nuestras cabezas, salió corriendo a llamar a la ambulancia. Se llevaron a mi madre al hospital y también llegó la policía, pero a pesar de que no nos dijeron nada concluyente, sabíamos que mamá no estaba viva. Sus ojos verdes sin vida me lo confirmaron cuando la vi colgando del techo del sótano. La policía se encargó de nosotras durante unos días, hasta que nos llevaron a una casa de acogida en la que estuvimos aproximadamente dos años. Dos malditos años en los que Riley me culpaba día y noche por la muerte de mamá...»

Eso le hizo arquear las cejas.

—¿Por qué te culpaba?

Cada pregunta que soltaba era como una estaca con destino directo al corazón. Nunca antes había tenido que relatarlo con tanto detalle, y ahora prácticamente estaba obligada a hacerlo. Las únicas personas que sabían sobre eso eran mi mejor amiga y mi tutor en ese entonces, pero perdí contacto con ellos cuando me llevaron a la casa de acogida. Tener que contárselo a un hombre que no conocía de nada, tan intimidante, y que encima me culpaba de todo, era un nivel que no asimilaba.

Parpadeé para ahuyentar las lágrimas de mis ojos. Me empezó a temblar el mentón como nunca, pero las lágrimas todavía no salían. Hace mucho que no lo hacían.

—Según ella, yo era la desgracia de la familia. Ella era ejemplar, era brillante en la escuela y en casa, era la luz de mi madre y la niña de sus ojos. Por el contrario, yo era la oveja negra, para Riley siempre fui un error en esa familia. Creo que el dolor que sentía era tan intenso que no encontró otra salida que atormentarme a mí. Supongo que fue su manera de superarlo.

Él asintió, pasándose la mano por la cara. El gesto me sirvió para recordar que no estaba conversando con un robot, sino con una persona que parecía agotado tanto física como mentalmente.

—Sigue, por favor.

—Gracias a eso, el nivel de odio que había entre las dos creció demasiado. Ella me dijo que se iría a la ciudad vecina porque estar aquí le hacía mucho mal, pero yo decidí quedarme.

—¿Por qué?

Me mojé los labios.

—No lo sé. Pensé que aquí tenía muchas más oportunidades de hacer mi nueva vida en una ciudad que ya conocía, y además no me apetecía irme con Riley, que ni siquiera había visto la opción de llevarme también. Ella quería deshacerse de mí a como diera lugar, no me quería cerca, en innumerables ocasiones me había dicho que le traía malos recuerdos. Se fue de la ciudad y me quedé sola tal y como esperaba. Logré, después de vivir experiencias... difíciles, emplearme en un restaurante de comida rápida. Y de ese modo empecé mi nueva vida.

Sus ojos brillaron con lo que interpreté como lástima, pero no lo tenía del todo claro.

«Gracias al trabajo logré ganar algo de dinero y permitirme un pequeño pisito cerca de la zona industrial de la ciudad. Fue bastante después que logré pagarme un curso intensivo para poder empezar a trabajar en algo mucho más útil en un futuro».

Hizo un pequeño sonido con sus largos dedos contra la mesa de madera pulida.

—¿En qué ámbito?

A pesar de que sentía que estaba extrayendo demasiada información sobre mí, abrí la boca para responder:

—Informática.

Él asintió para decirme sin palabras "continúa". Me repetí a mí misma que era lo que tocaba, que ya había soltado todo lo que tenía que decir y que debía llegar al final de mi declaración con éxito. Porque sabía perfectamente que estaban grabando todas y cada una de mis palabras y que esto se usaría en mi caso. Para bien o para mal.

«Mi vida pasó a la normalidad, si es que se le puede llamar así. Riley no volvió a hablarme a pesar de que días después logré comprarme un teléfono móvil y ponerme en contacto con ella. Hace casi un año, vino a la ciudad para visitar la tumba de mamá y a papá. También pasó para ver cómo me encontraba, aunque sabía que no era algo que le agradara. Después de ese encuentro, no la volví a ver ni a comunicarme con ella, hasta ahora».

Cuando terminé, él dejó salir un suspiro, sujetándose las sienes.

—Esto es más difícil de lo que pensaba...

Con la voz rota por las emociones, le pregunté:

—¿Qué sucederá conmigo?

—No lo sé —me dio una mirada sincera —, tenemos que investigar el cadáver con más detalle. Pero con todo lo que me acabas de contar, no podemos decir otra cosa más que tú eres la única sospechosa.

Negué con la cabeza.

—Yo no he sido, me crees, ¿verdad?

—Yo creo en hechos, en pruebas, no en palabras y mucho menos en personas —se levantó y se dio la vuelta —. Permanecerás encerrada hasta que analicemos todas las pruebas y escenarios, entre ellas tu casa y el teléfono al que te llamaron ayer. Colabora y todo irá bien.

Me levanté también e intenté agregar algo más, pero nada salió de mis labios por lo rápido que se había largado. Abrió una puerta y salió como si nada, para luego cerrar tras de sí con un portazo.

Me dejé caer en la silla, resignada y dejando salir un suspiro mientras las lágrimas debajo de mis ojos quemaban mi piel.


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