Capítulo 3

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El local estaba frente a una plaza de pavimento y baldosas haciendo dibujos geométricos, un par de bancas acompañaban a una fuente de dos pisos que ya no funcionaba y un farol que las separaba. Los árboles tenían solo un agujero cuadrado por el cual salir y rejillas verticales de color negro. La verdad era una escena agradable para tener a la hora de tomar algo. La fachada de la tienda, por su parte, era tan elegante como humilde; gracias a las murallas bajas, el vidrio se apoderaba de casi toda la estructura de la pared, dejando tener a los comensales una vista panorámica del sector. Un cartel negro escribía con tiza una oferta de bollería fina y tipos de café con leche, bajo estos un simple dibujo de una taza humeando. Podía verse por dentro el mostrador con los acompañantes del bebestible y una enorme repisa de libros y revistas para ojear. Tenía bastante espacio para colocar sillas y mesas por fuera, pero Mei intuyó que no estaban puesto que con el frío la gente optaba por quedarse dentro. Y no tenía más razón. Al entrar, un aroma a café y panes dulces le abrió el apetito.

—Buenas tardes ¿Qué desea? —La llamó la tendedera.

—Oh, claro —Se acercó al mostrador, se había quedado embobada viendo qué tipo de títulos tenía el local— Quisiera un té negro con leche, por favor.

—En seguida —Comenzó a teclear en la computadora— ¿Algo para leer? —Dijo alzando la vista a Mei.

— ¿Tiene algo de literatura ligera?

—Por supuesto, ¿Quiere que le recomiende alguno?

—Seguro.

Luego de hacer el pedido, se fue a sentar junto a la ventana a esperarlo. Había un par de personas más leyendo revistas de temporada en las filas del centro de la tienda, ver que la madera horizontal cambiaba de dirección por debajo de las mesas, se preguntó si estaba diseñado de esa manera para diferenciar entre el pasillo y las ubicaciones de las sillas o casualmente el adorno calzaba con ellas. Pasó la mirada a la pileta, reflejándosele el rostro sobre el vidrio limpio. Era una lástima que no funcionase, seguramente ahorraban. Entonces notó como un tipo vestido con un traje Lindy Hop de la Swing Era, sabía de cuál se trataba, ya había visto un par de personas que bailaron el año pasado canciones de Swing, muy movido, pero también complicado. Seguro que se preparaba para bailar por monedas.

—Otra vez ese tipo —Dijo una de las mujeres que tomaba una taza de café entre las manos— ¿No puede encontrar otro lugar para molestar?

—Vamos, tampoco es que baile tan mal —Le aseguró un hombre tras la computadora que se sentaba al fondo de la cafetería.

—Solo espero que no entre...

Dejó una pequeña radio y enseguida empezó a escucharse una melodía de los años cuarenta, calculaba. Una orquesta de saxofonistas y una batería suave, acompañados de la voz de un piano. El tipo enseguida comenzó a hacer sus primeros pasos siguiendo el ritmo de las trompetas que aparecían de vez en cuando, como si estas le dijeran que fuese atrás y adelante si el tono lo acordaba. Fue entonces en un paso en donde se vio obligado a arremangarse una pierna mientras realizaba la rutina, sin perder el equilibrio.

—Oh, dios ahí va con esa pierna, como si la falta de ese pie no se notase desde el principio —Rió la muchacha— ¿A caso cree que le van a dar un par de monedas más por esa prótesis? Solo le resta arremangarse el brazo.

Y sin falta alguna, lo hizo, bailando se arremango la manga del brazo derecho dejando ver su brazo robótico, con esta misma mano, se ajustó el sombrero hacia adelante y dio una vuelta sobre la prótesis.

—Sorprendente —Se le escapó a Mei.

—Sorprendente, si —Interfirió la muchacha tomando de la taza— La primera vez, pero nunca cambia de rutina. Es como si quisiera llamar más la atención tan solo porque le falta la pierna y el brazo. Pero más allá de eso, su baile es absurdo, solo míralo.

En efecto, el tipo bailaba al ritmo, pero no pegaba para nada con la canción. Parecía más bien que se divertía escuchando la música. Al menos lo intentaba, se decía ella.

La tarde transcurrió tranquila, Mei llevaba dos tazas de té con leche terminadas y la mitad de la novela. Por una parte el té con leche si era de buenas comparaciones a las grandes cadenas cafeteras de Norte américa, el perfume ligero del té negro se mezclaba con el dulzor de la crema evaporada y el sabor suave no necesitaba de azúcar para enfatizarlo; Por la otra, la novela se le había hecho complicada de leer. La verdad, estaba hecha para terminarla en un rato, pero se pasó la mayor parte viendo al joven bailar con entusiasmo sin parar. Le gustaba el ambiente que le daba a la lectura, y le intrigaba que este no parara en ningún momento. Era muy delgado y al erguirse para algún movimiento brusco, se notaba que era bastante alto, quizás casi medio metro más que ella. Pudo ver que unas personas le daban algo de dinero y este se quitaba el sombrero para agradecer en medio del baile con una reverencia, dejando al descubierto su cabello rubio y reseco, como si hubiera sido testigo de una explosión. ¿Tal vez se quedaría hasta cumplir con una cuota por día? Pero, ¿Tanto tiempo? Ya había pasado la hora de almuerzo y el tipo no se detuvo en todo ese tiempo.

— ¿Quiere la cuenta, señorita? — Preguntó la camarera.

—Oh, no, no —Le sonrió— Tráeme otra taza, por favor.

Tenía tiempo todavía y podría quedarse a corregir la tarea de sus estudiantes. Luego vería que echarle al estómago. Sacó el tacón del bolso y un estuche. Haciendo un pequeño clic, el bolígrafo sacó la punta hacia afuera y Mei en seguida comenzó a escribir. Pidió un par de sándwiches y otra taza, en tanto pasaba hoja tras hoja. Cambiaba de color para hacer marcas de observación, errores y consejos. En realidad, era divertido cuando el tiempo no la presionaba. Podía ponerle toda la atención a las observaciones, puede que no fuera la asignatura más divertida para sus alumnos, pero entendían lo suficiente para estar dentro de lo esperado.

Ya se había puesto a tararear la melodía del fondo que llegaba desde la plaza, cuando por el rabillo del ojo se percató de que el tipo de afuera se había detenido, pero la pequeña radio seguía sonando. Alzando la cabeza, vio como este observaba la lata que había dejado junto a la radio para contar el dinero. Parecía entusiasmado. Seguro estaba ahorrando algo para navidades como todo el mundo. Con un resoplido, las comisuras de su sonrisa bajaron decepcionadas, tal parece no llegó al monto que quería. Alzó la vista al presentir que alguien lo observaba.

—Hay, Dios —Alzó la mano con una pequeña sonrisa para saludarlo.

Este lentamente subió la mano robótica e hiso lo mismo, sonriendo solo de un lado. Algo le decía que si hubiera hecho la cantidad que necesitaba, alzaría el brazo entero para saludar, o quizás solo algún gesto con la mano. Se agachó para apagar la melodía, enseguida el silencio envolvió todo el lugar, solo escuchándose los autos pasar por el otro lado de la acera. Lentamente se retiró del sitio, llevando la radio del mango, dándole una última mirada curiosa a la profesora.

—Vaya... —Estiró el cuello desde su asiento acercando el cuerpo a la mesa, para verlo desaparecer en una curva de la calle— Me siento algo mal por él.

De pronto el teléfono comenzó a sonar sobre la mesa. Poniéndose un pequeño auricular blanco en la oreja, respondió.

— ¿Hola? —Dijo volviéndose a ocupar de su trabajo.

— ¿Profesora? Soy Ziegler, ¿Fuiste a la cafetería?

—Aún estoy en ella —Rió.

—Estupendo, espéranos un poco, Phara y yo estamos por salir, tenemos que hablar contigo, es con respecto al baile.

—Ah... Claro, no hay problema —Acercó la taza de té a sus labios— Aquí las esperaré.

—Muy bien —Desde el otro lado de la línea podía oírse un pequeño balbuceo de la voz de la entrenadora, luego un comentario de la enfermera que tapó con la mano— Bien, espero que no estés haciendo labores de trabajo. Ya hablamos de que tenías que despejarte.

—Oh, no, no, no. Nada de tareas extracurriculares para mí —Miró el montón de hojas que ya había corregido— Solo estoy aquí, relajándome. Pasando el rato con una encantadora taza de té.

—Espero así sea, no quiero verte con ansiedad otra vez. Nos vemos allá, no tardamos.

El sonido del colgado se terminó repitiendo unas tres veces antes de dejar de advertir el corte de la conversación. Descolgándose el auricular, guardó el aparto en el bolso, junto con las hojas sin discriminar si estaban listas o no, era mejor esconderlas antes de que ellas llegaran.

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