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¿Has escuchado alguna vez

el ruido que hace una persona
al romperse?
Ninguno.
Silencio absoluto, por eso
impresiona.

Anónimo

•*¨*•.¸¸☆*・゚

—Vaya, vaya... —su voz me causó un ligero escalofrío en el cuerpo, y no pude evitar que mi mandíbula se contrajera mientras Myles se encargaba de cerrar la puerta de la celda detrás de mí —mirad quien ha vuelto.

La tal Kiara me estaba mirando desde su sitio, divertida y altiva, pero no tenía intención de seguirle el jueguito, por lo que aparté la mirada y la centré en Myles. Sus ojos estaban clavados en la cerradura de la celda mientras trataba de cerrar la puerta con suma concentración. Yo permanecí en completo silencio y caminé hacia la cama/tabla dejándome caer en esta. El crujido que emitió me causó una mueca.

Noté la mirada de él sobre mí tras oír el clic de la cerradura, pero en respuesta, no dije ni hice nada más que no fuese mirar mis manos y suspirar. Era como si él estuviera esperando algo de mí, y levanté la mirada poco después, sintiendo sus ojos en cada centímetro de mi piel.

—Quiero la carta —expresé mirando sus ojos sin vacilar.

Su mirada estaba más oscurecida dada la poca luz que acompañaba a este sitio, y su ceño estaba fruncido suavemente, dándole un aspecto mordaz y a la vez suspicaz.

—¿Qué?

Me levanté, cogiendo valor y, antes de acercarme del todo a él, me dije lo siguiente:

Me ha mentido, no puedo creer en él como he creído hasta ahora, tan ciegamente...

—Que exijo que me devuelvas la carta —reiteré y mi tono de hizo sonar tan serio que me sorprendió hasta a mí misma. Mi cuerpo estaba a una distancia prudencial de él, pero su mirada sobre mí se sentía demasiado insistente como para ignorarla.

Lucía confundido cuando extendí mi mano y vi como, con los ojos, estaba tratando de averiguar que era lo que me ocurría. Sin embargo, no le di ese lujo. Mantuve el rostro sereno, sin ninguna expresión visible en él, ocultando lo que de verdad pensaba. Sabía que él había aprendido a leerme como si fuera libro abierto. Y eso, en este momento, no me hacía sentir segura. Me hacía sentir completamente expuesta.

Vulnerable.

—Eso no será posible, esa carta tiene que llegar al juez esta misma tarde —explicó y apreté mis labios frustrada, mientras apartaba mi mirada como una niña enfadada.

No dije ni una sola palabra más, me di la vuelta y para acomodarme como antes en la cama.

Él siguió sin moverse, permaneciendo al otro lado de mi celda, mirándome, solo que yo no le devolví la mirada e hice como si no estuviera aquí. Por mucho que me estaba costando hacerlo.

—¿A qué esperas? —exhalé cuando seguía viendo que parecía no querer moverse de allí.

—Estoy esperando a que me digas que diablos te pasa.

Se apoyó contra los barrotes esperando una respuesta de mi parte.

Parpadeé por la impresión que, como una píldora, afectó a mi sistema.

—No me pasa nada, solo estoy cansada —había sido la excusa más inútil que había dado nunca, pero esperé a que colara y me dejara en paz, tenerlo cerca ahora no era bueno para mí. Necesitaba pensar con claridad, y con él cerca esa tarea se me hacía prácticamente imposible.

—Ajá —vocalizó, justo después —, no sé a quién pretendes engañar con esa patraña, Tess, pero conmigo no cuela —negó con la cabeza.

Alcé exageradamente las cejas.

—¿Ahora es Tess? —reí sarcásticamente, con las manos apoyadas en mis rodillas —, pensé que era señorita Cloud.

Me mordí la lengua tras decir eso y lo miré, solo para ver lo que mis palabras habían causado. La verdad es que no me esperé verlo decepcionado.

—Tiene razón —carraspeó, sus ojos azules abandonando los míos —. Buenas tardes, señorita Cloud —pronunció deteniéndose un poco en las últimas palabras y de este modo se fue, dejándome sola.

Me dije internamente que era lo mejor y que no podía confiar en él. Me había mentido, me había ocultado información importante y me hizo creer que estaba perdida, cuando él en su poder tenía información esencial para mi caso. Confié en él como en nadie en mi maldita vida, y no había podido evitar recordar que me había estado mintiendo de muy mala manera. Y que encima lo soltó delante de esa gente como si nada, como si no fuera algo de suma importancia. Tal vez era porque él no lo veía relevante, solo hacía su trabajo, no podía ir pretendiendo estar interesado en mi bienestar. Solo hacía su trabajo, nada más. Él mismo se había encargado de dejármelo.

Me quedé ahí sentada, quieta, como todos estos días. Me pasé toda la tarde así, pensando en todo y en nada, porque otra cosa no podía hacer, simplemente no se me permitía hacer nada más que no fuera pensar y pensar. Y eso resultaba un tormento constante.

—¿Qué ha pasado? —alcé mi cabeza hacia la víbora que me estaba hablando —. ¿Os habéis peleado?

Parece que se había aguantado ese comentario durante más horas de las que pensaba posibles.

Ella puso una mueca de pena falsa, y producto de eso, me entraron unas ganas inmensas de golpear algo. Si hubiese podido, la hubiese golpeado a ella.

—No es asunto suyo.

—Me meteré en mis asuntos cuando se me dé la gana, no cuando tú me lo digas, pequeña culpable.

Otra vez el apodo...

La miré con atención. Tendría —como mucho —veintidós años. Se veía joven, aunque débil y demacrada por el encierro y la falta de luz natural. Su cabello azabache había perdido el brillo que seguramente poseyó algún día, y se encontraba tan despeinado y grasiento y que parecía una bola de pelo. Sus ojos, de un color oscuro intenso, tenían un brillo bonito, pero que le añadía un toque de malicia a su mirada. A simple vista, parecía una chica normal, incluso guapa. Me preguntaba cuanto tiempo llevaría aquí y lo que había hecho para estar entre rejas.

—¿Acaso no te han enseñado a quedarte callada? —le pregunté, saliendo de mis cavilaciones —. Porque me estás hartando. Siempre tienes algo que decir, ¡tú no me conoces de nada!

Ella se levantó de su sitio para empezar a caminar hacia el borde de su celda. Yo, igual de enfadada, hice lo mismo y quedamos cara a cara. Lo único que nos separaba eran  los barrotes y el pasillo que teníamos enfrente.

—Cuida bien como hablas, eres una niña muy mimada —clamó entrecerrando los ojos —. Aquí no eres superior a nadie, eres tal vez peor que todos nosotros.

Abrí la boca con indignación.

—¿Mimada? ¿Serás zorra? —mi sensatez se acababa de ir al diablo, y mi boca habló sin permiso de mi cerebro. Me permito soltar por la boca todo lo malo que tenía por dentro—: Desde que llegué te has dedicado a amenazarme, a juzgarme y a criticarme cuando ni siquiera sabes como me llamo, quien soy, ni de donde vengo, ¿y yo soy la mimada? Vete al diablo, tú me hablaste la primera vez que llegué, así que si lo pensamos bien, tú eres la que comenzó todo esto.

Abrió los ojos como platos.

—¡A mí no me insultas y te vas de rositas, niñata! —me chilló y me quedé callada mientras veía como intentaba meter su brazo musculoso por los barrotes y llegar a mí, pero la distancia resultaba demasiado grande, así  no logró más que dar manotazos al aire —. ¡Te crees especial sólo porque tienes a esta gente de tu lado! ¡Y también al agente Myles!

Apreté mis labios ante sus palabras, conteniendo la rabia que estas me producían. Esta mujer era de las pocas personas que me habían hecho perder la paciencia en cuestión de minutos.

—Call...

—¡Cierra la boca! —ordenó —. Cielo, llevo meses aquí ¿Crees que eres la primera con la que él habla y a la que apoya?

Mi corazón se contrajo como si fuera aplastado por fuerzas mayores y sentí como mis puños se apretaron con fuerza, clavándome las uñas en la carne blanda de mi palma.

—Cierra e...

Tenía los ojos tan abiertos que pude ver su iris negro bajo la luz pálida del lugar.

—¡Hizo lo mismo conmigo! —me quedé muda ante su grito —, me sedujo y luego me abandonó... Eso es lo que sucederá contigo, niña.

—¿De qué estás hablando?

Mis ojos se abrieron mucho más, y supliqué internamente que no se me llenasen de lágrimas ahora. Temía que todo lo acumulado decidiera explotar, y temía más que me cayera a pedazos delante de ella.

—¡Él está jugando contigo! Eres linda, nadie lo negaría, y hasta un idiota se daría cuenta de eso. Es obvio que él se quiere aprovechar de tu situación, eres la única que no se da cuenta. Abre los ojos —escupió entre dientes, lanzando todo su veneno a través de palabras.

—Eso es mentira... —balbuceé negando con la cabeza lentamente.

Levantó las manos al aire.

—¿Sabes qué? Mejor me quedaba callada, y quedarme de brazos cruzados mientras te destruye la vida. Verás que tengo razón —escupió por última vez y se dio la vuelta, dándome la espalda.

Yo hice lo mismo, solo que con pies temblorosos. No quería admitirlo, pero sus palabras me habían afectado más que nunca. Y es que, a pesar de su advertencia, me costaba un mundo creer que lo que me había dicho era la verdad, pero también una duda incipiente acababa de incrustarse en mi cabeza, y no sabía si me podía deshacer de ella tan fácilmente.

¿Y si ella tiene razón?

Pero, ¿para qué me utilizaría él?

Apoyé las manos en las rodillas y me planteé varias cosas antes de creerme las palabras que salían de la boca de esta mujer. Sería muy estúpida si ahora hacia caso a todos sus ataques.

Desde que empezó esta locura, nunca había visto intenciones sospechosas de su parte, al contrario, siempre se mantuvo distante y frío, muy profesional conmigo.

Dejé caer la cabeza entre mis manos tratando de sacarme de la cabeza las palabras de Kiara, porque lo más seguro es estás preguntas destrizarían la poca cordura que me queda.

No era verdad, lo sabía. Él no había hecho nada que me afirmase lo que ella acababa de soltar, así que debía permanecer tranquila si no quería acabar perdiendo la cabeza. Creo que había llegado a un punto en el que mi mente estaba cediendo, en el que no sabía qué creer o qué sentir. Era perfectamente consciente de que ella solo deseaba hacerme daño, y no podía ser tan tonta y creer en sus palabras.

Nunca lo había sido, no empezaría ahora.

Puede que él me hubiese fallado en cuanto a ocultarme información, pero nada más. Hasta ahora, siempre se había mostrado amable y bueno conmigo, a su modo, claro.

◦•●◉✿ - ✿◉●•◦

—No iré —asumí firme, dándome la vuelta como una niña pequeña con una rabieta.

Ni siquiera volteé a ver al gorila que estaba abriendo la puerta, solo me mantuve sentada en mi sitio de brazos cruzados.

—No te lo he pedido, te lo he ordenado —bramó él.

No le miré, únicamente permanecí firme en mi postura, hasta que sentí como iba decidido a entrar a la celda acercarse a mí a pasos agigantados.

—¡Eh! —grité alto, justo cuando alcanzó a cogerme del brazo con brusquedad y levantarme de mi sitio como si fuera una muñeca de trapo —, ¡las manos quietas! —le espeté mientras notaba como ponía mis manos detrás de mi espalda, aunque sin esposarme. Solo apretó el agarre consiguiendo comprimir mis muñecas, haciéndome daño y destrozando las escasas oportunidades que tenía de soltarme.

—Camina —me ordenó, pero no le obedecí, lo que causó que me diera un empujón que nos logró sacarnos a ambos de la celda.

—¡Suéltame! —chillé, removiéndome mientras él no paraba de empujarme, sin inmutarse por mis gritos —. ¡Que me sueltes te digo!

Removí mis manos tratando de zafarme de sus grandes manazas, pero era en vano. Él afianzó su agarre tanto que me hizo soltar un pequeño quejido al notar como mi muñeca crujió.

—Deja de moverte y camina —gruñó con voz monótona, contenida.

—¡Eres un pedazo de animal! ¡Me has hecho daño, retrasado! —solté ahogada en frustración, enfadada por el trato que seguía recibiendo a pesar de que se había demostrado mi inocencia —¡Mira que eres bruto! ¡Que me sueltes!

Esta gente se aprovechaba del puesto que tenían en su trabajo. No sabía qué es lo que hacían personas así trabajando de policías.

—Estamos a punto de llegar, cállate ya.

—¡¿Que me calle?! ¡¿Cómo quieres que me calle cuando me estás fracturando la muñeca?!

Cruzó un estrecho pasillo que inmediatamente reconocí como la zona de los despachos policiales, pero no aflojó el agarre alrededor de mi muñeca en ningún momento.

—¡Cállate ya, joder! —se quejó él, pero yo no dejé de resistirme. A pesar de que sabía que no iba a ganar, no pensaba rendirme ante esta injusticia.

—¿Qué está pasando aquí? —una voz apareció delante de nosotros, y el agente Colligan apareció al instante en mi campo de visión, con el ceño fruncido en nuestra dirección —, ¡suéltala!

Le ordenó al guardia. Este, confundido, acató su orden y me liberó. Pude sentir al fin mis muñecas libres, así que me las masajeé y me aparaté de su lado caminando, casi por instinto, hacia Myles.

Él se acercó al tipo totalmente enfadado mientras, con una con suma severidad, parecía prepararse para regalarlo. Por la mirada del hombre, sabía que ahora mismo se arrepientía de haberme llevado de esos modos.

—Nunca más quiero ver que la tratas así, ¿me oíste? —le gritó, el hombre asintió, tenso —. Ella no es como todos, ¿queda claro? Tu puesto no te da derecho a tratar así a las personas.

El guardia movió la cabeza nuevamente, y luego saludó formal ante su superior. Su mirada mostró lo tenso y nervioso que le había dejado el agente.

No era de las personas a las que les gusta sentirse superior a los demás, pero este hombre se merecía el regaño de Myles.

—¡Sí, señor!

—Vete —él se fue por donde juntos, entre griterío, habíamos venido, y yo me quedé en mi sitio masajeando mis muñecas. Myles se acercó a mí con el rostro contraído en lo que tomé por preocupación —. ¿Estás bien?

Yo asentí con la cabeza y tragué saliva, bajando la mirada hacia mis manos sudorosas.

—¿Me has llamado? —le pregunté dando un paso atrás, poniendo distancia entre nosotros.

Él se pasó la mano por el pelo y tensó la espalda, y luego procedió a poner la mano en el picaporte de la puerta de lo que suponía que es su despacho para abrirla.

—Sí, pasa —me indicó y así lo hice, a pesar que desde un principio no quería ni verle.

Dentro, como sospechaba, había un despacho. Lo primero que me encontré fue un amplio escritorio en el centro, frente a una silla enorme de cuero negro. También habían varias estanterías, y múltiples adornos típicos de una oficina de trabajo, como papeles, bolígrafos, libros y un ordenador de mesa.

—Toma asiento, por favor.

Me senté en una silla y él rodeó el escritorio para sentarse en la suya de cuero, mirándome.

—¿Y bien? —cuestioné impaciente.

Deseaba acabar con esto cuanto antes.

—Eso mismo digo yo —él cruzó sus brazos sobre la mesa y, como siempre, clavó sus malditos ojos azules en los míos, haciendo que tragase saliva con dificultad.

Fruncí el ceño, mi cara debía de ser la de una completa estúpida.

—¿Qué?

—¿Para qué crees que te he llamado?

Respondía con otra pregunta, buena jugada.

—Para comentarme alguna novedad, supongo —me encogí de hombros.

—La verdad es que no —negó, sin embargo, parecía muy divertido. Yo me sentía cada vez más confundida —. Te he llamado para que me cuentes lo que te tiene así.

Abrí mis labios como si estuviera buscando aire, la sorpresa embriagándome.

—¿Perdona? ¿Me has llamado solo para eso? ¿Estás bien de la cabeza, Myles? —mi boca, de nuevo, me había ganado la batalla —. Ese tipo me arrastró aquí como si fuera un asunto de vida o muerte y tú...

Alzó las manos para tranquilizarme.

—Ya lo sé, y no volverá a suceder —me aseguró —. Estos tipos a veces pueden ser muy brutos.

Rodé los ojos.

—Ajá.

Ahora fue su turno de fruncir el ceño, pero tras unos segundos en los que nos mantuvimos la mirada sin apartarla la una del otro, estalló en una carcajada divertida y sonora. Abrí los ojos sin creer lo que estaba viendo.

—¿Qué haces?

—¿Qué hago? —preguntó de vuelta y me dieron ganas de agarrar el ordenador y lanzárselo a la cabeza.

—¿Por qué te ríes?

—No sabía que no podía hacerlo —se dejó de reír abruptamente, pero son borrar la sonrisa de su cara en ningún momento. No pude evitar no sentir que me estaba tomando en pelo.

Se veía tan relajado mientras se reía por cosas banales que eso le hacía ver como otra persona totalmente distinta, y me preguntaba si se habría fumado algún porro. De ser así, había tenido el efecto deseado.

—No es eso... —suspiré cansada —, ve al grano.

Se puso serio y se inclinó sobre la mesa, acercándose más a mí.

—¿Qué es lo que te tiene tan molesta?

—Nada.

—¿Es en serio? —no ocultó su tono frustrado y a la vez divertido —. ¿Alguna vez te han dicho que mientes fatal? —su expresión me hizo esbozar una media sonrisa, y me sentí como una loca al hacerlo.

Era raro estar bromeando así con él.

—Nunca me lo han dicho —confesé con la voz más aguda.

—Pues se te da fatal, diría que se te da peor que disimular.

—Eso es mentira, soy una gran mentirosa, y claro que sé disimular.

Llevó los ojos al techo y ese simple gesto me hizo sonreír nuevamente.

—¿En serio? A ver, prueba a mentirme otra vez —alzó una ceja —. ¿Qué te pasa?

Me mordí el labio inferior durante unos segundos, mientras notaba que el aire se había puesto tenso a nuestro alrededor.

—Nada.

Ladeó la cabeza.

—Prueba otra vez.

—Estoy cansada —probé, tratando de ser lo suficientemente convincente.

Sus ojos me informaron que había fracasado.

—Un último intento.

Me rendí, y me preguntó si lograba sacar toda la información que se proponía gracias a su trabajo, y acabé cayendo en la conclusión de que es así.

—Me has mentido —solté al fin. Y aunque traté de evitar sonar derrotada, no lo logré ni por la mitad. Mi voz se escuchaba suave, como si acabara de soltar algo que me había quitado un gran peso de encima.

—¿Qué?

—Me has oído, ¿por qué me has mentido?

—¿De qué ha...

—Oh, ¿te refresco la memoria? A ver... ¿No te suena lo del interrogatorio de mi profesor? ¿Y lo de la ubicación de la llamada?

Myles se conservó serio, su mandíbula tensa y sus ojos brillantes mirándome fijamente. Pero no como antes, antes brillaban en diversión, pero ahora brillaban con algo diferente que prefería ignorar y dejar como un misterio en mi cabeza. 

—No te he mentido.

—Tal vez no con lo demás, pero para mí, ocultar información es mentir.

Coloqué un mechón de pelo rebelde detrás de mi oreja, sin romper el contacto visual entre los dos. Me quedé en silencio viendo como sus labios se abrían ligeramente, y como los relamió con la lengua. En ese momento, yo quise morirme, porque mi vista había ido directo ahí.

Mi yo interior me dio un golpe para que volviese a la realidad.

—Tiene explicación, Tess.

Odiaba su tono tan tranquilo, tan suave y ronco que alegraba el oído. Y también odiaba la manera en la que pronunciaba mi nombre, detestaba la forma en la que las letras se deslizaban entre sus labios. Pero lo que más detestaba, sin duda, era la manera en la que sus ojos me miraban.

—Adelante.

—Lo del interrogatorio fue cosa de hace más tiempo, cuando yo todavía desconfiaba de ti. Mandé a que buscaran a tu profesor, sí, solo que en ese momento no lo encontramos en la ciudad. Y recién apareció de nuevo, así que no tuve tiempo ni de contártelo.

Parecía sincero. Sabía que lo era.

—¿Y lo de la llamada?

Bajó la mirada por todo mi rostro, y deseé, por un instante, esconderme u ocultar mi cara por la manera tan insistente en la que me examinaba. 

—No me parecía prudente que lo supieras.

—¿Y eso por qué? —enfaticé más alto de lo que pretendía.

Últimamente cualquier cosita me prendía como una llama en contacto con la gasolina. Era plenamente consciente de que el estrés acumulado me estaba haciendo perder la razón, y sobre todo, que me estaba haciendo sentir perdida.

—¿Estarías más tranquila si te hubiera dicho que el asesino no está tan lejos como creemos, Tess? —bramó, sin entender mi actitud.

—Debiste contármelo.

Myles frunció el ceño.

—Y si no te lo he contado, ¿qué? Yo soy la autoridad aquí, no tengo por qué contarte todo lo que averiguo —ahora era él el que estaba a la defensiva.

El aire en el despacho se volvió pesado como una piedra, y la tensión de ambos se hizo tirante. Sentía que la habitación era diez veces más pequeña de lo normal, y hacía que la sensación de pérdida del aire volviera como un recuerdo.

—Eso es cierto, tú eres la autoridad aquí —susurré con voz vacilante.

Sus ojos ahora me causaron más inquietud que antes, podían ser tan fríos y a la vez tan cálidos que casi nunca sabía si yo le agradaba o le caía mal. Todo en él era contradictorio.

Sacudí la cabeza dejando mis pensamientos profundos de lado y consiguiendo regresar a la realidad.

Al mirarlo de nuevo, pude percibir como su expresión no había cambiado, pues seguía mirándome con el ceño fruncido, trazando el mismo camino visual sin sentido. Me levanté de mi sitio rápidamente, a lo que él no tardó en hacer lo mismo, rodeando la mesa y tomando mi brazo en el aire, haciendo que el contacto me pusiera los pelos de punta.

Me giré lentamente hacia él, pretendiendo pedirle que me soltase.

—Lo siento, ¿vale? —se adelantó.

—No tienes que sentirlo, lo he entendido, no tengo derecho a reclamarte nada —asentí mientras arrugaba el gesto en una mueca —. Solo es tu trabajo.

Silencio.

—Ya no es solo mi trabajo.

—¿Qué? —mi voz, ahora mismo, me recordaba a cuando estaba ronca. Había bajado varios tonos y estaba apunto de transformarse en un susurro.

—¿No te das cuenta? Ya no es simplemente "mi trabajo" —aclaró y quise gritarle que se aclarase de una vez.

—¿Y?

—Que no hago esto por obligación, lo hago porque creo en tu inocencia y en ti. Porque quiero ayudarte.

Y entonces, sin siquiera planearlo, su cercanía me dio en la cara y consiguió revolverme el estómago. Me recordó a la misma sensación que me envolvió el cuerpo cuando le conocí por primera vez, cuando me desmayé del dolor. Pero esta vez era más suave, diferente, no sabría explicarlo.

Habló nuevamente, porque yo no era capaz de hacerlo:

—No quiero que te enfades por esto. Lo importante es que a más tardar mañana tú serás libre —mi estómago se contrajo de nuevo, pero esta vez dejando sitio a la esperanza.

—¿En serio? —pregunté, vacilando. Me costaba mucho creer en las buenas noticias a estas alturas.

—Sí.

La emoción me subió desde el estómago hasta el rostro, y estuve a punto de soltar un chillido de felicidad.

Le miré, dejándome ganar por el impulso, logrando que me abalanzase sobre él y le rodee con mis brazos. Era más alto, así que inevitablemente se sintió un poco incómodo, ya que solo yo le envolvía yo, pero tras unos cuantos segundos, él también lo hizo. Enredó sus brazos en mi cintura, con una timidez expectante, y luego me pegó a su cuerpo, dejándome helada ante el contacto de este abrazo. Nunca antes me habían dado un abrazo así.

—¿Esto significa que me perdonas? —su voz sonaba suave junto a mi oreja.

Debía que admitir que todo el enfado que sentía hace un momento se había esfumado por esta noticia.

Reí contra su pecho, mientras sin querer, me percaté de su delicioso olor. Se trataba de un aroma sutil, casi invisible, pero que tuve la suerte de apreciar. Era una mezcla entre colonia y un olor tímido a menta, muy típico de los chicles de este sabor.

—Te diría que sí, pero ese sería darte demasiadas alas —reí como una niña pequeña —. Así que diré que no.

Me tomé el atrevimiento de apoyar la cabeza contra su hombro.

—Me vale.

Reímos otra vez, y fue cuando me di cuenta de que llevábamos más de un minuto abrazados ambos sin decir nada de eso.

Había sido el día más raro que había vivido aquí dentro, pero no cambiaría ni un solo detalle.

Por muy bipolar y extraño que sonase.

▌│█║▌║▌║

Aquí tienen un capítulo bipolar, raro, así como yo. Estos capítulos no son comunes, pero a veces me salen del alma.

Así que disfruten un poco de mi desorden mental a través de mis personajes e historias jeje.

Amor para todos.

PD. Aquí tienen un edit que yo misma hice de una de las partes de este capítulo y un meme que me hicieron:


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